Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El Panorama para Bahía Blanca, la misteriosa obra de Ferrari que desapareció sin dejar huellas

Se trata de la magnífica pintura realizada en 1928, como parte de los festejos del primer centenario de nuestra ciudad. Su hija Susana recuerda al artista.

Augusto Ferrari, en una imagen del año 1919. / Fotos: Archivo La Nueva.

Mario Minervino / mminervino@lanueva.com

   Entre enero y abril de 1928, el artista Augusto Ferrari se instaló en Bahía Blanca para pintar un Panorama de la ciudad. La montó sobre un edificio circular, también por él diseñado, y se pudo admirar durante casi 40 años.

   Su hija Susana evoca la figura de su padre, a poco de cumplirse 150 años de su nacimiento.

   Tiene 91 años y es hija del pintor y arquitecto Augusto Ferrrari (1871-1970), autor, entre tantísimos trabajos, del llamado Panorama de Bahía Blanca, magnífica obra pintada en 1928 como parte de los festejos del primer centenario de nuestra ciudad.

   A Susana le da mucho placer hablar con un medio de Bahía Blanca, “es el sitio que menos conocemos”, dice, en referencia a la vasta obra pictórica y arquitectónica desarrollada por su padre que desde hace algunos años vienen visitando y promocionando.

   Susana es profesora de filosofía y compartió muchos años de su vida con su padre, ya que vivieron juntos en un amplio piso en Buenos Aires.

Susana, la hija de Augusto Ferrari.

   “He vivido siempre en Buenos Aires, salvo los veranos que lo pasábamos en Córdoba, generalmente en Villa Allende. Yo elegí la docencia, soy profesora de Filosofía, que es lo que más me gusta, una profesión donde todos aprendemos y todos enseñamos. Una de las preguntas que más me gusta escuchar es la que me lleva a decir: ‘No sé, lo vamos a buscar”, dice.

   El contacto con el arte estuvo siempre presente en su vida, a través de su hermano, León Ferrari, y de su padre, a quien califica como “un artista total y absoluto”, con todo lo que eso significa, que entendía el arte con el concepto de belleza sobre todas las cosas.

   “En casa el valor que primaba era siempre el estético, sobre lo religioso o lo económico”, reconoce.

Un antes, un después

   Para los hijos de Augusto la vida de su padre comenzó a los 43 años, cuando se estableció en la Argentina.

   “Papá no hablaba de sus primeros 40 años en Italia. Nos enteramos de algunas cosas hace poco tiempo, cuando una arquitecta de la academia Albertina de Torino, Liliana Pittarello, vino a Buenos Aires e hizo una cuidadosa investigación de la vida de mi padre en esos años en Italia y en París”, explica Susana.

   Sólo mencionaba, con mucho cariño, a la nodriza que lo sacó del orfanato a los 3 años y lo llevó a su casa, donde lo protegió, lo amó y le dio la estima que tuvo toda su vida.

   “Papá fue abandonado por su madre al nacer, fue negado como hijo siete meses antes de nacer”, asegura.

   “En la vida es difícil ese momento de abandono, de no reconocimiento del nombre hasta 1892, cuando lo reconoció el padre. De ahí su enorme capacidad, su resiliencia”, agrega.

Dos tiempos

   “Mi padre tenía dos momentos. Uno era el que dedicaba a los niños, a los cuales se volcaba por completo. En los cumpleaños organizaba actividades y juegos, escondía chocolates en rincones misteriosos e inventaba cosas”, dice.

   “Lo que yo hacía era atender, mirar y escuchar. Hasta preparó un alambre carril en la casa de Villa Allende desde un poste hasta una torre de El Castillo, del cual los muchachos se colgaban de unas argollas que rodeaban la orilla del arroyo. Hizo una cancha de tenis y otra de croquet donde mi hermana y yo éramos campeonísimas”, afirma.

   Después, Augusto tenía su otro  tiempo: el del arte, como artista y arquitecto.

   “Se encerraba en el estudio y ahí no iba nadie; no entrábamos, salvo con él y ¡guay de sacarle un lápiz o un compás! Se daba en cuenta inmediatamente y la cosa era dura”, recuerda.

Ferrari trabajando en uno de sus Panoramas.

   Ferrari era, además, retratista, por lo cual era habitual que a la casa llegaran personas para modelar.

   “Mi madre debía estar allí para conversar con ellas y que no tuvieran cara de aburridas. Cuando nosotros posábamos nos ponía un espejo para que lo veamos pintar. Siempre me llamó la atención la velocidad con que lo hacía, el primer esbozo y los varios bocetos”, expresa.

El arquitecto

   Susana divide a los arquitectos en dos facciones: los de adentro y los de afuera.

   “Mi padre era desde afuera”, indica.

   “Primero diseñaba el frente, los techos, las columnas y las galerías. Luego ubicaba las habitaciones y espacios interiores. Las casas que hacía, las grandes sobre todo, no son cómodas por dentro. Por caso, en El Castillo la cocina estaba en la planta baja y el comedor en el primer piso. Pero son admirables desde afuera”, comenta.

   “Creo que fue (Pablo) Picasso quien decía: “Terminó el descanso; empieza la diversión”, en referencia a lo que para él significaba pintar”, sostiene.

   Ferrari vivía de ese modo su trabajo.

   “No se quejaba jamás del cansancio o del aburrimiento. No creo que se haya estado aburrido, ni siquiera los dos últimos años de su vida (vivió 99 años), que estuvo más pensativo”, aclara.

La profecía no se cumplió: como todos los panoramas pintados por Ferrari, el de Bahía Blanca también se perdió; sencillamente desapareció.

   Susana, sus hijos, Gerardo, Marcelo y Leonardo, junto a otra nieta de Augusto, Julieta Zamorano, tomaron la posta de dar a conocer y difundir la obra de Augusto.

   “Es una responsabilidad, un deber, en el sentido de la riqueza que estamos dejando; una caja llena de tesoros que pretendemos que se mantenga, porque deja un legado rico en belleza”, añade.

   Además de la carrera de su padre, Susana reconoce la trascendencia de lo realizado por su hermano, León, con algunas semejanzas y diferencias entre ellos.

   “Las semejanzas eran la creatividad y la pasión”, asegura.

   “Una pasión que se verifica cuando el objeto casi se come al sujeto, no sólo lo envuelve; se encarga de tal manera no puede hacer ninguna otra cosa”, considera.

   “Es una pasión hasta carnal, que no reconoce horario; están todo el tiempo en el tema. Como diferencia, la formación académica. León era autodidacta y aseguraba que eso le dio eso una libertad enorme para hacer lo que quisiera. También tenían diferencias religiosas. Mi padre creía en la mente; León era absolutamente ateo”, admite.

El Panorama de Bahía Blanca, 11 metros de largo por 3 de alto, año 1928.

   “Papá fue unos meses a Bahía Blanca en 1928, luego de terminar el claustro de Villa Pompeya y antes de iniciar el de los Capuccinos. Mientras estuvo en Bahía tengo entendido que vivió en una pensión, y que mi mamá y mis hermanos, León y César, lo fueron a visitar”, recuerda.

   El Panorama se colocó dentro de un edificio circular, también diseñado por Ferrari, y se abrió al público el 11 de abril de 1928.

   Trasladado luego al parque Independencia, se lo desmontó a fines de los 50, para nunca más volver a saberse de él.

“El pabellón parece una chimenea de base fantástica, cortada a pocos metros para no provocar a las estrellas...”, de un diario de época.

   Gerardo, hijo de Susana, nieto de “Don Augusto” —según lo nombra— asegura “no tener muchas esperanzas” de que el Panorama de Bahía Blanca aparezca o se encuentre en buenas condiciones en algún sitio.

   “Al estar enrolladas y por sus dimensiones, esas telas estaban condenadas a ser una suerte de arte efímero. Lo que siempre esperamos es encontrar fotografías de quienes la hayan visitado. Eso sería interesante e importante”, indica.

   Lo cierto es que ambos, Susana y Gerardo, trabajan desde hace años en promover la obra de Augusto Ferrari. Su vasta obra puede visitarse en una página armada al efecto por ambos, www.facebook.com/AugustoCFerrari, donde además se van sumando actos de homenaje y todo tipo de información.

La sensación del 28

   El 11 de abril de 1928, miles de bahienses pagaban —con gusto— el peso moneda nacional que costaba la entrada para ingresar al edificio de planta circular, ubicado en avenida Colón y Vicente López, y admirar el Panorama de Bahía Blanca, el extenso óleo sobre tela pintado por Augusto Ferrari.

   “El pabellón parece una chimenea de base fantástica, cortada a pocos metros para no provocar a las estrellas...”, publicó un diario de la época.

   La razón que impulsó la obra fue por demás adecuada: Bahía Blanca celebró, en 1928, sus primeros cien años de existencia.

   Ferrari era un especialista en pintar y armar panoramas, teniendo en su haber el que reflejara la destrucción de la ciudad italiana de Messina y los que recreaban las batallas de Salta y Maipú (pintados en 1910 y 1916).

   Ferrari llegó a Bahía Blanca en enero de 1928, acompañado de su hijo León, de 7 años de edad.

A la derecha se advierte el edificio circular que contenía el Panorama, frente al club Argentino, 1928

   “Mi reconstrucción entiende a Bahía Blanca como una ciudad fundada en plena era de desierto, donde los militares fueron portadores de la redención civil del gaucho y del indio como garantía de seguridad social”, explicó el autor.

   Un crítico afirmó que sólo un pintor “con un amplio sentido de comprensión histórica y un fervor realista de apóstol” podía completar semejante tarea.

   El Panorama se abrió al público el 8 de abril de 1928 y el propio autor dio los últimos toques a su trabajo colocando tierra y musgo en el pasillo que “separaba” al observador de su tela de 11 metros de recorrido y 3 de altura.

   “Situado en la plataforma central, el espectador mira la escena como si estuviese en la esquina de Moreno y Vieytes. Desde allí, se divisan las sierras y el mar”, se explicó.

   Si bien la reconstrucción de la Fortaleza no era exacta, rescataba el espíritu de la época. El fuerte de adobe con torrecillas, las viviendas de los soldados, carretas y una mujer pisando el maíz. Delante aparecían imágenes de la Virgen de las Mercedes y de San Roque. En la plaza Rivadavia se ubicaba el corral y el rancherío principal donde está, actualmente, el Palacio Municipal.

   “Será —aseguró un periódico— uno de los elementos más preciados que nuestra ciudad legue a las generaciones posteriores”. La profecía no se cumplió: como todos los panoramas pintados por Ferrari, el de Bahía Blanca también se perdió; sencillamente desapareció.

   Augusto Ferrari nació el 31 de agosto de 1871, en San Possidonio, Módena, Italia. Pintor por vocación, completó los estudios de arquitectura en la universidad de Génova. Se radicó en nuestro país en 1926. Falleció en Buenos Aires en 1970, días antes de cumplir los 100 años de vida.