Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Reseteo o restauración

“No hay que limpiar la papelera de reciclaje. Hay que revisar su contenido y devolver a nuestras vidas lo valioso de nuestro pasado.”

   Hoy me voy a dedicar a tratar la tan remanida “nueva normalidad”. En realidad, hay dos pandemias: la del Covid-19 por un lado y la narrativa del Covid, para la cual todo comenzó con un murciélago y terminará con una vacuna. Como si el final estuviera ya escrito y pudiéramos conocerlo de antemano; con ansiedad por supuesto. Pero este final es engañoso.

  La narrativa pandémica tiene forma de utopía: la “nueva normalidad”, en cuyo corazón está el “reseteo”, un procedimiento mágico para pasar de lo viejo a lo nuevo. La vacuna como expectativa médica y el reseteo como expectativa sociológica. Este reseteo nos tendría encerrados en casa, mientras otros se encargan de preparar la nueva normalidad. Es lo que Joseph Shumpeter llamaba “destrucción creativa” y que Marx propiciaba como “el momento en el que todo lo sólido se desvanece en el aire” para terminar anticipando en Das Kapital los esclavos mecánicos. Una convulsión social  como aquella de la Revolución Francesa disparando contra los relojes representativos del tiempo pasado.

   Aquí el reseteo propone borrar todo lo anterior con el objeto de comenzar de nuevo. Pero exige lo que hasta hace poco conocíamos como “deconstrucción” según la cual no se trata de no mirar nunca mas  hacia atrás, sino de “no tener nada atrás para mirar”. La familia disuelta en engendros múltiples. Lo religioso recluido a las cuatro paredes de un templo. Las lealtades nacionales o patrióticas reemplazadas por el exitismo global. Los estados nacionales suplidos por el nuevo orden mundial o gobierno único-del mundo. El lenguaje es condenado a lo que el Negro Martinheitz llamaba “la homosexualidad de la zamba”(porque perdía el género de su lugar de origen y adquiría el impostado y artificial género del estudio de grabación, como la futura ministra de Salud de Biden en EE.UU., ejemplar del transgénero). El sexo definido ya no existe y la mujer tampoco salvo para los perversos feminicidas, que encierran odio hacia ellas como competencia de su desviación. Nuestra civilización ya venía siendo reseteada antes del Covid-19.

   ¿Qué hacer ante esta iconoclasta realidad en marcha? No hay que limpiar la papelera de reciclaje. Hay que revisar su contenido y devolver a nuestras vidas lo valioso de nuestro pasado. El reseteo nos deja sin patria. Porque la patria no es jamás algo nuevo. Presupone sedimentación de significaciones históricas que no le hacen lugar a lo que Chesterton llamaba “la soberbia de los vivos” de esta generación que osa  darse el lujo de prescindir de los méritos y defectos de nuestros antepasados. Putin lo hizo con la restauración de los bustos y óleos de los zares. Aquí bajamos cuadros de Videla, pero están muchas de sus leyes vigentes y muchos de los jueces que juraron por el Estatuto. 

   Para oponerse eficazmente al reseteo hay que restaurar la riqueza de las relaciones reales que exige asumir que no es normal  un rostro enmascarado, ni un funeral asistido por videollamada, ni el terror al amigo, al pariente o al vecino. La restauración contra la nueva normalidad o reseteo iconoclasta también pasa por restituir la realidad como arena política y no aceptar futuros representantes esculpidos con maquillaje de peluquería, desde sus escritorios cajetillas. Te lo dejo para que lo pienses, porque con sutileza subliminal nos están preparando para el gobierno del Gran Hermano.