Día del Inmigrante: ¡Adiós! Padres de mi vida
Tributo a siete descendientes bahienses de tantos pero tantos españoles que forjaron nuestro destino de ciudad grande.
Por Walter Gullaci
Abelardo Herrero Lucas era uno de tantos jóvenes españoles que soñaba con atravesar aquellas enormes profundidades. No sólo las del océano que lo separaba de su aventura migratoria.
Por entonces temeraria. De ilusiones, pero también incertidumbres. Sino también de las que calaban el alma. Las de las despedidas...
Ya le habían trasladado todo tipo de temores. Algunos muy intensos como esas olas que lo dejarían sin aliento en alta mar. Entre tanto sonido crujiente del acero y los maderos que dibujaban el armazón de un barco, que como él mismo atestiguaría en su relato conmovedor, no era demasiado confiable.
La incipiente demanda de empleo en las minas de carbón y fábricas metalúrgicas, entre 1910 y 1922, era un atractivo no desdeñable para un significativo número de inmigrantes europeos que se asentarían en los centros industriales del medio oeste estadounidense. Y Abelardo sería uno de ellos. ¿Por qué no probar?
Corría 1916.
Europa ya estaba sumida en la Primera Guerra infame. Pero más allá de ese cruel escenario, había otro motivo muy especial en Abelardo para adoptar aquella traumática decisión. La de “tomarse el buque”.
Tenía en quien amarrar su esperanza y combatir el desarraigo. La presencia de su hermano José, quien había arribado a Nueva York el 14 de abril de 1915, previa escala en La Habana, Cuba.
Por entonces, Abelardo jamás creería que en menos de un año, el 22 de febrero siguiente, tendría frente a sus ojos a la imponente estatua de La Libertad. Había llegado, ¡por fin!, desde Liverpool, Inglaterra, junto a dos jóvenes españolas tan soñadoras como él: Dolores Fuentes Cabezas y su hermana Pilar.
Y obviamente lo esperaba José…
Aquel barco no sólo uniría de nuevo a los hermanos Herrero.
También juntaría al por entonces “neoyorquino” con la recién llegada Dolores, quienes se casarían en la gran ciudad y vivirían un lustro con tres de sus hijos, Teresa, Sebastián (fallecido en Estados Unidos) y Alonso.
La vida del matrimonio con el tiempo tomaría un rumbo impensado. Con parada transitoria en Río Colorado. Y final… en Bahía Blanca.
***
Abelardo la peleó duro en su estancia en Nueva York. Hasta que, finalmente, aquel dolor desgarrador que lo invadió al dejar a sus padres, de algún modo le acicalaría su ánimo de “hacerse la América”.
Transcurrido un puñado de años, decidió pegar la vuelta a Zamora, donde se casaría con Teresa Lucas Luengo y sería padre de siete hijos.
La joven Dolores tampoco resistió el desarraigo. Y regresó a España en septiembre de 1920 con sus hijos Teresa y Alonso (fallecería en España), mientras que su esposo José haría lo propio recién en noviembre de 1921. Ya en tierra española nacerían otros tres hijos: Agustín (murió precozmente), María Adoración y José Antonio.
En cuanto a Pilar se radicaría en Washington, donde se casaría y sería madre de dos hijos.
Por entonces, la Europa de la post guerra ofrecía un escenario demasiado hostil, de dolorosa reconstrucción, con España todavía saliendo de aquella terrible pandemia de gripe que la azotó a fines de la década del ´20.
Por lo que la aventura de emigrar volvería a atrapar a José, ya con 33 años.
Fue así que el 14 de noviembre de 1927, en el barco “Almanzora”, llegaría solitario al puerto de Buenos Aires tras embarcar en Vigo, provenientes de Tamame (Zamora).
Tiempo después, el 22 de mayo de 1929, abordo del barco “Groix”, arribarían a la estación marítima capitalina Dolores, por entonces de 34 años, y los hijos del matrimonio Teresa, de 13, María Adoración, de 8, y José Antonio, de 2.
Dos años después, ya afincados en la zona rural de Río Colorado, la familia Herrero supo trazar su destino hasta que en 1931 se radicaría definitivamente en nuestra ciudad.
Hasta que en el 35, José y Dolores, quienes habían sufrido la muerte de tres de sus vástagos, serían padres de un séptimo hijo, el único argentino, llamado quizás no de manera casual… Abelardo.
Al cabo, un nombre que inspiró esta historia de inmigrantes de principios de Siglo XX.
Simple y cautivante a la vez.
Por lo esclarecedora y manifiesta del dolor de la despedida. Del adiós, como tan espléndidamente nos cuenta en su relato, rubricado el 20 de junio de 1916, nuestro amigo protagonista.
Disfrútenlo.
Tributo a siete descendientes bahienses de tantos pero tantos españoles que forjaron nuestro destino de ciudad grande.
El que aún subyace entre nosotros. En este suelo. Nelly y Lucía Reina, Nora Barriales, Mabel y Néstor Herrero Pérez y Héctor y Silvia Herrero.
***
¡Adiós! A mis padres
¡Adiós! Padres de mi vida
Aunque lo siento en el alma
Se va el hijo querido
Nacido de sus entrañas.
Solo mi pecho llora
La ausencia de mi partida,
No lloren ni pasen pena
¡Adiós! Padres de mi vida.
Hermanos, de corazón os pido
Consoléis a vuestros padres,
Le daréis gusto cumplido,
siéndoles buenos y amables.
Mientras yo tan afligido
Me veo en tan triste calma,
Repite mi triste voz
¡Adiós! Hermanos del alma.
Por último me despido
De hermanos…, primos…
Una amante que he querido
De amigos y demás gentes.
¡Adiós! Digo estremecido
Que voy a tierras extrañas
Más no por eso me aflijo
¡Adiós! Padres de mi alma.
Y con esta despedida
Me marché con ilusión
A principiar mi viaje,
Que un mes y pico dura.
“Historia de un viaje férreo y marítimo”
Saliendo de casa de mis padres
Cuando el reloj dio las cuatro
Diciéndole adiós a todos
Y mostrándome en un carro.
En cuanto me he visto en él
Me vino a la imaginación
Contarle lo sucedido
Si me prestan atención.
Atención pido señores
Digo, si me es permitido,
Para escuchar las verdades
De este joven atrevido.
Del pueblo de Fresnadillo
Que no negaré en decirlo,
He preparado el viaje
Para los Estados Unidos.
Para que ustedes no duden
Todo se lo contaré
Ha sido en el siglo veinte
Nunca yo lo olvidaré.
El día veintitrés de enero
De casa de mis padres salí
Con dirección a Zamora
Estación donde voy a partir.
Al entrar a la ciudad
Vi a los exploradores
Que andaban de maniobras
Todos muchachos muy jóvenes.
Allí estuve todo el día
Con bastante animación
Y a las doce de la noche
Me dirigí a la estación.
Estuve como dos horas
Pasando por el andén
Y al llegar las dos y cuarto
Pedí billete del tren.
A las dos y media en punto
Cuando yo al tren subía
Sin poder hablar palabra
De mi padre me despedía.
El tren parte de Zamora
Con muchísima zozobra
Dirigiéndolo, la línea,
Que va derecho hacia Astorga.
A la hora de salir el día
Llegamos a la estación
Para hacer cambio de tren
Con bastante animación.
En el tren que allí monté
Partía con mucha furia
Y a las cuatro de la tarde
Llegué a la estación de Coruña.
Donde estaba aguardando
Una mujer muy sincera
A quien iba dirigido
La cual se llamaba Teresa.
De allí subí a un coche
Dando la vuelta redonda
Y me llevó muy tranquilo
Caminando hacia la fonda.
Allí estuve siete días
Paseando muy contento
Viendo la mar y los barcos
Sobre todo los pesqueros.
También un barco alemán
He visto allí prisionero
Desde que empezó la guerra
Bastante grande por cierto.
El muelle está todo lleno
De jardines muy bonitos
Con las casas de cristal
Que son de cinco o seis pisos.
A las doce de la noche
De enero del treinta y uno
En el año dieciséis
Embarqué con mucho gusto.
Embarqué en vapor Inglés
De la compañía “El Pacífico”
Orisa tiene por nombre
Desde que fue su principio.
El rumbo que lleva al norte
Con bastante precaución
También lleva el destino
Al puerto de Liverpool.
Pero no puedo llegar
Porque la suerte lo marca
Que habría de embarrancar
En aguas del mar de Francia.
A eso de las nueve y media
Bajan la escalera del barco
Para subir pensativo
Con velocidad el práctico.
Diciendo que un submarino
Alemán con gran cuidado
En la dirección que llevo
Muchas mucias ha sembrado.
Luego le cambian el rumbo
Con dirección al norte
Porque temen que una mina
Se la encuentre y luego explote.
Como unos treinta minutos
Así marchó navegando,
Cuando dio un golpe terrible
Que nos dejó asustados.
Al hacer dos días y medio
Que en el vapor viajaba
Cerca de una isla de Francia
El vapor embarrancaba.
Como era entrada de puerto
El Capitán iba de guardia,
Con el primer oficial,
Y se lía a bofetadas.
Pero la suerte lo quiso
Que esa vez se salvara,
Porque lo tomaron del barco
Para que no se matara.
El día dos de febrero
Qué día tan desgraciado
Para los pobres pasajeros
Del Orisa embarrancado.
Por ser el día de Candelas
En España muy nombrado,
Mientras me dure la vida
Yo jamás podré olvidarlo.
A las diez de la mañana
El capitán desde el puente
Ordena preparar los botes
Para salvar a la gente.
Poniendo los salvavidas
Atados a la cintura,
Diciendo salve el que pueda
Que no tenemos ayuda.
El vapor camina de fondo
De aguas se va llenando
Vamos corriendo a los botes
A ver si así nos salvamos.
El capitán desde el puente
Con un silbo pide auxilio
Repitiendo sin parar
Que estaba en mucho peligro.
También corriendo levanta
La bandera colorada
Indicando que el Vapor
Por momentos naufragaba.
Estuvo un cuarto de hora
Haciendo señas a tierra
Para que fuera a su auxilio
El que más pronto lo viera.
Los habitantes lo ven
Preparan cuatro balandras
Y a salvar toda la gente
Salen con esperanza.
Ya se metieron en ellas
Con dirección al vapor
Con mucha velocidad
Para darnos salvación.
Se aproxima el vapor
Baja la escalera rápido
Todos queríamos salir
Y nos detiene el paso.
Diciéndonos enseguida,
Tienen que aguardar ustedes
Que es por ley salvar primero
Los niños y las mujeres.
Así han de tener paciencia
Que pronto estarán en tierra
Y a la isla Nohis Metier
Llegamos en media hora.
En cuanto desembarcamos
Nos llevaron a un hotel
A todos los inmigrantes
Para darnos de comer.
Nos trataron muy decente
Todo con mucha algaraza
Y cada uno le pedía
De lo que más le gustaba.
Haciendo traer por señas
Aunque se pidiera agua,
Porque no nos comprendía
Ni siquiera una palabra.
Por ser la isla muy pequeña
No tenían alojamiento
Para todos los del barco,
Ni tampoco el alimento.
Allí estuvimos tres horas,
Hasta que ha llegado un parte,
Que a las cuatro y media en punto
Marchemos a Saint Nazaire.
Con prontitud embarcamos
Y navegando de noche,
Hemos llegado al puerto,
Cuando el reloj dio las doce.
Más cuando desembarcamos
Nos dicen con precaución
Tienen que ir a dormir
Esta noche a la estación.
Estuvimos cinco días
Paseando en la ciudad,
Hay comercios tan grandes
Que son dignos de mirar.
El puerto es muy grande
De barcos habrá un millón
Sin contar con los que tienen
Todavía en construcción.
Estando allí muy tranquilos
El día siete de febrero,
El primer oficial llama
Que le sigamos ligeros.
Nos lleva a la estación
Y luego nos dijo así:
Se suben en este tren,
Que se van a ver París.
Donde llegamos el ocho
A las nueve de la mañana
Y hemos visto a las mujeres
Con una red por la cara.
Pues como dice el refrán
Que lo habrán oído decir,
El que quiera vestir modas
Que se vaya a París.
Es capital muy bonita
Y de grandes dimensiones
Creo que tiene habitantes,
De tres a cuatro millones.
Allí vi a los alemanes
Con los trajes medio blancos,
Que los tenían prisioneros
Y les daban muy mal trato.
Pues los hacían trabajar
Más que a bueyes al arado,
Y donde quieran que iban
Los llevaban escoltados.
Allí pasé todo el día
Paseando por las calles,
Y a eso de las ocho y media
Partimos para El Havre.
A las doce de la noche
llegué con mucha alegría,
bajándome en la estación
para subir al tranvía.
Con dirección al muelle
Por la calle partió,
A eso de las doce y media
Embarqué en otro vapor.
A la una de la mañana
Se levantaron las anclas
Para empezar a marchar
Por el Canal de la Mancha.
Allí estuve siete horas
Paseando por la rambla,
Por cada inglesa que veía
Mudaba el color de mi cara.
Porque las hay muy bonitas
Y también muy resaladas
Para ser pecar a un hombre
Cada vez que las miraban.
Con sentimiento partí
Solo con decirle adiós
Y a las cuatro de la tarde
Marché para Liverpool.
Donde he llegado de noche
A las dos de la mañana
Y el tren que me conducía
Parecía que volaba.
Porque pasábamos cerca
De donde dan las batallas
Y temían que los aeroplanos
Alguna bomba tiraran.
Al llegar a la estación
Ya me estaban aguardando
Para llevarme al hotel
Uno que estaba encargado.
Allí estuve tres días
Junto con los compañeros
Paseando por la ciudad
Y viendo muchos comercios.
Es un puerto muy grande
Y de mucho movimiento
En Inglaterra no hay otro,
Ni comparación de ello.
No pasan tres minutos
Si alguno los va contando,
Que no levanten los puentes
Para entrar y salir barcos.
De aquí no hay más detalles,
Pero no quiero pensar
Sólo diré que el día doce
Volví otra vez a embarcar.
En el vapor Nueva York
Que el día once se esperaba,
Entré en él muy contento
A las diez de la mañana.
A las cuatro de la tarde
Le levantaron las anclas
Con destino a Nueva York
Lo ponen a toda marcha.
Con las luces apagadas
Marchó a prisa navegando
Por miedo a los submarinos
Y con los botes colgando.
Pero por el temporal
Con poca marcha fue
Y en vez de tardar ocho días
Hemos empleado diez.
Algunos días creí
Cuando me ponía a pensar
Que iba a servir de pasto
Para los peces de mar.
Porque las olas pasaban
Todas por encima del barco
Y estuvimos en peligro
Cuando cruzamos los bancos.
Que llamaban de Terranova
En todas partes nombradas
Por el peligro que tienen
Cuando los cruzan los barcos.
Pero por fin ha llegado
al puerto de Nueva York
con todos los pasajeros,
de febrero el veintidós.
A las nueve de la mañana
Cuando el vapor atracaba
He divisado a mi hermano
Que impaciente me esperaba.
Recibí tanta alegría
Que me puse tan contento
Que no sabía si llorar
O reír al mismo tiempo.
Había estado hace días
Esperando en Nueva York,
A la mañana iba al muelle
A ver si entraba el vapor.
Más el día veintidós
Él bastante madrugó
Porque tuvo la noticia
Que llegaba aquel día el vapor.
Cuando salimos de allí
Montamos un elevado
Con dirección a una zonda
Adónde llegamos muy rápido.
Con un hambre canina
Imposible de aguantar
Que eran las cinco de la tarde
Y teníamos que almorzar.
Así pasamos el día
En el hotel descansando
Para marchar el día siguiente
Donde habitaba mi hermano.
Cuando bajamos del tren
Era ver una hermosura
Metiéndonos en la nieve
Por encima de la cintura.
Hemos llegado tranquilos
Y muy frescos de la cara
El veinticinco de febrero
Al hogar, o sea a la casa.
Extrañando tanto el frío
Que se cortaba el aliento
No pudiendo estar parado
Siquiera por un momento.
Así he llegado a la casa
Bastante desmejorado
Siendo imposible contar
Las fatigas que he pasado.