Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Marta Sanz: "El feminismo nos está ayudando a reinterpretar nuestro cuerpo y nuestras historias"

La escritora española habla sobre su libro pequeñas mujeres rojas.

   Con un lenguaje poético y lacerante que traspone lo testimonial para cuestionar los usos perversos de la palabra cuando está al servicio de una memoria distorsionada, la escritora española Marta Sanz narra en pequeñas mujeres rojas —culminación de una trilogía que desdibuja los límites de la novela negra— las historias detrás de los cuerpos de mujeres y niños que yacen en fosas comunes en un pequeño pueblo español, uno de los tantos que fueron arrasados por las secuelas de la Guerra Civil.

   La autora de Clavícula y Farándula, una de las voces más interesantes de la escena literaria española, eligió una geografía microscópica y replegada en el tiempo para avanzar más allá de la evidencia unánime de que toda guerra implica la capitulación de la humanidad ante la barbarie y plantear que hay quienes sufren pérdidas mayores, cuantificables en despojos materiales y simbólicos, y en muertos que un bando exhibe como trofeo. Un arrebato más doloroso todavía si esos cuerpos inertes son desaparecidos o camuflados en sepulturas anónimas.

   pequeñas mujeres rojas —escrito todo con minúscula por decisión de la autora— arranca con la llegada de la detective Paula Quiñoñes a la minúscula Azafrán, una localidad ignota que ha blindado su pasado y ha escogido un relato oficial de héroes y patriarcas tan vidrioso que enciende las alarmas apenas la protagonista se hace presente con la misión de desenterrar los huesos no identificados que aún ocultan las fosas de la Guerra Civil.

   Pero los referentes se diluyen a medida que se desanda esta novela recién editada por Anagrama: Sanz utliliza el trasfondo aportado por uno de los períodos más cruentos de la historia española para hablar sobre memorias malversadas que son cristalizadas por un lenguaje perverso a esos fines y sobre los relatos despiadados de violencias ejercidas especialmente sobre las mujeres, que irrumpen como cuerpos en vigilia para ser leídos, a la luz de los feminismos, bajo la consigna "lo personal es político".

   —Los cuerpos de los muertos tienen un rol central en la novela y para los lectores argentinos remiten a los cuerpos de los desaparecidos durante la última dictadura militar ¿El duelo están siempre en suspenso en tanto se necesita de cierta "materialidad" para tramitar la pérdida?

   —Ustedes tienen una experiencia tan terrible como la nuestra. Creo que los familiares de los desaparecidos y desaparecidas necesitan ver los cuerpos, encontrarlos, tener algo tangible, huir de un mundo de fantasmagorías donde puedan llegar a confundirse realidad y ficción, vigilia y sueño. Hay cosas que no se deben olvidar porque sin ese recuerdo no hay aprendizaje ni modo de que las heridas cicatricen. No se trata de venganza, sino de justicia y reparación.

   Las Madres de Plaza de Mayo son un ejemplo, igual que lo son en España hijas, hijos, sobrinas y sobrinos, nietas y nietos, que buscan a sus familiares en cunetas y en fosas comunes de los cementerios pese a todas las trabas institucionales que puedan existir. No hablamos solo de los horrores de la guerra, sino de cuarenta años de represión ejercidos sistemática y cruelmente que ahora parecen borrarse, desdibujarse, cuando escuchamos el discurso del líder de la ultraderecha española afirmando que el gobierno de Pedro Sánchez es el peor que ha tenido España en los últimos ochenta años, de modo que, para él, la dictadura fue mucho mejor que el actual gobierno de coalición. Estas operaciones solo son posibles desde la desmemoria, el desconocimiento y la insistencia en un discurso de conciliación que no se puede practicar ni desde la equidistancia ni desde la solemnidad ni desde la retórica nostálgica.

   —Da la impresión de que las palabras habilitan una dimensión política de la novela en tanto el lenguaje no es utilizado solamente para testimoniar, sino que pareciera desempeñar una función más compleja que incluye cuestionar, reaccionar y hasta ir a contrapelo de lo que se narra...

   —La literatura refleja realidad en la misma medida en que construye realidad y, en este sentido, el uso de un lenguaje colonizado por la ideología invisible entraña ciertos peligros, mientras que la indagación sobre un lenguaje intrépido que plantee preguntas al espacio de recepción puede constituir una forma de intervenir en el ámbito social. Por eso, en la novela hay dos aproximaciones hacia el lenguaje en las que por una parte, el estilo como modo de representación de lo real implica una mirada ideológica sobre cómo se ha representado -para normalizarla- la violencia ejercida contra el cuerpo de las mujeres a lo largo de la historia de la literatura y del arte. Por otra parte, vivimos en un mundo veloz y epidérmico, en el que la profundidad connotativa del lenguaje literario, sus vericuetos, sus juegos, sus bellezas y complejidades pueden entenderse como alternativa a la prisa y el ruido. Esta novela es política no solo por las peripecias narradas, sino muy especialmente por ser poética: por plantear un pacto de lectura lleno de preguntas y miradas alternativas, fuera del estereotipo de lo "normal"…

   —¿De qué manera el signo de los tiempos interviene para que la perspectiva de género pueda iluminar otra faceta de la historia española en esta novela? ¿Cómo se releen estos cuerpos en vigilia que peregrinan por la novela a la luz de la consigna "lo personal es político"?

   —El feminismo nos está ayudando a reinterpretar nuestro cuerpo, nuestras historias y nuestra Historia. Entendemos de otra manera la opacidad o el silencio, incluso la ira, de mujeres de nuestro pasado. Ahora podemos leerlas en una clave de insatisfacción, cultural y política, a la que ellas posiblemente no pondrían ese nombre. Sufrí mucho escribiendo el libro porque, a través de personajes de ficción, resitué a mujeres de mi vida a las que no había sabido comprender porque los códigos culturales de nuestro tiempo no nos permitían hacerlo. Ahora somos capaces de relacionar la violencia contra el cuerpo de las mujeres en el espacio público con las violencias privadas: los maltratos, las violaciones y los femicidios, las agresiones directas a nuestro cuerpo que se producen todos los días, se vinculan con el abaratamiento de la fuerza de trabajo femenina, con nuestra mayor tasa de desempleo, nuestros salarios y techos de cristal, nuestro riesgo de exclusión y pobreza… Todas esas condiciones económicas y sociales se reflejan en nuestras vidas íntimas: ahora también.

   —Por un lado el libro instala la cuestión de la violencia sobre las mujeres y por el otro sus modos de representación ¿Cómo se debe posicionar el lenguaje frente al riesgo de revictimizar a las depositarias de la violencia patriarcal?

   —Las mujeres deberíamos reflexionar sobre el origen de nuestros deseos porque a menudo esos deseos responden a una expectativa patriarcal. La violencia contra la mujer no se recrea en la descripción sensual de la anatomía femenina, sino en el instrumento que la daña. En todo lo externo que la destruye. Con esa opción se evita la rentabilidad morbosa del cuerpo femenino golpeado, y se habla metafóricamente de todos los artefactos ideológicos que aprisionan, violentan y matan a las mujeres. Sin embargo, soy consciente de que no me puedo sustraer a la imaginería heteropatriarcal y a los patrones de belleza en que hemos sido educadas. No soy el hombre que puso nombre a los animales, sino la mujer rota, consciente de sus contradicciones y rebelde frente a la mentalidad de ahorro, la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Incluso cuando se habla de lenguaje. (Télam)