Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Escándalo en el cielo de Punta Alta

Una extraña luz sobre el Barrio Albatros XX de la vecina ciudad, abrió la discusión sobre posible actividad paranormal. ¿Será verdad?

Fernando Quiroga / Especial para "La Nueva."

fernandodepunta@gmail.com

   Los hechos que vamos a narrar a continuación, corresponden aparentemente a una vivencia reciente. Pertenecen al tipo de testimonio que, aun siendo posiblemente real, parece inverosímil por sus características extrañas y confusas. Involucra a personas simples, amables y sin ninguna intención de fabular; con grandes condicionamientos religiosos y conservadoras concepciones del mundo. Cada palabra vertida en éste artículo surge de la voluntad espontánea de un grupo de vecinos, sin otra intención que referir aquello que los aterrorizó, aún frente a la incomodidad para ellos que esta revelación conlleva.

   Adrián y Mariana (a los que llamaremos así por expreso pedido de la familia, no son sus nombres reales), pertenecen a un movimiento cristiano. Sus creencias, bastante ortodoxas, nunca habían entrado en pugna, hasta los hechos acaecidos en la madrugada del 1 de abril, hace exactamente veintiséis días.

   La jornada del 31 de marzo había sido por demás difícil. Se cumplían los primeros nueve días de la cuarentena, y los ánimos, tanto dentro de la casa como en las relaciones con otros familiares y compañeros de trabajo, empezaban a recrudecer. Adrián, exceptuado de quedarse en el hogar por su condición de miembro de las Fuerzas Armadas, pasaba el mayor tiempo en actividades fuera de la casa. Esa tarde, al volver, había mantenido una fuerte discusión con Mariana; la cotidianidad exacerbada se había convertido en un monstruo territorial y aguerrido, la tolerancia era un espacio rancio donde pernoctaban las miserias de ambos.

   Ya hacía un tiempo había pensado en separarnos. El Pastor nos había ayudado a sobrellevar el mal trago –expresa compungida Mariana. Se detiene, respira, se le llenan los ojos de lágrimas y sigue– pero ya peleábamos por cualquier cosa. Mi líder en la iglesia decía que era la intromisión del demonio; yo lo respeto, pero no creo que haya sido eso. Estábamos cansados, estaban pasando muchas cosas, nada más.

   Lo cierto es que se acostaron temprano, con la incomodidad de compartir el silencio después de la discusión; él primero, ofendido e innecesariamente verborrágico; ella después, silenciosa pero no sumisa; sus miradas decían demasiado, y hubieran derribado muros si se lo hubiese propuesto.

   Lo que sigue a continuación, corre el riesgo de parecer surrealista, ya que es el primer recuerdo de Mariana al despertar. Afirma que, en una especie de estado de sonambulismo; con ojos desencajados (ausentes de pupilas según el aporte de su marido), salió de la cama y se dejó llevar por el mantra subgrave que envolvía todo. Se oía un ruido, persistente, parecía indefectiblemente un motor o un instrumento de viento grave y monocorde, algo fatídico… caminó en camisón por el pasillo y se detuvo frente a la puerta. Volvió autómata sobre sus pasos a la habitación, abrió la ventana y salió por esta a la calle, levantando los brazos al cielo, en incómoda y rara actitud suplicante.

   Un objeto metálico enorme, ovoide y llenó de luz flotaba sobre su cabeza.

   Adela (tampoco es su nombre real) es vecina de Mariana y Adrián. No solo refrenda la historia, y parcialmente el testimonio de ambos (lo que vio) sino que suma un detalle bastante particular, algo más que perturbador.

   Yo ese día me había acostado tarde porque me había quedado imprimiendo un par de recetas para mi yerno, que es policía –refiere la pensionada de 67 años-. Al otro día, como iba a andar de rondín, las iba a pasar a buscar para mi hija. Así que estaba despierta a eso de la una menos cuarto, cuando escuché el grito.

   Adela, en el interior de su casa, también había escuchado el ruido. Lo considera un zumbido, un estertor infernal, y al mencionarlo se persigna. Asegura que recordar el hecho derriba todas las posibilidades de tranquilidad que con mucho esmero había intentado sostener.

   “Mi yerno, la vez pasada, me había tenido que conectar la impresora a la máquina vieja de escritorio que tengo en el living, por eso estaba cerca de la ventana que da a la calle cuando vi a Mariana –guarda silencio y sigue narrando con toda dificultad- …pensé que estaba sobre algo, porque por arriba de la máquina de coser que me da a la ventana, tengo varias cosas y no llegaba a verle los pies, hasta que vi al marido que se acercaba corriendo y que la `tiraba´ como para bajarla…

   Sobre un cielo rojo sangre horadando la inmensidad; atizando la versión violenta de una aurora impensada, el escenario de matices era propicio para la siniestra aparición del objeto sobre la cabeza de Mariana. Según Adrián, debía de medir más cincuenta metros de circunferencia y, por lo que calculó más tarde, estaría suspendido a tan solo cien metros sobre el barrio. La potencia lumínica de un camión lejano, en la recta de ingreso de la ruta 249 pareció, durante escasos segundos, destacar la magnificencia metálica. Mariana, súbitamente encandilada y aturdida, se encontró con la respiración agitada, descalza, en camisón, y en el medio de la calle mirando hipnóticamente la luz, como si fuera un insecto.

   Adrián se dio vuelta pesadamente en la cama y su brazo encontró el vacío donde debería de estar Mariana. Los sentidos se le agudizaron con la tensión del horror y la precisión de la fiebre. Se incorporó hiperventilando, mareado y atravesado por el desconcierto. La persiana estaba a medio subir y el frío creciente de la madrugada movía fantasmalmente las cortinas; el vidrio estaba corrido.

   -Mariii –gritó el marido hacia la puerta que daba al pasillo que conducía a la cocina, sin notar aún que su esposa, afuera, descubría nuevas luces en el objeto con extraña expresión bestial.

   -Creí que me moría cuando la vi –confiesa el militar–. Fui hasta la cocina. No entendía dónde podía estar, porque en el baño no la había visto; la puerta estaba abierta y la luz apagada. Fue en este momento cuando escuché el grito.

   Al salir corriendo hacia la calle, el sonido sórdido que parecía crecer, le daba sustento a la imagen urticante, imposible, irreal.

   -Nunca sentí un viento que viniese recto desde arriba –afirma impresionado Adrián– y eso que he hecho campañas antárticas, donde he visto y sentido sensaciones que no volví a ver ni sentir en otro lugar, pero esto era tremendo…

   Abrió la puerta detrás del alarido de su mujer, y la vio suspendida, fantasmal, a medio metro sobre la calle.

   En el Barrio Albatros XX, de Punta Alta, habían pasado cuarenta y cinco minutos del nuevo día, del 1 de abril de 2020; un transcurrir de otoño que será recordado por siempre como el otoño de la cuarentena. Esa madrugada, que en apariencia era igual a cualquier otra, tenía bajo su manga de croupier siniestro, cartas enmohecidas, con oscuros y fatídicos presagios. Nada parecía ser lo que en realidad era. Hasta el movimiento de las ramas de los árboles frente al viento desatado, parecía inverso a las realidades físicas; como una maquinaria funesta e inesperada, todo el mundo en derredor parecía calcado de un extraño y nauseabundo guion cinematográfico.

   -La vi así; la agarré de la cintura, la abracé sin que toque el piso y entré corriendo a casa... –asegura Adrián sin poder contener las lágrimas–. Para mí lo vivido no es obra de Dios –defiende su fe el suboficial en actividad– el Señor nunca pudo permitir esas aberraciones…

   Cuando Mariana volvió en sí, se abrazaron llorando como chicos, juraron volver a quererse y respetarse, como si renovasen los votos, mientras afuera; el sórdido de mantra que evocaba al Cthulhu de Lovecraft, seguía aterrorizándolos desde lo indescifrable, desde la profundidad de una incertidumbre hueca que reverberaba desdichas.

   Esa noche no notaron que Mariana, en del cuello, debajo de la epiglotis, tenía un cuerpo extraño, de consistencia metálica, que, al tocarlo con las yemas del índice y el pulgar, parecía comenzar a vibrar.