Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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El homérico desafío de vencer el mal del día después

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

   El Gobierno ya ha hecho su elección. El presidente Alberto Fernández dijo esta semana que, entre la economía y la vida, defenderá la vida. Es una toma de posición muy fuerte que desafía al mismo tiempo los temores y oscuros pronósticos que  anidan en la mayoría de los observadores independientes pero también hacia el interior de la propia administración. 

   Para ponerlo en palabras de un funcionario del área que encabeza Martín Guzmán: qué economía sobrevendrá, y de seguro cuáles serán los males que traerá aparejados, el día después que la pandemia del coronavirus permita volver a la mínima medianía de un país normal. 

   Por si hiciese falta, sin ánimo de generar alarmas innecesarias, una vuelta a los abrazos y a la posibilidad de transitar las calles que en el mejor de los casos podría darse no antes de un año. O año y medio para los países más comprometidos, que por ahora no sería el caso de la Argentina, según un reporte de la OMS.  

   El presidente da señales de no ser un desavisado en esa cruel disyuntiva: salvar la mayor cantidad de vidas que se puedan, y evitar que la curva de contagios se dispare a un cuarto de millón de ciudadanos según el informe ahora no tan reservado de Ginés González García, apoyado en el comité científico de expertos que asesoran a la Casa Rosada, para fines de abril y hasta mediados de mayo. 

   Al mismo tiempo intentar evitar que el descomunal parate de la economía no termine siendo, como pronostican no pocos analistas que miran la realidad local pero que coinciden con sus pares en el mundo, peor el remedio que la enfermedad.

   Por esa vía del pensamiento presidencial de atenerse por ahora a su obsesiva decisión de hacerle frente a la pandemia en el menor tiempo posible y con la menor cantidad de contagiados y muertos, hay que anotar las fuertes medidas restrictivas que ha tomado y las que va a tomar en las semanas que siguen, convencido por su equipo de científicos y por informes de especialistas mundiales que ha leído, que lo peor todavía está por venir.

   ¿Cómo conciliar la lucha denodada contra la expansión de la pandemia y al mismo tiempo mantener la economía en pie aunque sea en su mínima expresión, cuando los propios intendentes peronistas que lo han visitado alertaron sobre riesgos ciertos de estallidos sociales y posibles saqueos en el hirviente conurbano bonaerense? 

   La única respuesta a ese crudo interrogante que entregan en el Gobierno y que repite el presidente ante cada interlocutor por ahora es toda una apuesta, el enorme desafío de manejar el automóvil sin luces en medio de una profunda niebla. “A mí la historia me puso en este lugar aquí y ahora para luchar contra la pandemia, y eso es lo que estoy haciendo”, repite el presidente a cada paso.

   Fernández sabe que de algún modo, y salvando las distancias, juega con cartas marcadas. Una docena larga de encuestas que se han conocido en la última semana le dan la derecha al presidente en su titánica lucha contra la pandemia. Aún con sus idas y vueltas, que lo han caracterizado desde que llegó al poder. Pero más de un tercio de la población no solo lo apoya en esa batalla sino que considera que ha tomado a tiempo decisiones que en otros países, como Italia y España, están provocando una inconmensurable tragedia humana.

   Cabría interpretar que el Gobierno ya tiene claramente sus prioridades, y que lo que ha hecho y lo que podrá hacer en los próximos días para aliviar la situación de los que menos tienen y más indefensos se encuentran frente al avance imparable de este huracán global, se hará con las herramientas que se tenga a mano. 

   Como si hiciese falta, en el Gobierno decían el viernes que el tema del endeudamiento externo, de un eventual acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y los bonistas privados ha pasado a tercer plano, ni siquiera al segundo. Justo el tema, vale recordar, que también obsesionaba pero por razones opuestas al presidente cuando asumió. “Si no ponemos en marcha la economía no podremos salir y no podremos pagar”, decía entonces Alberto. 

   Hoy está obligado a hacer todo lo contrario: atender primero y a rajatabla el tema de la salud dela población. Lo demás se verá. Tanto, que el ministro Guzmán dijo directamente ante una consulta de especialistas que ahora mismo no tiene en su carpeta ni un borrador de propuesta para los acreedores.

   El presidente ha dado muestras de que no le temblará la mano para tomar las decisiones que le otorga la Constitución para frenar la pandemia. Aunque le traiga algunos costos políticos internos, como cierta mirada cavernícola de sectores ultras de su coalición por la decisión de sacar las Fuerzas Armadas a la calle para que asistan en temas de salud, logística y reparto de comida. 

   O las rencillas con el gobernador bonaerense Axel Kicillof, por más que Alberto las niegue en público, pero que transitan carriles privados. Otra vez los intendentes bonaerenses del palo le han hecho conocer sus diferencias con el mandatario provincial. 

   Kicillof, imprudente, aportó a esa minigrieta cuando dijo el jueves que el coronavirus  “no se resuelve persiguiendo a los que no cumplen la cuarentena”. Justo cuando el presidente calificaba de ”idiotas” a los que violan el aislamiento obligatorio. “El presidente no puede andar en pavadas, se la dejó pasar”, dicen a su lado. 

   Al presidente le habría generado un sabor amargo, dicen también los confidentes, la partida de regreso desde Cuba de Cristina Fernández, que había viajado violando la cuarentena, mientras dejaba atrás a unos mil argentinos varados en La Habana sin tan solo un breve tuit de conmiseración para esos compatriotas. 

   Son minucias comparadas con el homérico desafío que tiene por delante el presidente. Amparado, eso sí, lo cual no es poco, por un pico de popularidad cercano al 65 por ciento que le ha otorgado la sociedad. Toda la sociedad.