Coronavirus: Profecías de la muerte y otros infiernos
Hay quienes creen que todo fue anunciado, y que el destino es inquebrantable. Aquí les presentamos curiosos antecedentes del COVID-19 en la literatura; algunas malas interpretaciones y otras, coincidencias de escalofriante exactitud. Tramas, misterios y el miedo como protagonista, sobre la plaga más temida de los últimos 100 años.
Fernando Quiroga / Especial para “La Nueva.”
Cuando uno habla de profecías, el término nos remite al referente más grande de occidente; infaliblemente pensamos en Jean-Michel de Notre Dame, más conocido como Nostradamus y sus interminables presuntos aciertos que han marcado (y lo seguirán haciendo) el ritmo de nuestra fascinación por la futurología. Sin embargo, si hay que ser justos, debemos decir que la imprecisión de las sextillas del popular astrólogo francés, se prestan para interpretar cuando la locura convenga al comunicador de turno. Estrictamente han habido aciertos probados del místico, pero también mucha tela para especular.
El propio Adolf Hitler, en conocimiento de la sugestión sobrenatural de los parisinos, antes de bombardear la Ciudad de las Luces, ordenó a sus aviones soltar por los aires panfletos donde anunciaba la destrucción de la misma, y para ello apeló a la pluma legendaria de Nostradamus. Lo cierto era que, el mismo dictador austríaco, era tan propagador de las teorías conspirativas como consumidor de las mismas. Pero… ¿no somos todos un poco iguales al respecto? La verdad es que lo más viral que nos aqueja, es nuestra naturaleza promotora de miedos.
Como fuere, el presente artículo presentará al coronavirus en la literatura, tanto en absurdas teorías conspirativas que lo anunciarían, como también en tremendas e inesperadas expresiones que lo describen con terrible exactitud, generándonos un temor irrenunciable.
Para comenzar tranquilos: Nostradamus se vende en cualquier góndola.
Definitivamente, jamás el gran referente europeo de la astrología moderna habló del coronavirus. Las fuentes confusas apelan al texto que afirma “La gran plaga de la ciudad marítima no cesará hasta que se vengue la muerte de la sangre justa (...)”. ¿Plaga de ciudad marítima? Wuhan, justamente la ciudad donde habría originado el virus, no tiene salida al océano. Los intérpretes conspiradores, han intentado justificar este texto, vinculando las palabras de antaño con la ciudad de Hong Kong, donde se detectaron algunos de los primeros casos. Esta excusa con fórceps es innecesaria.
Sin embargo, aparentemente más específico, desde ayer comenzó a circular en las redes un banner donde otro escrito del médico del siglo XVI, haría referencia a la cepa del COVID-19. Transcribiré a continuación el texto y, entre paréntesis, copiaré la interpretación actual del confuso poema: “Y en el año de los gemelos (2020), surgirá una Reina (alusión al Coronavirus), desde el oriente (China), que extenderá su plaga (COVID–19) de los seres de la noche (murciélagos), a la tierra de las siete colinas (Italia), transformando en polvo (muerte), a los hombres del crepúsculo (ancianos), para culminar en la sombra de la ruindad (fin de la economía mundial)”.
Sin palabras. Cualquier persona con algo más que cultura media, se da cuenta que la única alusión real e interpretable del poema, es la puntual referencia a Italia “…tierra de siete colinas”, aunque la imagen describa a Roma (así era mencionada en la antigüedad). Apelar nuevamente a Nostradamus para justificar la locura global, es una irresponsabilidad a la que, en occidente, estamos acostumbrados. El gran profeta de 1555, es un ícono pop en un mundo hambriento de justificaciones; pero por favor, paremos la mano con él…
Stephen King: y la plaga mística
Sin quererlo ni haberlo previsto, el gran Stephen King, se transformó en el mago del terror. Padre de Carrie, It, El Resplandor, Cementerio de Animales y otros tantos clásicos, escribió también, en 1978, una novela que revisó y modificó favorablemente a fines de los años 80, alargando no solamente su trama, sino logrando profundizar un hilo diabólico que hoy volvemos a mirar con reverente temor. “The Stand” es el título en inglés, y literalmente, quiere decir “La Postura”. En nuestras librerías tuvo dos nombres según los años y las traducciones: “La Danza de la Muerte” en primer lugar, y “Apocalipsis” posteriormente. En su haber, es la cuarta obra de su autoría, pero al leer la extensión mencionada, nos topamos con un escritor mucho más maduro y comprometido, con un abordaje superior en el discurso creativo; sobre todo en la utilización de la paranoia como elemento conductor.
Al tratarse de una ficción, aplausos de pie para él. Sin embargo, es interesante mencionar que la novela habla de una gripe que deviene en peste global. . Asimismo, presenta a una gran cantidad de sobrevivientes, inmunes a la gripe letal, que terminan agrupándose en dos grandes espacios; los que sueñan con Abigail Freemantlee, una anciana en un maizal que los lleva por la senda del bien; y los que caen en las fauces de Randall Flagg, un demoníaco personaje que recluta a siniestros efectores; se llama asimismo “El Capitán Trotamundos” (Captain Rolling Stone), y se manifiesta como la fuerza de la plaga que viene a diezmar a la humanidad. Esta fantasía post-apocalíptica (al igual que la actual The Walking Dead) de terror y suspenso, plantea, en una elocuente perspectiva, una tasa de contagio y mortalidad del 99,4% a esala global.
En estos días de convulsión, es imposible no recordar esta novela del gran escritor de Maine, llevada a la pantalla chica en 1993.
El texto definitivo: La novela que profetiza la locura
El escalofrío termina prevaleciendo, porque en esta oportunidad, la realidad no termina superando a la ficción, pero parece basada en ésta. El parecido del libro "En los ojos de la oscuridad" ("The eyes of darkness") con la pandemia actual del coronavirus asusta demasiado. Las precisiones son tantas que es imposible no pensar en una conexión más allá de lo evidente.
Dean Koontz es un autor norteamericano de novelas de terror y misterio. No ha sido tan relevante ni famoso como Stephen King, pero goza de cierto prestigio en el mundo de la literatura de horror.
En 1981, al editar el libro mencionado, sostiene como columna vertebral de su argumento algunos datos por demás coincidentes con nuestra realidad actual.
En el contexto de la última década de la Guerra Fría, Koontz da cuenta de un poderoso virus pergeñado en la ciudad de Wuhan, en las guaridas militares del Comunismo Chino.
Y esto solamente como inicio en la coincidencias; porque si bien oímos (con muchas imprecisiones) de las versiones que afirman que el brote de COVID-19 se debe a la mugre y contaminación de los mercados de la ciudad en cuestión, ya la inteligencia del diario norteamericano The Guardian, había refutado fuertemente esta consideración como trascendido, hablando del mercado de comestibles como fachada para encubrir el accionar de un laboratorio de armas biológicas, del cual se habría desprendido la pandemia, luego de una serie de errores inmanejables…
Pero, ¿qué dice la ficción? Mucho y muy puntual, sin embargo, lo que aterra y abre fuertes teorías conspirativas, es lo que se aprecia en el capítulo treinta y nueve de la novela, donde se lee: “un científico chino llamado Li Chen escapó a los Estados Unidos llevando consigo un diskette con información sobre el arma biológica más importante y peligrosa en una década. Se llama Wuhan-400, porque se desarrolló en el laboratorio que está en las afueras de la ciudad de Wuhan, en China, y fue el número 400 entre las cepas viables de microorganismos…”.
Les recuerdo que lo que acaban de leer, fue publicado en 1981.
Como fuere, digan lo que digan, no podemos dejar de reconocer que la novela de Dean Koontz pronostica el fenómeno del coronavirus, no sólo en la precisión del lugar donde surgiría sino en un dato aún más escalofriante. En otra parte del relato, anticipa que el alcance global de la destrucción masiva, “será para el año 2020”.
Tranquilos, la ponzoña biológica que hoy nos tiene en vilo, posee una tasa de mortalidad entre el 2 y 3%. Esa es la palabra de nuestros profesionales de la salud, la que debemos seguir y en la que debemos confiar. Sin embargo, entre tantos aciertos del escritor de “Los ojos de la oscuridad”, no podemos dejar de recordar (y lo compartimos cerrando esta nota) el fragmento de misma novela que afirma: “El virus migra al tejido cerebral y allí comienza a segregar una toxina que destruye la parte del cerebro que controla todas las funciones automáticas del cuerpo, hasta que la víctima deja de tener pulso o cualquier necesidad de respirar".
Ojalá que las coincidencias entre la fantasía y nuestra actualidad, sean meramente parciales.
Ojalá la ficción sea una simple casualidad; un inocente espejo que, desde el pasado, fingió un destino de horror que hoy, parece real.
Ojalá podamos despertar de esta pesadilla de incertidumbres oscuras, que cada día, nos sumerge aún más, en el imperecedero declive de nuestra naturaleza autodestructiva.