Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Volantazo de manual al curso de la agenda política

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

    Sin nada que reprocharse, a poco que se repase cualquier manual de política, voceros del Gobierno se solazaban en las últimas horas con un dato de la realidad sobre el que cuesta disentir. El presidente Fernández, aunque en una obvia extensión el pleno del gobernante Frente de Todos, logró darle un volantazo  -la fuente prefirió llamarlo “golpe de timón”-  al curso de la escena política, cooptada desde hace demasiado tiempo por las desventuras en torno a la pandemia y el descalabro de las principales variantes de la economía, empezando por la escalada inflacionaria y los pronósticos sobre aumento de pérdida de empleos y de la pobreza, el fin del IFE y los ATP y el descongelamiento de tarifas en marzo.

   Mientras la oposición se rasga las vestiduras y llora por los pasillos del Congreso por el “avasallamiento de las instituciones”, el oficialismo avanzó esta semana con pericia maquiavélica y logró tal vez como nunca antes en estos 11 meses de gestión instalar en la escena política, y en los medios, su propia agenda. 

   Nadie podrá negarle al Frente de Todos -más allá de las recurrentes peroratas propias y ajenas sobre si Cristina y Alberto  hace un mes que no se hablan, sobre si manda ella o manda él- que logró avanzar y copar la agenda de temas sin que la oposición mayoritaria encarnada por Cambiemos pudiera hacer nada para evitarlo.

   Hay otro dato que aquellos confidentes no dejaban pasar por alto. El oficialismo en su variopinto conglomerado de colores logró por primera vez en mucho tiempo algo que los estrategas políticos del albertismo y también quienes atienden en las oficinas del Instituto Patria venían clamando: recuperar la calle. Recuperar para los propios una escena que en los últimos meses había quedado en exclusivas manos de los banderazos contrarios al gobierno y a los intentos del cristinismo duro por acomodar la Justicia su gusto. 

   El milagro operó el miércoles frente al Congreso, en el Obelisco y hasta en la Plaza de Mayo, donde manifestaron la CGT, los camioneros de Pablo Moyano, los “verdes” partidarios del proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo; quienes festejaban la sanción del impuesto a los ricos impulsado por Máximo Kirchner, y en gran medida la movilización del aparato peronista-kirchnerista-sindical, todos amuchados con los militantes de La Cámpora, para celebrar el Día del Militante. Cartón lleno y sin que nadie desde la oposición atine a sugerir siquiera que en esas multitudes también podría haber un germen de contagio, como el Gobierno azuzó a los banderazos cada vez que salieron a protestar. Delicias del magistral manejo del relato kirchnerista, que celebra en sus propias filas lo que critica con fiereza cuando lo hacen otros.

   Veamos. El Gobierno no solo venía perdiendo en los medios la batalla por el relato de la marcha de la pandemia y la economía. Al mismo tiempo trabajaba sobre la mesa un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional  -casi una herejía para el progresismo militante-  para patear hasta 2025 la deuda que heredó del macrismo. 

   El Indec le aportaba otro mal trago como era la inflación de octubre, la más alta de todo el año que proyecta casi un 50 %, otra vez, analizado el aumento de los precios de la canasta básica. Y, hay que decirlo, algo complicó por si no faltasen problemas la nueva carta de Cristina, refrendada por todo su bloque de senadores, donde se condicionaba a Martín Guzmán en el tratamiento del acuerdo con el FMI para que no castigue una vez más a los que más sufren los ajustes (palabra prohibida en el léxico oficialista) que demanda el organismo apenas se sienta a conversar.

   Cual mago que saca un conejo de su chistera, el Gobierno presentó su agenda propositiva y se adueñó de la escena. Anunció con festejos el nuevo aumento de las jubilaciones y la fórmula que, según Fernanda Raverta, permitirá superar la inflación y la emparejará o superará incluso con la que rigió durante el primer mandato de Cristina. Casi en paralelo, iputados le dio media sanción al impuesto a la riqueza, celebrado por el oficialismo como uno de sus grandes hitos, más allá de las dudas que genera por el lado del impacto negativo en el futuro de las inversiones privadas.

   Casi la frutilla del postre de esa embestida mediática y política, el presidente Fernández reflotó sin pestañear y envió al Congreso el proyecto para despenalizar el aborto. Una jugada de manual para contribuir a recuperar el centro de la escena. El presidente no dudó en subirse rápido a ese carro y se definió como “abanderado” del proyecto, pese a que por debajo sabe que en el Senado otra vez dependerá de los humores de su vice y mentora para conseguir la otra media sanción.

   No fue casual, en ese armado de la nueva agenda que busca imponer el Gobierno, el viaje relámpago del jueves de  Alberto a Colonia para compartir un asado con Luis Lacalle Pou. Todo suma aunque no se haya tratado esta vez más que una “juntada” con otros dos amigos como el embajador Alberto Iribarne y el canciller Francisco Bustillo. 

   El presidente, un dato que no debiera pasar desapercibido para el futuro, le tomó el jueves juramente a Jorge Ferraresi como nuevo ministro de Hábitat y Vivienda. El albertismo sumó a la agenda positiva ese dato y dijo que para su jefe “está saldada” la cuenta con aquella dura carta de Cristina en la que le reclamó cambios. 

   Solo el paso de los días dirá si ese optimismo tiene bases firmes.