Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Recrear confianza, no solo económica sino política...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

NA y Archivo La Nueva.

   Los más recientes pronunciamientos de hombres de negocios y de personalidades claves del escenario internacional que ocurrieron la semana pasada en el coloquio empresario anual más importante del país, parecieron marcar muy claramente el perfil de las preocupaciones de esos sectores claves de la producción y la generación de empleo.

   Podría resumirse ese conjunto de expresiones en dos aspectos cruciales sobre los que actualmente se debate en la Argentina de la pandemia con niveles récord de contagios y muertes y la economía de cada día sin poder salir todavía del pozo tras la fuerte recesión iniciada hace ya dos largos años y que la cuarentena eterna terminó por agravar. 

   Por un lado, la crisis de confianza que afecta el desarrollo de la inversión y de medidas de fondo para que el Estado deje de ser el único protagonista del mercado mediante una emisión monetaria sin freno. A continuación una crisis política que generan los ruidos internos en el oficialismo como también el recrudecimiento de la violencia verbal con la oposición por la famosa herencia recibida y las culpas por el evidente fracaso de la lucha contra el coronavirus. 

   Que, por el lado de Juntos por el Cambio, en la parte que le toca y al margen de las indisimulables grietas en el Frente de Todos, cabría no dejar de mencionar que también tiene sus propios trapos sin lavar disimulados bajo la alfombra.

   Antes de avanzar conviene poner en contexto algunas definiciones que reflejan aquellas preocupaciones. La directora del FMI, Kristalina Georgieva, advirtió durante su mensaje virtual al coloquio que la Argentina debe poner sobre la mesa “una agenda económica creíble que balancee y soporte tanto a la economía como a la gente”. Y por si alguien no había escuchado sostuvo que el país “enfrenta un futuro dramático” si no realiza las reformas de fondo que son necesarias para salir de la larga recesión.

   Georgieva pareció interpretar el pensamiento de los dirigentes empresariales y de inversores locales y extranjeros que vienen machacando sobre lo mismo. Esto es, que no hay en el escenario de corto y mediano plazo la existencia de un plan económico, de “una hoja de ruta”, que ayude a superar la crisis y empezar un período sustentable de crecimiento.

   Por el lado de la crisis política bastaría con rescatar un par de párrafos de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas y expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, autora del sonado informe sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela. 

   Bachelet habló  de “los vínculos que es necesario establecer” entre aquellos que piensan distinto, y del valor de “escuchar para corregir” rumbos, que a su juicio debe ser una constante no solo de la dirigencia oficial sino de quienes militan en la oposición. Una aspiración de deseos de la dirigente socialista trasandina que por ahora la política argentina está muy lejos de alcanzar.

   El presidente Alberto Fernández, como se sabe, busca zafarse de esa encerrona en la que se mezclan los eternos empellones internos con la crítica a una oposición que, por ahora, parece someterse al ala dura de Juntos por el Cambio que encabezan Macri, Bullrich y Pichetto. 

   Son escollos de la política pura que parecieran dificultar al menos por ahora sus deseos de “relanzar” su gobierno, de salir de algún modo de la lucha única y diaria contra la pandemia, y dedicarse a la agenda económica propositiva que busca por encima de todo escapar de la lógica perversa que tiene al dólar informal como único protagonista mientras aparecen con cuentagotas los anuncios oficiales de nuevas inversiones como en la obra pública, viviendas y ahora Vaca Muerta, a la que el presidente en un gesto de necesidad hecha virtud ha salido a rescatar.

   Seguramente para algunos observadores críticos no fue demasiado feliz la oportunidad que eligió el presidente al hablar en aquel coloquio para salir al cruce de rumores sobre una devaluación -aunque de hecho la escalada imparable del dólar informal la produce a diario- y menos todavía respecto de un tema que, de por sí, escalda a los argentinos que es el de los depósitos privados en los bancos. “Jamás se me ocurriría semejante cosa”, aseguró el presidente al desactivar rumores sobre el intento del Estado de meter mano en las cajas de ahorro de los ciudadanos. 

   El corralito de 2001, y frases que marcaron épocas como “el que apuesta al dólar pierde” de Lorenzo Sigaut o “el que deposito dólares recibirá dólares” de Eduardo Duhalde son heridas todavía abiertas en el tejido social. Cabría preguntarse en todo caso, que fue uno de los interrogantes que ha ocupado los muros durante estos días en sectores políticos, sindicales y empresarios, si el presidente además de sus promesas tiene la autonomía suficiente para cumplirlas. 

   Resultaría por otra parte riesgoso para la economía real que busca salir del pozo que el gobierno con el presidente a la cabeza, luzca en general dedicado a seguir el curso natural de las cosas desde atrás. Una especie de “vamos viendo” que se le achaca no solo respecto de la economía sino del plan para combatir la pandemia. 

   “Hartazgo, cansancio, incertidumbre, tristeza”. Son las palabras que dominaron la nube de una encuesta poscoloquio, como para pintar el cuadro y el desafío que el presidente tiene por delante.