Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

La última vez que el Tata Brown estuvo en Bahía habló de Maradona y se emocionó

El 5 de abril de 2007, en el estadio Roberto Carminatti del club Olimpo, el central campeón con Argentina en México 86, fallecido en la víspera a los 62 años, me permitía escribir y publicar una de las mejores notas de mi carrera periodística.

Fotos: Archivo-La Nueva.

Por Sergio Daniel Peyssé / speysse@lanueva.com

   “Se fue un héroe del fútbol argentino”.

   Esa frase la leí en distintos sitios de las redes sociales y creo que es el mejor homenaje que se le puede hacer a José Luis Brown, fallecido en las últimas horas a causa de una enfermedad cruel y degenerativa.

   Campeón del mundo con Argentina en México 1986, autor del recordado gol a Alemania en la final, el Tata vino cinco veces a Bahía (como jugador y como técnico), pero la última fue el 5 de abril de 2007, siendo el entrenador de Ben Hur de Rafaela, que ese día perdió 4-1 con el Olimpo demoledor que orientaba Leonardo Carol Madelón.

   Antes del partido, en los pasillos de zona de vestuarios, el exzaguero que dejó de existir a los 62 años y que como futbolista defendió los colores de Estudiantes LP, Atlético Nacional de Medellín, Boca, Deportivo Español, Stade Brestos 29 de Francia, Real Murcia de España y Racing, aceptó hacer una nota, una hora antes de un partido de fútbol donde iba a jugar su equipo, con orientación hacia la Selección Nacional y, en especial, a Diego Armando Maradona.

   Sin cuestionario armado ni preguntas preparadas, salió una de las mejores entrevistas de mi carrera periodística, que no me canso de leer. Y que, en definitiva, me marcó para siempre...

Un fragmento puro y real

   —¿Por qué hubo tantas críticas --muy duras-- cuando se formó la Selección que jugó el Mundial 86?

   —Por varios motivos. El fútbol argentino estaba muy venido abajo, habíamos perdido el prestigio y la mayoría estaba en desacuerdo con la forma de ser y de trabajar de Bilardo.

   "Encima, el Narigón eligió a jugadores que no tenían casi ningún consenso popular, y las críticas se transformaron en alaridos. Era imposible trabajar bajo un clima de hostilidad permanente, aunque nosotros agachábamos la cabeza y le dábamos para adelante, nadie decía nada".

   —¿Nadie?

   —La indiferencia era el mejor remedio para tanta impotencia que sentíamos. Eso sí, a Passarella, Ruggeri y Maradona les daban por los h... lo que se hablaba.

   "¡Ojo!, nosotros también brindábamos poco como para que digan lo contrario. Entrar a jugar con esa presión de pensar que eramos un desastre pesaba, y mucho. Yo, de lo único que siempre me quejé fue que, con algunos, fueron muy injustos".

  —¿Y Bilardo qué decía?

   —Que si le dábamos b... íbamos a ser campeones. Su forma de jugar no le gustaba a nadie, pero ese esquema, el 3-4-2-1, rompió con todos los dibujos del fútbol mundial, que eran todos parecidos.

   —Sin embargo, muchos sostienen que salieron campeones solo por Maradona...

   —Yo también lo digo. Él nos hizo famosos a todos. Cuando Diego llegó se sinceró: "Muchachos, solo no puedo hacer nada para que seamos campeones del mundo". Todos lo respetamos, supimos que iba a ser la figura, y lo terminamos bancando a muerte.

   "Pero siempre digo lo mismo: de laderos tenía a dos monstruos inteligentes como Burruchaga y Valdano; atrás un Checho Batista impasable, un pulpo; y una defensa durísima, donde cada cual sabía qué tenía que hacer y cómo. Estábamos preparados como los mejores, y creíamos que eramos los mejores, por eso salíamos siempre a jugar con la idea de ganar".

   —Vos ni siquiera eras titular en ese equipo, pero terminaste jugando la final, en la que sorprendiste con un gol de cabeza.

   —Es cierto, el titular era Passarella.

   —Se habló mucho de la baja de Daniel, ¿qué fue lo que realmente pasó?

   —La verdad es una sola, y yo la conozco muy bien porque era su compañero de habitación. Un día, tras la cena, empezó con problemas estomacales, muy dolorosos, y no se recuperó nunca más. Simplemente eso.

"Mi amigo el Diego"... Y no pudo contener las lágrimas

   —Maradona sigue internado. ¿Lo llamaste, estuviste con él?

   —Somos muy amigos, aunque no pude hablar con él. Sí lo hice con su familia, y estoy a muerte con él. Hablar de Diego es como si me refiriera a mi papá, a mi hermano, es un tipo al que quiero mucho. El siempre me brindó un cariño muy especial, y soy un agradecido a Dios y de la vida por haberlo conocido.

   —¿Cuál es la mejor anécdota que tenés con él?

   —Tengo muchas, y de todo tipo. Diego es una persona muy especial, y al lado de él no podés hacer ningún comentario de nada, porque si decís: "Le voy a comprar un regalo lindo a mis hijos", él te pregunta todo, como por ejemplo: qué le pensás comprar, dónde.

   "Entonces, se te anticipaba, y cuando menos lo esperabas se te aparecía con un paquete y el regalo que vos querías. No solo me lo hizo a mí, sino a todos".

   —De no creer.

   —Y en hechos más importantes también.

   —¿Por ejemplo?

   —En Colombia, en el aeropuerto de El Dorado, yo estaba tratando de comprar una pulsera porque quedaba un día para ir al Mundial. Di vueltas hasta que llegué a una joyería y me puse a mirar una de oro que me encantaba. Llegó Diego y me dijo: `Animal (también me apodaban `Caballo'), ¿qué estás mirando?'".

   —¿Qué le respondiste?

   —Una pulserita, porque perdí la que tenía. Y enseguida me apuró: "¿Cuál te gusta?". Giré la cabeza y le contesté: "Todas". Ahí nomás me llevó para adentro del local, y cuando me atendió una chica, él empezó: "Llevate esa, o mejor aquella". Las que miraba él eran todas carísimas, de 1.000 dólares más o menos. Lo que menos se imaginaba Diego era que yo no tenía ni un "sope".

   "Lo convencí para irnos, tomamos el avión a Méjico y traté de olvidarme, aunque esa pulsera me gustaba. Empezó el Mundial, y nuestra cábala, la del plantel, era ir todos juntos a un shopping la tarde anterior al partido que venía. Pero tenían que ir todos, no podía faltar nadie".

   —¿Bilardo también?

   —A veces, el que nos acompañaba era el doctor Madero, a quien ¡le hacíamos cada cosa!.

   "Cuando se distraía, por ejemplo, 6 o 7 de nosotros nos metíamos en un local de hamburguesas y arrasábamos con todo, porque nada de eso comíamos en la concentración. Ahí estaba Diego también".

   "¿Qué pasó? No sé cómo se enteró Bilardo, que empezó a ir, y nos vigilaba de cerca. De ahí hasta la final no pudimos hacer más nada".

   —Bueno, ¿y qué pasó con la pulserita?

   —Pará. Llegó la final con Alemania, que fue algo de no creer. ¿Por qué? El primer día, antes de enfrentar a Corea, caminábamos por todos lados y ni siquiera nos saludaban, no nos seguían ni las moscas, y eso que salíamos con la ropa de la Selección.

   "En la previa frente a Alemania era un mundo de gente, no nos dejaban ni salir del hotel, pero igual tuvimos que cumplir con la cábala. Los que atendían en el shopping no nos daban ni la hora, pero ese día estaban con la camiseta argentina. Causamos furor, aunque nosotros nos queríamos abstraer de ese mundo. Todos compraron algo, pero yo seguía sin poder llegar a una pulserita de oro, que era la que más me gustaba".

   —Ya imagino lo que sucedió.

   —Había que subir al micro para volver, aunque era difícil, había como 10.000 personas alrededor del colectivo. Encima, yo siempre era el primero en subir, y tenía que ir derechito a mi lugar, que era el último asiento a la izquierda, contra la ventanilla. Esa era la otra cábala. Adelante mío estaba el Profe Echeverría y enfrente se sentaba Ruggeri.

   "El último en subir era Bilardo, que controlaba que estén todos en su lugar".

La nota completa, publicada el 5 de abril de 2007: "Maradona  nos hizo famosos a todos"