Bahía Blanca | Domingo, 13 de julio

Bahía Blanca | Domingo, 13 de julio

Bahía Blanca | Domingo, 13 de julio

Campean la perplejidad, las dudas y el temor...

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

    Puede afirmarse sin demasiado margen de error que hoy todas las opciones en el oficialismo están abiertas. Desde dar macha atrás con la unificación de las elecciones bonaerenses con las presidenciales en octubre, hasta la probable candidatura presidencial de María Eugenia Vidal en reemplazo de Mauricio Macri. O la de Horacio Rodríguez Larreta. Sin descartar una ruptura lisa y llana de la UCR y su partida de Cambiemos, con el propósito de presentarse con fórmula presidencial propia en las PASO de agosto. Como acaba de reconocer Federico Storani, un díscolo entre los díscolos de los herederos de Alem.

    Ese escenario casi siniestro que hoy presenta la coalición gobernante, absolutamente impensado hasta mediados del año pasado cuando la triple corona (Macri en la Nación, Vidal en provincia y Rodríguez Larreta en la Ciudad) parecía apenas un trámite burocrático a cumplir en las urnas, trastoca todos los sentidos y todos los estados de ánimo.

    Salvo, claro, los del propio Macri, aunque sus íntimos dicen que la procesión va por dentro y que de eso sabe mucho su "amigo del alma", Nicky Caputo; del sempiterno optimista Marco Peña, y del ministro de Economía, Nicolás Dujovne. Con menos enjundia y más ceños fruncidos acompañarían por ahora esa mirada otros ministros con peso propio como Rogelio Frigerio y Dante Sica.

   El problema, un comentario que ya no es patrimonio de empresarios, analistas y observadores, de sindicalistas duros o blandos, además del periodismo de opinión, sino de funcionarios de las tres administraciones de Pro, son las sensaciones que los engloba respecto de la marcha de la gestión. Y de las oscuras chances de retener el gobierno nacional en octubre o noviembre.

    "Perplejidad", "dudas" y "temor", son palabras que se escuchan en los análisis de quienes se preguntan con igual grado de preocupación hacía dónde va el gobierno, y si sabe en verdad cómo se llega a destino. Ese destino venturoso que auguran Macri, Peña y Dujovne y que con los datos de la realidad sobre la mesa solo parecen ver ellos.

    Vale insistir: no son solo los actores externos quienes experimentan esas sensaciones. Hay voces de funcionarios en la Casa Rosada, en la alcaldía porteña y en La Plata, que en privado entregan esos mismos sentimientos. Una escena englobaría todo ese enorme entuerto que nada menos podría provocar que Macri no sea reelecto. Y peor todavía, como ya se reveló aquí hace siete días y corroboraron informaciones de estos días, si hay riesgo de que el presidente directamente se quede afuera de la segunda vuelta de noviembre.

   La protagonizó Peña esta semana con su irreal presentación del informe ante la cámara de senadores. ¿"De qué país nos está hablando usted"?, fue la oportuna chicana con la que lo atendieron desde la oposición, de hecho el cristinismo pero también a través de una impecable pieza oratoria de Miguel Pichetto, del peronismo alterativo.

    Enrique Nosiglia, el histórico operador del radicalismo, estuvo esta semana en la Casa Rosada y según trascendidos se entrevistó con "altísimas autoridades" del gobierno. No hace alta preguntar para suponer que habló con Macri, con Peña, y un encumbrado ministro. Nosiglia, cuentan a su lado, no se anduvo con chiquitas: reclamó que el gobierno deje de ser "gestionado por cuatro personas dentro de una burbuja".

    En rigor, blanqueó en esa recorrida lo que piensa casi todo el radicalismo, con contadísimas excepciones, acerca de que el centenario partido ya no tendría nada que hacer en la coalición si Macri insiste en ningunearlos pero también por su ciega prédica según la cual la inflación es un problema de la herencia recibida, la disparada del dólar es culpa de emergentes como Turquía y no de la fenomenal crisis de confianza que provoca su propio gobierno. Y que la penosa cifra del aumento de la pobreza, que después de tres años largos de gestión está en los niveles que dejó Cristina en 2015, hay que achacársela a la "feroz tormenta" que se abatió a mediados de 2018.

    "Acá hay perplejidad por un gobierno que se emperra en no reconocer que la realidad no es la que ellos pintan, que provoca dudas sobre si efectivamente Macri tiene autoridad para conducir el barco, y temor a que se produzca un desmadre todavía peor si la economía no repunta", se escuchó esta semana en una reunión de empresarios industriales.

   Frente a los latiguillos de Dujovne acerca de que la economía mejorará hacia mitad de año, y que la inflación se estancará en un 2 % para antes de las PASO, todos los indicadores privados y hasta algunos papers oficiales sostienen lo contrario: que no habrá una mejoría para el ciudadano de a pie al menos hasta bien entrado el segundo semestre. Para ese momento ya habrán ocurrido las PASO, casi una primera vuelta en la práctica.

    Obnubilados, increíblemente sin capacidad de escuchar y menos de reaccionar, el presidente y su mesa chica persisten en que el camino es el único posible. Cualquier volantazo sería volver al pasado populista. Es decir, el macrismo apuesta todas sus fichas a una reactivación económica en los próximos tres meses que nadie fuera de ellos avizora.

    Y a que Cristina compita, convencidos en la mesa chica que es la única a la que podría vencer Macri en una segunda vuelta.

   "Ésa es la bala de plata, no queda otra", se resignan algunos operadores del oficialismo. En medio de la desazón y amagos de un mar todavía más turbulento, crecen los objetores internos a la prédica duranbarbista de que hay que apostar a todo o nada entre Macri y Cristina. ¿Y si ella no compite, como sugieren señales que entregan en el Instituto Patria? "Hay que rezar para que ella juegue", dramatizó un vocero.