El aventurero pringlense que resiste en Perú y espera volver a ver las sierras, la pampa y el mar
El sueño de Juan Ignacio Piccone por Sudamérica se hizo añicos en Perú, antes de entrar a Ecuador. Con actual residencia en Monte Hermoso, cuenta los días para que le devuelvan la moto secuestrada.
Guillermo D. Rueda / [email protected]
“¿Mis sentimientos? Es largo de contar; es complicado. Estoy trabajando mucho conmigo mismo. Imagináte, luchar por tu familia desde lejos para que te entiendan y no desesperen... y no desesperarme para no preocupar a los que me quieren. Por suerte y, aunque sea difícil de creer, la energía de las buenas intenciones llega.
“Ahora, lo que espero es que también les llegue a ellos (NdR: por las autoridades aduaneras peruanas) y me devuelvan ‘mi caballito’. Un guerrero sin su caballo no puede defenderse contra un ejército...
“¿Qué extraño? Estar con la gente que me quiere, mis lugares, que son muchos, como la playa, el mar y el aire de las sierras.Y, fundamentalmente, extraño esas almas que me acompañan desde hace mucho tiempo: mis viejos, mis hijos, mi amor y hasta mi perra Wairita. ¡También mi colchón y mi almohada!
La sonrisa no se pierde, pese a todo.
“Pero es una forma distinta de extrañar, porque ellos son parte mía. Lo que se extraña es la compañía física, porque están siempre presentes en mis pensamientos y con eso me nutro para no sufrir”.
Juan Ignacio Piccone, quien nació en Coronel Pringles, no cambió su estatus de rehén del sistema administrativo y burocrático del Perú y, a punto de cumplir casi cuatro meses allí, dejó fluir su estado de ánimo.
El turista aventurero quedó varado tras un control entre Bolivia y Perú, a la altura de Tilali y, tras algunos desencuentros administrativos entre lo que debería suceder y lo que realmente sucedió, cuando intentó salir del Perú no lo pudo hacer, ya que le secuestraron la moto con la que se movilizaba por no contar con eventuales habilitaciones de tránsito.
Desde entonces permanece varado en Máncora, muy cerca de la costa marítima, en el norte del Perú y casi al límite con Ecuador, justamente su destino final, a una altura de tiempo en que debiera estar compartiendo experiencias en medio de asados con sus familiares y amigos en tierras montehermoseñas y pringlenses.
Desde aquel 9 de agosto, y mientras espera una resolución de las autoridades aduaneras, cuenta su odisea a través de las redes sociales y del canal de YouTube; comparte experiencias con otros turistas y, además, conjuga algunas tareas como para parar la bronca a la hora de llenar el plato de comida en el cámping donde vive.
“¿Qué ha cambiado de mi situación en los últimos días? Casi nada”, asevera Piccone, quien hace 12 años vive en Monte Hermoso y antes residió en San Martín de los Andes.
“Cuando hice el reclamo sabía que tenía 30 días para esperar. Los demás que me estaban ayudando, consulado, turismo y embajada argentinos, se hicieron cargo, pero llegó un punto en que no se pudo hacer más”, recordó.
“Ahí comprobé que el único que podía resolver esto era yo. Así sigo resistiendo”, agregó Piccone, en contacto con La Nueva.
“Sigo insistiendo por una solución, ya que estoy en contacto directo con la responsable del Sunat”, sostuvo.
Anochecer en el medio de la travesía sudamericana.
Piccone dijo que la situación no tendría que pasar más allá de este 14 de diciembre, que es el último plazo legal que le ha otorgado Perú.
El plan de viaje, que comenzó en los primeros días de mayo, era recorrer —en su motocicleta BMW— parte de Sudamérica hasta llegar a Ecuador.
Los inconvenientes comenzaron al viajar por una ruta poco transitada en la frontera entre Bolivia y Perú, donde se trasladaba por el pueblo de Tilali, en cercanías del lago Titicaca.
El lugar no contaba con cartelería ni información de traspaso de fronteras visibles y Piccone, pese a una intensa búsqueda, no encontró la oficina de Aduanas. Halló una oficina, donde hizo el trámite, pero era un sitio de Migraciones.
Al intentar salir, en el puesto de control de Carpitas, a 160 kilómetros de la frontera con Ecuador, lo demoraron y le incautaron la moto por la falta de documentación legal.
En este caso, también la autorización de Aduanas para el ingreso a Perú y el libre tránsito por ese territorio. “Pasé a convertirme en un rehén”, dijo.
Para los representantes del puesto de control de la Intendencia de Aduana de Tumbes, la moto carecía de documentación legal que sustente su ingreso y libre tránsito por el territorio peruano.
“Toda mercancía, en este caso el vehículo, que ingresa sin control aduanero puede ser incautada”, se señala en el informe de la entidad dependiente de la Superintendencia Nacional de Aduanas y de Administración Tributaria (Sunat) de aquel país.
“Al vehículo lo refieren como ‘mercadería’, omitiendo que se trata de un vehículo que transita, por vía terrestre, en condición de paso a través del territorio en carácter de turismo”, respondió Piccone, en la respuesta al organismo.
“Argumentan, en forma escrita y falaz, que me apersone en la independencia del puesto aduanero de Tilali. Informé debidamente, y en varias ocasiones, que nunca encontré la oficina, ni el puesto de control del Sunat en Tilali”, agregó.
“¿Cuál sería la gestión para superar este problema? No lo sé, porque intenté todo. Estuve en contacto con mucha gente y nadie pudo hacer nada. Esa es la verdad”, explicó.
Una forma de sobrevivir
“Sobrevivo también con alguna plata de mis padres, pero tengo que reunir cerca de $ 30.000. No es una mayor preocupación ahora”, aseguró.
Piccone aclaró que está sorprendido con la repercusión del caso, así como por la colaboración que recibe desde distintos ámbitos.
“Hago aeromodelismo desde los 14 años. Hace unas semanas se hizo un encuentro en Bahía Blanca, un amigo subió un video pidiendo ayuda y mucha gente puso plata para que pueda retornar. Alguien depositó $ 5.000. ¡No se puede creer! Estoy muy agradecido”, dijo.
Mauricio (izq.) y Celina, junto a Juan I. Piccone y Sarita.
Hoy, Piccone vive de ahorros enviaron sus padres y duerme en carpa en un cámping de Máncora, donde comparte horas, experiencias y puestas del sol con aventureros del mundo.
La espera no conllevó aburrimiento. “Hice varios trabajos, algunos de ellos en hostels a cambio de comida. Otros como ayudante de cocina o reparar de duchas y temas de electricidad. Así reuní varios soles (NdR: moneda local). Igual, me manejo con poca plata”, dijo.