Las despedidas de Perón
En octubre de 1973 asumió su tercera presidencia. Con 78 años recién cumplidos y su salud resquebrajaba –insistía en que el clima de Buenos Aires no le era propicio– se planteó la necesidad de forjar una postergada “unidad nacional” con el apoyo del radicalismo –Balbín–, la dirigencia sindical y las fuerzas armadas.
Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”
En el agitado escenario de 1973, Perón era el único líder político con el suficiente prestigio y ascendiente popular como para “acomodar las piezas” de un país que –desde el golpe de 1955– vivía en una permanente inestabilidad política. Las sucesivas presidencias de Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston y Lanusse, en solo 17 años, daban testimonio de que la proscripción del peronismo no había sino ayudado a potenciar los enfrentamientos. Ocho presidentes –cinco de ellos militares en funciones–, todos removidos por sendos golpes de estado; la creciente protesta social –que había tenido su clímax con el Cordobazo en 1969–, la crisis económica que no se superaba y las acciones guerrilleras operando como telón de fondo, habían convencido a las fuerzas armadas y los partidos políticos que Perón –a quien habían proscripto– era un “mal necesario”: no había otro dirigente capaz de poner orden. Su regreso, de todos modos, no había sido una buena señal: los enfrentamientos internos del peronismo hicieron eclosión el 20 de junio en Ezeiza donde la “fiesta” programada para recibirlo culminó en choques armados entre diversas fracciones del peronismo y decenas de muertos y heridos.
Ordenando el tablero
Pero el Conductor –como gusta reconocerse Perón– se alzó por sobre las diferentes fuerzas políticas y corporativas y trató de armar el tablero para que sus líneas estratégicas adquieran dinámica propia. Para ello, debió ajustar ciertos puestos clave como el de la comandancia en jefe del ejército. Las definiciones ideológicas del general Carcagno no lograban suficiente consenso en la fuerza y su poder se debilitó aún más al encarar el “Operativo Dorrego” cuando, durante veinte días de octubre, el ejército, junto con la Juventud Peronista, fue en auxilio de pueblos inundados en la provincia de Buenos Aires, tarea para la que movilizaron a 5000 efectivos (4000 de ellos, conscriptos) y unos 800 militantes juveniles. Desde la ciudad de 25 de Mayo se extendieron los trabajos sobre 18 partidos de la zona centro-oeste de la provincia de Buenos Aires. El operativo olía a ese “camporismo” embanderado con la consigna “liberación o dependencia”, a pesar de que, como comandante de la Brigada de Caballería Blindada I participa en él el coronel Albano Harguindeguy, una de las principales figuras del próximo golpe militar.
Así, en diciembre fue designado Leandro Anaya a quienes acompañaron en posiciones de poder dos generales de brigada aún poco conocidos, Jorge Rafael Videla, como jefe del Estado Mayor y Roberto Marcelo Viola, confirmado como secretario general del arma. Otro futuro famoso militar, el todavía contraalmirante Emilio Massera, un hombre de buenas relaciones con el entorno presidencial, asumió como Jefe de la Marina reemplazando al almirante Carlos Álvarez. Un primer golpe de timón se ha concretado.
Otro aspecto que requería de mano firme era el sindical. La “columna vertebral” –como la denominaba Perón– merecía un trato especial. En noviembre de 1973 se aprueba una nueva ley de Asociaciones Profesionales que establece un sindicato por rama de actividad, fortalecer la presencia de las cúpulas brindándoles la posibilidad de intervenir filiales y desplazar a los delegados de fábrica: los dirigentes con mandatos pasan de 2 a 4 años y extendiendo las asambleas para rendir cuentas a una periodicidad bianual. Sin embargo, el ambiente social está tenso: los dirigentes tradicionales suelen verse desbordados por las bases, las luchas obreras enfrentan al “Pacto Social”. Intentado dar respuesta a todos los requerimientos, en el primer semestre de 1974 el gobierno otorga un aumento salarial y un adelanto del aguinaldo que intenta calmar la inquietud.
De cualquier modo, la “paz social” y la “reconstrucción nacional” son las banderas de este nuevo Perón que se autodefine como un “león herbívoro”: el 8 de noviembre de 1973 Perón tranquiliza a los hombres del aparato gremial y los invita a disciplinar a las bases y enfrentar a los disidentes: “Yo me pregunto: ¿cómo se intenta hoy conseguir lo que no consiguieron durante veinte años de lucha? Hay un nuevo procedimiento: el de la infiltración. [...] Esto ha calado en algunos sectores, pero no en el de las organizaciones obreras. Las mismas –por el gran sentido de responsabilidad de los dirigentes y la férrea organización alcanzada durante estos veinte años, en que los trabajadores advirtieron que la defensa de sus intereses sólo puede estar en sus propias manos– constituyen el factor único que las puede convertir en verdadero elemento de poder, con la unión y la solidaridad de ellas”.
No tendrá en este sentido medias tintas; en el futuro, Perón –poco antes Montoneros había cobrado la vida de José Rucci, el secretario general de la CGT– considerará los ataques a la dirigencia como propios y respaldó expresamente la represión a los “desmadrados”: “Observen ustedes que contra Perón no trabaja nadie. El tiro es contra nuestras organizaciones. Cuando alguien quiere atacarlo a Perón, sin que se note, ataca a un dirigente que está con él, o a un ministro, o a un compañero. Lo ataca y le dice de todo. Yo sé que cuando se lo dice a él, me lo manda para mí.[...] Frente a toda posible conspiración endógena o exógena, de adentro o de afuera, debemos tener la convicción de que esas fuerzas no están para apoyar ni al país ni a su pueblo. Esas son las fuerzas que siempre representan al genio del mal”.
Gobernadores cuestionados
Otro flanco que merecía ajustes era el de ciertos gobernadores caratulados como “poco leales”. En enero de 1974 el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo, guevarista) asalta el Regimiento de Caballería blindada de Azul. En las escaramuzas mueren uno de los jefes del regimiento, el coronel Camilo Gay y su esposa Hilda y es secuestrado el teniente coronel Jorge Igarzábal. La oportunidad permite introducir en el Congreso un proyecto de reforma del Código penal de corte represivo. Los ocho diputados del “minibloque” de la JP renuncian y la Tendencia Revolucionaria (Montoneros) se queda sin representación parlamentaria, un terreno que, en rigor, no les interesaba conservar. El 20 de enero Perón expresa un mensaje que dirige las sospechas sobre el gobernador de Buenos Aires: “No es por casualidad que estas acciones se produzcan en determinadas jurisdicciones. Es indudable que ello obedece a una impunidad en la que la depresión e incapacidad lo hacen posible o, lo que sería peor, si mediara como se sospecha, una tolerancia culposa.”
Oscar Bidegain renuncia y es reemplazado por el vicegobernador y dirigente de la UOM, Victorio Calabró, identificado con la “patria metalúrgica” que conquista otra posición clave además de las que detenta en la conducción sindical y en su importante grupo parlamentario.
En febrero el jefe de policía de Córdoba coronel Antonio Domingo Navarro, con apoyo de civiles armados, ocupa la casa de gobierno y provoca la destitución de Obregón Cano y Atilio López, tildados ambos de “subversivos”. El gobierno nacional da el visto bueno y el “navarrazo” culmina con la intervención a la provincia el 8 de marzo, y la remoción de aquellos puestos de poder ocupados por la JP. El brigadier Raúl Lacabanne inaugura un nuevo proceso claramente orientado a poner fin a los desórdenes que caracterizaban a la provincia de 1969. El episodio abrió el camino a otros golpes similares en otras provincias.
La Juventud Peronista, que mantenía una gran capacidad de movilización, estaba cada vez más lejos del gobierno. Dardo Cabo, en editorial de El Descamisado de marzo de 1974, se quejó con amargura: “Ayer éramos Los muchachos y éramos saludados por el Jefe del Movimiento con emoción por nuestra lucha; se honraba nuestros muertos. Y ahora, por ser como Perón dijo que tenían que ser los peronistas, por advertir que la lucha aún no ha terminado, que no tenemos todo el poder, que hay que trabajar para conseguirlo, que hay que organizarse y no ceder, por eso ahora nos señalan que hay otros partidos ‘socialistas’ adonde podremos ir si queremos. ¿Por qué no nos dijeron antes, cuando peleábamos, que nos pasáramos a otro partido?”
Faltaba muy poco para que Perón respondiera estas preguntas sin titubeos.
Un 1º de mayo sin fiesta
En el tradicional festejo peronista del “Día del Trabajo” cerca de la mitad de la Plaza de Mayo fue ocupada por los montoneros y sus sectores afines. Sus columnas reunieron entonces entre 60 y 80 mil manifestantes. Pero para nadie es una fiesta. La JP va decidida a pelear un lugar, a reclamar por el curso político y exhibir poderío ante el Jefe. Por su lado, los grupos de la Juventud Sindical y las estructuras tradicionales del movimiento, a demostrar que los otros no son peronistas sino marxistas infiltrados que quieren una Argentina socialista. “¿Qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?” se canta desde el ala izquierda del Cabildo, “¡Ni yanquis, ni marxistas, peronistas!”, se replica desde la derecha.
Perón observa a la multitud y no tarda en hacerse cargo del dilema y disipar cualquier duda: ataca de modo furibundo a los movilizados por la JP: “El gobierno está empeñado en la liberación del país no solamente del colonialismo sino también de estos infiltrados que trabajan adentro y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan de afuera.
Tras mirar a la multitud –un sector, enfervorizado, respalda al Líder; el otro no cabe en su desconcierto y furor– continúa con toda firmeza: “Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante 20 años. No me equivoqué en la calidad de la organización sindical que se mantuvo a través de 20 años pese a esos estúpidos que gritan. Estas organizaciones y estos dirigentes sabios y prudentes han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados sin que todavía haya sonado la hora del escarmiento.”
La disputa fue pública y sumamente grave. El contrapunto de consignas termina en enfrentamiento a palazos, cachiporras, cadenazos y algún disparo de armas de fuego. Los “montos”, identificados con sus vinchas blanquicelestes, se van de Plaza de Mayo –muchos de ellos, llorando–, y dejan vacía un amplio sector. Es la primera vez en que manifiestan abiertamente su oposición al “Viejo”.
Horas después, Perón inaugura las sesiones del Congreso y es terminante: “Superaremos también la violencia, sea cual fuere su origen. Superaremos la subversión. Aislaremos a los violentos y a los inadaptados. Los combatiremos con nuestras fuerzas y los derrotaremos dentro de la ley. Ninguna victoria que no sea también política es válida en este frente. Y lo lograremos.”
Se puede decir que, ese 1˚ de mayo, los Montoneros y todas sus colaterales fueron expulsados del peronismo “oficial”. Desde ese día se acabó toda posibilidad de uso mutuo, de especulación de utilizar banderas ajenas. Las conveniencias ya no son las mismas. La JP y los Montoneros debieron replantear toda su estrategia. Además –y no casualmente–, en esos días, desde las oficinas del ministerio de Bienestar Social se había comenzado a conformar a la Alianza Anticomunista Argentina (AAA o Triple A) y el 10 de mayo es asesinado el cura tercermundista Carlos Mugica, un verdadero símbolo de la “Tendencia”. En poco tiempo las Tres A constituirán un estructura parapolicial consolidada que cobrará la vida de cientos de militantes y activistas gremiales.
El último mensaje
El 12 de junio de 1974 será la última vez que Perón hable al pueblo y lo hizo desde el mismo histórico balcón que lo había llevado al poder un 17 de octubre, casi treinta años antes. En lo que será la despedida de Perón, la CGT –esa misma que él había moldeado desde la secretaría de Trabajo y Previsión–, pudo mostrarle al Jefe que aún conservaba poder de movilización y que era capaz de “llenar la plaza” como en los viejos tiempos.
Perón cuidó su pecho con un pesado sobretodo; en diez meses había sufrido dos ataques como consecuencia de una angina de pecho y un edema pulmonar. Aquella tarde, fría y húmeda, muestran que su salud ya está resquebrajada. “¡Compañeros!”, dice con voz quebrada y recibe una ovación calurosa: “Nosotros conocemos perfectamente bien nuestros objetivos y marchamos directamente hacia ellos, sin ser influidos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda”. El presidente llama así a “cerrar filas” contra los “diarios oligarcas” que son cómplices de los “corruptos” enquistados en el gobierno y los “especuladores” que provocan desabastecimiento y carestía.
Y, para cerrar, agregó un legado a modo de despedida: “Mi único heredero es el pueblo…Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. El 1˚ de julio de 1974 Perón falleció y fue reemplazado en la presidencia por su tercera esposa, “Isabelita”. Comienza entonces otra historia…