Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Refugio, oración y el lío de la juventud

El párroco, una mujer y algunos jóvenes cuentan cómo es la Catedral.

Por Belén Uriarte | buriarte@lanueva.com

   Faltan flores en el altar. Tal vez fue un descuido. Vuelven a faltar. Una, dos, tres veces. Algo pasa. El párroco decide vigilar el lugar y al fin lo descubre: un hombre entra, toma las flores del altar y se las lleva.

   El párroco Horacio Fuhr cuenta que se trata de un viejito que quiere regalarle flores a su esposa fallecida. No tiene plata para comprarlas, entonces agarra las de ahí y las lleva hasta la tumba.

   La Catedral, que abrió sus puertas en 1835, parece ser el refugio de los que menos tienen.

   Verónica tiene 45 años, vive en Villa Muñiz y de lunes a viernes pasa por la Catedral. Va por una promesa: tuvo a su hijo muy enfermo y hoy está muy bien. Por eso reza y agradece.

   Es portera y trabaja en un edificio del centro. Entre el trabajo y natación va a ofrecer su plegaria: es su momento de relax, cinco minutos donde siente mucha paz: “Voy a seguir viniendo hasta que Dios lo permita”.

   La Catedral es para muchos su lugar de oración.

  Refugio y oración. Aunque también un espacio para los jóvenes.

  María José tiene 35 años, pertenece al Movimiento de la Palabra de Dios y dice que la Catedral es un lugar para servir y anunciar.

  Y anima a otros jóvenes a acercarse: “Está bueno que se animen a sacarse todas las dudas, lo que les genera por ahí más rechazo o controversia. Que se animen a preguntar”.

   El Movimiento de la Palabra de Dios es uno de los grupos juveniles de la Catedral. Y ahí también encontraron su espacio Eugenia, Franco y María. Todos ellos también participan del coro juvenil que anima las misas de los domingos.

   Para Franco y María, de 26 años, la Catedral es su segunda casa, “un lugar que recibe a todos sin importar su estilo de vida”.

   Y Eugenia, de 25, coincide. Cuenta que siempre se sintió recibida en la Catedral y que se maneja como si fuera su casa, con esa comodidad.

   De pronto se escuchan las campanas que anuncian el comienzo de una nueva misa. Los cuatro jóvenes se paran, agarran los instrumentos y cancioneros y se ubican en el primer banco del lado derecho de la Catedral.

   Hay muchos jóvenes, aunque a ellos les gustaría que fuesen muchos más.

   —Dentro de 10 años me gustaría encontrar la Catedral así de linda como está ahora, conservada, prolija y con un montón de jóvenes haciendo lío como dice el papa Francisco —dice Eugenia y sus compañeros asienten.

 

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