Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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2019: un año clave plagado de incógnitas

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

    El Gobierno de Mauricio Macri finaliza en 2018 el peor de los tres años que lleva en el cargo. Lejísimos, apenas se repase la escena, de aquellas promesas de cambio con el que el macrismo llegó a la Casa Rosada. Y que luego factores diversos como el contexto internacional adverso, los gruesos errores no forzados en la implementación de políticas sociales y económicas, y una a veces indisimulada soberbia para imponer medidas que claramente iban a contrapelo de lo que la realidad les marcaba, convirtieron aquellas esperanzas iniciáticas de millones de argentinos en la profunda desazón que cunde hoy en el electorado que los favoreció con su voto. También en ese tercio de la ciudadanía que se para en el medio de la grieta y que confió que con el discurso propositivo y el optimismo duranbarbista a ultranza alcanzaba.

   El año que se inicia arranca con innumerables incógnitas. Y no pocas acechanzas no ya para las chances de Cambiemos de ganar las elecciones de 2019. También están en juego desenlaces por ahora inciertos en el amplio espectro social que ha sido perjudicado por las decisiones del Gobierno, y un soterrado debate en el macrismo y en los socios de la coalición, como la UCR y la Coalición Cívica, sobre si frente al panorama que se avecina Macri garantiza por sí solo el triunfo en las urnas, o habrá que ir al Plan B con María Eugenia Vidal.

    Sobre el cierre de 2018 ni siquiera se puede afirmar con certeza absoluta que el propio equipo de Pro que rodea al presidente exhiba la necesaria cohesión para conducir ese barco que Macri suele ufanarse de llevar a buen puerto con el timón fuertemente aferrado.

   Un caso testigo es la algarabía que inundó a no pocos funcionarios de gabinete cuando Marcos Peña perdió terreno tras los cambios de gabinete de septiembre, y la no menos euforia del llamado "peñismo" por el regreso al manejo de todo el poder apenas por debajo de Macri del Jefe de Gabinete. Que se tradujo el viernes, por si al Gobierno le hiciese falta algún otro tropiezo, con el despido de Javier Iguacel de la secretaría de Energía, víctima de la ira de Peña por sus inacabables riñas con Nicolás Dujovne, y su reemplazo por Gustavo Lopetegui, que sufrió aquella asonada de septiembre y que hoy vuelve triunfante bajo el ala de su jefe. Tanto, que no se mudará a la Secretaria: seguirá en su despacho de la Casa Rosada, junto al que ocupa Peña.

   Iguacel dejó antes de irse uno de los datos más pesados de la carga que los argentinos deberán soportar en el año electoral que se avecina: habrá más aumentos escalonados en las tarifas de luz y gas. Por su lado el ministro Guillermo Dietrich fue el encargado de presentar el otro regalo de Navidad para las clases más postergadas como el incremento del precio del transporte en toda su línea. Cabria preguntarse cuál fue la razón por la que Macri, desde sus vacaciones en Villa La Angostura, autorizó la difusión del nuevo tarifazo en los servicios para antes de fin de año, cuando originalmente estaba previsto hacerlos públicos después del 6 de enero.

   El desafío pinta mayúsculo. El Gobierno está obligado a dejar atrás tres años de gestión para el olvido y mostrar a más tardar en junio algunos datos que le permitan presentarse con chances a las elecciones de octubre. Hoy, con los números en la mano de todas las variables sociales y económicas en niveles iguales o peores que los que Macri recibió en 2015 como la inflación, el desempleo, la pobreza y la indigencia, el panorama se presenta sombrío.

   La queja de los empresarios por la persistente debacle de la actividad industrial, que en noviembre macó su octava caída consecutiva, y la mayoría de los gremios dispuestos a discutir a cara de perro los aumentos salariales que reconozcan los casi cincuenta puntos de inflación con los que finalizará 2018, son asignaturas monumentales para las políticas del sector en manos de Dujovne y Dante Sica.

   Carolina Stanley debió abrir más de lo que le permitía el Presupuesto la billetera de Desarrollo Social para contener a los movimientos sociales y contribuir a que se diluyera entre clásicas amenazas y no pocas operaciones de prensa el tan temido diciembre negro. Su par de Seguridad, Patricia Bullrich, tal vez la única en un gabinete famélico de buenas noticias que tenga algo para festejar, impuso el debate sobre el endurecimiento de las políticas para combatir la delincuencia y de algún modo la lucha contra el narcotráfico. Como no podía ser de otra manera, fue a la vez el dato de gestión que puso como nunca al borde de la ruptura la alianza abrochada con alfileres que Macri mantiene con Elisa Carrió.

   Las encuestas han encendido alertas en los despachos oficiales. Hoy Macri tendría serios problemas para ganar en primera vuelta en la medida en que su archirrival Cristina Fernández se mantiene firme en los sondeos y a caballo del latiguillo que se ha impuesto como contrapartida de las penurias oficiales: que con ella el país estaba mejor. Con un agravante para los planes oficiales que traen no pocos de aquellos sondeos y que advierten la posibilidad de que Macri sea derrotado en un balotaje por Sergio Massa.

   De allí que el Gobierno necesita como el aire que respira algo más que el dólar estable y demostrar que puede empinar la cuesta, en especial con el tan traumático tema de la reducción de la pobreza. ¿Alcanza con machacar que el camino elegido "es el único posible"? Por ahora, la realidad dice que no alcanza...