Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

Bahía Blanca | Domingo, 05 de mayo

Crece el consumo de drogas cada vez más potentes en Bahía Blanca

Las sintéticas ganan terreno y el LSD cobra una preponderancia como nunca antes. La cocaína y los psicofármacos también juegan su rol. Alucinaciones y efectos colaterales.

(Fotos: Emmanuel Briane - la Nueva.)

Maximiliano Allica / mallica@lanueva.com

   “Pinturita” se despertó con la cara contra la sábana húmeda. Todavía atontado, entendió que la humedad en la mejilla no era su saliva.

   Abrió lento los ojos y sintió un sabor entre agrio y salado. Gusto a pis. A su lado, vio a su amigo desnudo, la pelvis cerca de su cara. Junto a él, la novia de “Pinturita”, las medias puestas y nada más.

   Se preguntó qué había pasado esa noche y se le cruzó la imagen de la mesa con pastillas, la bolsita de nylon, la pipa, la música fuerte, los besos con su novia, su amigo que se les acercaba y él que lo alejaba con la mano.

   El mareo, la inconsciencia, la cama.

   En una ráfaga de segundo recordó a los tres acostados, a ellos dos descontrolados, a él sin reacción. Enfureció.

   Trató de no hacer ruido y fue hasta la cocina en la casita del barrio Latino, donde agarró un tramontina. Pero al volver a la pieza se tropezó y los alertó. La pelea fue entre torpe y bestial. Nadie tuvo heridas graves.

   “Pinturita”, de 28 años, niega las partes más morbosas del relato, aunque varios conocidos confirman que lo contó más de una vez. Sí admite que perdió novia y amigo, que no sabe si todavía viven en Bahía Blanca.

   Seguro, dice, no están juntos. “Deben seguir igual de quemados”, agrega.

   Cuenta que “en esa época”, es decir, hace dos años, tomaba cualquier pastilla y nunca faltaba una caja de vino. Que era común perder la conciencia.

   Dice que no se acuerda bien cuáles pastillas eran, que las conseguía “porque se conseguían”, que no era tan caro. Tampoco lo único que tomaba.

   También dice que quedaba completamente tonto, que nunca se deprimió al pasársele el efecto, que solo le dolía un poco la panza y la cabeza, que si tenía una tableta entera de blisters le duraba como mucho dos noches. Que ahora que lo piensa puede ser que algún día haya tenido algún bajón fuerte y un poco de depresión.

   Admite que alguna vez sintió que le iba a dar un ataque al corazón. Que eso le pasó un par de veces, pero que dejó las pastillas “y otras cosas” desde que fue papá. Que ahora solamente algún fasito y cerveza. “Tranqui...”.

   --¿Cuáles otras cosas?

   --A veces nos pegábamos un crackazo.

   A base de cocaína, bicarbonato de sodio y agua, la mezcla se calienta en una cuchara hasta que se disuelve para luego enfriar y volver a un estado sólido. Las piedritas se fuman, provocando un efecto de euforia y “dureza” casi inmediato, pero de poca duración. Eso lo vuelve sumamente adictivo.

   Los ojos se desorbitan.

   Hay gente que consume crack seguido y, otra, de vez en cuando. Una bolsa de 5 gramos de cocaína en Bahía Blanca cuesta entre 1.500 y 2.000 pesos.

   “Es caro --dice “Pinturita”--. En algunos barrios te venden de a dos tiritos (líneas) por 100, 150 pesos. Por eso los pibes toman cada vez más lo que es sintético, porque te re pone, dura más tiempo y terminás gastando menos”.

   Circulan en buena cantidad pastillas de éxtasis en distintas variantes y valores, de 200 a 500 pesos según la calidad y la duración del impacto, que va de 5 a 7 horas.

   Además, popper, a unos 300-400 pesos el frasco, o ketamina, a 500 el frasco. Este último es un anestésico para animales, del cual se pueden extraer varias dosis y, cada una, vale cerca de 300 pesos.

   Pero no solamente eso. Las formas de consumo y los productos van mutando de manera permanente. También, año a año, las drogas sintéticas se elaboran cada vez más potentes. 

   Y las toman, en algunos casos, personas que consumen sustancias “tradicionales”. En nuestra ciudad creció en el último tiempo un viejo producto: la Pepa.

De los zombis al ácido lisérgico

   Alejo, 24 años, dice que su mayor delirio lo tuvo con La Flakka, una especie de paco que se fuma o inyecta y se elabora con diluyente de pintura, sedantes y residuos de drogas sintéticas.

   Pega mucho y muy fuerte durante lapsos breves, con lo cual se necesita repetir las dosis de manera continua.

   Se la conoce como la droga “zombi” o del “canibalismo”. El fin de semana de Navidad filmaron a un adolescente en Florencio Varela desnudo, pegándole cabezazos a la puerta de un colectivo. Después lo vieron tirándose al suelo, mordiéndose los brazos. Al día siguiente se supo que había consumido La Flakka.

   Alejo trajo un poco de Buenos Aires como una novedad, pero dice que en las calles de Bahía ya se consigue, a 100 pesos, sobre todo en barrios humildes por ser una droga barata.

   Pero en otros rincones descartan que haya mucho de eso dando vueltas y, en cambio, hablan de la multiplicación de la venta de narcóticos más sofisticados. Sobre todo, la Pepa.

   Histórico nombre de guerra del LSD, ahora viene con componentes alucinógenos más poderosos que en otros tiempos. Cuesta unos 400 o 500 pesos.

   Pequeño cartoncito de 1x1centímetros, está pensado para dividirlo en cuatro fracciones o dosis, por su alto poder narcótico. Sin embargo, hay quienes eligen “colarlo” entero. 

   Una de sus características es que viene pintado con dibujitos. Ultimamente hubo paraguas, teléfonos y, uno de los más picantes, el Avatar, inspirado en la película 3D.

   “Es un viaje alucinante --dice Alejo--, pero yo siempre tomé de a cuartos. Flasheás demonios, percibís las cosas mucho más intenso. De eso se está viendo mucho en Bahía”.

   Alejo aclara que siempre toma “controladamente”. Pero también cuenta que vio gente meterse Pepa de más, en especial unas que estaban viniendo de doble tamaño y, probablemente, doble gota de ácido lisérgico.

   Dice que los vio reírse hasta casi romper las mandíbulas, los vio creer que estaban como dentro de una película, los vio mezclar con un poco de cocaína, los vio sufriendo porque la película no llegaba a su fin, los vio tener frío, sed, sensación de ahogo. 

   Los vio con caras de terror al escuchar la sirena de una ambulancia que en realidad iba a otro lado y no venía a llevárselos a un psiquiátrico.

   Dice que “es así”, que él no se asusta, que vio muchas cosas.

   Si bien es imposible describirlo con exactitud, todos coinciden en que el nivel de placer que genera una droga es proporcional a la sensación depresiva al perder el efecto. O bien, de angustia en algunos picos de descontrol.

   Algo de eso le pasó a Tavo, un vecino de Alejo, el día que en pleno bajón sintió que era un inútil, una porquería, un mal hijo, una basura que no merecía nada. 

   Esa mañana después de una noche larga, Tavo, de 19 años, decidió abandonar la vida, en un departamento cerca del centro. Sus padres, que no podían controlarlo, se lo habían alquilado meses antes. Ahí lo encontraron muerto, todo morado.

   Hay quienes dicen que su mejor amigo se suicidó un poco más adelante, porque no se bancó la pérdida. Más aún: una muerte de esas características en ocasiones provoca un efecto cadena. Eso dicen que pasó. En total, se fueron cuatro.

“El peor momento de la historia”

   Aunque no existen estadísticas oficiales, el consumo de sustancias ilegales en nuestra ciudad sigue liderado ampliamente por la marihuana, una droga considerada ligera, por sus efectos menos agresivos.

   De hecho, datos recientes revelaron que se incrementó la cantidad de gente que cultiva plantas en sus casas. 

   Algunos responsables de combatir el narcomenudeo, pese a que no lo admitan en público, prefieren que quienes cultivan para uso personal tengan su propia planta, para disminuir los circuitos de venta y los problemas aparejados: cuando crece el negocio de algún puntero, tiene que cuidarlo. Y eso significa armas.

   Según datos confiables, el principal motivo de internación por intoxicaciones sigue siendo la excesiva ingesta de alcohol, aunque no está claro si hay combinaciones. Más atrás vienen la cocaína y los psicofármacos.

   Todavía la puerta de ingreso a las adicciones es el tabaco y, luego, el alcohol. Otro salto se sigue dando con el pegamento aspirado en bolsas. “Bubble-bubble”, le dicen algunos, aludiendo a una marca de chicles.

   Según Roberto Moro, titular de la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar), nuestro país sufre “el peor momento de consumo de drogas de la historia".

   Bahía no es la excepción.

¿Hay cocinas de paco en la ciudad?

   En Bahía Blanca hay fiestas privadas donde ponen una barra con un pizarrón y los precios: ofrecen cerveza, fernet, tragos, bolsa, Pepa, etcétera.

   Los estupefacientes y las formas de consumo se actualizan en forma permanente. También, la creatividad de los vendedores y su desfachatez.

   Las composiciones de las drogas de diseño y los narcóticos creados a partir de residuales, como La Flakka o el paco, son cada vez más potentes.

   “Una noche flasheé que me peleaba a cuchillazos con un loco, en mi casa. Obvio, no había nadie, le estaba tirando al aire”, dice con una especie de sonrisa cómplice Oscar, 29 años.

   “En una época quise dejar la 'gilada', pero estaba saliendo con una loca zarpada mal. Y ahora acá estoy, sin ella pero con esto otro”.

   Muchas de estas drogas de diseño se pueden comprar en barrios de toda clase social. “Siempre van apareciendo nuevas, algunas ni las conozco”, dice Oscar. 

   Incluso, las de precios más altos, se venden en sectores con población sumamente vulnerable. La edad de inicio, en las situaciones más extremas, es de 11, 12 o 13 años.

   Algunos van más allá y hablan de otro flagelo: cocinas de paco, la basura super adictiva que se prepara con pasta base de cocaína y arruina mentes en tiempo récord. Otra “droga de pobres”.

   Creíbles o no, hay versiones que hablan al menos de dos cocinas, una por la delegación Noroeste y otra en Las Villas. Algunos hasta se arriesgan a hablar de soldaditos, para proteger al transa.

   Al menos por ahora, el paco parece no haber prendido fuerte en esta ciudad.

La droga de “la violación”

   --”Pinturita”, ¿vos qué pastillas tomabas?

   --Rivotril. Otra era “reynól”. Mezclábamos todo.

   El rivotril es un calmante de venta bajo receta, cuyo componente es el clonazepam, de uso muy extendido en el circuito legal. 

   Los compraba a 100 pesos a una mujer que se los robaba a enfermos que cuidaba en casas particulares. Tomarlo sin control estupidiza, más aún combinado con alcohol.

   El “reynól” es rohypnol, un psicofármaco que adormece y provoca amnesia.

   En estos dos casos, hay adictos desde hace por lo menos dos o tres décadas. Algunos ahora llaman al rohypnol la “droga de la violación”, ya que hubo denuncias de personas que aseguran haberlo tomado a la fuerza para luego ser abusadas sin tener capacidad de resistirse.

   ¿Por qué en una sociedad aumenta de manera exponencial el consumo de drogas? Difícil de contestar. ¿Hasta qué límites pueden llegar las variantes de sustancias y sus efectos? Más complicado aún.

   Lo cierto es que hay mucho más de lo que parece.

Noches sin dormir y un anestésico

   José Manuel no acepta la palabra adicto pero toma cocaína desde los 19-20 años. Tiene 43. Dice que en los primeros años lo hacía esporádicamente, los fines de semana, y reconoce que en los últimos tiempos la frecuencia es mayor.

   No compra en Bahía “porque todo lo que hay dando vueltas es porquería”, salvo que conozca muy bien al puntero.

   Va seguido a Buenos Aires en su camioneta y ahí tiene contactos. Incluso trae buenas cantidades, porque además es más barato, aunque no dice cuánto. Sí remarca que es para consumo propio y de sus amigos. Y amigas.

   Sus mayores caravanas fueron de hasta dos noches seguidas sin dormir. Es soltero, pero tiene trabajo y quiere mantenerlo, por lo que no siempre contesta los WhatsApp con invitaciones que le llegan a partir de las 22.

   Asegura que solo una vez probó el fentanilo, un anestésico inyectable utilizado en hospitales para sedar a pacientes a punto de ser operados. En el caso de los cocainómanos que vienen de “enrosques” largos, hiper excitados, los calma y los manda a dormir algunas horas.

   Esa única vez fue en la casa de un amigo de la noche, en el barrio Pacífico.

   El fentanilo, o su variante el propofol, solo se consigue con contactos demasiado aceitados. No hay venta al público de ninguna clase, las existencias solo están en centros médicos o droguerías.

   Además, tiene que ser suministrado con dosis muy precisas o se torna peligroso en extremo. Al ser un opiáceo, también genera un efecto alucinógeno, que de paso “disfrutan” quienes lo usan.

   Es muy difícil saber cuánto vale en el mercado ilegal. Sí, que solamente es accesible para quienes tienen ingresos (o ayudas económicas familiares) muy importantes.

   En ciudades más grandes, profesionales de la salud caen seguido en esa tentación. En Bahía se supone que no.

La noche que hubo un crack

   El 6 de septiembre de 2016 un operativo de Prefectura interrumpió una fiesta electrónica en el boliche El Reino, de Fuerte Argentino al 600, donde detuvo a un grupo de jóvenes de 26 a 31 años acusados de integrar una banda dedicada a la venta de drogas, especialmente sintéticas.

   A los acusados, todos de familias de clase media y media-alta, esa noche se les secuestró cocaína, marihuana, 70 pastillas color amarillo (de MDMA o éxtasis), elementos para la producción de cristal de ketamina y siete frascos con una sustancia similar a la ketamina, entre otros elementos.

   El caso provocó fuerte conmoción en Bahía porque expuso una situación muy conocida por quienes frecuentan la noche: el consumo de drogas de diseño está extendido a todas las clases sociales y muchos de los que hacen negocios encuentran su espacio en las fiestas electrónicas.

   El jueves 11 de este mes la Cámara Federal ordenó revocar la prisión que pesaba sobre dos de los principales imputados, Guido Gentili y Matías Cragno, quienes ahora esperarán el juicio oral en libertad. Otros procesados son Javier Selvaggio y Mariano Trellini.