Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

Cecilia Grierson, pionera del feminismo

Educación para el progreso, aplicación de los principios y métodos de las ciencias naturales a la sociedad y sus instituciones, confianza en el porvenir, agnosticismo, fueron ideas rectoras del siglo XIX. Las mujeres cumplen un nuevo papel social, el de educadoras; y de la mano de la modernidad surge, a la vez, el movimiento reivindicatorio de los derechos femeninos. La primera médica argentina ese un emblema de ese período.
Cecilia Grierson, pionera del feminismo. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Ricardo de Titto / Especial para “La Nueva.”

   Ya en los tiempos de Rosas la rígida estructura patriarcal propia de los tiempos coloniales había empezado a cambiar: Encarnación Ezcurra obrando como “jefa” de los federales y Manuelita, la hija del Restaurador, como intercesora y diplomática, eran evidencias de ese cambio. Un historiador, Carlos A. Mayo, analizando los juicios de disenso, ha mostrado también cómo, muy lentamente, entre 1830 y 1850, los tribunales comenzaron a fallar en favor de las y los jóvenes que resistían la autoridad paterna en materia matrimonial, admitiendo el amor de la novia como condición para aceptar o rechazar la boda. En ese marco, la figura precursora de Mariquita Sánchez, animaba desde sus salones el primer núcleo mujeres de intelectuales argentinas.

   También –y antes de que Mármol criticara al rosismo desde su Amalia y de que se conociera El matadero de Echeverría−, una autora expatriada prenunciaba una nueva etapa. En 1845, Juana Manuela Gorriti publica su cuento “La Quena” en la Revista de Lima, que es considerado la primera narración argentina édita. Por su parte, exiliada en Río de Janeiro, Juana Paula Manso iniciaba su Jornal das Senhoras. En adelante, el periodismo y la literatura abrirán el cauce a las jóvenes románticas, cuyo cauce se ampliará tras la caída de Rosas.

El periodismo, una tribuna de combate

   Después de Caseros, Rosa Guerra, escritora y docente, sacudió a la sociedad porteña al fundar el periódico La Camelia, realizado exclusivamente por mujeres, que exigían: “Libertad y no licencia; igualdad entre ambos sexos”. Pero la elite de entonces no lo aceptó: Guerra fue agraviada desde otras publicaciones y La Camelia llegó a publicar solo catorce números, hasta el 11 de mayo de 1852. Entre julio y septiembre de ese año su fundadora editó La Educación, y en adelante colaborará en varios periódicos. En 1863 dedicó a Mariquita Sánchez un libro de lectura para niñas: Julia o la educación; su estilo y temática influirán decididamente en la obra de las primeras escritoras argentinas porque, a pesar de las resistencias, en las últimas décadas del siglo XIX muchas mujeres conquistaron un lugar en la literatura y el periodismo. Eduarda Mansilla de García se destacó como narradora y por sus agudas observaciones; Eufrasia Cabral tuvo descollante actividad oratoria en las filas de la Unión Cívica durante la Revolución de 1890; Yole Zolezzi de Bermúdez fue directora de El Escolar Argentino y redactora de El Hogar y la Escuela. A ellas cabe agregar los nombres de María Emilia Passicot, en Búcaro Americano y El Pensamiento y Juana Manso, redactora de los Anales de la Educación y “hombre de confianza” de Sarmiento, como él mismo destacó.

   No faltaron tampoco mujeres de armas tomar que participaron en la consolidación territorial: las “cuarteleras” fue el nombre con que se conoció a cientos de criollas que acompañaron a los soldados en las “campañas al desierto”. Muchas de ellas han quedado en la historia por simples apodos como “La Tigra”, “La Pasto Verde”, “la Parda Presentación” o la sargento “Mamá Carmen”. Anótese que, en los años setenta, de las diez mil personas que habitaban en la frontera con el indio, cuatro mil eran mujeres.

Las figuras femeninas del período, sin embargo, no tendrán un espacio en los incipientes partidos o “clubes” políticos. La figura de Aurelia Vélez sobresale en la preparación de la candidatura presidencial de Sarmiento, pero se trata de una excepción. Será entonces en el campo educativo donde se admitió un ámbito público para la actividad femenina.

Las normalistas, un modelo social

   La Constitución de 1853 fue el programa de toda una generación. Alberdi acuñó aquella máxima de “Gobernar es poblar” a la que Sarmiento añadió: “Educar al soberano”. Con estas dos banderas se instaló un doble objetivo: consolidar el territorio nacional con la inmigración y alfabetizarlo, como base del progreso: aún en 1869, el 61% de la población era analfabeta. En ese marco, la mujer tuvo una función política encomendada por el Estado: ser maestra, para concretar la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley. Esos esfuerzos se coronaron con la sanción de la Ley 1420 de “Educación común, obligatoria, gratuita y laica”, de 1884. Los legisladores que la votaron eran todos hombres, pero para entonces ya había varias mujeres en la conducción del incipiente sistema educativo. Sin embargo −y de modo curioso−, la titánica tarea de alfabetizar y crear conciencia de una historia común quedó, mayoritariamente, en manos de extranjeras que apenas hablaban castellano como Elizabeth Peabody, Mary O’Graham, Elizabeth Gorman, Serena Wood, Theodora Gay parte del contingente de 67 docentes que llegaron desde los Estados Unidos. En adelante, ser maestra normal, para una muchacha de la clase media, era socialmente prestigioso y constituía una excelente perspectiva laboral y personal. La primera Escuela Normal de Mujeres del país, en Concepción del Uruguay, asistió entonces a una verdadera explosión escolar: en 1881 tenía 214 alumnas y cinco años después, más de seiscientas. El programa de estudios incluía clases de urbanidad y moral, con temas tales como “Del modo de conducirnos en la calle: pasos, movimientos, miradas. ¿Es permitido detener a los que encontramos en la calle?”. Las maestras ejercen un verdadero “apostolado” e inculcando la figura de próceres eternizados en el bronce constituirán los nuevos iconos morales laicos que reemplazarán los relatos de vidas ejemplares de los santos.

   Entretanto, el médico se había afirmado como el paradigma del científico práctico, encargado de “curar” los males particulares y modelo para los de la sociedad. No fue una casualidad entonces, que la primera camada de médicas, abrazando causas feministas, se haya conformado con maestras, entre ellas, Alicia Moreau, Julieta Lanteri, Carolina Muzzilli, Gabriela Lapèrriere, Paulina Luisi, Elvira Rawson, Raquel Camaña y Cecilia Grierson. Sara Justo, la hermana de Juan B. Justo, fue la primera médica odontóloga del país.

   La temática de las tesis de graduación, como había sucedido con Grierson, siempre se centraba en los niños o las enfermedades “femeninas”: la de Rawson se tituló “Apuntes sobre higiene de la mujer” y la de Moreau, “La función endócrina de ovario”. Esta mancomunión entre feminismo, educación y ciencia tendrá un importante espaldarazo internacional cuando, en 1911, madame Marie Curie, resulte premiada con el Nobel de Química: su figura será un verdadero paradigma esgrimido contra las supuestas “carencias femeninas”.

Cecilia Grierson, primera médica argentina

   La figura que personifica esa evolución producida con el cambio de siglo es la de Cecilia Grierson, que vivió, entre 1859 y 1934, una existencia casi paralela a la de Marie Curie. Descendiente de inmigrantes escoceses e irlandeses, se graduó en la Facultad de Medicina el 2 de julio de 1889, poco antes de cumplir treinta años. También su tesis doctoral fue “femenina”, desarrollada sobre “Histero-ovariotomías” y sus primeros estudios fueron sobre cirugías ginecológicas. Su espíritu práctico, el mismo que le impondría fundar una escuela de enfermeras, se evidenció al justificar su tesis doctoral: “En conformidad con mi lema res non verba (“hechos, no palabras”), expondré simplemente lo que he visto, lo que he aprendido prácticamente”.

   Grierson fue la primera egresada universitaria de América Latina, pocos años después de que Elizabeth Garret Anderson se recibiera como primera médica inglesa. Su valentía le permitió incursionar en un territorio reservado hasta entonces a los varones, venciendo incluso la opinión de su familia. Su destacada labor la convirtió en una figura señera en el período de transición entre dos generaciones de mujeres: la que incursionó en la docencia y beneficencia y la que se sacará el corsé victoriano y luchará por ocupar espacios sociales, culturales y políticos a la par del hombre. Fundó la escuela de Enfermeras y Masajistas en 1886 que fue, inicialmente, autónoma e independiente, dependiendo del Círculo Médico Argentino. En 1892 la institución fue incorporada a la Municipalidad de Buenos Aires como Escuela de Enfermería de la Asistencia Pública. E17 de diciembre de ese año, tras 65 días de clase, egresaron los primeros diez enfermeras/os; decimos así ya que siete fueron mujeres (cinco argentinas, una italiana y una suiza) y tres varones (dos italianos y un español). Las calificaciones fueron estrictas: cinco de ellos, “distinguidos”; cinco alcanzaron solo un “bueno”.

   En 1904 Grierson aprovechó el Segundo Congreso Latinoamericano de Medicina para dirigirse a sus colegas del continente, con su característica energía: “Argentina está con mi única escuela, Cuba con la fundada en 1900 y Chile con la fundada en 1902 (...) Lo que nosotros, los médicos latinoamericanos estamos discutiendo y poniendo sobre votación en los Congresos, está resuelto y puesto en práctica en Europa. No hay hospital sin escuela de enfermería”. Hacia 1905 se planteó la necesidad de abrir una escuela primaria anexa para que los estudiantes de enfermería completaran el primer nivel educativo porque hasta el momento lo exigible era solo saber leer y escribir. El prestigio y seriedad de la Escuela le permitió lograr, en enero de 1911, que sus títulos de competencia fueran revalidados por el Departamento Nacional de Higiene. Grierson dejó la conducción de la escuela en 1912. Desde 1939, por disposición ministerial, la escuela pasó a llamarse Escuela Municipal de Nurses Dra. Cecilia Grierson.

Universitarias argentinas

   En otro orden, durante la primera década del siglo se había formado la Asociación de Universitarias Argentinas: el primer Congreso Femenino Internacional sesionó en Buenos Aires en 1910, durante los festejos del Centenario. El movimiento feminista argentino ingresaba así en una nueva etapa: los cambios sociales impulsaron al Congreso Femenino a definirse sobre cuestiones gremiales, civiles y políticas. Su participación le costó a la doctora Grierson ser expulsada de la “Comisión Nacional de Mujeres” –una institución de corte benéfica− acusada de haber “presidido y participado de un Congreso Feminista Liberal”.

   La lucha por la igualdad social y política recién obtendrá logros concretos promediando el siglo cuando las mujeres logran el derecho a votar y ser votadas. La figura de Cecilia Grierson está inscripta en los primeros tramos de una gesta que aún tiene muchas peleas por delante y que, con recientes y masivos reclamos, ha colocado a las mujeres argentinas en la vanguardia internacional por sus reivindicaciones de género.