Bahía Blanca y un sobreviviente de la Lista de Schindler
Mario Minervino
"Schindler dio un paso al frente. Nos agradecía el esfuerzo que habíamos hecho para sostener su fábrica, nos informaba que ésta cerraba y que cada uno de nosotros era libre". Del libro "Undécimo Mandamiento", de Francisco Wichter.
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En 1945, el polaco Faivel Wichter, de 19 años de edad, escuchó de labios del empresario alemán Oskar Schindler unas pocas palabras que, a esa altura de su vida, creía imposibles: "son libres". Los rusos habían entrado en Berlín, Adolfo Hitler se había suicidado y la Segunda Guerra Mundial comenzaba a extinguirse.
Aquel muchacho que hace 71 años dejó la fábrica de municiones en Brünnlitz, Checoslovaquia, es hoy un hombre de 90 años que vive junto a Hinda, su mujer, en Buenos Aires.
Es el único integrante de la mítica Lista de Schindler que vive en el país y uno de los pocos con vida de los 1.300 judíos que ese empresario salvó de los campos de concentración al llevarlos a trabajar a su fábrica.
Cuando Faivel dejó ese lugar no sabía qué hacer. Sobrevivió a la guerra y al Holocausto pero toda su familia había sido asesinada. No podía imaginarlo en ese momento, pero muchos años después, en 2017, uno de sus nietos, Tom Wichter, repasaría parte de su historia desde Bahía Blanca.
Soy Tommy y tengo noni
Tom tiene 29 años y es periodista. Nació en Israel pero desde los 3 meses de edad vive en Bahía Blanca. Hoy cubre la actividad deportiva del primer equipo de fútbol de Olimpo, para la página oficial del club.
Es hijo de Enrique, quien en 1987 eligió nuestra ciudad para radicarse, ya que de aquí es nativa su mujer.
Para Tom su abuelo no es "un sobreviviente del Holocausto o uno de los nombres de la Lista de Schindler". Es algo más simple: su abuelo. Tenía 6 años cuando por primera vez le escuchó referir su historia, luego del estreno de la famosa película de Steven Spielberg.
Los padres de Tom establecieron una juguetería en nuestra ciudad, a la que llamaron Tommy.
"Ellos dicen que el nombre es por mí, no sé", comenta. Es él quien, cada noche, anuncia la hora de ir a dormir en uno de los canales de televisión locales. Periodista, hoy sigue, para la página oficial de Olimpo la campaña del primer equipo.
Ser parte
Tom reparte su tiempo entre Bahía y Buenos Aires, y eso le permite estar más en contacto con su abuelo. Asegura que lo vivido por Faivel no lo afectó de manera especial, pero es uno de los nietos que más se ha involucrado en ese pasado. "De casualidad", aclara, al justificar la nota que publicó en 2013 en la revista "Orsai" sobre esa historia, un viaje realizado a Polonia y la edición de los discursos que ensaya su abuelo en distintos actos.
"Tomo su historia con naturalidad: es mi abuelo, con quien me fui criando. Tengo una relación cotidiana. Pero es cierto que por distintas circunstancias soy de acompañarlo y colaborar con él", apunta.
Tom no lo llama Faivel. Lo menciona como "Pancho", por Francisco, el nombre que tomó en 1947, cuando llegó a la Argentina.
"Mi abuelo está bién, con algunas cosas propias de su edad. Escucha un poco menos y ya no viaja. A Bahía Blanca venía mucho, pero ahora ya no", cuenta.
La visión del nieto
Tom duda que sea el nieto que tomará a cargo sostener y dar a conocer el pasado de su abuelo. "A lo mejor me toca reconvertirla. Pero su historia está escrita (Francisco publicó, en 1993, el libro "Undécimo Mandamiento"), no necesita un intermediario", dice.
"Yo viajé a Polonia como parte de un programa educativo y la nota para "Orsai" fue en el marco de un taller literario", comenta.
Es posible que descubra en algún momento que esas casualidades no son tales y que sin quererlo va tomando calidad de nieto de una persona especial. Ya hizo mención de esa condición en una carta que escribió al presidente Mauricio Macri meses atrás, criticándolo por no recibir a Estela Carloto, presidente de las Abuelas de la Plaza.
Aquí estamos
El determinismo sostiene que no existen sucesos azarosos y que el futuro es predecible a partir del presente. Es difícil pensar que Faivel, Francisco, el abuelo de Tom, supiera al ingresar como obrero de Schindler que cumplía los pasos necesarios para que uno de sus hijos pudiera tener una juguetería a 12 mil kilómetros de distancia y que uno de sus nietos analizara el trabajo de un equipo de fútbol en el sur de América.
"Un número infinito de cosas muere en cada agonía", escribió Jorge Luis Borges. Dios conceda vida eterna a Francisco. Pero cuando él muera morirán los últimos ojos que vieron a Schindler, su fábrica, su voz, sus ojos. No obstante, su historia permanecerá. En su libro, es cierto, pero también en la sangre de su sangre.