Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Una primavera aciaga: la desaparición del “Fournier”

Corría 1949 y el país atravesaba momentos muy especiales. El peronismo en el poder parecía asegurar un “estado de bienestar” que tendía a distribuir las riquezas de modo
Una primavera aciaga: la desaparición del “Fournier”. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Ricardo De Titto

Especial para “La Nueva.”

Muy poco antes, en el verano anterior, la reforma constitucional parecía asegurar para siempre un futuro venturoso. A pesar de que el justicialismo quedó solo en las sesiones –la UCR retiró sus convencionales−, el “unanimismo” peronista hizo valer su condición de mayoría electoral y su potencia movilizadora. Hasta el preámbulo de la constitución –esa especie de reducido programa político nacional recitable− había agregado una frase elocuente: “la irrevocable decisión de constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.

Varios conceptos provenientes de la filosofía del “bien común” y la “justicia distributiva” fueron esgrimidos por Arturo Sampay, el vocero oficial más ilustrado. De esas ideas-fuerza, conocidas como del “constitucionalismo social” derivaban derechos sociales como los de los trabajadores, la mujer, la ancianidad, la niñez, la igualdad jurídica de hombres y mujeres, la función social de la propiedad y el rol paternalista del Estado en la economía. Aunque los rasgos autoritarios y la censura provocaban disensos, el peronismo, con Evita en lo más alto y el voto femenino ya consagrado, vivía su hora de gloria… y por eso mismo la reforma constitucional, además del voto directo para diputados, senadores y presidente habilitaba la reelección inmediata del presidente.

Fue entonces, cuando, tras el clásico desfile de carrozas por la paqueta avenida Santa Fe de Buenos Aires y la clásica elección de la “miss”, una noticia paralizó los corazones: se carecía de noticias de un buque que navegaba en el sur con más de setenta personas a bordo. La gente se reunió frente a las pizarras de los diarios, alrededor de las radios para escuchar las novedades y la “quinta” y la “sexta” edición del día 22 –los diarios vespertinos como “La Razón”− agotaron sus ediciones.

El rastreador “Fournier”

El rastreador y dragaminas A.R.A. "Fournier" se había incorporado a la Armada Argentina el 13 de octubre de 1940. Construido en el Astillero Sánchez y Cía. de la provincia de Buenos Aires, fue botado el 5 de agosto de 1939. En pleno desarrollo ya de la Segunda Guerra Mundial fue destinado a la Escuadrilla de Rastreo y Minado y tenía su apostadero en la Base Naval de Puerto Belgrano; su primer comandante fue el teniente de navío Ernesto del Mármol.

El "Fournier" era un barco de regular porte: 59 metros de eslora, puntal de 3.50, calado medio de 2.27 m y un tonelaje de 554 toneladas. Su armamento original constaba de dos cañones de 101 mm, cuatro ametralladoras y los equipos cortaminas de paravanes y rastras. Podía desarrollar una velocidad máxima de dieciséis nudos y su tripulación era de setenta hombres.

En 1942 y 1943 operó en la Flota de Mar en apoyo de la campaña antártica y fue buque de estación en Ushuaia. Su prestigio y el de su gente crecieron de la mano de dos rescates muy comentados, el del remolcador Olco y el del velero chileno Cóndor, ambos en medio de fuertes temporales. En junio de 1947 llegó a la Base Antártica Decepción.

En 1949, ahora bajo el mando del capitán de corbeta Carlos Negri, sus tareas de rutina incluían el patrullado de los canales fueguinos, el apoyo a la Base Naval de Ushuaia y eventuales labores de salvataje. El 17 de septiembre recaló en el puerto de Río Gallegos luego de una travesía por los canales fueguinos en los que se habían desplegado algunas investigaciones científicas: llevaba a bordo al doctor Raúl Wernicke, un prestigioso físico y químico, que era decano de la facultad de Agronomía y Veterinaria de la UBA y su hijo Julio, estudiante de medicina, que navegaron por las aguas australes en búsqueda de especímenes exóticos de la fauna marina regional. 

El último viaje

El 21 de septiembre el "Fournier" zarpó de Ushuaia a las 7.40 horas. Su rumbo era hacía el oeste, por el Estrecho de Magallanes, ruta que la tripulación conocía muy bien lo que no evitaba los acostumbrados cuidados extremos. El plan de viaje era incursionar en aguas chilenas y regresar a Ushuaia. Esa tarde, a las 16.30, la comunicación radiotelegráfica confirmó un curso normal: de acuerdo a lo previsto estaban pasando frente al faro Punta Delgada, en la primera angostura del estrecho. En horas de la noche el buque cruzó frente al faro San Isidro, en el extremo sur de la Península de Bruzwick, un punto crucial del viaje porque allí el estrecho tuerce para que sus aguas choquen las costas de la ciudad de Punta Arenas.

Las costas del lugar son bellísimas: tienen como fondo la Cordillera Darwin y los alrededores se tapan con un tupido bosque nativo. Justamente ahí cerca es donde se establecieron las primeras avanzadas de conquistadores españoles durante el siglo XVI en dos pequeños poblados Nombre de Jesús y Rey Don Felipe. Todos aquellos colonos pioneros fallecieron por inanición y frío y por eso a ese lugar de la costa se lo bautizó después como “Puerto del Hambre”. Con esa historia convertida en leyenda del estrecho, no era, por lo tanto, un lugar muy querido por los marinos.

Esa noche el pronóstico meteorológico no era favorable para la navegación: los vientos del noroeste soplaban a veinte nudos (poco menos de 40 km/h), se anunciaban chaparrones y posibles nevadas, la visibilidad no superaba los cuatro kilómetros y, como es habitual y más aún por las noches sin luz, la temperatura estaba por debajo de los cero grados. En este período la luz de la zona es bastante “normal”: el sol sale poco después de las 7 y se pone a las 19, como en la mayoría del planeta. Pero entre aquel atardecer con horizonte fascinante y el amanecer del primer día de la primavera algo pasó: en las primeras horas de la mañana del 22 las comunicaciones con el "Fournier" desde la Base Naval de Ushuaia se interrumpieron.

Al día siguiente se inició la búsqueda por agua y por aire, en la que participaron, entre otros, el rastreador Spiro, el transporte San Julián, los remolcadores Chiriguano y Sanavirón, la fragata Trinidad y el buque hidrográfico Bahía Blanca. Las operaciones se complicaron por una densa niebla que tardó días en disiparse y tempestades recurrentes.

Tras dos semanas de incertidumbre y desasosiego en el que los familiares de los 77 marinos tripulantes se convirtieron en rostros cotidianos en la prensa, finalmente, el 4 de octubre, los diarios del país anunciaron con grandes titulares lo que el país entero suponía: el "Fournier" había naufragado en Punta Cono, una saliente de la isla Dawson, rodeada por canales de 500 metros de profundidad promedio, a la entrada del canal San Gabriel, sesenta millas al sur de la ciudad chilena de Punta Arenas.

“Las circunstancias de su desaparición –señala un reporte− hacen suponer que el rastreador se hundió al chocar contra una piedra no marcada en la carta de navegación que abrió un surco en el casco de la nave e hizo que se anegaran los compartimentos, o que, en medio del temporal, una ola lo escoró sin darle tiempo a enderezarse”. No hubo sobrevivientes y el casco quedó para siempre en el fondo del mar. Solo fue posible rescatar los restos de algunos de los tripulantes, que fueron trasladados a Buenos Aires por la fragata Heroína, con su bandera a media asta.

El accidente, caratulado como de “misterioso” fue una tragedia nacional: el homenaje que brindaron la Armada y el gobierno argentinos a las víctimas encontradas sirvió para recordar todos los fallecidos que, con seguridad, habían pasado por momentos terribles al ahogarse en aguas congeladas. 

¿Quién fue Fournier?

Nacido en Livorno, puerto de mar de la Toscana, César Fournier, como su apellido lo indica, pertenecía a una familia de la nobleza francesa exiliada por razones políticas. Cuando tenía 36 años, Fournier adquirió una nave a la que llamó La César, y se hizo a la vela con destino a Buenos Aires donde llegó a fines de 1824.

En enero de 1826, el gobernador de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las Heras, a cargo de las Relaciones Exteriores de la Provincias Unidas del Río de la Plata, autorizó el corso contra los buques y propiedades del emperador del Brasil y sus súbditos. Las naves con patente de corso eran fletadas por particulares y así César Fournier, comisionado por el comerciante Vicente Casares, participó intensamente en la acción corsaria contra Brasil con la barca Congreso, de larga actuación en la escuadra de Guillermo Brown, ahora con patente corsaria. En 1827 navegó las costas brasileñas durante casi tres meses atacando al comercio en las aguas próximas a Salvador y Río de Janeiro, capturando alrededor de veinticuatro presas, realizando desembarcos y hasta planeando la captura del emperador Pedro I.

Arrojado y valiente, algunos caratulan a Fournier como “el más eficaz de los corsarios” argentinos de la Guerra con el Brasil. El ítalo-francés que luchó con la bandera argentina era un hombre de rasgos muy peculiares y cuya memoria merece recordarse. De estatura regular, bien formado, musculoso y de fuerza poco común; ojos azules y sin barba, pelo castaño oscuro; tenía una cicatriz notable en la cara, cerca de un ojo. Se comenta que era un tipo amistoso, de trato amable y risueño, justo con el personal a su cargo, y en extremo cariñoso con su esposa Cristina Gatti, con quien tuvo a su único hijo, César Fournier Gatti que, luego, residieron en Uruguay.

La calidad de sus operaciones le valieron que, a finales de 1827, el gobierno nacional lo ascendiera al grado de teniente coronel y, en enero de 1828, se lo comisionó a Estados Unidos para adquirir naves. Arribó a Baltimore donde equipó y armó dos buques, el bergantín Dorrego, capturado a los brasileños, y la corbeta 25 de Mayo, comprada en los Estados Unidos  Ya en navegación de regreso a nuestro país, los tres buques que formaban una nueva escuadra, enfrentaron un terrible temporal que hundió dos de ellos: solo regresó el Dorrego y no se supo más nada de los otras dos embarcaciones. En este episodio, César Fournier perdió la vida que, como la de los tripulantes del rastreador, quedó para siempre en las aguas del océano.

Unidos en la tragedia

Como decíamos en un inicio, la pérdida del "Fournier" fue un verdadero duelo nacional, y en su memoria y en la de sus tripulantes y pasajeros se efectuaron numerosos actos oficiales y privados, entre ellos el lanzamiento, por parte de los aviones del Centro Universitario de Aviación, de ofrendas florales en las aguas del Río de la Plata en la esperanza de que llegaran a los lejanos canales fueguinos, y la plantación de 79 árboles formando la palabra “Fournier” en los bosques que hay a un costado de la autopista Ricchieri en camino al aeropuerto internacional de Ezeiza.

En el 61º aniversario del hecho que conmocionó al país entero, se realizó una ceremonia en Ushuaia frente al monumento ubicado en la avenida Prefectura Naval Argentina y Yaganes. Allí, el capitán de fragata Jorge Riveros, señaló: “Todo marino sabe que los buques son como los seres humanos, sin su personal destinado a bordo, no es más que un cadáver, un cuerpo sin vida y sin alma. Las dotaciones conforman el alma del mismo y a través de sus memorias, la historia de los buques no muere jamás”. Se puede decir que César Fournier es “un marino olvidado” cuyo apellido, lamentablemente, ha quedado registrado en la historia por el trágico episodio que acabamos de narrar; aunque, curiosamente por ese hecho, justamente, su memoria de heroico marino de las primeras armadas argentinas se mantiene viva…