Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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Karina Fassi contagia las ganas de vivir

Nacer con espina bífida no le impidó seguir sus sueños. Contadora, nadadora de aguas abiertas y una luchadora. Acaba de presentar el libro El poder de querer.
Karina Fassi contagia las ganas de vivir. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Anahí González

agonzalez@lanueva.com

Karina Fassi nunca pierde la sonrisa. Nació con espina bífida, una lesión medular que le produjo dificultades motrices. De chica usaba botas ortopédicas "con fierritos" para tenerse en pie y avanzar algunos pasos.

A los 17 años todo empeoró. Una operación -que se suponía iba a mejorar su calidad de vida- salió mal. Terminó la secundaria con yesos en ambas piernas. Aún así no bajó los brazos. Por el contrario, redobló la apuesta. Se mudó de Cabildo -donde vivía con su familia desde los 6 años- a Bahía Blanca para estudiar en la UNS.

En aquella tímida adolescente que se atrevió a soñar con un título de Contador Público --a pesar de los obstáculos que debía afrontar-- ya empezaba a asomar la mujer entusiasta y con una fuerza de voluntad arrolladora que es hoy Karina Fassi.

No quedarse atada a sus límites -o lamentándose por ellos- le permitió concretar sueños y vivir experiencias fascinantes.

Se convirtió en nadadora de aguas abiertas (abrió y cerró el Mundial de Aguas Abiertas de Nápoles en 2014) participó de múltiples torneos dentro y fuera del país, nadó entre delfines en República Dominicana y dio conferencias en Ecuador, Perú, y Chile sobre desarrollo sustentable, marketing y comercio internacional.

El Papa Francisco la recibió en el Vaticano. A él le entregó una copia del libro que acaba de presentar en sociedad: El poder de querer. Cuando la realidad despierta sueños.

Ella conoce mejor que nadie ese poder y lo quiere compartir. Generosa, como todos los grandes.

Celebra la vida

Los primeros años de vida de Karina transcurrieron en una casita a orillas del lago del dique Paso de las Piedras (Coronel Pringles).

"Fui una nena muy feliz. La pasaba muy bien rodeada de plantas y animales y con mi hermano Pelu y nuestros amigos", recordó .

El momento más difícil se dio cuando tuvo que mudarse con su familia a Cabildo y empezar la escuela. Las botas ortopédicas eran como huesos para sus piernas pero hacía unos pasos y se cansaba.

"De estar en medio de la naturaleza pasé a estar en un aula y en medio de chicos que gritaban y corrían en los recreos. Fue difícil", contó.

El apoyo de su familia, sobre todo de su mamá Ana Grondona y de sus hermanos Héctor (Pelu) y Walter, fue esencial.

"Mi mamá tiene la fuerza de un tractor. Mi familia nunca bajó los brazos y me dio esa contención. Es fundamental que te acompañen más allá de lo que pase", dijo.

El desafío de estudiar

Cuando se anotó para estudiar la carrera de Contador Público en la UNS caminaba con valvas -botas ortopédicas que cubren desde la rodilla hasta el pie inclusive- con mucha dificultad. Cruzar la Avenida Alem era un desafío. Y lo encaró.

El médico que la había operado en Bahía Blanca y cuya cirugía no había dado los resultados esperados, le había dicho: "Lo que Dios no te dio, yo no te lo pude dar".

Con el pie izquierdo apoyaba la cara interna del tobillo; con el derecho pisaba con el talón; pero no quiso recurrir a las muletas ni a la silla de ruedas. Tuvo que aprender a desenvolverse en la ciudad: tomar colectivos, cruzar calles, hablar en público y afrontar situaciones de discriminación.

El día que subió por primera vez las escalinatas de la UNS se prometió que bajaría esos mismos peldaños con el título en la mano. En 2002 su sueño de ser Contadora se cumplió.

Sin fronteras

Mientras estaba estudiando recibió una beca para ir a dar una conferencia a Quito, en Ecuador, país famoso por ser tierra de volcanes.

Su hermano Pelu le preguntó: "¿Te hace feliz ir?". El "Sí" de Karina fue suficiente para que él le demostrara, una vez más, que era incondicional. Lo resumió en una frase. "Si te hace feliz, andá. Si tengo que patear lava de volcán para sacarte y traerte de nuevo a casa, lo voy a hacer", le dijo.

Así conoció paisajes maravillosos y gente muy cálida. Era la primera vez que cruzaba la frontera y lo hacía sin su familia.

Nadar en aguas abiertas

A medida que crecía en autoestima empezó a notar que sus metas no eran imposibles. Era cuestión de tolerar la frustración de que a veces las cosas no salieran como esperaba y volver a empezar cada día. Las barreras eran más que nada mentales.

Por eso, cuando los especialistas de la clínica Fleni (Fundación para la Lucha contra las Enfermedades Neurológicas de la Infancia) de Buenos Aires, a la que llegó en 2008, le recomendaron realizar natación para fortalecer sus piernas enseguida transformó esa herramienta de rehabilitación en otro sueño: convertirse en nadadora de aguas abiertas.

"Es un deporte en el que no tenés impacto. El mayor impacto fue animarme a usar malla. ¡Me costó mucho! Veía mis piernas flacas y sin masa muscular", confesó.

En agosto de 2009 mientras continuaba con su terapia de kinesiología, se acercó al Uno Bahía Club para tomar las primeras clases. de natación. Agarrándose de las paredes, por falta de equilibrio, se acercó a un profesor.

"Le dije: '¿Me enseñás a nadar?' El pobre flaco me miró y me dijo: '¿Sabés flotar?'".

No sabía. Es más, nunca se había metido en una pileta. Un mes después, el 26 de septiembre, día en que se cumplía un año de su operación en el Fleni (esta cirugía sí había sido exitosa) se anotó en el primer torneo.

"Era la mejor forma de festejarlo. Solo por participar te regalaban la medalla y yo se la quería llevar a los médicos de Fleni", dijo respecto de su coraje.

Latir en cada brazada

Con el aliento y guía de la profesora de natación Luciana Canova (quien le dijo: "Yo te llevo hasta donde vos quieras llegar") empezó a entrenar para nadar en aguas abiertas. Así llegó el primer desafío de mil inolvidables metros en la Laguna La Salada (Pedro Luro) y los torneos en lagos del sur argentino como el Aluminé y el Lácar.

"Cuando nado siento que me abrazo a la vida en cada brazada. Es una sensación de plenitud y felicidad", contó.

"Varias veces me dijeron: ¿No te da miedo? ¿Y la profundidad? ¿Y el oleaje? ¿Y el frío? No me va a pasar nada . Voy a desafíos muy cuidados. No soy una kamikaze", dijo.

Cuando sale de nadar en lagos helados como el Nahuel Huapi la gente la espera con una campera, café, chocolate caliente o mate. Y hasta le ofrecen hospedaje.

Otro de los sueños cumplidos de Karina se dio en República Dominicana, donde nadó entre delfines. Se tomó de las aletas de dos de ellos y la llevaron de paseo con suavidad, como si supieran que debían cuidarla. Lo contó entre lágrimas.

En septiembre de 2014 inauguró y cerró el Mundial de Aguas Abiertas en Nápoles. Sus ídolos del deporte le dieron las gracias por motivarlos. En el mismo viaje, el Papa Francisco la recibió en el Vaticano y pudo darle una copia de su autobiografía.

Motivar a otros

La idea del libro surgió a partir de una nota que le realizó el periodista Ricardo Aure para La Nueva. Primero le dijo que no quería dar la entrevista pero luego aceptó porque vio la oportunidad de animar a otros a luchar por lo que quieren.

La primera copia artesanal del libro se la regaló a Juan Carlos Couto, jefe de equipo de la clínica Fleni. Cuando el médico le dijo que sus palabras eran una caricia para el alma no dudó en publicarlo.

"Hay mamás de chicos con discapacidad que me dicen 'Gracias por compartir tu historia, por darme fuerza, nos motivás a seguir'", dijo.

No se cansa de decir que si bien no elegimos muchas de las cosas que nos tocan, sí podemos elegir qué hacer con ellas. Por estos días la convocan para dar charlas motivacionales en distintos ámbitos. Su historia contagia ganas.

El poder de querer puede ayudar a mucha gente a ser quienes quieran ser. Es una invitación a recordar que la suerte se forja y que no todo es lo que parece. Dijo Lao Tse: "Aquello que para la oruga es el fin del mundo, es el comienzo para la mariposa".