Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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El peronismo en estado deliberativo

El kirchnerismo está muerto y no hay Cristo capaz de resucitarlo. Pero a muchos la cuestión no les pareció tan clara. Creyeron que la Fernández, tras un eclipse momentáneo, podía volver por sus fueros en el supuesto de que la administración de Cambiemos no diese pie con bola. Es más, luego del show que protagonizó la viuda de Kirchner cuando debió presentarse en Comodoro Py, reclamada por el juez Claudio Bonadio, no faltaron quienes especularon con una suerte de recuperación de los espacios públicos por parte de los K. No se daban cuenta de que cuanto veían eran tan solo los saldos y retazos de una corriente política peronista destinada, de manera inexorable, a abandonar la escena.

Casi podría decirse que, a esta altura de los acontecimientos, el kirchnerismo es lo de menos. Es cierto que la mitad del país desearía ver presos a Cristina Fernández, a Julio De Vido, a Cristóbal López y a Aníbal Fernández. Para que ello ocurra -lo cual no es seguro, ni mucho menos- deberá todavía correr mucha agua bajo los puentes. Mientras tanto, se encuentra en juego la suerte de un justicialismo que no termina de hacer pie y que, desde 1983, nunca ha enfrentado tamaña adversidad.

Entiéndase bien, se halla, con diagnóstico reservado, no el peronismo sociológico sino sus elencos dirigenciales. La parte del pueblo dispuesto a seguirlo y a votarlo, inclusive en medio de la tormenta, sigue firme. En cambio, los jefes no aparecen. Terminado el liderazgo de Cristina Fernández, hay una legión anotada para sucederla. Con la particularidad de que, a diferencia de lo acontecido después de la derrota que les infligiera Raúl Alfonsín hace treinta y tres años, faltan en esta instancia los Cafiero, Grosso, Saadi y Menem que, más allá de sus falencias, eran muy superiores a los Pichetto, Urtubey, Gioja, Randazzo y compañía. No sólo eso. En el corto y mediano plazo, los contendientes actuales no tienen forma de dirimir supremacías. Las elecciones de octubre del año próximo pueden, en la mejor de las hipótesis, ofrecer un indicio. Nada más.

Mientras duró la hegemonía indisputada del santacruceño y luego la de su mujer, en el movimiento nacido a instancias de Juan Domingo Perón, el 17 de octubre de 1945, nadie abrió la boca –salvo para entonar una loa en homenaje del matrimonio- y a nadie se le ocurrió la idea de consultar nada con las autoridades partidarias. Cuando hay un jefe, en el peronismo las instituciones son puro decorado. Pero cuando la ausencia del que manda se hace notar, entonces sí cobran relevancia los congresos, las internas y las convenciones.

Por tercera vez desde el retorno de la democracia en 1983, el peronismo se encuentra en un lugar que siempre le ha resultado incómodo. En el llano, lejos de Balcarce 50, debe asumir sus responsabilidades como fuerza opositora. Pero como el llano es el resultado de la derrota y los reveses electorales se pagan caro, a similitud de 1983 y, en menor medida, de 1999, el justicialismo se halla huérfano de un jefe y, por lógica consecuencia, falto de la unidad que es la condición necesaria para intentar un regreso, en el 2019, a la Casa Rosada.

El peronismo asambleísta –por denominarlo así- ha recobrado aliento como instrumento necesario para fijarse, de puertas para adentro, reglas de juego y para delinear una hoja de ruta. Balcanizado como esta, no tiene más remedio que hacer lo que menos sabe: discutir civilizadamente sin perder de vista el hecho de que ninguno de los gobernadores, senadores, diputados o notables con pretensiones de liderazgo, es más que los otros.

El continuo Báez-López-Pérez Corradi ha disparado tres distintos fenómenos, no necesariamente vinculados entre sí: por de pronto la mencionada defunción de lo que quedaba en pie del kirchnerismo y el estado de deliberación permanente en el cual se encuentra inmerso el peronismo en su conjunto; por otro lado, ha significado un espaldarazo para el gobierno de Macri, tan inesperado  como amplio en sus alcances y, por fin, ha puesto la atención de la gente, una vez más, en los jueces federales encargados de llevar adelante causas que ellos mismos, por cobardía o desidia, habían decidido cajonear durante la década pasada, como si tal cosa.

El kirchnerismo no tiene otro recurso más que embarrar la cancha, estrategia que aún no le dio ningún resultado. Los jueces juegan a quedar bien a dos puntas, tratando de ganar tiempo. Al faltar un interlocutor confiable con el gobierno, su velocidad es la de crucero. Por fin, está el actor decisivo en toda esta historia: el Poder Ejecutivo. El ministro de Justicia, Germán Garavano, ha insistido en que determinados jueces deberían dar un paso al costado. Si piensa que alguno de ellos renunciará como lo hizo Oyarbide, es un ingenuo. Todo hace suponer que la investigación que llevará adelante el Consejo de la Magistratura será el comienzo del fin de la carrera de dos o tres de los dueños y señores de Comodoro Py. En este orden, Raúl Canicoba Corral, Sebastián Casanello y Daniel Rafecas deberían poner las barbas en remojo. Pero lo dicho no deja de ser una suposición.