Las cartas póstumas de Guadalupe Cuenca
Por Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva ."
Las disputas internas en el seno de la Primera Junta se exacerbaron hacia finales de 1810. Las dos alas, personificadas por las figuras de Cornelio Saavedra y Mariano Moreno -–el parco hombre de armas y el intelectual fogoso−- culminaron con la integración de la Junta Grande. Moreno se embarcó hacia Europa a principios de 1811 y falleció el 4 de mayo, a los 32 años. Aunque algunos sospechan que fue envenenado –-y, últimamente, se da eso casi como un hecho indiscutible−, no existen pruebas concluyentes al respecto. Pero sí han quedado, de esos días, cartas que, a la vista de la situación real, se convierten en testimonios desgarradores. Son las que su esposa, María Guadalupe Cuenca le enviaba a Mariano y que se han hecho famosas porque –-como tituló su compiladora–- “nunca llegaron” a ser leídas por su esposo. Lupe, sin saberse viuda, continuó enviándole cartas a su marido por medio de las que, además de renovarle sus sentimientos, pretendía mantenerlo informado de los sucesos políticos locales. Ante la falta de respuesta llegó a sospechar que Moreno la engañaba. Las misivas permiten, además, un acercamiento poco usual a la gravedad de los enfrentamientos políticos del momento.
El 14 de marzo, Lupe, encabezando su carta con un “Mi querido y estimado dueño de mi corazón”, entre otras cosas le decía: “Me alegraré que lo pases bien y que al recibo de esta estés ya en tu gran casa con comodidad y que Dios te dé acierto en tus empresas; tu hijo y toda tu familia quedan buenos, pero yo con muchas fluctuaciones y el dolor en las costillas que no se me quita y cada vez va a más; estoy en cura, me asiste (el doctor) Argerich, se me aumentan mis males al verme sin vos y de pensar morirme sin verte y sin tu amable compañía; todo me fastidia, todo me entristece (...) tengo el corazón más para llorar que para reír. Mi querido Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o si no hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir; la casa me parece sin gente, no tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos; ¿o quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar?”.
Y sigue el comentario político: “Todos los días nos asustan con Elío (el virrey), dicen que viene a bombear; en la otra banda se han levantado contra los de Montevideo, salió ahora días (José) Moldes con seiscientos hombres a la otra banda, Vieytes ha salido a comisión no se sabe dónde. Bustamante estuvo a verme y todos tus amigos a ofrecérseme”. La despedida, vista la cercanía de la muerte de su marido, resulta terrible: “Dios te dé muchos años de vida y salud para el consuelo, amparo y bien de ésta, tu desconsolada esposa”.
Una rara coincidencia se produjo el 20 de abril. El mismo día en que Lupe redacta una nueva carta a su amado difunto en la que le informa el desplazamiento del poder de toda el ala “morenista”, un decreto de la Junta Conservadora instituye el decreto sobre Libertad de imprenta. El documento, a la vez, que recoge el espíritu de Moreno, testimonia que, menos de un año después de la Revolución, casi nada quedaba ya de la Primera Junta. Como miembros de la Junta Grande firman Cornelio Saavedra, Domingo Matheu, Atanasio Gutiérrez, Juan Alagón, Gregorio Funes, José García de Cossio, Juan Antonio Olmos, Manuel Felipe de Molina, Francisco de Gurruchaga, Juan Ignacio Gorriti, José Julián Pérez, Marcelino Poblet, José Ignacio Maradona, Francisco A. Ortiz de Ocampo, y Joaquín Campana, como secretario, o sea, solo dos integrantes de la Primera Junta. Y en la firma del Reglamento aprobado en octubre de 1811 ya no hay vestigio de los hombres de Mayo. Lo firman, además de Funes, Cossio, Olmos, Molina, Gurruchaga, Maradona, Poblet, Ortiz de Ocampo y Gorriti, presentes en abril, Juan Francisco Tarragona y fray José Ignacio Grela.
En efecto, una asonada realizada el 5 y 6 de abril, dirigida por Joaquín Campana y que movilizó al pueblo orillero, había terminado por consolidar las posiciones del ala “conservadora” en la que fulguraba la presencia del deán cordobés Gregorio Funes quien, como consecuencia del movimiento, comenzó a dirigir "La Gaceta de Buenos Ayres", el periódico fundado por Moreno que oficiaba como órgano de la Junta. Funes, además, se convirtió en el redactor de la mayor parte de las proclamas, cartas y manifiestos. Lupe le comenta a Mariano: “Estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz (...) los han desterrado, a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas; Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French, Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones; hoy te mando el manifiesto para que veas cómo mienten estos infames; Agrelo es el editor de "Gacetas" con dos mil pesos de renta, por si acaso no has recibido carta en que te prevengo que no le escribas a este vil porque anda hablando pestes de vos y adulando a Saavedra; su mujer no me ha pagado la visita que le hice, en fin, se ha declarado enemigo nuestro y ha jurado que no volverás a beber el agua del Río de la Plata. (...) Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo”.
Tal y como relata Lupe, Rodríguez Peña, Azcuénaga, Larrea, Posadas, Beruti y French –-aquellos mismos de las cintas del 25−-, entre otros, fueron expulsados de Buenos Aires y desterrados a Cuyo, San Luis, Luján, San Juan o Carmen de Patagones. El golpe continuó ensañándose con Manuel Belgrano a quien se le inició proceso militar por los magros resultados de la campaña al Paraguay. Todos ellos regresarán a posiciones de poder en octubre de ese mismo año, tras el movimiento que con las armas de San Martín y Alvear derrocó a la Junta e impuso el Primer Triunvirato. En su Memoria Póstuma, Saavedra asegura que “ni en aquel momento ni ahora trato de justificar dicho suceso. (...) Lo cierto es que, fuese cual hubiese sido la intención de los que lo hicieron, sus resultados ocasionaron males a la causa de la Patria, y a mí la persecución dilatada que sufrí y la ruina de mi familia”. Saavedra, que “dejó correr” el movimiento de abril, fue el único que no fue rehabilitado después. Así como Moreno ya estaba muerto, la carrera política de Saavedra había terminado para siempre.
Para cerrar estas líneas tan trágicas, extractamos los párrafos más personales de aquella carta del 20 de abril de 1811: “Mi amado Moreno de mi corazón: Te escribí con fecha de 10 o 11 de este, pero con todo vuelvo a escribirte porque no tengo día más bien empleado que el día que paso escribiéndote y quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta el vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho (...) van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años. (...) Aun cuando me prevenías que pudiera ofrecérsete algún viaje, me parecía que nunca había de llegar este caso; al principio me pareció sueño y ahora me parece la misma muerte y la hubiera sufrido gustosa con tal de que no te vayas”.
El “numen de Mayo” jamás pudo leer esas notas tan ardorosas aunque --y esto sí lo podemos afirmar con toda certeza−, murió consciente de que dejaba atrás, en el Río de la Plata, no solo a una revolución en marcha, sino también, en esas mismas orillas, a un apasionado amor.