El padre Brochero es beato
EN UNA emotiva fiesta realizada la semana pasada en la localidad cordobesa que lleva su nombre, resultó oficialmente declarado beato el padre José Gabriel del Rosario Brochero, conocido popularmente como "el cura gaucho", a partir del visto bueno dado por el Papa Francisco.
LA CONDICION de beato permitirá que, de ahora en más, el sacerdote fallecido en 1914 pueda tener su fiesta patronal cada 16 de marzo, y avance en el trámite que lleva adelante la Iglesia Católica para reconocer su calidad de santo, a partir de sus acciones durante su vida, pero también al verificarse milagros a partir de solicitar su mediación ante Dios.
ACASO ESTA última condición es una de las más complejas de "cumplir" desde el punto de vista "legal", pero Brochero parece haber sido ya el responsable de la curación de Nicolás Flores, un niño de 13 años que, luego de quedar en estado vegetativo como consecuencia de un accidente, comenzó a recuperar masa ósea, en un hecho que, al decir de los médicos, "excede a la ciencia".
PERO ACASO lo más trascendente de esta beatificación es la situación de reconocer la figura de un hombre que caminó este mundo poniendo al trabajo solidario como eje de su vida, a partir de su contacto con los sectores más necesitados y llevar su palabra de esperanza y su decisión de luchar para que se les brinde una respuesta a sus necesidades. Así se encargó de gestionar la construcción de escuelas, albergues e iglesias, y se involucró en luchas para que los trabajadores tengan un salario acorde a su trabajo y evitar el trabajo infantil, para que los niños no abandonen la escuela. El hecho de haber contraído lepra por asistir a afectados por ese "mal bíblico" ilustra la magnitud de su entrega.
EN UN mundo y un tiempo en que las sociedades parecen correr detrás de ídolos de barro, resulta gratificante que, por sobre creencias y religiones, se rescate el perfil de este tipo de personas, que hacen del amor y la solidaridad su herramienta. Personas que además se ganan el mejor reconocimiento al que alguien puede aspirar: un espacio indeleble en el corazón de la gente.