Enemigos íntimos
A dos semanas de las primarias, Cristina Fernández sabe que va a perder en Córdoba, Santa Fe, Mendoza y la Capital Federal. Que también le esperan malas noticias nada menos que en su adoptiva Santa Cruz. Y que en la provincia de Buenos Aires, en el mejor de los casos, al momento de ir a las urnas de esa primera foto de lo que serán después las elecciones legislativas del 27 de octubre, puede llegar en condiciones de empate técnico entre Sergio Massa y Martín Insaurralde. Sabe asimismo que, a nivel país, puede compensar con un triunfo en la mayoría de los distritos más chicos, o en el peor de los casos sostener el piso electoral del 30 por ciento que cuadra al espacio que ella comanda desde que el 54 por ciento de 2011 se fue escurriendo como arena entre los dedos.
Es decir, la presidenta no tiene por ahora demasiado para festejar. Ese es el panorama que le acercó en la última semana el comando de campaña del kirchnerismo, que en verdad, además de ella, se reduce en cuanto a su integración a una sola persona: el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini.
Será por esa razón que la presidenta tuvo que perdonarle la vida a Daniel Scioli y entregarle o poco menos el manejo de la campaña electoral en territorio bonaerense. A sabiendas de que con ese gesto puede estar abriéndole al gobernador una nueva puerta de acceso a la sucesión en 2015. Pero Scioli mide mejor que ella en la provincia y genera menos rechazo en el votante que no tiene puesta la camiseta del Frente para la Victoria. Ya llegará el momento de poner las cosas otra vez en su lugar, prometen en sus cercanías. Y, en todo caso, lo peor que puede pasar es que, si hay que salir derrotados de las PASO y después de las legislativas, no le temblará el pulso para que el fiel mandatario cargue con todas las culpas. Y a Cristina no se le habrá movido un pelo. Pero por ahora hay que tragar ese sapo y ahí está Scioli, pegado a Insaurralde, con su propia consigna de hacer un poco de campaña para el intendente de Lomas de Zamora, y bastante más para sembrar a futuro si, tal como se asegura que le dijo Zannini la semana pasada, en una charla en la Casa Rosada, lo de la re-reelección está definitivamente enterrado y sepultado. El "Chino" le habría dicho que la doctora se terminó de convencer de que jamás conseguirá los dos tercios en el Congreso para ir por la reforma. Y que oportunamente decidirá el nombre de su sucesor. ¿Le entregó además Zannini a Scioli alguna señal concreta como para entusiasmarlo con que él será precisamente el depositario de esa sucesión? Difícil saberlo, pero lo concreto es que el gobernador se ha entregado con renovada pasión a su profesión de fe cristinista, lo que habilita a suponer que algún guiño hubo. Igual, los gurkas del kirchnerismo que juran que Scioli jamás será candidato presidencial del espacio que los cobija desde 2003 siguen repitiendo ese latiguillo cada vez que alguien les pregunta.
Será también por aquella misma razón que la presidenta apañó un plan sistemático para complicarle la vida a Mauricio Macri, otro enemigo íntimo como el gobernador bonaerense, al que alguna vez pensó que sería mejor entregarle la presidencia en 2015 antes que dejarla en manos del candidato peronista de turno, sea quien fuere. Convencida ella y convencidos sus estrategas de que puede operar desde las sombras para petardear esa hipotética gestión y prepararse para volver cuatro años más tarde. El plan de referencia tuvo dos capítulos inmediatos destinados a privar al intendente porteño de disfrutar de éxitos de campaña como fueron, según las encuestas que mide el humor de los habitantes de la ciudad, la puesta en marcha del Metrobús en la avenida 9 de Julio, y la inauguración de dos nuevas estaciones del subte en una de las líneas más utilizadas, como es la que une el microcentro con Villa Urquiza y otras barriadas populares del noroeste del distrito. En la jefatura de gobierno, donde habitan, además de Macri, dos de sus pesos pesados como María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, se llenaron de sospecha sobre el piquete de la 9 de Julio y la negativa de los empleados del subterráneo a operar los trenes en esas dos nuevas estaciones. No hay que escarbar demasiado para darles algo de razón: en la ancha avenida aparecieron ciento cincuenta activistas municipales de La Matanza, el poderoso distrito electoral del kirchnerismo donde reina el ultracristinista Fernando Espinosa. Y reportan a la vez a Julio Pereyra, el intendente de Florencio Varela y titular de la Federación Argentina de Municipios, una entidad que se nutre semana a semana de los jugosos subsidios en efectivo y planes de obra pública local que les entrega el ministro de Planificación, Julio De Vido. Los delegados de Subterráneos de Buenos Aires que se negaron a manejar los trenes en las dos nuevas paradas por presuntas fallas en la seguridad de ese tramo del recorrido son viejos conocidos del kirchnerismo, que ya han prestado otros servicios a la causa con paros y piquetes sobre las vías en horas pico de transporte de pasajeros. Los comanda el dirigente de izquierda Claudio Dellacarbonara, del Partido de los Trabajadores Socialistas (PST), que para más datos será candidato a senador en la capital federal apoyado por la Casa Rosada. Es decir: más claro, echarle agua. Cristina no tiene otra herramienta para evitar que Daniel Filmus salga otra vez tercero detrás del macrismo y la alianza UNEN, en una pelea que no es para ganar sino para ofrendarle a su jefa al menos el senador por la minoría. Ya llegará el momento, dicen por cuerda separada en despachos de Balcarce 50, de cobrarle a Filmus la factura por haber abandonado la comisión que debía tratar el pliego de ascenso del general César Milani. Prometen que el castigo que impondrá la doctora será implacable.
Otro enemigo íntimo de Cristina Fernández es Sergio Massa. La presidente se ha visto necesitada de ordenar una embestida frontal contra el intendente de Tigre para compensar la desigual pelea con Insaurralde, aunque se conoce en charlas reservadas de funcionarios con acceso a los aposentos de Olivos que ella nunca le cerró ni le cerrará la puerta a un reacercamiento con su exjefe de Gabinete una vez que se haya disipado la humareda de las internas y las legislativas de octubre. Aplica por otro camino a quienes sospechan que Massa y Cristina tienen más cosas en común que las que dejan ver en ls superficie, y que ya llegará el momento de poner la casa en orden o de intentar que la oveja descarriada vuelva al redil. A fin de cuentas, elaboran en los laboratorios del kirchnerismo, el líder del Frente Renovador mantiene su apoyo a las cinco o seis medidas que han sido las patas fundacionales del modelo instaurado en 2003. Y que la cháchara discursiva de estos días, como la pomposa e innecesaria firma ante escribano público en rechazo a la reforma constitucional y a la reelección indefinida, no es más que eso: barullo para ganar una elección que terminaría posicionando también a Massa como un presidenciable para dentro de tres años.
Hubo que hacer también algunas concesiones para sostener con vida la epopeya que significaría ganar en Buenos Aires por cifras contundentes, tanto como para alimentar alguna llama que, como se insiste, Zannini juraría que ya ha sido apagada, o, en el más sensato de los casos, para conservar el poder de gestión sin grave deterioro durante los meses que le quedan a la doctora al frente del gobierno. Máximo Kirchner, que se instaló en Olivos a tiempo completo desde que salió de la clínica con su hijo Néstor Iván en brazos, ordenó lisa y llanamente borrar de las fotos de campaña al vicepresidente Amado Boudou. "¡Saquen a Boudou de la campaña!", le escucharon bramar días pasados. Un reclamo parecido afectó a De Vido, aunque al ministro lo mantienen al frente del plan que distribuye fondos entre los intendentes amigos que tiene sus capítulos casi diarios en la Casa Rosada. El primogénito y líder de La Cámpora no come vidrio, menos todavía después de aquella foto que fue motivo de su arranque de furia: la que protagonizaron Boudou y De Vido junto a Scioli e Insaurralde en su visita a Bahía Blanca. Tampoco descubrió la pólvora: el vicepresidente y el ministro pelean por el fondo de la tabla de los dirigentes más desprestigiados del país junto al camionero Hugo Moyano y el peor símbolo viviente de la corrupción estatal de los últimos diez años, Ricardo Jaime.
Encuestas que aterrizaron esta semana en los cuarteles del kirchnerismo, y que en la cima del poder de algún modo se resisten a procesar, advierten que la presidenta --o sus candidatos, ya se verá-- podrían pagar altos costos políticos por haber sostenido en el cargo al general Milani, un pecado que se equipara con la sensación de que hubo un grosero manipuleo de los derechos humanos para acomodarlos a gusto y conveniencia de la presidenta y de la campaña electoral. Ese malestar social se equipara casi con otro malestar: el que en privado expresaron Miguel Pichetto, Aníbal Fernández --que habría empezado su clásico operativo desmarque presentándose por las suyas en el acto de la AMIA, o con críticas abiertas al CELS de Horacio Verbitsky-- y hasta Agustín Rossi, por el sapo cada uno a su medida que debieron tragar para apañar la escandalosa voltereta en torno al pliego de ascenso y a las probadas pruebas de las andanzas durante la dictadura del jefe del Ejército.
Un capítulo de la procesión que en el gobierno suele ir por dentro fueron los sonoros telefonazos que envió desde su histórica visita a Brasil el Papa Francisco. El gobierno se sacudió como señalado con el dedo por el mensaje papal contra la riqueza y los lujos de los políticos, contra los planes locales para despenalizar el consumo de droga, la corrupción que todo lo ensucia y hasta el uso programado del luto. Y con su fortísima apelación a los jóvenes a hacer lío en las calles y a los ancianos a no callarse más la boca. Con la soberbia cotidiana, la presidenta le respondió con escaso disimulo. "Eso ya lo decía Néstor", le zampó desde Tecnópolis.