San Martín, Alvear y la revolución del 8 de octubre de 1812
¿Cómo es que José de San Martín aparece en una revolución contra el gobierno que antes lo había nombrado para formar un regimiento? ¿Es San Martín un militar conspirador, acaso revolucionario, o un político que no acierta con su destino esquivo? ¿Puede endilgarse a Carlos de Alvear la responsabilidad de este levantamiento por su ascendiente sobre San Martín o, por el contrario, la Logia Lautaro es tan decisiva, como para adjudicarle un programa deliberado con antelación?
"La cooperación militar dada por San Martín a un pronunciamiento sedicioso como el del 8 de octubre --decía Vicente Fidel López-- es uno de los puntos más oscuros de su biografía, un hecho que está en abierta oposición con los actos y con las ideas de que hizo profesión pública toda su ilustre y gloriosa vida. Los hombres sensatos y reflexivos que lo conocían y que lo apreciaban, miraron ese acto como una falta impropia de su carácter; quizás como un enigma inexplicable; y probable es que el mismo general tuviese el desconsuelo de pensar que no había obrado correctamente".
Bartolomé Mitre en cambio adjudica el hecho a una desprolijidad de los miembros de la Logia. La participación de San Martín en la caída de un gobierno es indirecta, y queda totalmente absuelto de alguna responsabilidad, y la influencia de la "logia lautarina" se ha exagerado demasiado en la incidencia revolucionaria. Mitre sostiene que Alvear es un par de San Martín. Entendemos que es el primer historiador que se anima a suponer una igualdad semejante. "San Martín --señala--, que a la par de Alvear había contribuido a fundar aquel orden de cosas por la revolución del 8 de octubre de 1812, deseaba después del triunfo de San Lorenzo un teatro más vasto en que desenvolver sus talentos militares. Alvear, su colaborador en el movimiento, y no menos ambicioso de glorias y de poder, aunque sin el genio y la claridad de vistas de San Martín, deseaba igualmente una ocasión de elevarse".
Ricardo Levene considera que la revolución de 1812 fue un golpe de Estado que se justifica en razón de la secuencia que demostraría la endeble estabilidad de los gobiernos porteños. En este sentido señala que "los golpes de Estado que se asestaron en tres ocasiones sucesivas al disolverse las primeras reuniones del Poder Legislativo, la Junta Conservadora y las Asambleas de abril y de octubre, como también el abandono en que se mantenía el Ejército del Norte, que obtuvo la victoria de Tucumán, explican la crisis profunda que aquejaba al gobierno patrio, cada vez más alejado de la fuente del poder soberano, la voluntad popular y el estallido de la revolución del 8 de octubre". Más aún, el hecho de sostener una petición pública protegiendo los derechos del pueblo y la libertad de expresión --como sostiene Levene-- inhibe a San Martín de ser considerado un líder golpista o, en el mejor caso, un revolucionario.
José Pacífico Otero ha sostenido un punto de vista interesante, pero riesgoso: "La participación de San Martín en esta asonada no deja de prestarse a comentarios y en el deseo de explicarla se ha opinado que ella la determinó una alternativa, vale decir, o la de declararse revolucionario con Alvear, o la de no hacerlo y perder el puesto que ocupaba al frente de los Granaderos". Más adelante sostiene rotundamente: "A no dudarlo, ambicionaba San Martín si no el comando general, un comando en ella, pero es el caso que ese comando exigía un nuevo orden de cosas, por lo tanto un cambio radical en la política que practicaba el Triunvirato". Y precisamente esto es lo riesgoso, pues de hecho acepta que San Martín se había involucrado en esta conspiración porque pretendía un cambio político. Entonces aparece el joven militar como una suerte de insurgente político que se vale de la fuerza militar para lograr los fines que sostienen tanto él como sus seguidores.
La Logia Lautaro
Los defensores de la línea ideológica inspirada por la Masonería, llevados por una pasión e idealidad romántica, no logran separar sus argumentaciones de hermandad de los hechos concretos que las personas transgredieron más allá de las normas e incluso del propio San Martín. La cuestión es si la Logia Lautaro tuvo relación concreta con los hechos revolucionarios de 1812 hasta el punto de hacer necesario este movimiento conspirativo, cómo es que San Martín no lo reivindica luego y sus seguidores de ese entonces descubren tantas rivalidades omitiendo y transgrediendo los postulados de la Logia. ¿Cabe la posibilidad de que Alvear, como fundador de la Logia, tuviera que ver en la inspiración del golpe de Estado y que en todo caso San Martín lo apoyase?
En el más completo estudio sobre la Logia Lautaro escrita por un historiador, Juan Canter incluye a la revolución en su programa, pero sólo se atreve a encontrar que las acciones militares y políticas de la Logia se dividieron con dos responsables, uno era San Martín y el otro, Alvear. Estas tendencias --siempre siguiendo a Canter-- habrían definido la suerte de la Logia luego de la revolución, en la que lo militar y secreto eran parte del protagonismo de San Martín, pero nunca de Alvear quien ejercería no solo el control político, sino la jefatura visible de la revolución y quien asumiría la conquista o no del mayor número de voluntades de los diversos sectores.
Tulio Halperin Donghi ha puesto en duda la eficacia de la Logia sobre las decisiones del gobierno: "La constitución de la misma Logia --dice-- y el reconocimiento de su papel como fuente y supervisora del poder político reflejan muy bien, por una parte, la limitación progresiva del sector dotado del poder de decisión política en la Buenos Aires revolucionaria, de los regimientos milicianos a la Sociedad Patriótica, incluyendo la Logia; en segundo lugar, implicaba la aceptación, por parte de los dirigentes revolucionarios, del hecho de que, puesto que su poder estaba cada vez menos limitado por la presión de los sectores sociales más amplios, los mayores peligros para el curso de la revolución se encontraban en ellos mismos".
Versiones más modernas sobre San Martín han discurrido sobre el carácter de su acción libertadora. En su obra, John Lynch afirma que "San Martín se unió a quienes querían deponer al Primer Triunvirato por ser este autoritario, ineficiente y reacio a abrazar la causa independentista. Los golpistas eran una combinación de los revolucionarios más radicales, los morenistas, la Logia y los nuevos militares". Pueden ser certeras estas apreciaciones pero es sospechoso su convencimiento de que "El líder --de la revolución-- fue Alvear, que gracias a la base de poder que tenía en la élite pudo asumir el mando y esperar que otros lo siguieran, una situación que San Martín aceptó fiel a sus propias convicciones". Esta curiosa interpretación, producto tal vez de una información desacertada transmitida por alguna bibliografía, no deja de sorprender pues sabemos que el joven Alvear apenas contaba con 23 años y muy poca experiencia frente a un San Martín que, como es sabido, ocupó desde un principio el más alto lugar en la Logia incluso por él formada.
De este modo quedan en evidencia distintas reflexiones: una de ellas es si la Logia no logró tener una incidencia en el movimiento revolucionario de octubre, o si en cambio lo tuvo solamente en el aspecto militar y menos político de apoyo al nuevo gobierno. De otro modo, si el hecho de haber movilizado una parte de la misma quedó limitada al apoyo que podía llegar a conseguir del pueblo, o por el contrario toda la Logia tuvo una participación activa en todos los niveles y consiguió un éxito rotundo gracias a la existencia de un programa que se llevó cabo a la perfección. Entonces, ¿quienes fueron los que elaboraron dicho programa político y militar de la Logia? Es inútil y casi imposible desligar a San Martín y Alvear de las contingencias que la revolución ha engendrado en el transcurso de estos años en el seno de la Junta primero y que se arrastra luego por entre los sucesivos gobiernos posteriores.
Una interpretación histórica
Es indudable que el proceso iniciado en mayo provocó una diversidad de cambios y diferencias políticas que, a la llegada de San Martín, están vigentes. El proceso vertiginoso desde la revolución ha seguido un desenvolvimiento lleno de contradicciones objetivas y, sobre todo, luchas entre sectores. Es necesario decir que cuando San Martín arribó a Buenos Aires, las rivalidades entre saavedristas y morenistas apenas si se habían apagado, y tal vez hasta se hubieran fortalecido con nuevas ideas. El joven militar pudo contar con la ayuda interpretativa --sobre la compleja situación política-- suministrada por Bernardo Monteagudo, un enemigo declarado del fuerte triunviro Bernardino Rivadavia y sus socios ocasionales como Chiclana y Sarratea, tal vez menos proclives a mantener ideas de independencia.
La aparición de San Martín en la escena política de Buenos Aires crea una situación nueva en el ámbito de decisión del poder. El gobierno es ejercido por Rivadavia desde el reemplazo de Paso, de una manera bastante unilateral. Es sin duda San Martín quien observa en él un obstáculo caprichoso, tanto en el aspecto militar como en el político. La guerra no tiene un comando único estratégico, es una contienda sujeta a la decisión de quienes ejercen la dirección en el frente de batalla; al margen, demasiado al margen de la guerra, Rivadavia está muy preocupado por su subsistencia política.
Generalmente los historiadores, con excepción de Levene, han pretendido no involucrar a San Martín en este movimiento revolucionario, pues siempre se tuvo el prejuicio de que ello podía provocar esa suerte de reactualización de los hechos que a menudo suele desprenderse de la lectura de la historia en general y de la argentina en particular. Comprendamos que se ha tratado de eludir este concepto ideológico que estuvo muy presente en las luchas argentinas del siglo XIX y en las interrupciones de los gobiernos democráticos del XX. El hecho en sí ha sido que toda revolución con sostén militar es un golpe de Estado, y este riesgo siempre se ha tratado de soslayar.
La revolución del 8 de octubre fue un movimiento militar con proyección cívica cuya inspiración estratégica y táctica se debió al entonces teniente coronel José de San Martín. Las causas de este movimiento fueron los desatinos del Triunvirato en el frente militar y político. En el primero, la ausencia de un programa de unidad para la acción definieron una coyuntura que se convertiría en un peligroso y pasivo aliado de una posible derrota que asomaba en las fronteras del norte. El segundo aspecto político produjo la necesidad de una intervención pronta ante el centralismo peligroso de una fracción encumbrada en el poder de modo absoluto y que en un primer momento había contado con la anuencia del Cabildo. En los preparativos de la revolución debemos destacar lo sostenido por Zuñiga en cuanto: "El 25 de setiembre de 1812 en momentos en que la opinión pública se agitaba sordamente en torno del gobierno que se resistía a convocar un Congreso General Constituyente, celebró, a media noche, la Gran Logia una tenida, con asistencia de la casi totalidad de sus miembros. Bajo la presidencia de San Martín y ocupando el doctor Monteagudo la banca de orador se abrieron los trabajos en el quinto grado" (*). Estos datos son de alto valor para un razonamiento más lógico que demuestra la responsabilidad de San Martín y Monteagudo en la revolución.
El gobierno evidenció transitar una visible crisis política luego de los acontecimientos de julio en los que tomó medidas tal vez excesivas como antes lo había hecho con el amotinamiento de los patricios en el conocido episodio del motín de las trenzas. La estrategia de Rivadavia puso de manifiesto su particular estilo centralista en el ejercicio del poder político, en su acción contó al principio con el apoyo del Cabildo como institución que favorecía esta tendencia unitaria, cuyas expresiones pudieron verse en forma explícita en el reglamento para la convocatoria de la Asamblea, que envió al gobierno en marzo de 1812, donde se justificaba incluso el voto del Ayuntamiento por encima de la pluralidad de quienes habrían de representar a las Provincias Unidas. Sus alegatos en pos de la libertad y la democracia fueron en general sólo expresiones de oficio más que intenciones decididas para favorecer la causa de la revolución. Por otra parte, los integrantes del Cabildo actuaban limitando las funciones del gobierno, sólo cuando las circunstancias podían llegar a perjudicar sus atribuciones en la mayoría de los casos, incluso al producirse la revolución del 8 de octubre la moderación fue la salida más conveniente para incluirse dentro del proceso otorgándole la legitimidad que de ningún modo se había puesto contrariamente de manifiesto en el movimiento de las fuerzas militares. Puede aceptarse que los objetivos de la revolución de octubre se lograron plenamente. En primer término hubo un cambio de actitud por parte del gobierno para favorecer la campaña militar de Belgrano y la guerra en general. Luego, también el mayor logro fue la convocatoria a la Asamblea del Año XIII, muchas de cuyas disposiciones significaron grandes cambios.
En cuanto a la morfología de la revolución de octubre, ya no se trata de una multitud anónima como en otras revoluciones, sino de manifestantes que, además de dar su apoyo al petitorio conformado por los dirigentes del movimiento, van a rubricar personalmente, uno tras otro, el reclamo con sus firmas, con distintas alusiones explícitas sobre los hechos que se han consumado en el transcurso del segundo triunvirato. De manera entonces que este movimiento no es sólo militar sino cívico militar, por lo tanto en nada se parece a un golpe de Estado, o alguna cosa parecida; no se trata de quebrar un orden institucional, sino de interrumpir un proceso que ha acumulado una serie de transgresiones al orden pautado de los principios soberanos. La revolución es cívica, porque se origina con un petitorio preciso dado en la necesidad de modificar las pautas para lograr la convocatoria a una Asamblea representativa de todas las provincias. El ejército apoya esta circunstancia para que estos reclamos de la ciudadanía ante el Cabildo sean cumplidos.
El movimiento del 8 de octubre reivindica la revolución que se había gestado en mayo empalidecida por disputas internas. Era imprescindible un liderazgo militar del que se carecía hasta la llegada de San Martín, quien habría de proporcionarle esta fuerza necesaria de la hora. El líder militar debería afrontar la difícil circunstancia, cuando los sucesivos gobiernos no habían conseguido ni siquiera superar las antinomias que la revolución había engendrado tal vez prematuramente. Desde el punto de vista político, era preciso dirimir estas inquietudes a través de distintas propuestas, una de ellas era la convocatoria a la Soberana Asamblea, para reafirmar la voluntad independiente de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La actitud de San Martín fue moderada, y su genio político mucho más interesante en lo que parecía ser que en lo que en realidad era. El jefe de la revolución demostró sus cualidades para conducir a través de criterios tal vez ambiguos que denotaban pasividad en la premura revolucionaria, incitó a Alvear a través de sus actitudes a tomar iniciativas más propias de su juventud y si la postura fue promover la revolución contra el gobierno, a partir de entonces era Alvear el encargado de asumir esa actitud pública, acompañado por Monteagudo. San Martín la convalidó al seguir los postulados que él mismo había establecido en la Logia, de manera que no puede negarse que es muy difícil rescatar así al augusto jefe de la patria de esta acción revolucionaria de la que tanto provecho logró para el futuro militar de su acción guerrera allende las fronteras de la patria. La presunción de que San Martín fuera uno más dentro de estas inquietas actividades de la Logia no puede sostenerse de ningún modo.
Alvear logró --es bueno reconocerlo-- un espacio político mediante el apoyo de su entorno primero y de su astucia después. Pero San Martín mucho lo favoreció en su aventura, sobre todo con su mutismo y su dejar hacer. Con Alvear vemos al militar volcado a la política; con San Martín, el militar que, más allá de aquella circunstancia, se vuelca a la guerra, como una instancia superior, a través de proyectos que superan lo personal en pos de lo general: libertad e independencia para las Provincias Unidas del Río de la Plata y para toda América.
Nota:
(*) Zuñiga, op. cit. pág. 215.
Gerardo Marcelo Martí es historiador, autor de diversos artículos en este diario y de obras como El fracaso de Cisneros y la Revolución de Mayo (2010) y Refrescando la Memoria; artículos breves de historia y política (2011). Este artículo proviene de San Martín y Alvear, que próximamente estará en venta en nuestra ciudad.