"En un mismo lodo, todos manoseaos"

LAS predicciones morales de Enrique Santos Discépolo quedaron reducidas ya a su mínima expresión. La realidad fue mucho más lejos de aquellas hoy casi inocentes apreciaciones. Se podría decir, dentro de los paradigmas sociales vigentes, que "lo mismo es ser un asesino que un hombre de bien".
ROBAR no cuesta nada. Se necesita solo haber adquirido un alto grado de perversidad para prosperar delictivamente, merced a la impunidad reinante. Apoderarse de un costosísimo automóvil ajeno es ya como matar un pajarito con la honda. Comentaba un maestro de cárcel que lo primero que hacía en nuestro medio un liberado era robar un auto para llevarlo al desarmadero y consolidar su primera base económica de supervivencia, para retornar luego al delito.
PERO, hoy no basta con robar un auto cualquiera, sino que se apunta a los de altísima cotización, para utilizarlos como inmediata herramienta delictiva en acciones mayores de irreparable crueldad.
ADEMAS, el enclaustramiento para reprimir episodios aberrantes o evitar la repetición de conductas perversas es, en muchos casos, solo un cambio de domicilio. Un apostadero transitorio para seguir delinquiendo. Por citar un ejemplo, el caso de los hermanos que mataron en forma ignominiosa a sus padres y uno de ellos obtuvo un alto cargo administrativo en la actividad oficial. Desde luego, lo usó para plasmar una enorme fortuna personal. Y ahí anda.
UNO de los delincuentes abatidos días atrás en el sonado caso de un locutor radial era un presidiario que contaba con salida autorizada para estudiar. En La Plata, ocurrió un caso parecido. El hijo de un comerciante asaltado advirtió, sin ser observado, que el delincuente que estaba despojando a su padre era un alumno de la universidad, con el que compartía la carrera de derecho. Era un convicto que tenía permiso especial para hacerlo.
LOS asesinatos y los asaltos se han convertido, ya no solo en la Capital Federal y el Conurbano, sino en todo el país, en una dolorosa e inquietante convivencia diaria. Como si verdaderamente viviéramos en una selva donde el peligro acecha en cada rincón.
PERO, a nuestros representantes (tan engolosinados con sus dietas) y al mismo Poder Ejecutivo parece que el tema no les preocupa. Lo miran de lejos. No se sienten comprometidos con las soluciones. Podría decirse que sus inquietudes terminan donde empiezan las de los demás.
ES imperioso un reordenamiento legal, una adaptación del derecho a las múltiples y crueles variantes delictivas que ofrece el mundo contemporáneo. Fallan las normas preventivas y fracasan las represivas. Sin embargo, no se escucha la fervorosa respuesta que cabría esperar de los organismos ostentosamente sostenidos para consolidar un orden legal adecuado a los nuevos tiempos que conmueven a la sociedad.
LO cierto es que, en medio de la anomia imperante, de la que nadie se hace cago, las únicas normas de vigencia real son las que imponen los delincuentes, donde quieren y cuando quieren.