Socialismo revolucionario vs. sindicalismo
Estuvimos tan ensimismados siguiendo las transacciones y trapicheos para la configuración de las listas de candidatos a cargos electivos y, sobre todo, por la imposición de todos los candidatos nacionales, provinciales y municipales por la presidenta de la Nación, que no nos hemos detenido a captar el significado político de todo este ajetreo.
Tomemos el caso de los "partidos de la oposición", para emplear la denominación actual que no puede entusiasmar a nadie, dado el papel vicario que les otorga, en lugar de denominarse "partidos democráticos" o que tratan de democratizar nuestra sociedad.
Aquí, las negociaciones y los forcejeos consiguientes, eran para forjar alianzas con el fin de aumentar su caudal electoral, tal como se hace en muchos países democráticos multipartidarios. Pero esto no tiene ningún significado político especial, salvo el arriba mencionado.
Distinto es el caso de la designación al modo imperial, de todas las candidaturas por parte de la Sra. Presidenta, que las designó inflexiblemente aún a riesgo de perder apoyos electorales.
Evidentemente estas designaciones marcan la orientación política que la inspira y que va a aplicar en su próximo período de gobierno, si es reelecta. Parece razonable pues, tratar de indagar el sentido de estas designaciones.
Se puede establecer como un hecho real, que las listas de candidatos se inundaron con jóvenes afiliados a La Cámpora, de poca experiencia de gobierno y de mínimo apoyo electoral, aunque ideologizados en los principios del socialismo revolucionario latinoamericano de sus mayores, ubicados ahora en cargos estratégicos del Gobierno Nacional.
Esta línea se impuso, en desmedro de los más experimentados dirigentes del peronismo tradicional y de los más movilizadores de votos que son los dirigentes sindicales. De estos últimos se dice que solo obtuvieron dos lugares en el principal distrito electoral del país.
El gobierno nacional trató de disimular la importancia de este hecho, insinuando por sus medios de publicidad y sus usinas de rumores, que era una manera de atajar las pretensiones del secretario general de la CGT, Hugo Moyano, aprovechando que éste tiene altos porcentajes de rechazo en la opinión pública. Pero esto no explica la línea general de discriminación política hacia los demás dirigentes sindicales y hacia el sindicalismo en general.
Tratemos de hacer un análisis sociológico para darle algún sentido político a esta curiosa decisión de imponer la línea ideológica revolucionaria en desmedro de sus posibilidades electorales.
En primer lugar, un somero repaso de continuidad histórica nos recuerda la antipatía y el enfrentamiento de los grupos armados revolucionarios, hoy en el poder, con respecto al sindicalismo organizado.
Recordemos los asesinatos de dirigentes sindicales de fábricas y los motivos fútiles que se dieron para asesinar a Augusto Vandor y a dos secretarios generales de la CGT: José Rucci y José Alonso, de quien me consta que estaba tratando de modernizar al sindicalismo argentino y hacer a su acción más eficiente.
No nos pueden extrañar estas acciones, porque son coherentes con la línea ideológica de estos movimientos políticos. Ningún gobierno socialista revolucionario puede tolerar un sindicalismo fuerte e independiente.
La Cuba de Fidel Castro nunca admitió sindicatos, y en la Venezuela de Chávez, si los hay, no tienen la más mínima relevancia política.
En la Unión Soviética no se permitieron sindicatos de trabajadores, porque sus dirigentes se arrogaban la representación de todos los trabajadores, bajo el régimen de "la dictadura del proletariado", tal como lo justificó Lenin en su discurso de 1920 "Tareas de las juventudes comunistas".
Los trabajadores debían estar unificados en "una cohesión y disciplina como jamás ha existido anteriormente" ("Discurso al II. Congreso de la Internacional Comunista"). Todos deben obedecer y someterse al grupo dirigente en el poder, que es el que sabe.
Pero esta situación es la que corresponde al momento final del proceso de consolidación de estos movimientos "revolucionarios" cuando están en el pleno ejercicio del poder.
¿Cómo actuar con respecto al sindicalismo organizado durante el proceso, cuando todavía no se ha alcanzado el poder total?
Aquí aparece la astuta estrategia de Lenin, en las instrucciones que dio al II Congreso de la Internacional Comunista, que convalidaron la ruptura definitiva del socialismo revolucionario con el socialismo democrático agrupado en la Internacional Socialista. Por una curiosa ironía de la historia el Partido Comunista Italiano decidió retornar a esta, el 3 de febrero de 1991, renunciando a sus anteriores pretensiones de hegemonía y disolviéndose, para ponerse a tono con el movimiento mundial de hoy hacia la democracia participativa, con el nombre de "Partido Democrático de Izquierda".
Lenin, en su "guía de acción" sobre las relaciones con el remanente sindicalismo, publicada en 1920 titulada: "El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo", enseña que en la marcha hacia el poder total hay que aprovechar cualquier alianza, cualquier apoyo, para avanzar en el dominio total, tirándola después a la basura cuando este se consigue.
Primera conclusión práctica: "La clase revolucionaria, para realizar su misión, debe saber utilizar todas las formas y los aspectos de la actividad social, sin la más mínima excepción". La segunda es: "La clase revolucionaria debe hallarse dispuesta a reemplazar de un modo rápido e inesperado una forma por otra". (Obras Escogidas .Ed. Problemas. Tomo 4, p.405).
Con respecto a las relaciones con el sindicalismo es tajante. El que denomina "izquierdismo" que es el "revolucionarismo pequeño burgués" propio del "pequeño burgués enfurecido por el capitalismo", rechaza de entrada cualquier colaboración con el sindicalismo. En cambio, "los comunistas deben consagrar todos sus esfuerzos a dirigir el movimiento obrero". "Los doctrinarios de izquierda se obstinan en rechazar incondicionalmente estas formas antiguas, nuestro deber de comunistas es adueñarnos de todas ellas". (p. 413).
Para Lenin, los sindicatos son un legado inevitable del capitalismo que hay que ir eliminando y "educando" a sus integrantes, en un proceso gradual. (p.353). "Es inevitable cierto espíritu reaccionario de los sindicatos, (por eso) no podemos esperar a que no quede ni un solo obrero con estrecho espíritu sindical, un solo obrero que tuviese prejuicios tradeunionistas (de trade union= sindicto) y corporativistas". (p-355).
"Pero la lucha contra la aristocracia obrera, la lucha contra los jefes oportunistas y socialchovinistas la llevamos a cabo para conquistar a la clase obrera". (p.356). "La centralización incondicional y la disciplina más severa del proletariado constituyen una de las condiciones fundamentales de la victoria". (p.325).
Los sindicatos fuertes e independientes, con todos sus defectos (que son corregibles), son una base fundamental de toda sociedad democrática que, como tal, quiere solucionar sus problemas mediante acuerdos pacíficos, sin recurrir a la violencia ni tratar de aplastar o someter a los demás, tratándolos como enemigos. Este sindicalismo democrático consiguió los espectaculares avances sociales que vemos en las sociedades democráticas occidentales.
La sociedad no es antagónica como sostiene Ernesto Laclau el orientador e ideólogo del kirchnerismo, porque ninguna sociedad puede progresar y desarrollarse si no hay respeto mutuo y colaboración entre todos sus miembros, para poder resolver entre todos, los problemas que son de todos.