Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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El legado de la inglesita

Los eucaliptos son árboles perennes, de porte recto que llegan a medir unos 60 metros de altura y se han visto ejemplares ya desaparecidos con 150 metros. La clara corteza exterior, con aspecto de piel, se desprende a tiras y deja manchas parduscas sobre la corteza interior, más lisa. Su madera es de fácil combustión, y en bosques densos, las llamas de un incendio pueden alcanzar más de 300 metros de altura, como ha ocurrido en los recientes incendios por la sequía en Australia.




 Los eucaliptos son árboles perennes, de porte recto que llegan a medir unos 60 metros de altura y se han visto ejemplares ya desaparecidos con 150 metros. La clara corteza exterior, con aspecto de piel, se desprende a tiras y deja manchas parduscas sobre la corteza interior, más lisa.


 Su madera es de fácil combustión, y en bosques densos, las llamas de un incendio pueden alcanzar más de 300 metros de altura, como ha ocurrido en los recientes incendios por la sequía en Australia.


 Sus hojas son sésiles, ovaladas y grisáceas y contienen un aceite esencial, de característico olor balsámico, un poderoso desinfectante natural. Sus flores son blancas y solitarias con el cáliz y la corola unidos por una especie de protección de los estambres y el pistilo (de esta peculiaridad proviene su nombre, eu-kalipto, en griego, significa "bien cubierto"), la cual, al abrirse, libera una multitud de estambres de color amarillo. Los frutos son cápsulas casi negras con una tapa gris azulada que contiene gran cantidad de semillas.


 Además de su valor ornamental, se emplea en plantaciones forestales para la industria maderera, papelera y para la obtención de productos químicos.

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 Umberto Rainero Carlo Emanuele Giovanni Maria Ferdinando Eugenio, príncipe de Piamonte, nació en Turín, capital del Reino de Piamonte-Cerdeña. Hijo de María Adelaida de Habsburgo-Lorena, Archiduquesa de Austria y del Príncipe Víctor Manuel de Saboya, lo sucedió en el trono mencionado y logró convertirse en el primer rey de Italia el 9 de enero de 1878.


 Sufrió varios atentados contra su vida, y en su reinado se unió a Alemania y a Austria-Hungría en la denominada Triple Alianza. En mayo de 1900, tras varias protestas populares en Milán relacionadas con las guerras coloniales de Italia en Africa y por el precio del pan, hubo sendas represiones culminadas en un centenar de muertos, las cuales deterioraron el respaldo popular que gozaba.


 El gestor de la matanza, el general Fiorenzo Bava-Beccaris, fue condecorado por el rey. Un anarquista famoso, Gaetano Bresci, en oposición a la causa real y para vengar la muerte de su hermana fallecida en la revuelta, asesinó de cuatro balazos a Umberto I, en Monza. Brescia fue capturado, enjuiciado por Francisco Saverio Merlino y sentenciado en Milán, el 29 de agosto de 1900, a cadena perpetua en la isla de Santo Stefano en Ventotene.


 Considerado un héroe por muchos anarquistas y liberales republicanos italianos, fue el primero en matar a un monarca europeo sin que se derrocara el gobierno y, además, no fue ejecutado.

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 Las consideraciones anteriores no tendrían razón de ser en este espacio evocativo si no hubiese llegado a este desolado paraje bajo la cruz del Sur alguien que, por estar detrás de un gran hombre, fue una gran mujer. Annie East, la esposa del creador de nuestro universo local, el ingeniero Luis Luiggi.


 Poco se sabe de ella y su biografía registra algún que otro comentario adjunto a la tarea de su cónyuge. No obstante, a ella le debemos un doble aporte, una impronta irrepetible en nuestra cultura.


 Como todo súbdito de la rubia Albion que se precie de tal, la británica Annie East --nativa de Lincoln, Inglaterra-- era, además de flemática, pragmática, con disculpa de la aliteración esdrújula.


 Ferviente defensora de la naturaleza llevaba consigo a cualquier punto del orbe en que debía acompañar a su amado Luis, una antigua tradición sajona, casi gaélica, que practicaba consuetudinariamente: forestaba.


 En este páramo barrancoso --antes de la construcción del Puerto Militar-- y plagado de medanales, promovió la plantación de árboles. Hizo traer de Auzzieland, la tierra de los canguros, 100.000 eucaliptos que se plantaron en todo el territorio por nosotros hoy conocido. Dichos árboles delatan nuestra edad.


 Estableció también viveros, entre los que descollaron los tamariscos que sirvieron para fijar los médanos. Y, como no podía ser de otra manera, estableció la celebración del Día del Arbol, el 19 de junio.


 Se decidió por tal fecha cuando el perito Francisco Pascasio Moreno y Sir Thomas Holdich, representante británico en el arbitraje fronterizo con Chile, plantaron árboles en su querida escuela, al regresar de un viaje de demarcación limítrofe. Y, al decir "su escuela" no significamos pertenencia. He aquí, su otro legado.


 La noticia de la muerte de Umberto I conmocionó a la colectividad italiana en nuestro país. En muchas ciudades se designaron, a manera de homenaje, calles con el nombre del malogrado monarca, y hasta una población santafecina adoptó el nombre de Humberto Primo.


 Aquí, en ese caserío desorganizado que, según aspiraba Luiggi iba a ser Uriburía --y no Punta Alta--, la noticia del asesinato provocó una manifestación de unos 400 paisanos el 31 de julio. Convocados en el Hotel Belgrano, iniciaron una campaña para realizar los homenajes pertinentes.


 Entre otras propuestas se destacaba una guirnalda de bronce que iba a ser pagada con una donación de Luiggi. La inglesa, que hablaba el italiano poco y mal, se las ingenió para convencer a los rudos obreros itálicos de que, en vez de pagar una improductiva guirnalda, era mejor donar fondos para la construcción de una escuela para educar a los hijos de los trabajadores.


 Finalmente aprobada su propuesta, el 3 de agosto comenzó la recaudación de fondos, mediante una comisión presidida por Manuel Moneta y secundado por Andrés Hartog. Los acompañaban Celestino Villa, Miguel Cramford, Francisco Malagamba, Juan Canessa, Juan Tonessi, Francisco Martí Ferré, Constantino Benvenuto, Luis Mazoni y Rafael Bertoni.


 Los obreros donaron el importe de un día de trabajo y se lograron juntar 45.000 pesos y buena cantidad de materiales de construcción. El 8 de agosto, con la autorización del presidente Julio Argentino Roca, comenzó la construcción del edificio.


 A la inglesa Annie East le debemos la sombra y la protección arbórea y la sombra y la protección educativa de la hoy Escuela Nº 17. Ya casi no se celebra, en tanto, el día del árbol...