Darwin, entre religión y la ciencia en su propia vida
BOGOTA (Télam y EFE) -- El científico británico Charles Darwin (1809-1882), figura capital del evolucionismo y del pensamiento moderno, representa como pocos el antagonismo entre religión y ciencia, pues no sólo se dio en sus obras sino en su propia vida.
Principal artífice de la teoría de la evolución por selección natural, validada más de un siglo después por la genética, Darwin, que estudió para ser clérigo, fue y es aun cuestionado porque atribuyó a la naturaleza facultades que muchos consideraban y consideran exclusivamente divinas.
Popularmente Darwin es conocido como el científico que descubrió que el hombre desciende del mono, en contraposición a la versión bíblica que dice que Dios lo hizo a su imagen y semejanza a partir de un puñado de arcilla.
Darwin creía que toda la vida en la Tierra evolucionó durante millones de años a partir de unos pocos ancestros comunes y que mediante un mecanismo de selección natural se llegó a las especies que hoy pueblan el planeta.
Nacido el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury en el seno de una familia acomodada, Charles Robert Darwin manifestó desde pequeño gran interés por las ciencias naturales.
En 1825, siguiendo los pasos de su padre y abuelo, comenzó a estudiar para médico, pero a los dos años lo dejó y a propuesta de su padre decidió estudiar para ser ministro de la Iglesia de Inglaterra en Cambridge.
Más interesado en la naturaleza que en la teología, comenzó a asistir voluntariamente a las clases del botánico y entomólogo John Henslow, el cual fue una figura decisiva para que llegase a ser quien fue y no un clérigo rural como quería su padre.
Gracias a Henslow, Darwin tuvo a los 22 años la oportunidad de integrarse como naturalista sin paga a la expedición comandada por el capitán Robert Fitzroy a bordo del "HMS Beagle".
El barco zarpó de Davenport el 27 de diciembre de 1831 y regresó a Inglaterra el 2 de octubre de 1836.
En esos casi cinco años de periplo, Darwin conoció las islas de Azores y Cabo Verde, las costas de América del Sur, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda, Australia, Mauricio y Sudáfrica, entre otros lugares, y comenzó su "segunda vida", como él mismo la definió, dedicada a la investigación y la ciencia.
A su regreso a Inglaterra se puso a trabajar en un diario del viaje, que fue publicado en 1839, el mismo año de su boda con su prima Emma Wedgwood, y en la elaboración de textos sobre sus observaciones geológicas y zoológicas.
En su cabeza ya bullían algunas de las ideas que años más tarde desarrolló y plasmó en El origen de las especies (1859).
Aunque supo que, "al fin, había conseguido una teoría con la que trabajar", durante varios años se abstuvo de escribir ni siquiera un esbozo. Se cree que por miedo al escándalo y los prejuicios, aunque hay también que lo atribuyen a que no quería herir los sentimientos de su esposa, que era una cristiana devota.
En 1842 redactó 35 páginas, ampliadas a 230 en 1844, pero hasta comienzos de 1856 no emprendió la redacción de la obra que le daría fama universal y el repudio de los defensores a ultranza con la teoría de la creación del mundo tal como es contada en la Biblia.
En medio de la tarea recibió de otro investigador británico, Alfred Russell Wallace, un breve manuscrito con una teoría de la evolución por selección natural que coincidía con la suya.
Darwin no quería parecer un usurpador y a punto estuvo de olvidar para siempre su teoría.
Finalmente se buscó una solución salomónica que satisfizo al propio Wallace: resumir el texto de Darwin y presentarlo a la Linnean Society junto con el trabajo de Wallace y un extracto de una carta de 1857 en la que constaba un esbozo de la teoría darwiniana.
Tras esa presentación y en solo trece meses y diez días quedó por fin redactada la obra On the Origin of Species by means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life.
El mismo día de la aparición del libro, el 24 de noviembre de 1859, se agotaron los 1.250 ejemplares y posteriormente se tuvieron que hacer seis ediciones sucesivas.
En 1860, el obispo Samuel Wilberforce ridiculizó con brillante elocuencia las tesis evolucionistas en una sesión en Oxford y con igual brillo el zoólogo Thomas Henry Huxley defendió la teoría de Darwin, quien se mantuvo al margen de la controversia. (Ver aparte)
Por aquel entonces Darwin era ya una celebridad científica y hacía muchos años que había abandonado Londres para instalarse en Down, en plena campiña inglesa, donde nacieron la mayoría de sus diez hijos, de los cuales solo siete llegaron a la edad adulta.
En 1871 alimentó la polémica creada con El origen de las especies con la publicación de El origen del hombre (The Descent of Man and Selection in Relation to Sex), donde defendía la teoría de la evolución del hombre desde un animal similar al mono.
Fue miembro de la Sociedad Real (1839) y de la Academia Francesa de las Ciencias (1878) y los últimos diez años de su vida los dedicó a diversas investigaciones en el campo de la botánica.
Falleció a consecuencia de un ataque al corazón el 19 de abril de 1882 y fue enterrado con honores en la Abadía de Westminster, donde yace vecino al físico y filósofo Sir Isaac Newton, el científico que describió la Ley de Gravitación Universal.
Leyenda urbana
Lady Elizabeth Reid Hope, una evangelizadora cristiana, afirmó en 1915 que estuvo con Darwin poco antes de su muerte y que éste estaba arrepentido de sus teorías y reconocía a Jesucristo como el salvador de la humanidad, pero su familia lo negó y hoy esa afirmación es considerada una leyenda urbana.
Un debate y una disculpa
En 1860 se produjo la primera reacción violenta contra las tesis evolucionistas, en un debate público en el que el obispo William Wilberforce defendió el relato bíblico de la creación en seis días y el académico Thomas Huxley la evolución.
La frase célebre de Huxley "prefiero descender de un simio antes que de un obtuso como usted", proferida contra Wilberforce, consagró el triunfo en el debate del evolucionista.
Recién en septiembre del año pasado, la Iglesia Anglicana pidió disculpas públicas al naturalista, quien murió en 1882, por considerar que "no existe nada en las teorías de Darwin que contradiga las enseñanzas del cristianismo".
"Charles Darwin: 200 años después de tu nacimiento, la Iglesia de Inglaterra te debe una disculpa por malinterpretarte y por, además de tener una reacción equivocada, haber animado a otros a no comprenderte", dice el texto del reverendo Malcolm Brown.
Los anglicanos consideraron que, con su oposición a Darwin, se repitió "el error cometido por la Iglesia católica al obligar" en 1633 al astrónomo Galileo Galilei a abjurar de la teoría copernicana, que mostró que la Tierra gira alrededor del Sol.
La Iglesia Católica mantiene no obstante su oposición a la teoría de Darwin, ya que el catolicismo "rechaza que el hombre y la razón puedan ser nada más que un azar resultado de la evolución".
"Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no cierran", dijo el Papa Benedicto XVI en septiembre de 2006, al interpelar a 200 mil fieles congregados en Baviera, Alemania: "¿Qué cosa existe en el origen? Nosotros creemos que en el origen está el Verbo eterno, la razón, y no la irracionalidad".
La disculpa de los anglicanos implicó un retroceso para los partidarios de que el "creacionismo" se enseñe en pie de igualdad con el evolucionismo en la educación pública británica.
La Suprema Corte de los Estados Unidos se expidió señalando que el "diseño inteligente" es religión y no debe formar parte de la currícula de la enseñanza pública.
El creacionismo tradicional, inspirado en dogmas religiosos, interpreta literalmente el Génesis y considera que los seres vivos provienen de un acto de creación de un ser divino, para un fin.
La remozada teoría del "diseño inteligente" postula que los seres vivientes, en tanto organismos complejos, no pueden ser producto del azar y la contingencia evolutiva, sino el resultado de un diseñador.