Bahía Blanca | Martes, 22 de julio

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La última quinta de Aldea Romana

SOLEDAD LLOBET Especial para "La Nueva Provincia" Ya no quedan productores hortícolas en Aldea Romana. De los 120 quinteros que alguna vez labraron estas tierras, apenas uno de ellos mantiene con vida algunos surcos de cebolla y acelga, pero nada más. Las chacras rebozantes de productos dieron paso a un silencio que duele y todas parecen sumidas en un sueño profundo del que jamás despertarán.
La última quinta de Aldea Romana. El país. La Nueva. Bahía Blanca


SOLEDAD LLOBET
Especial para "La Nueva Provincia"






 Ya no quedan productores hortícolas en Aldea Romana. De los 120 quinteros que alguna vez labraron estas tierras, apenas uno de ellos mantiene con vida algunos surcos de cebolla y acelga, pero nada más.


 Las chacras rebozantes de productos dieron paso a un silencio que duele y todas parecen sumidas en un sueño profundo del que jamás despertarán.


 Donde antes se multiplicaban las manos rudas, gastadas por el esfuerzo, hoy reinan tractores y maquinarias oxidadas. También entre las centenarias cortinas forestales de tamariscos, sauces y álamos se destacan cajones de verdura abandonados.


 Los piletones de cemento antiguamente usados para lavar hortalizas, son ahora contenedores de desperdicios; y las cañas, antes empleadas como tutores de las tomateras, yacen amontonadas debajo de los árboles sin utilidad alguna.


 La imagen contrasta con los años de cosechas abundantes a lo largo de un cordón de al menos 40 kilómetros que se extendía entre el Parque de Mayo y el paraje Los Mirasoles, siempre a orillas del Napostá.


 La caída comenzó a principios de la década del `80, sobre todo porque las pérdidas que el indomable arroyo producía de manera recurrente hicieron que los pequeños productores comenzaran a desertar masivamente.


 También contribuyeron los reiterados cortes del cauce en el verano como consecuencia de la extracción de agua cauce arriba o bien por meses de sequía. Ambos factores imposibilitaron el aprovechamiento de las épocas más propicias para el crecimiento de los cultivos.


 A esto se sumaron los vaivenes propios de la ley de la oferta y de la demanda y la presencia de duros competidores que muchas veces obligaron a los quinteros a entregar su producción a precios sorprendentemente bajos.


 Entre el cúmulo de factores que contribuyó a la desaparición de la horticultura en Aldea Romana también merece destacarse otro de carácter social, pero menos importante: las ambiciones y perspectivas de las nuevas generaciones.


 Ante la posibilidad de acceder a estudios universitarios y trabajos mejor remunerados, los más jóvenes cortaron definitivamente la tradición de recibir una quinta como herencia a futuro.


 Más allá de lo que pueda significar dar punto final a una actividad que prevaleció por generaciones, los ex quinteros hoy eligen cambiar de oficio y mejorar así su calidad de vida.


 En ese marco, casi imperceptiblemente, el sector comenzó a redefinir su perfil, adentrándose en el proceso de urbanización que surgió tras la ejecución de la avenida de penetración por calle Sarmiento.


 Ahora es un espacio propicio para el asentamiento de clubes y sindicatos que eligen sus cualidades paisajísticas y de forestación para establecer predios recreativos.


 Además, el bajo costo de las tierras posibilitó una década atrás el loteo de amplias extensiones para la construcción de barrios de viviendas y el desdoblamiento de una amplia jurisdicción en barrios menores como Oro Verde, Patagonia Norte y Los Horneros y Molina Campos, entre otros.


 Afincada junto a una arteria comercial de primera magnitud como es la avenida Cabrera, todo hace suponer que Aldea Romana está llamada a tener un perfil diferente, sobre todo si alguna vez llega a ejecutarse un embalse aguas arriba que permita regular las crecidas del Napostá.


 Hoy, el silencio duele en las quintas abandonadas, pero la tierra fértil cobija en sus entrañas la semilla de un futuro diferente. Sólo hay que saber esperar.

Un siglo a orillas del arroyo






 Aldea Romana comenzó a poblarse hacia fines de 1906 y principios de 1907 a partir de la venta de lotes realizada por los martilleros Carlos Pronsato y Juan López Camelo, en las inmediaciones del molino Godio, a orillas del arroyo Napostá.


 Dicha industria, habilitada en 1882 fue trasladada cuatro décadas más tarde al monumental edificio de Dorrego y General Paz.


 Con el cambio de siglo, las tierras se valuaron en un precio base de 60 pesos, lo que propició que las clases más pobres aspiraran a convertirse en propietarias.


 Alejada del centro y sin buenas vías de comunicación, su evolución fue lenta.


 En la década del `70 el número de pobladores había ascendido a 700, cantidad que se multiplicó con la construcción de la avenida Sarmiento.


Aprender a renunciar







 Juan Recchioni aún conserva las hectáreas de su quinta a escasos 300 metros del puente carretero sobre el arroyo Napostá.


 Sin embargo, se resiste a trabajarlas porque la actividad hortícola no resulta rentable. Tampoco puede ni quiere desprenderse de esas tierras que fueron testigo de una infancia feliz.


 El ex quintero lleva los 57 años de su vida habitando en Aldea Romana y asegura que las inundaciones y la falta de subsidios frente a las catástrofes climáticas fueron las causas de la deserción.


 Y si de algo sabe Juan es de quintas. Desde su infancia vivió y trabajó las tierras de sus abuelos y padres, en el área donde funcionó el molino de Godio.


 "Empezaron de cero. Compraron las tierras, construyeron su casa y pudieron tener sus propias herramientas y tractores.


 "Hoy, a un quintero que recién comienza le lleva 30 o 40 años obtener todo eso. En cambio, un verdulero con un negocio bien puesto, a los dos años ya tiene una casa en Monte Hermoso", asegura.


 Recchioni renunció a continuar con la actividad en 1998. Pero fue testigo privilegiado de los años dorados que la Aldea transitó desde mediados de los '70 hasta principios de los '80.


 En esa etapa, una sola cosecha, acompañada con un poco de buena suerte, le permitió comprar su casa. Y en la segunda, contraer matrimonio con Graciela.


 A fines del '88 la actividad acentuó su escasa rentabilidad.


 Incluso una década más tarde, el mismo Recchioni, tras mucho pensarlo, desistió de una tarea heredada de sus ancestros para dedicarse al oficio de parquero y jardinero.


 "Ahora cobro por mi trabajo, mis herramientas y mi tractor, y no sólo por una cosecha. Admito que me gustaba la quinta con locura y que me da mucha nostalgia verla abandonada. Por eso estoy pensando seriamente en vender".

Unica sobreviviente






 En la chacra de Alfredo Miconi dos hectáreas contienen surcos de cebolla, acelga y lechuga prontas a crecer. Sin embargo, su destino es aún incierto.


 Elisa, una boliviana radicada en el barrio, es quien se ocupa de su cuidado y de mantener al dueño ligado a la tierra.


 "Si fuera por mí ya la habría dejado. Pero me da mucha pena abandonar la quinta y tampoco soy capaz de venderla", dijo Miconi, quien recibió la chacra como herencia de sus abuelos y padres.


 Ahora, el ex quintero usa su camión para hacer fletes y así obtener el dinero suficiente para vivir.


 "En su actividad, el horticultor ve cómo el cultivo va dando sus frutos, a partir de lo que uno hace con sus propias manos. Es lindo, pero no se vive de eso en este momento".


 A su entender, los quinteros dejaron de luchar para seguir produciendo ante los reiterativos cortes de agua del arroyo en temporada estival.


 "Siempre en verano nos cortaron el arroyo. Cuando el agua volvía ya habíamos perdido las mejores épocas de calor, que eran cuando se podía hacer la diferencia."


 Según comenta, las crecientes y el granizo, fueron otras de las principales causas que acobardaron a los quinteros.


 "Digan lo que digan, la verdura de campo no tiene nada que ver con la de invernadero. Una tendrá más pinta, pero en gusto lo mejor es la verdura real que se hace en el campo, la que agarró el sol, viento, lluvia. Esa es verdura buena."


 Actualmente, a pesar de sentirse ajeno a la producción hortícola, Miconi aún mantiene la esperanza de que la ciudad vuelva a apreciar las bondades de las cosechas orgánicas.


 "Hoy más que nunca todos tendrían que hacer mucha fuerza para que las quintas vuelvan a ser lo que eran".