Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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El brigadier Chevalier recordó la guerra en el archipiélago

BUENOS AIRES (DyN) -- Cuando se enteró que Argentina iba a recuperar las islas Malvinas, horas antes del desembarco del 2 de abril, sintió "una tremenda emoción". Cuando llegó a su base de operaciones, "pasado el momento de euforia", estaba "convencido de que no había posibilidad alguna de tener una victoria sobre las fuerzas de Gran Bretaña", pero existía un "compromiso demasiado profundo e importante".


 BUENOS AIRES (DyN) -- Cuando se enteró que Argentina iba a recuperar las islas Malvinas, horas antes del desembarco del 2 de abril, sintió "una tremenda emoción".


 Cuando llegó a su base de operaciones, "pasado el momento de euforia", estaba "convencido de que no había posibilidad alguna de tener una victoria sobre las fuerzas de Gran Bretaña", pero existía un "compromiso demasiado profundo e importante".


 Cuando se enteró de la rendición, sufrió "un dolor muy grande como soldado, pero también como argentino".


 Sin embargo afirmó y sostuvo que, si hoy pasara lo mismo, "seguramente" se presentaría a combatir, aunque espera que esa situación, la guerra, no ocurra.


 Estos conceptos pertenecen al jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, brigadier general Jorge Chevalier, el oficial en actividad con más antigüedad que participó de la guerra contra el Reino Unido por la soberanía de las islas Malvinas hace 25 años.


 En su despacho ubicado en el piso 12 del Edificio Libertador, el brigadier Chevalier accedió a tener una entrevista para relatar sus experiencias y sentimientos durante las semanas que duró el conflicto bélico, en el que comandó una escuadrilla de aviones Canberra, aeronaves de la década del 50 que debieron combatir contra la tecnología del primer mundo.


 La siguiente es la síntesis del diálogo mantenido:


 -- Cuando estalla el conflicto, ¿qué funciones desempeñaba?


 -- Tenía 35 años y el grado de mayor. Cuando se produce el desembarco en nuestras islas Malvinas cursaba mi segundo año en la Escuela Superior de Guerra Aérea, aquí en Buenos Aires. Hasta 1980, había pertenecido al grupo II de Bombardeo en Paraná. Me entero de nuestro desembarco en Malvinas el 1 de abril a la noche, en forma circunstancial, a través de un camarada que me cita para darme una noticia importantísima. Allí supe lo que estaba por suceder la retoma por parte de Argentina de las islas Malvinas.


 --¿Qué sintió en ese momento?


 -- Una tremenda emoción. Era una cosa que siempre la soñamos y me parecía en ese momento como una cuestión irreal. Como algo que no estaba pasando. Fue de golpe. No teníamos noticias que eso estaba siendo planeado.


 -- ¿Era consciente de lo que se venía, que iba a ser convocado para pelear?


 -- En ese momento había una sensación de alegría, de poder concretarlo, y de que éramos partícipes históricamente de ese hecho. Lo de la convocatoria me fue apareciendo con los días. Inicialmente fuimos destinados como auxiliares del Departamento Planes del Comando Aéreo Estratégico. Hasta que, personalmente, decidí, voluntariamente, y lo pedí a quien se desempeñaba como jefe de la II Brigada Aérea, que me llevaran a volar junto a mi escuadrón. Sentía un compromiso tremendo que no podía abandonar. Logré que me convocaran y vía Paraná terminé en Trelew, donde era la base de operaciones del Escuadrón Canberra.


 -- ¿Cuándo comenzó a operar?


 -- Yo operé desde el continente como en general lo hicieron los aviones de la Fuerza Aérea. Llegué a Trelew el 3 de mayo, después del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea. Tenemos un procedimiento de habilitación del personal en el sistema de armas. Cuando pasan 45 días que uno dejó de volar el sistema, se pierde la habilitación y hay que reasumirla con adiestramiento. En muy pocos vuelos que hicimos en la zona de Trelew fui rehabilitado como piloto y jefe de escuadrilla. Y por mi antigüedad, fui jefe de escuadrilla y el oficial de operaciones del escuadrón Canberra. Cuando llego a Trelew, el escuadrón había tenido su primera baja. Habíamos perdido un Canberra y su tripulación el teniente de Ibáñez y el primer teniente González, en un ataque a la flota.


 -- ¿Qué le pasa por la cabeza cuando está en un Teatro de Operaciones sabiendo que está en guerra?


 -- Pensábamos como seres humanos que somos. Más allá que nosotros decimos estar preparados para asumir este tipo de situaciones límites en la vida de una persona. Porque es uno contra la muerte. Cuando uno está relativamente relajado pensaba en la familia. Inclusive, cuando uno subía al avión la primera parte de la navegación daba tiempo para pensar en esas cosas, pero a medida que uno se iba alejando y llegando al blanco ya no le importaba demasiado siquiera la propia familia y hasta por ahí también dejaba de preocuparse un poco de lo que usted estaba defendiendo, sino que usted pensaba en su propia vida. Porque era usted contra él. O uno o el otro.


 -- ¿Y cuando volvía de esas misiones?


 -- La satisfacción de poder retornar.


 -- ¿Cuál fue su primera misión?


 -- Fue de bombardeo rasante al monte Kent. Tuvimos que desplegar a Río Gallegos y desde allí cumplir la misión. Llegamos todo a oscuras; se vivía el clima de guerra y ahí nos trasladaron a la base donde se nos impuso de la misión a llevar a cabo. Inicialmente, era San Carlos donde estarían operando aviones ingleses. Luego vino una contraorden para bombardear Monte Kent.


 Despegamos la escuadrilla de tres aviones a las 4 de la mañana con situaciones innovadoras que no habíamos hecho nunca, como volar nocturno en formación, a bajo nivel, y con todas las luces externas apagadas. Debimos despegar en sentido opuesto al destino, porque se corría el riesgo que fuésemos detectados por radares de otro país (Chile). Los tres aviones nos reunimos en ruta a unos 27,000 pies y 150 millas antes del objetivo iniciamos el descenso. En el canal de San Carlos el número dos de la escuadrilla informa que tenía problemas con el combustible. Le di orden que retornara al continente.


 Continuamos la misión dos aviones. Nuestro nivel de bombardeo era a 150 metros. Nos preparamos para atacar tomando distancia entre los dos aviones, con nuestros sistemas de navegación y bombardeo que no eran demasiados precisos porque es un avión de la década del 50. Cuando pudimos ver el cerro nevado del Monte Kent, lanzamos nuestras bombas en forma individual.


 Desde la cabina pudimos ver el reflejo de la bomba como un flash de las viejas cámaras fotográficas. Cuando volvíamos, el radar Malvinas no pudo tener contacto con nosotros y había detectado un avión enemigo que vino en la persecución. Pero el avión que había tenido que regresar antes del bombardeo recibió la información del radar y nos avisó que nos perseguía. Pero no nos atacó porque se quedaba sin combustible.


 Llegamos a Río Gallegos con el otro piloto, nos juntamos en un gran abrazo, en un ¡viva la Patria! y seguimos preparando la próxima.


 -- ¿Hubo algún momento en el transcurso de la guerra en el que se dio cuenta que la guerra estaba perdida?


 -- Yo, a decir verdad, cuando llegué Trelew, pasado el momento de euforia, estaba convencido que no había posibilidad alguna de tener una victoria sobre las fuerzas de Gran Bretaña. Yo sostenía que si hubiésemos hundido todos los barcos, había otro país que se iba a encargar de ponerle otra flota de la misma cantidad o de la misma o mejor calidad de la que habían tenido. Que no hubiese permitido que Inglaterra perdiese la contienda. Pero, de todas maneras, el compromiso era demasiado profundo e importante.