Las invasiones inglesas y su contexto geopolítico
Hace 200 años, fuerzas del presuroso imperio británico atacaron al Río de la Plata en sus dos márgenes hermanas. Tales acontecimientos generaron, muchos años después, una variopinta bibliografía destinada a construir un relato intencionado, que los protagonistas jamás imaginaron.
Así, se afirma que estos sucesos despertaron nuestra conciencia nacional, los atisbos de una identidad argentina o el lento camino a la libertad y a la independencia. Mensajes dudosos y sospechados, al menos por mí, de una carga extra, destinada a satisfacer necesidades políticas o ideológicas propias de otras épocas.
De arranque asevero que la Reconquista y luego la Defensa se hicieron en la convicción de salvaguardar la integridad de la relación con España, pues así lo disponían los acontecimientos europeos a los cuales estábamos absolutamente vinculados.
A lo largo del siglo XVIII, España y Francia habían forjado una alianza contra Inglaterra. Disputaban la hegemonía mundial y no se daban tregua. La América de raíz hispánica formaba parte de esa estrategia.
Sólo entre 1793 y 1795, España se alejó de la compañía francesa, atemorizada por el jacobinismo revolucionario. Pasada la tormenta, retornó por sus fueros. En síntesis, la política exterior española durante más de cien años tuvo un enemigo: Inglaterra; y una amiga: Francia. En este esquema fueron educadas generaciones de estrategas políticos, tanto en la España peninsular como en la España americana. Con Napoleón en el poder, la entente se estrechó más aún. Afinidades de estilo, de tono, ideológicas o fieros temores lo hicieron posible.
Con esa ayuda, el Corso planificó invadir Inglaterra. Fracasó. La Marina, que debía proteger el cruce de sus tropas por el Canal de la Mancha, fue derrotada en octubre de 1805 en Trafalgar. Fue la batalla más importante de la historia británica. La flota franco-española resultó hundida en pocas horas. Napoleón renunciaba a la invasión y España perdía el control marítimo de sus posesiones americanas.
Así las cosas, la guerra mundial que sacudía a Europa se trasladó a América, por decisión británica. ¿Por qué? Por la imposibilidad de definir el conflicto en territorio europeo.
Inglaterra era fuerte en el mar, y Francia en tierra. Dos colosos que no se hallaban. De manera que Gran Bretaña decidió asestar un golpe a Napoleón en la España americana. Naturalmente, en esta parte del mundo vigilaban a la espera de su cantado arribo.
El Río de la Plata fue uno de los lugares elegidos para el ataque.
Pululaba en la ciudad virreinal un sinnúmero de espías dispuestos a soplar información a Su Majestad Británica: Guillermo White, Burke, Saturnino Rodríguez Peña, Aniceto Padilla, Tomás O'Gorman, su mujer, la "Perichona", entre otros, todos ellos a sueldo de la Corona. Rodeaban a éstos, en un círculo más amplio, Santiago de Liniers, su hermano Luis, Bernardino Rivadavia, Juan José Castelli, Juan M. de Pueyrredón y algunos más.
¿Qué pretendían los espías y el grupo que ellos influían? Romper lazos con España, apoyándose en Inglaterra. ¿Eran representativos o socialmente fuertes en la aldea portuaria? Definitivamente, no. Apenas una minoría mal vista. La excepción podría ser Pueyrredón.
Al llegar los británicos, rápidamente, cada cual mostró sus inclinaciones.
El virrey Sobremonte, sospechando la duplicidad de Liniers, lo desplazó de sus funciones como responsable de la flotilla del Río y lo nombró en Ensenada, un cargo menor. El mismo Liniers retrasó su ingreso en la ciudad al ser reclamado por Sobremonte y sólo lo hizo cuando Beresford ya era dueño del Fuerte, usando como salvoconducto a su amigo O'Gorman, en inmejorables relaciones con el invasor. Liniers asistió inmediatamente al banquete que su suegro, Sarratea, ofreció, en su casa, a los oficiales ingleses, departiendo devotamente, esa noche, con el general Beresford.
Ni los espías ni este círculo se asimilaban a los valores de la geopolítica española, que consideraba a Gran Bretaña la eterna enemiga. Ellos explicaban su accionar con el argumento de que era necesario independizarse de España, objetivo para el cual Inglaterra era la aliada natural.
¿Qué motivó, entonces, que el grupo trocara su actitud amigable de la víspera por la toma de las armas y el enfrentamiento? Varias causas:
a) Un conjunto de criollos, con Alzaga como mentor, inició los primeros movimientos de resistencia, dispuesto a todo, incluso a hacerlos volar por los aires. De llegar a triunfar, esta fracción se alzaría con el poder. Era menester no descuidar el detalle.
b) Los ingleses, por su lado, estaban enfrentados entre sí. La postura de alentar la independencia no prosperó entre ellos. Engolosinados con el triunfo, optaron por la ocupación militar lisa y llana, dejando sin argumentos y sin espacio a sus amigos y agentes criollos. Sin aire para sus razones, "los amigos de Inglaterra" decidieron dar un giro. Irían a la guerra.
De todos modos, la sociedad porteña no se llamó a engaño. En la pequeña aldea nadie ignoraba sus afinidades y proyectos, sus agachadas e infidelidades, pero ya que a último momento el grupo reveía sus expectativas y su inapropiada conducta, su retorno al redil no sería obstruido.
Aquella evidente actitud probritánica de ese círculo no puede, sin embargo, ser catalogado de proimperialista, como algunos hacen, pues esa calificación es un anacronismo: "imperialismo" es una categoría del siglo XX. Ciertamente, aquella conducta era vergonzante. La familia Rodríguez Peña sufrió el comportamiento de su vástago (claro que la situación se modificaría poco tiempo más tarde, cuando Inglaterra pasara a ser aliada del Río de la Plata, ya veremos por qué).
Los ejemplos de la duplicidad de aquel grupo y de su irresponsabilidad son múltiples. Veamos algunos: Liniers estaba rodeado de agentes británicos. La Perichona, su amante y ex mujer de O'Gorman, era su ardiente consejera. En casa de ella se organizaban tertulias, donde se distribuían cargos, prebendas, canonjías y naturalmente información. ¡Precisa y certera información! Fue ella la que convenció a su maduro galán de firmar un nuevo acuerdo con Beresford, consistente en cambiar la rendición incondicional por otra categoría, más apropiada a la foja de servicios del arrojado general británico y, naturalmente, más beneficiosa en caso de enfrentarse a un tribunal. En una palabra: la Perichona sedujo a su amante para que firmara un documento trucho.
El edecán de Liniers, don Saturnino Rodríguez Peña, fue otro agente de los británicos. ¿Tan ingenuo era Liniers? Buena pregunta.
Alzaga, al corriente de todo, desconfiaba y no acordaba en forjar una independencia de la mano británica. La geopolítica del futuro alcalde de primer voto era la de España. El golpe al Río de la Plata no era más que un ataque a España. La conducta de Alzaga no era antibritanismo militante, sino actuar en consonancia con los parámetros establecidos por el conflicto mundial.
Es preciso retener los siguientes nombres: asesor de Liniers era Rivadavia y Mariano Moreno asesoraba a de Alzaga. Queda, pues, el lector en libertad de asociar.
En síntesis, en el marco de las Invasiones, lo que se fortaleció fuertemente fue el sentido de pertenencia a España, acompañado por la voluntad de ejercer un mayor protagonismo en la administración de los propios asuntos. Es incorrecta la afirmación del surgimiento de una conciencia nacional independiente de España, y más absurdo que esa identidad se haya construido en lucha contra Inglaterra. La Logia Lautaro así lo revela.
Sólo cuando Napoleón invada España. la geopolítica mundial habrá de cambiar diametralmente en un día: Francia se transformará de aliada en agresora e Inglaterra, rápidamente, en amiga que sostiene el movimiento insurreccional del pueblo español y apoya el juntismo americano.
Los hechos de 1806 y 1807 no reflejan, pues, ni el surgimiento de una nueva identidad ni una conciencia nacional separada de la unidad con España, sino dos miradas distintas de construcción de la patria: las representadas por Liniers-Rivadavia y Alzaga-Moreno.
Claudio Chaves es historiador y educador.