Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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El navegante y el desafío del Pacífico

Nicolás planificó incursionar en el Adriático para arribar a Pesaro, tierra de ancestros, a pesar del consejo de algunos navegantes y amigos de eludir la zona. Transcurría 1992 cuando la guerra de los Balcanes, finalmente, lo privó de concretar el sueño. Reconfiguró el rumbo y puso proa hacia el Pacífico, al que accedería cruzando el Canal de Panamá. En su regreso por el Atlántico retomó las escalas de Málaga, Mallorca y Porto Colón, morada del descubridor de América.


 Nicolás planificó incursionar en el Adriático para arribar a Pesaro, tierra de ancestros, a pesar del consejo de algunos navegantes y amigos de eludir la zona.


 Transcurría 1992 cuando la guerra de los Balcanes, finalmente, lo privó de concretar el sueño.


 Reconfiguró el rumbo y puso proa hacia el Pacífico, al que accedería cruzando el Canal de Panamá. En su regreso por el Atlántico retomó las escalas de Málaga, Mallorca y Porto Colón, morada del descubridor de América.


 Al amanecer del 20 de octubre de 1995 soltó amarras y timoneó rumbo a las Islas Canarias.


 Esta vez, para el cruce del Atlántico debía asumir recaudos extra. El equipo de radio le permitía sintonizar señales en onda corta y por esa vía captó un panorama informativo para navegantes españoles que lo alertó sobre un huracán en el Caribe.


 Le sirvió para anticiparse y corregir el rumbo más al sur respecto del Ecuador, para evitar el encuentro con "Louis". Más tarde se enteró que lo esquivó por 800 kilómetros de distancia.


 El panorama náutico cambiaría directo a Panamá: once días de vacaciones y relax.


 "En dos mil kilómetros no hice ni un cambio de velas", recordó Paura.


 Una vez en aguas panameñas tuvo que descender del barco para cumplir con los costosos trámites que le posibilitarían cruzar el canal. No fue lo único que lo fastidió.


 "La ciudad de Colón por entonces era mugrienta, paupérrima... Había mendigos y prostitutas a cada paso. Y no invitaba a caminar por sus calles ni aún a plena luz del día, de modo que volví al barco espantado".


 Pero una vez que hubo superado las esclusas, la brisa salobre del Pacífico lo invitó a una nueva aventura.

En las Marquesas




 Después de 41 días de viaje tras la partida de Balboa, lapso en el que sólo se cruzó con un barco, Paura arribó a las Islas Marquesas, de dominio francés.


 "El Pacífico es el desierto más grande", ilustró.


 "Ahí estuve diecisiete días sin tocar nada de las velas ¡Diecisiete días! Eso en la Argentina no existe. Acá tenés que tocar las velas o el timón cada diez o quince minutos", comparó.


 Durante el viaje había elaborado artesanías, labor que le hizo más llevadera la vuelta al mundo y que acostumbró canjear o vender al tocar tierra.


 En ese punto del globo cumplió con el trámite de presentar sus papeles en Autona, la sede administrativa de la isla y donde comprobó la vigencia de rituales de antropofagia.


 "Tales prácticas se han mantenido --aunque discretamente-- por motivos rituales o religiosos, hasta nuestros días", contó.


 Después de tres semanas prosiguió su derrotero hacia Ua Pou, asiento educacional más importante de las Marquesas y donde comprobó que los tsunamis dejaron marcas de agua a unos ochenta metros de altura sobre el nivel del mar.


 El recorrido por el archipiélago finalizó en Muku Hiva, el centro administrativo.


 Paura recordó que la navegación por esta región fue difícil. "Desaforado" esquivó islas, islotes, atolones y arrecifes de coral gracias a la pericia del timonel, quien supo conjugar alerta visual y adecuado uso de los vientos.


 El 20 de diciembre de 1997 arribó a Papeete, Tahití, donde ancló en un gran puerto plagado de diversas embarcaciones. Allí pasó las Fiestas en compañía de otros aventureros del mar, aunque el vencimiento de la visa precipitó su despedida de ese paraíso.


 "Después de dejar atrás las Islas Cook, y al rumbear en forma recta hacia Samoa, estimé la llegada en 10 días", narró.


 "Hice mis guardias, como siempre, cada 30 minutos y estuve tentado de quedarme tranquilo durmiendo, porque no había visto barco alguno en los 360 grados del cuadrante. Sin embargo, algo me tenía inquieto.


 "Al amanecer el viento había desaparecido. Y recordando cuánto me habían dicho sobre los huracanes, metí mano en el agua. Un síntoma invariable de la formación de un huracán es la alta temperatura de las aguas de superficie. ¡Retiré la mano como si la hubiese hundido en una olla hirviente!", recordó.


 Ante la furia inminente de la Naturaleza, Nicolás confesó haberse encomendado nuevamente a Dios.


 "Me despedí espiritualmente de aquellos a quien amaba, aceptando de antemano lo que supuse era el final que había esperado", confesó.


 Pero la amenaza postergó los hechos para el día siguiente.


 "A las 10 de la mañana descubrí que desde el norte se derrumbaba el firmamento. Al ras del mar venía la más negra nube que jamás vi, a la velocidad de un avión", comparó.


 "Cerré la escotilla de la cabina, verifiqué mi arnés de seguridad y mientras lo hacía, vi al viento enloquecer la superficie de modo instantáneo. Juro que me aterró ver cómo se formaban surcos en ella y cómo el agua huía a los lados", expresó.


 El huracán "Gina" ya dominaba el escenario. Y frente a tal revoleo de espuma blanca y viento, el combate no fue fácil.


 Lo salvó la intuición al momento de pensar en la confección del barco, porque la carga de 700 kilos de plomo que le colocó a la quilla impidió lo peor.


 Luego de 32 horas de pelearle a "Gina", Nicolás pudo ver en el horizonte una pequeña luz, síntoma de que el huracán comenzaba a rendirse.

Caníbales y playas blancas




 Pasaron 21 días hasta divisar Samoa, en donde permaneció una semana.


 "Algunas personas me comentaron que allí aún practicaban el canibalismo, recomendándome no bajar del barco después de la puesta de sol. Como confirmación, pude ver en un museo una enorme olla a presión de más de un metro cúbico de capacidad (1.000 litros), donde supuestamente cocinaban humanos", dijo.


 El periplo continuó por Vanuatú, donde ancló en el Puerto de Espíritu Santo. Días después navegó hacia Guadalcanal, en las Islas Salomón, donde encontró el saldo ferroso e informe de aviones y otras máquinas de la Segunda Guerra Mundial.


 Australia fue el siguiente destino. Llegar demandó transitar con cuidado la ruta por el Mar de Coral, sobre todo a la hora de pasar el Estrecho de Torres.


 "Fue una de las más difíciles hazañas que tuvo que cumplir `Desaforado', ya que a los fondos bajos y peligrosos y las corrientes traicioneras e inesperadas había que agregar vientos adversos, cortinas de lluvia y brumas", explicó.


 Después hizo escala en Darwin, Australia, punto de encuentro para los marinos que se dirigen al Lejano Oriente. Una vez instalado en el Sailing Club de Darwin, confeccionó la ruta para el último tramo de la vuelta al mundo: Keeling Cocos (suroeste de Indonesia), Isla de la Reunión (al este de Madagascar), Ciudad del Cabo e Isla de Santa Elena.


 "Keeling Cocos es un diminuto archipiélago de origen coralino, donde la isla principal es un bellísimo atolón (formación casi circular de corales con una gran laguna central de aguas mansas y largas playas de blancura deslumbrante) absolutamente deshabitado", explicó.


 El lugar soñado: isla desierta donde respirar aire marino, nadar en aguas cristalinas y vivir de los frutos de la naturaleza como Robinson Crusoe. Una buena parada para reponer energías pensando en el retorno a Buenos Aires.


 Pero al llegar se llevó la sorpresa de que en aquella postal de playas blancas y horizonte de palmeras se encontraba anclado otro velero.


 Aquel "intruso" era una mujer de habla inglesa, navegante solitaria que llevaba 15 años en el mar y con quien finalmente compartió los meses más dulces de su vida --según contó en su libro--, en una isla de 400 metros de frente por 100 de fondo.

Sorpresa y media




 Después de recibir el 98, Nicolás abandonó a su compañera. Debía continuar navegando hacia la Isla de la Reunión a pesar que el lastre de nostalgia hiciera todo más lento.


 En ese lugar del océano Indico, bajo dominio francés, Paura pasó a la celebridad por su encuentro con la producción y conductores del recordado programa "Sorpresa y Media".


 Un primo suyo había enviado una carta al recordado ciclo de Julián Weich con un mandato: concretar un encuentro entre Nicolás y su mamá en aquel lejano punto del planeta.


 También, por obra del programa, le dieron al navegante los pasajes en avión para efectuar un fugaz retorno a la Argentina.


 Transcurridos unos días y superada la emoción del reencuentro con familiares y amigos, Nicolás regresó al puerto de La Reunión. Y desde allí, un amanecer, como siempre, proa hacia Port Elizabeth.

Dos amigos se separan




 La ansiedad por regresar a la Argentina y un repaso a lo vivido en los casi 20 años que llevaba mar adentro, lo inundaron de planteos.


 "¿Qué pasará conmigo, una vez cumplido el sueño, desembarcado en Buenos Aires? ¿Podré reinsertarme en la sociedad o seguiré siendo recalcitrante a aceptar sus costumbres? ¿Querré seguir navegando como el rebelde que fui o aceptaré con adultez establecerme en tierra y envejecer allí?", se preguntó.


 Tanta filosofía en la noche lo tiró, rendido, sobre el colchón. Pero la paz que brinda el sueño sería interrumpida minutos antes del amanecer, cuando un golpe demasiado fuerte en el casco lo lanzó contra las paredes del habitáculo.


 "Desaforado" había sufrido la embestida traicionera de dos cachalotes, que provocaron un boquete de unos ochenta centímetros de diámetro.


 En medio de la confusión Nicolás apuró los procedimientos para mantenerse a flote. Pero por pericia y gracias a la disposición estructural del casco, construido en base a compartimentos estancos, controló la situación.


 "Amaneció y con ello amaneció la esperanza. Mi carne estaba moteada de moretones y no había músculo que no doliera. En la timonera traté de consultar las cartas, buscando una ruta transitada por navíos mercantes", contó.


 Pasaron seis penosos días de irregular avance con el velero herido hasta toparse con un pesquero coreano, en la ruta Sudáfrica-Sumatra.


 Respondieron a su llamado de emergencia en código ("mayday") y tras la maniobra de aproximación de la mole de 223 metros de eslora, desde lo alto de la cubierta le bajaron un cable de acero para que se aferrara.


 "Me separé de `Desaforado' con una emoción que no puedo expresar. Hubo lágrimas, caricias, palabras entrecortadas, una angustia inenarrable... Fue la despedida más desgarradora que viví. Perdí en ella mi vida, mis sueños, mi hogar, mi todo. Fue el comienzo de un duelo que tal vez nunca superaré", expresó.


 El pesquero lo trasladó hasta Corea del Sur, desde donde Nicolás se comunicó con familiares para que le enviaran un pasaje de avión hacia Buenos Aires.


 El regreso se produjo en diciembre de 1998, dejando atrás 20 años y 20 días en los que Paura cumplió la hazaña de transitar más de 500 grados alrededor de la Tierra en un velero deportivo.


 Mucho más de lo que antiguos navegantes habían conquistado.

"Quiero morir en el mar"




 --Nicolás, ¿habrá nuevas travesías?


 --Ahora no tengo embarcación. Pero ese no es el tema. Llegué a tierra cinco días después que falleció mi padre. Y ahora me veo en un compromiso moral, porque mi madre tiene 83 años y necesito de ella y ella de mí. Mientras tanto no cometeré esa cretinada, aunque está con mi hermana. Para colmo mi madre me está dando lecciones de vida. Después del naufragio quedé psicológicamente...


 --(interrumpiendo) ¿Derrotado?


 --No, resentido. Derrotado no. Mi barco sobrevivió a un huracán y también al ataque de una ballena. ¡Me mantuvo a flote esos seis días! Construí un barco que no lo pudo romper un huracán ni una ballena. Sí, me lo rompió el cachalote, pero estaba estanco, porque eran compartimentos sellados con poliuretano. Me sentiría derrotado si me hubiese `comido' una isla o si hubiese encallado en tierra porque es un error de navegación, un error humano. Creo que lo mío fue, como se dice vulgarmente, mala l...


 --¿Se sintió cerca de la muerte cuando el cachalote agujereó a "Desaforado"?


 --Sí, pero ¿sabés cuál es el accidente mortal más común de la gente que navega con la idea de dar la vuelta al mundo?, el último paso que dan entre el muelle y el barco. Vuelven borrachos y en el último paso entre el muelle y el barco, se caen y se ahogan. Increíble, pero ocurre.


 --¿Quedó algún sitio por navegar o territorio que explorar?


 --Sí, claro. Me quedé con ganas de conocer la Isla de Santa Elena.


 --¿Y el desarraigo? Usted no vivió muchas cosas en la Argentina, durante esos 20 años.


 --No siento el desarraigo, disfruto mucho del lugar donde estoy.


 --Eligió seguir la libertad y lograr ser feliz en esa búsqueda. Pero hoy, a los 50 años, no formó una familia ni tiene un trabajo estable.


 --He tenido parejas, inmensos amores pero nada más. No creas que todo fue aventura. En un puerto estuve dos años enamorado y en esos años pensé en parar y largar todo por amor. Fue en el norte de Brasil, en Bahía. Y en otros lugares me quedé tres, cuatro meses, seis también. Disfruto mucho el momento.


 --¿Ha pensado en dejar este mundo sin volver a subir a un velero?


 --Por supuesto. Quiero morir en el mar pero que sea de viejo. Sería un muerto muy revoltoso si muriera en tierra.

Ricardo Sbrana/"La Nueva Provincia"