Bahía Blanca | Domingo, 06 de julio

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La caída, tan lejos; tan cerca

----------------------------------- La derrota de Alemania era inexorable cuando todo el horror de la guerra le cayó encima. De pronto vio apagarse la vida de su primer hijo y, después, la de su marido. "Me dicen que en el cine están dando una película sobre Hitler. Yo no iré a verla. ¿Para qué? A mí me tocó ver al tirano de cerca. Cuando venía a nuestra ciudad, con sus discursos temblaban hasta las paredes. Teníamos que poner su foto, la bandera nazi y cerrar el negocio de mi marido. Era una locura general. ¿Cómo pudo pasarle a un pueblo tan culto y recto?".
María en "La María", la reliquia dela calle Sixto Laspiur al 1800.




 La derrota de Alemania era inexorable cuando todo el horror de la guerra le cayó encima. De pronto vio apagarse la vida de su primer hijo y, después, la de su marido.


 "Me dicen que en el cine están dando una película sobre Hitler. Yo no iré a verla. ¿Para qué? A mí me tocó ver al tirano de cerca. Cuando venía a nuestra ciudad, con sus discursos temblaban hasta las paredes. Teníamos que poner su foto, la bandera nazi y cerrar el negocio de mi marido. Era una locura general. ¿Cómo pudo pasarle a un pueblo tan culto y recto?".


 María Partarrieu, quien pronto cumplirá 96 años y que lleva 12 en el Hogar del Anciano, cuenta sus tristezas en pasado y sus alegrías, en un eterno presente.






 --¿Así que vos querés que te cuente de la guerra?


 María se queda mirando el tiempo con ojos claros que regalan paz. Se apura a terminar otro gorrito de lana. Teje y teje ("Es mi terapia", dice), mientras la tarde pasa en la sala que da al patio, donde unas compañeras del Hogar del Anciano conversan y otras arriesgan respuestas a las preguntas que plantea un programa de televisión.


 Entre risas y murmullos, vuelve la voz de María.


 --Si vos supieras mi historia...


 Esa historia empieza cuando María Feliciana Partarrieu conoció en Bordenave a Osvaldo Bierschenk, un ingeniero alemán que había sido contratado para trabajar en la flamante usina eléctrica de ese pueblo del distrito de Puan. Ella, tenía 16; y él, 24. Corría 1926


 Se casaron, enamoradísimos, el 3 de septiembre 1927, en Darregueira. Sólo por civil. El era protestante.


 En 1929 nació Federico y ante las insistentes invitaciones que llegaban desde Alemania, en 1930, la joven mamá, el ingeniero y su hijo, se embarcaron en el "Monte Sarmiento". Buenos Aires, Río de Janeiro, Vigo y Hamburgo. Desde allí, a Sonneberg, una ciudad que la sedujo con sus montañas, sus castillos medievales y los conciertos de música clásica.


 "Fuimos sólo de paseo con la idea de regresar pronto a nuestra casita de Bordenave. Ese paseo duró más de 15 años, porque a mi marido se le prohibió salir del país. El nazismo se fue haciendo cada vez más fuerte y estalló la guerra".

De aquel viaje de placer...




 María teje y cuenta que tan lejos de sus tradiciones (la llamaban "La Negra" y difundió el mate entre sus amistades), aprendió el idioma, tuvo un hijo alemán (Carlitos) y con su esposo en el frente, hospedó en su casa a Erna, una caba enfermera de la Cruz Roja, quien había llegado desde la zona del Rhin, muy castigada por los bombardeos.


 "Era viuda y trajo a su hija, de dos años. Ella me enseñó su trabajo".


  María estaba lejos de imaginarse que esa capacitación le permitiría ganarse la vida.


  "¡La guerra! Cada noche sonaban las sirenas, alertando sobre los ataques de la aviación. Salíamos corriendo para el sótano de piedras que estaba en la casa de unos vecinos. Yo siempre tenía una canasta con comida, porque nos quedábamos hasta la mañana siguiente".


 Aquel día, cuando un profesor y un policía golpearon a su puerta, empezó a precipitarse el drama. Fueron por su hijo mayor, el "argentinito" de 16 años que terminaba el colegio y que se destacaba como nadador y músico.


 "Hubo una orden de Hitler para que los más chicos ayudaran a las tropas, por ejemplo, a despejar los caminos de nieve. Les avisé que me sacaban a mi hijo mayor, mi sostén, porque mi marido hacía años que estaba en combate. No hubo caso. Además, Federico se había entusiasmado mucho, porque se iba con todos los 25 compañeros de su clase. Cuando lo despedí, saltaba de alegría. `Voy a volver como un africano, tostado por la nieve', me dijo mientras preparaba sus esquíes".


  Después, sólo las cartas la acercaron a su hijo. En una de ellas, Federico le comentó que se había descompuesto, pero le suplicó que no fuera a verlo, porque lo avergonzaría.


 "Por culpa del agua contaminada, se había enfermado de tifus. Viajé enseguida y lo encontré postrado en la cama de una húmeda barraca. `Mamá, pedile a papá que me venga a buscar en la moto. Pero, ¿porque te han disfrazado?', me preguntó al verme con el barbijo".


 Murió tres días más tarde. María lo veló en una pieza, "solita mi alma".


 "`No les dí a mi hijo para que lo mataran', les reproché a los militares y no les acepté el saludo. Volví a mi casa en un camión del ejército, con el ataúd y la custodia de un miembro de la Juventud Hitleriana. Me esperaban Carlitos y los vecinos".


 El final de la guerra no se hizo esperar. Y los rusos tampoco.


 "Primero, entraron los norteamericanos, pero enseguida toda esa zona fue ocupada por los rusos. Las mujeres jóvenes sufrieron mucho. Todo fue muy cruel. Con mi pasaporte argentino, pedí una entrevista con el comandante. El, que hablaba alemán, me aseguró que no me molestarían, pero al otro día, se llevaron nuestro auto, un DKW".


 Casi sin alimentos ("Teníamos que ajustarnos a la tarjeta de raciones, que guardábamos en los zapatos"), María resistió junto a Carlitos, hasta que una madrugada volvió Osvaldo, enfermo y desconociendo qué le había pasado a su hijo mayor.


 "Lo supo por la enfermera que estaba en casa. Yo no pude decírselo. Mi marido murió en septiembre, de cáncer y de tristeza. Tenía 38 años. ¿Qué íbamos a hacer en Alemania? ¿Cómo volver?".


  Protegida por los familiares de Osvaldo, María y su hijo tuvieron que esperar casi tres años.


 "Cuando supe que el gobierno de Perón le garantizaba el pasaje gratuito a los pocos argentinos que estábamos en Alemania, preparé las valijas y nos fuimos con Carlitos. Tomamos un tren, creo que hacia Berlín: de un lado los rusos, del otro los norteamericanos. Para pasar, teníamos que ir dando cosas de valor. Sobrevivimos y llegamos al puerto de Hamburgo".


 Un pequeño hotel y, luego, una cuadra, con frazadas como biombos, donde había refugiados de varias nacionalidades. Trámites, pedidos, explicaciones y el camino que se despejó hasta la presencia de un diplomático argentino que les confirmó dos lugares en el buque "Entre Ríos".


 Salieron el 14 de abril y llegaron el 1 de mayo de 1948. En Buenos Aires los esperaban los familiares de Bordenave.


 María estaba de vuelta. A su mano derecha se aferraba Carlitos.


 Empezaba otra historia.

La vuelta, más dolor, las gracias.




 María y Carlitos, quien trataba de aprender el castellano y se apasionaba con los caballos criollos, se instalaron en Carhué. Después, estimulada por uno de sus hermanos, rindió una prueba en Darregueira y fue la primera enfermera de la sala de primeros auxilios ("menos partos, hice de todo").


 Después, se radicaron en Coronel Dorrego, donde María fue empleada en un sanatorio.


 "Mi hijo se recibió de montador de motores diesel, en Buenos Aires. Era muy inteligente. Me dejó una nieta muy linda, Erika, quien a su vez me dio a Fiorella, todo un sol. Carlitos, luego de unos problemas personales, falleció a los 57 años, en Coronel Dorrego".


 María se jubiló y, sola, regresó a Bordenave. Las vueltas de la vida la trajeron a Bahía Blanca. Hace 12 años que está en el Hogar del Anciano.


 A pesar de tantas tristezas, sigue queriendo a Alemania, el país que la ayuda con una pensión, desde 1950. Y también se siente muy conforme por los cuidados que le brindan en el Hogar, donde nacieron muchas de sus amistades.


 "Bueno, basta de guerra. Prefiero hablar de quienes hoy me hacen feliz; mi nieta, Erika, y su hija, Fiorella. Tiene 8 años y dice que soy la `bis' más buena del mundo entero".


 María se ríe. Ya no teje. Pide permiso y con pasitos que asegura apoyada en su silla de ruedas, se abre camino hasta su habitación. No tarda en volver con una foto en sepia de sus años más felices, esos que el tiempo no podrá borrar y por los que le da gracias a la vida.
Ricardo Aure


El amor que llegó con la luz








 María Partarrieu nació el 6 de octubre de 1909. Su papá, Juan Cipriano (hijo de franceses), fue delegado municipal de Bordenave y murió cuando ella tenía cinco años. Sergia López, su mamá, era puanense. Tuvo cinco hermanos y fue hasta quinto grado en la escuelita del pueblo. Después, se dedicó a bordar en una máquina Singer, a pedal y a la luz de las velas.


 Osvaldo Bierschenk se había graduado en Alemania y su viaje a la Argentina fue el regalo de su padre por el título. Llegó a Buenos Aires, recorrió el norte, residió en Tucumán y, cuando estaba quedándose sin dinero, buscó empleo en una empresa germana, en la Capital Federal. Buscaba reunir la plata que le permitiera regresar a su tierra. Así le surgió la propuesta para instalar los motores de la usina eléctrica de Bordenave.


 "Mamá me pidió que fuera a comprarle cordoné, porque quería terminar los ojales de un sobretodo. Ni bien entré al negocio, me encontré un rubio divino de ojos claros. Me paralicé. Sólo alcancé a escuchar al dueño diciéndole que le iba a presentar a una de las nenas del lugar. Recibí una amable reverencia y volví a casa, enloquecida", precisa María.


 Osvaldo tampoco tardó en manifestar su amor.


 "Me hacía la pasadita con el auto de su patrón y tocaba bocina. Mis hermanos se enojaban, porque decían que no los dejaba dormir. Hasta que vino a casa, para ofrecer la instalación de la luz, y le dijo a mamá que no se preocupara por el precio. Entonces, tuvo permiso para estar en el zaguán. Nos quedábamos charlando, pero, a la hora de la oración, mi tía Leoncia, me llamaba: "¡Nena!, ya es hora de entrar".


 Como Osvaldo no podía dejar de controlar los motores, pasaron la luna de miel en la usina.

El escenario

* Sonneberg es una ciudad de la región de Turingia, situada en el centro de Alemania. Es conocida por el Museo del Juguete y no sufrió estragos durante de la Segunda Guerra Mundial.
* Devastada en 1945, Alemania no tardó en recuperarse. El próximo 3 de octubre celebrará el Día de la Unidad con un total de 85.506.000 habitantes. Berlín, su capital, tiene 3.471.418.
* La edad promedio, según datos de 2003, es de 67.3 años y el alfabetismo, en 1999, era del 99 por ciento.