Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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La doble vida de Soler y alrededores

Durante la mañana y la tarde, la manzana delimitada por las calles Soler, avenida Cerri, San Martín e Israel muestra una apariencia normal. Está mayormente poblada por casas de compra y venta de muebles usados, que exhiben su mercadería en la vereda, en la que la gente discute precios con los dueños; intercalados, aparecen pasillos que conducen a viviendas internas y boliches que, a esas horas, tienen sus puertas cerradas. Se ven pocos vecinos, baldeando las veredas, limpiando las persianas o ingresando o saliendo de sus casas.
En la "zona roja" de Soler, prestor a ofrecer sus servicios.


 Durante la mañana y la tarde, la manzana delimitada por las calles Soler, avenida Cerri, San Martín e Israel muestra una apariencia normal. Está mayormente poblada por casas de compra y venta de muebles usados, que exhiben su mercadería en la vereda, en la que la gente discute precios con los dueños; intercalados, aparecen pasillos que conducen a viviendas internas y boliches que, a esas horas, tienen sus puertas cerradas. Se ven pocos vecinos, baldeando las veredas, limpiando las persianas o ingresando o saliendo de sus casas.


 Pero, por las noches, el sector adquiere un aspecto de desparpajo y peligrosidad.


 Los automovilistas ven aparecer, en el cono de luz que irradian los faros sobre el asfalto, unas enormes y corpulentas figuras con ropas diminutas y maquillajes excesivos que los llaman a bajar los vidrios para ofrecer sus servicios.


 A medida que la noche transcurre, el ambiente se va tornando cada vez más pesado: el comercio sexual provoca disputas entre los travestis, por los clientes, y entre los visitantes, por cualquier motivo, debido a la riesgosa combinación de desenfreno con bebidas alcohólicas y otras sustancias estimulantes.


 Estas escenas nocturnas, caracterizadas por diálogos procaces a boca de jarro, alaridos y bocinazos, dejan como saldo, a la mañana siguiente, veredas inmundas, rociadas con orina, preservativos y sangre, y vecinos hartos de no poder dormir cada noche.

Nada contra los cabarets






 Si bien el lugar es, desde hace décadas, unos de los sitios de la ciudad donde se habilitan locales que funcionan como cabarets, esta actividad nunca molestó a los vecinos, quienes subrayan que lo que combaten son los ruidos molestos y el uso de la vía pública para prácticas obscenas.


 María Viera es cosmiatra corporal y compró su casa de Soler al 600 hace cinco años, por la cercanía con el Hospital Privado del Sur, debido a que su esposo se encontraba gravemente enfermo.


 "Lo que pase de las paredes de los locales para adentro no me importa; por eso, nada puedo decir de los cabarets --Ballantines y Diábolo, en Soler 620 y 670, respectivamente--. Pero los travestis están en la vereda exhibiéndose, parando los autos, caminando y peleándose a los gritos", explica.


 La vecina calcula que son unos 20 y asegura que se trata de gente agresiva, acostumbrada a insultar y agredir verbalmente por el solo hecho de sentirse observada.


 "Es horrible tener que salir a la vereda mirando para abajo porque la situación te da vergüenza ajena, que tus hijas (yo tengo dos, de 18 y 20 años) no puedan estar afuera con sus amigos y que si uno llama a un taxi por teléfono le pregunten si es trabajadora sexual", comenta.


 "Yo estoy pensando en vender mi propiedad, porque tengo mi gabinete de cosmética acá y hay gente a la que venir para este lado le produce cierto resquemor", agrega.

Cambio.
Rafael Casquero vive en la misma cuadra con su familia y alquila un sector de su inmueble por contratos de uno o dos años.





 "A los cabarets estamos acostumbrados desde hace 30 años, pero al escándalo que hacen los travestis, no. Jamás vimos a una chica de alguno de los cabarets matándose a palos con otra en la calle, cosa que los travestis hacen casi a diario; acá, han aparecido apuñalados y hasta un muerto", enfatiza.


 "Creo que hay que dejarlos que se ganen la vida como quieran, pero que tengan su intimidad adentro, como la tenemos nosotros; yo no salgo a la vereda a pelearme a los gritos con mi familia", compara.

Adiós tranquilidad.
Edgardo Martínez se considera una de las personas más damnificadas por la situación.





 "Tengo el dormitorio en el primer piso de la esquina de San Martín e Israel y hace tiempo que perdí mi tranquilidad nocturna. A partir de la una, se escuchan bocinazos, gritos y diálogos del tenor de "Cuesto tanto, ¿cuánto tenés?", además de las peleas entre ellos por los clientes. Yo no puedo invitar a mis nietos a dormir a mi casa por las cosas que escucharían", describe.


 "Había una "señorita" que tenía la costumbre de cantar a todo volumen en varios idiomas; una noche, le pedí por favor que me dejara dormir, me miró y se fue caminando, pero a los 20 minutos estaba de vuelta", recuerda.


 Tal es la desesperación generalizada que ha provocado la imposibilidad de dormir, que algunos vecinos han acumulado "municiones", como ellos llaman a las piedras y ladrillos partidos por la mitad que mantienen cerca de sus ventanas.


 --Si le pega semejante piedrazo a uno, lo mata--, comentamos.


 --Ojalá, así se van y me dejan dormir--, responde el hombre, evidentemente hastiado.

Una sociedad "enferma".
Daniel Gómez, radicado en Soler al 700, se resiste, por el momento, a imitar a su hijo en la decisión de vender su inmueble y mudarse a otro lugar.





 "Yo tengo un comercio, me levanto muy temprano, soy padre de una criatura, necesito descansar de noche y con esta gente no se puede, porque ejerce la prostitución en la vereda de mi casa", sostiene.


 Cuenta que el niño, hoy de siete años, cuando era más chico, preguntaba quiénes eran "esas nenas que estaban desnudas en la calle", hasta que no hubo más remedio que explicarle de alguna manera la situación.


 "Guardo el coche en esta misma cuadra, pero he tenido que cruzarme de vereda porque he visto gente en total estado de ebriedad con una botella en la mano que no sabía qué era capaz de hacerme", manifiesta.


 "Esto nunca fue el Palihue, pero no había más que algún borrachín que te lo sacabas de encima de un empujón. Ahora, corrés el riesgo de que te metan un tiro, porque acá se junta de todo", resume.


 Cuenta que, al principio, eran cerca de diez los travestis que caminaban por su vereda, pero que, últimamente, el número se ha acrecentado.


 "Se ve que la demanda es bastante buena. En cuanto a los clientes, hay de todo, pero llama la atención la cantidad de buenos coches que paran. Evidentemente, esta sociedad está enferma", considera.

"Hasta las últimas consecuencias"






 La situación ha llegado a tal punto que los vecinos han elaborado un reclamo por escrito, suscripto por más de 150 firmas, que elevaron al municipio y al Concejo Deliberante.


 "Hasta hace unos años, el comercio sexual se radicaba en los cabarets sin invasión (o muy esporádica) de la vía pública; entonces, era convivible y no provocaba agresiones al ambiente", relata el vecino José Luis González Ceñera, propietario de la inmobiliaria de San Martín al 700.


 "Hace menos años, comenzaron a haber algunas pensiones, que en definitiva son prostíbulos, donde trabajan hasta menores; de hecho, una vez, la Justicia cerró uno", prosigue.


 "Pero, en los últimos dos o tres años, vinieron los travestis, que son mucho menos pacíficos, no tienen límites y les parece que el mundo es de ellos", considera.


 Asegura que la presencia del grupo provoca perjuicios concretos y cuantificables.


 "No vivimos en paz, no tenemos seguridad ni orden, agreden la calidad de vida y producen una muy seria desvalorización de las propiedades, que alguien tendrá que pagar", expresa.


 "Pretendemos que alguien ponga coto: no se puede tomar la calle así porque sí. Por eso, si las autoridades que corresponde no lo hacen, por acción u omisión, seguiremos por el camino judicial y daremos un combate a fondo", afirma.









¿El último eslabón?














 Muchos de los vecinos coinciden en que los travestis son sólo la cara visible de una organización que arregla su protección.


 Aseguran haber realizado reclamos ante comisarías, al 109 y, sin embargo, comparten la sensación de estar en una zona liberada.


 Incluso, uno de ellos asegura haber radicado una denuncia por la amenaza que le profirió "un hombre desde adentro de un auto que estaba parado en la calle y que, aparentemente, no era un cliente, sino alguien que los protegía".


 Por el momento, sólo tienen una explicación que, aseguran, provino de fuentes de la misma policía: los travestis serían el último eslabón de una cadena de distribución de drogas.

Marta Ramírez: "Yo no regenteo travestis"






 A la hora de buscar responsables, muchas miradas se posan en la propietaria del local Gitans, de Soler 682.


 Marta Susana Ramírez tenía un cabaret en la esquina de Rondeau y Sixto Laspiur, donde también solían asentarse los travestis en una cantidad abultada.


 La mujer no sólo asegura que ella nada tiene que ver con ellos, sino que, además, afirma que le arruinaron su negocio.


 Cuenta que, en 2003, habilitó su actual local como cabaret.


 "Traje algunas chicas de Buenos Aires, pero estuvieron pocos días y se fueron, porque todos perdíamos dinero, a raíz de que hay travestis "trabajando" en la calle", señala.


 "¿Para qué voy a tener mujeres, que deben cobrar lo suficiente como para obtener su ganancia y dejarme un porcentaje, si los travestis ofrecen cualquier cosa por 5 o 10 pesos en la calle, y a la gente, en estos momentos, le da lo mismo una mujer que un hombre?", expresa.


 "Una chica que viene de otra ciudad, con hijos que mantener, que tiene que enviar dinero, ¿a usted le parece que le conviene trabajar en mi negocio y llevarse 10 pesos por día, que es lo que tiene que pagar a la niñera, a lo que tiene que sumar el taxi?", explica.


 En consecuencia, la comerciante decidió, según dice, transformar su cabaret en un pub.


 "Tengo dos mesas de pool y una máquina para escuchar música. La gente va a tomar algo y, como no cobro entrada, cualquiera entra y sale sin problemas, incluso los travestis (salvo dos o tres a los que les prohibí el ingreso), pero no son míos, no es que yo los regenteo", diferencia.


 "Yo tengo que pagar monotributo, salubridad e higiene, ingresos brutos, mis contadores, tengo todos mis impuestos y habilitaciones en regla (incluso, en 2005, recibí el certificado de contar con condiciones de seguridad antisiniestral) y necesito trabajar para mantener a mi familia, así que no quiero que me endosen algo que no es", pide, mientras exhibe una gran carpeta llena de documentos municipales.

Padín no descartó el comercio de drogas






 El jefe de la Policía Distrital corroboró que los travestis que merodean el sector consumen drogas, no descartó que la distribuyan y aseguró que se trabaja sistemáticamente para combatir su presencia.


 "En este lugar, se produce la misma situación que en Sixto Laspiur; para la policía no es nueva, la conocemos perfectamente y se trabaja en ello en forma permanente", detalló el inspector Ricardo Padín.


 Explicó que la policía tiene una actitud restrictiva permanente; muchas veces, a requerimiento de los vecinos.


 Dijo que los agentes van al lugar y constatan la infracción, "lo cual no es fácil, porque hay que hacerlo con gente de civil en autos particulares, porque, al advertir la presencia del patrullero, los travestis se escapan.


 "Hemos tenido enfrentamientos con violencia, en los que personal policial resultó lesionado, porque el travesti, ante el riesgo de ser detenido, deja de comportarse como una mujer y adopta la postura de un hombre usando toda la fuerza física propia de su género", aclara.


 Continúa relatando que el travesti es detenido, se labran las actuaciones, es liberado y la causa es elevada a la Justicia Correccional, para su penalización.


 "Muchas veces, el individuo infraccionado aparece, al poco tiempo, ejerciendo la misma actividad en el mismo lugar o a pocos metros de allí; entonces, se lo vuelve a infraccionar y así sucesivamente", dice.


 Ejemplifica que, en la comisaría primera, desde julio último a la fecha, se labraron 16 infracciones a los artículos 68 y 92 del Código de Faltas de la provincia de Buenos Aires en el sector (ver aparte).


 "Pero estas personas son reiterativas, muy insistentes en su modalidad y, aunque la policía actúa, reinciden", explica.


 Padín asegura que, más allá de actuar en la inmediatez, se está haciendo "un trabajo serio, al igual que en Sixto Laspiur, para terminar con estos ámbitos, pero son investigaciones que llevan su tiempo: hay que conseguir las órdenes de allanamiento, proceder a las detenciones y secuestrar elementos que den cuenta de su actividad".


 Aprovecha para convocar a los vecinos a denunciar, a través del 109, las situaciones en el momento en que se están produciendo.


 "Nosotros no podemos destinar dos o tres patrulleros específicamente para este tema, porque sería descuidar la ciudad de la prevención de delitos contra la propiedad", señala.


 El funcionario agrega que, en la zona, se labran, también, muchas infracciones por alcoholismo, peleas y desorden.


 "Los travestis suelen consumir marihuana y puede haber, aunque no tengo puntualmente datos en este momento, procedimientos por tenencia de drogas por parte de ellos", admite.


 Explica que el lugar es propicio para el comercio y el consumo de drogas, además, por la existencia de alojamientos transitorios, pensiones y hoteles de baja categoría.


 "Esto genera un movimiento de prostitución y de personas que llegan por pocos días a la ciudad a delinquir, traen drogas y la comercializan en este ámbito nocturno", relata.


 En ese sentido, puntualiza que, en junio último, se practicó un procedimiento en el hotel San Román (Soler e Israel), donde cuatro personas, una de ellas menor, procedentes del Gran Buenos Aires, fueron halladas en posesión de 43 gramos de marihuana.


 "Es uno de los tantos hechos que se verifican en el sector", expresa.

Travestis: "Necesitamos difusión"






 Aun en una noche muy fría y con una lluvia tenue, "Macarena", salteño, de 24 años, transita la esquina de Soler y Cerri, mirando fijamente los vidrios de los automóviles.


 Sus formas llaman la atención por lo absolutamente femeninas, pese a la estrechez del pantalón blanco y el profundo escote del top negro, que contrasta con el cabello planchado y platinado.


 Simpático y amable, baja totalmente el tono de la disputa.


 "La verdad es que no tengo idea de por qué se enojan los vecinos. Recién el de esta casa me gritó que me fuera, y yo le dije: "Si a vos no te molesto", cuenta, señalando una ventana de alto.


 Admite que puede haber ruidos molestos por las noches, "debido a los bocinazos y gritos de los clientes", pero aclara que ellos jamás se pelean y se llevan muy bien, "porque nos paramos unas separaditas de las otras".


 "¿Si tenemos problemas con la policía? No, para nada; nos cuidan muchísimo", subraya, con expresión enternecida.


 Cuenta que no teme contagiarse enfermedades, porque toma todos los cuidados posibles; que el precio de sus servicios es a partir de 20 pesos, que no gana menos de 150 pesos por noche y que en una buena jornada logra unos 400 pesos.


 Algo más parecida a la versión de los vecinos es la que cuenta su par, Solange, también joven salteño que, al igual que Macarena, trabaja y envía dinero y encomiendas a su provincia natal.


 Solange, a diferencia de su compañera, prefirió seguir trabajando en Sixto Laspiur, donde conecta a sus clientes parándose, vestida con corpiño y una minifalda rosados, en la puerta de su vivienda, en lugar de trasladarse a las últimas cuadras de Soler.


 "Es cierto que ellas se pelean; es por los clientes, porque son muchas", reconoce, con una suavidad y una larga cabellera propias de una mujer.


 Niega que los travestis vendan droga, pero sí asume que muchos fuman marihuana y que suelen tener problemas con la policía.


 "Yo, cuando veo el patrullero, salgo corriendo para adentro de mi casa", confiesa.


 Cuenta que es travesti las 24 horas, por lo que no encuentra otro empleo y "no tiene más remedio" que dedicarse a ejercer la prostitución.


 "No corremos riesgos de enfermedades; el único peligro es encontrarnos con un loco que nos quiera hacer daño", sostiene.