Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Una mujer intrépida y con mucha personalidad

En la historia quasi centenaria del Arsenal Naval Puerto Belgrano subyacen otras cuyos protagonistas, por el tipo de trabajo desarrollado, por su personalidad o por circunstancias fortuitas, han devenido en personajes dignos de evocación. En estas páginas se han contado algunas de ellas las cuales conforman un muy rico anecdotario, y se han destacado ciertos personajes que dejaron su impronta en la cultura del trabajo, característica primordial del Arsenal.
Herminia Faini en su salsa


 En la historia quasi centenaria del Arsenal Naval Puerto Belgrano subyacen otras cuyos protagonistas, por el tipo de trabajo desarrollado, por su personalidad o por circunstancias fortuitas, han devenido en personajes dignos de evocación. En estas páginas se han contado algunas de ellas las cuales conforman un muy rico anecdotario, y se han destacado ciertos personajes que dejaron su impronta en la cultura del trabajo, característica primordial del Arsenal.


 De esas historias ha sobresalido en las dos últimas décadas de la recientemente pasada vigésima centuria, y continúa haciéndolo, la de alguien que supo combinar el equilibrio entre el rimmel y el lápiz labial con la intrepidez de escalar los mástiles de un buque o descender por una escala de gato. La historia de Herminia.


 Casi un cuarto de siglo atrás, Herminia Guadalupe Faini, todavía una adolescente, ingresaba a la oficina técnica del Departamento Taller de Armas para sumar experiencia laboral y algunos pesos --que nunca vienen mal-- a lo que sería su futura profesión como técnica electromecánica, título obtenido en la "Ramón González Fernández", en ese entonces denominada ENET Nº 1.


 Todavía recuerda aquellos sábados cuando debía compensar el horario porque se retiraba del puesto de trabajo para ir a la escuela. El estudio académico formal continuó un par de años más en la Universidad Tecnológica Nacional, con la aspiración, posteriormente trunca, de ser ingeniera mecánica.


 El estudio no académico, en tanto, continuó hasta la actualidad, especialmente desde su traslado al Laboratorio del Arsenal, en 1982, adonde empezó a forjar sus conocimientos en metalografía, con sus correspondientes ensayos destructivos y no destructivos, el manejo del microscopio, el tratamiento térmico, el tamaño de los granos, las inclusiones y las incrustaciones.


 Más recientemente, desde 1998, Herminia comenzó a especializarse en pinturas e inspección de superficies de cascos, tanques y cubiertas de buques; determinación de fallas tales como ampollado, agrietado y cuarteamientos; y seguimiento de tareas de preparación mecánica (retabuceado o lijado) o con abrasivos (arenado, granallado, hidroarenado). Todo ello requirió mucha dedicación y aprendizaje ante lo cual nunca la ganó el desánimo.


 El curso de esta historia no se separaría de los carriles normales transitados por tantos otros profesionales del Arsenal si no hubiese sido por el hecho de que Herminia nunca se arredró ante las dificultades de una tarea masculina impuestas a su condición femenina.


 "Mucha gente no ve ni sabe de este tipo de trabajo, que tiene sus complicaciones. Esto no es una oficina. A veces, para una inspección, hay que meterse en lugares incómodos, como un tanque o una bodega, en el octavo o noveno bolsillo, bien el fondo de un casco, después de pasar por muchos pasahombres, o descender a mucha profundidad. No son sitios impecables, uno siempre se ensucia", describió.


 Huelga concluir pues que son escasas las mujeres dispuestas, y con el conocimiento adecuado, para llevar a cabo estas tareas. Herminia, con ese nombre de pila a secas, una especie de marca registrada del Arsenal, no tiene empacho en calzarse los borceguíes ni en ponerse el overol y el casco para enfrentar la situación que cuadre, la que sea, por más inaccesible que parezca. Y la que, en más de una oportunidad, ni siquiera un varón es capaz de hacer.

Varón con pelo largo. "Desde afuera se ve anecdótico, quizás porque soy una de las pocas que lo hace", agregó la operaria y admitió que, si bien todo el mundo la conoce, no le fue fácil superar prejuicios en un principio, especialmente en las empresas privadas, que suelen contratar personal masculino acostumbrado al trabajo rudo. "Más de una vez pensaron que era un varón con pelo largo", reconoció.




 La cotidianeidad de estas tareas no impidió que conociera la realidad de los riesgos que impone, especialmente aquella vez cuando dentro de una bodega cayó de bruces desde una altura de casi dos metros y se astilló un par de costillas. "Fue un descuido de mi parte. No me acuerdo mucho. Lo único que quería era salir cuanto antes porque cuando uno se enfría, el dolor es mayor", acotó.


 La foto paradigmática que la muestra en su salsa, publicada en estas mismas páginas casi una década atrás, la retrata oficiando de gaviero ocasional en los palos de la Fragata "Libertad", en ocasión de uno de los tantos períodos de mantenimiento en dique seco a que se somete el buque escuela de la Armada.


 "Subí muchas veces a hacer una inspección visual. Generalmente hasta la galleta de cada palo para otear el panorama desde allá arriba. Los trabajos se hacen suspendidos con grúa, desde un tambucho o una planchada volante para que las manos estén libres", explicó y dijo no sentir miedo porque siempre le hizo caso a esa frase que reza: "Sube sin temor y no caerás".


 Sostuvo, no obstante, que al principio había cierto recelo de que escalara los palos, por su condición y porque los contramaestres insistían con esa vieja superstición marinera de que una mujer a bordo no auspicia un buen augurio.


 Lo notable, en todo caso y dado que no hay estadísticas al respecto, es que quizás se trate de la única dama que haya emulado a los gavieros, llevando el color caqui tan alto como sus camisolas rayadas, en toda la historia de la fragata. Más notable si se consideran las decenas de altura de dichos mástiles. Mucho más aún, si desde tan arriba, se mira hacia abajo y se ve, ya no el suelo, sino la profundidad de la platea del dique. Es casi lo mismo que bajar al piso del tanque vacío de un petrolero, con la diferencia de que, en este caso, se enseñorea la oscuridad a la cual se enfrenta con el ínfimo resplandor de la linterna.


 Las anécdotas abundan en un lugar desde el cual deben subir a embarcaciones de cualquier tipo. "Hemos tenido experiencias buenas y malas. De estas últimas, generalmente hemos aprendido, porque el trabajo involuntariamente no salió tan bien como se esperaba", expuso en primera persona del plural, porque en la extensa charla con "La Nueva Provincia", Herminia destacó en todo momento la capacidad profesional y la calidad humana de sus compañeros de trabajo. Casi todos varones.


 "A veces me cuesta relacionarme con las mujeres, especialmente si los temas de conversación tienen que ver con el tejido o la bijouterie", dijo, lo cual ciertamente no impide que, después de las tres de la tarde, en su casa, deba continuar trabajando, ahora en la cocina, con el lavarropas o la plancha en mano.


 O cuando ayuda a su hija Antonelia a terminar los ejercicios escolares. El Arsenal, además del trabajo que le gusta hacer y que piensa realizar durante muchos años más, también le brindó la posibilidad de formar una familia junto a Pedro Horni, compañero de trabajo.