Bahía Blanca | Miércoles, 16 de julio

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Bautismo de fuego de Gendarmería

Mayo 30 de 1982, fría mañana en el suelo irredento de nuestras Malvinas. Al toque de silencio del día 29, ya teníamos la misión impuesta por el comandante del teatro bélico, debidamente estructurada para su cumplimiento por nuestro jefe, comandante Spadaro. Nuestro espíritu estaba alimentado por el valor del cabo Romero en el monte salteño, combatiendo la guerrilla; por quienes defendieron nuestra soberanía territorial en Laguna del Desierto y por la abnegación en el cumplimiento del deber de Cuello en Tucumán, cuando aquel Hércules repleto de gendarmes fue herido de muerte en el aeropuerto Benjamín Matienzo.




 Mayo 30 de 1982, fría mañana en el suelo irredento de nuestras Malvinas. Al toque de silencio del día 29, ya teníamos la misión impuesta por el comandante del teatro bélico, debidamente estructurada para su cumplimiento por nuestro jefe, comandante Spadaro. Nuestro espíritu estaba alimentado por el valor del cabo Romero en el monte salteño, combatiendo la guerrilla; por quienes defendieron nuestra soberanía territorial en Laguna del Desierto y por la abnegación en el cumplimiento del deber de Cuello en Tucumán, cuando aquel Hércules repleto de gendarmes fue herido de muerte en el aeropuerto Benjamín Matienzo.




 Hacía 150 años casi que Inglaterra nos había tomado por asalto nuestras islas, que la Argentina reclamó siempre con firmeza y paciencia. Hoy ya estaban en el poder de sus verdaderos dueños, que somos los argentinos.




 Los gendarmes fuimos convocados para luchar junto a nuestro Ejército, tras una rigurosa preparación, ante la posibilidad real de cumplir con el precepto constitucional de armarnos en defensa de la Patria e ir a buscar esas tierras con un grito de honor y esperanza y dejar nuestra vida por la soberanía nacional.




 Ya en Comodoro Rivadavia, nos encontramos con camaradas de otros elementos que formarían parte del legendario Escuadrón Alacrán. Iniciamos el cruce hacia el archipiélago, al ras del mar, en el rugiente Hércules C-130. Y sobrevino la misión que sería el bautismo de fuego de la Gendarmería Nacional en una guerra regular, ejecutando la campaña militar contra el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte por la recuperación de nuestras islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur.




 En esa larga noche del 29 de mayo recordaba a Don Juan Manuel de Rosas diciendo, aquel 27 de diciembre de 1848, en el mensaje anual a la Legislatura: "La República sostiene gloriosamente sus derechos contra la intervención extranjera...". El Gran Capitán, Don José de San Martín, le escribe a Rosas y le dice, entre otras cosas, que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca...




 Ya era de día, estábamos de pie sobre la inmaculada geografía de nuestras islas. Veo la turba, y me doy cuenta que la victoria no estaba en la recuperación del territorio. Para el soldado, la victoria está en los ojos sin vida del valiente caído, en las rojas sangrantes heridas del fuego enemigo, en el coraje de quienes marcharon al frente. En definitiva, la victoria se encuentra en la piel de los valientes.




 Fuimos al helipuerto de Puerto Argentino, donde el Puma nos esperaba. Sobre el cielo aguardaban a su presa las PAC (Patrullas Aéreas de Combate inglesas), dejando sus blancas estelas a su paso; embarcamos y desembarcamos ante el riesgo del ataque enemigo.




 Abordamos el helicóptero. Luego, observo una luz azul rojiza que pega contra nuestro rotor de cola, mi eslinga se libera y salto de la máquina, que perdió altura. Seguramente fuimos ametrallados con munición de fusil desde otro sector, pues en mi pierna derecha tengo aún hoy cuatro o cinco ojivas incrustadas y encapsuladas; ráfaga que me produjo 10 fracturas de tibia y peroné, más el estallido del platillo tibial derecho mal consolidado, un impacto directo de proyectil antipersonal que me dejó la pierna izquierda pendiente de diez centímetros de músculo.




 Cae pesadamente la máquina muy cerca de donde me encontraba. Se acercan varios gendarmes a rescatarme. Les suplico que me dejen en el campo de batalla, pues lo importante es para el soldado la misión impuesta. Estaba empezando a prenderse fuego el corazón del Puma y luego estallaría todo el material bélico que en su interior llevábamos. Pero el espíritu de cuerpo pudo más. Muy a pesar mío, me rescataron y un helicóptero propio me trasladó a Puerto Argentino, donde la sanidad militar, en un admirable trabajo, me recuperó. Mueren en combate seis integrantes de la unidad, pero su muerte no fue en vano. Fue por esta tierra argentina donde generaciones de hombres dieron diariamente la vida para hacer de ella una patria hermosa y digna de ser vivida. Para un soldado cristiano, dar la vida por la patria es un acto sublime de caridad.




 Finalmente, un recuerdo a nuestros muertos, militares y civiles que han ofrendado su vida en esta gesta; a esas figuras ejemplares que están de vigilia en la tierra, los mares y cielos de la Argentina, muertos en combate; a los padres que se han quedado sin sus hijos; a los hijos que se han quedado sin padres; a las esposas que han quedado viudas.




 Hoy, desde la tranquilidad de mi escritorio, donde preparo mis últimas materias de la carrera de Derecho, siento que debo agradecer a la Nación porque me dio la posibilidad de armarme en su defensa, al Ejército Argentino, que permitió a Gendarmería participar en el conflicto; al Servicio de Traumatología del Hospital Militar Central, que durante muchos años luchó por salvar mi vida; a la fuerza a la que tengo el honor de pertenecer, gracias por haberme permitido formar parte del Escuadrón Alacrán.




 Un profundo agradecimiento a Dios Nuestro Señor, por haberme predestinado a cumplir lo de San Agustín: "Hay guerras lícitas y justas en las cuales es meritorio pelear y morir". Por eso digo que nuestra Guerra de Malvinas fue una guerra justa y perseguía una recta intención. Dejo a salvo el problema estratégico, el momento histórico elegido y la decisión política, que no es responsabilidad del soldado. La justicia ya juzgó el cómo y dejemos que la historia revele el porqué.




 A mis enemigos ayer, hoy oponentes, militares que me hirieron en el campo de batalla, no les guardo nada más que mucho respeto y consideración. También les digo gracias, pues me ayudaron a salir de la mediocridad. Y un recuerdo especial para el capitán (EA) Obregón ("Pirincho"), piloto de la máquina que nos llevó al frente de combate y permitió que los gendarmes, aportando nuestra cara cuota de sangre, quedáramos en la historia de los actos soberanos de las instituciones por la patria y ejerciéramos el derecho de guerra que le asiste a toda nación cuando ha recibido una injuria; al ayer también teniente (EA) Ramírez ("Pancho"), que tuvo el valor, en cumplimiento del deber militar, que hace real aquello de la confianza, al decir de Napoleón: "Cuando Ud. esté moribundo, no crea que sus camaradas vendrán por usted; esté seguro que vendrán". Indudablemente, es así...






 Justo Rufino Guerrero es sargento primero (RE) de Gendarmería. Integrante del Escuadrón Alacrán, en la Guerra de las Malvinas, fue herido y condecorado en combate.