La Lucía
Con aire francés
A poca distancia de Pigüé, La Lucía constituye otro de los reductos que permite disfrutar, cualquier fin de semana, del turismo de estancia. La amplia casona está cargada de historias y leyendas que se reviven en cada detalle interior, acompañadas de una cordial atención por parte de sus propietarias.
Cae la tarde.
Sorpresivamente, el frío se ha adueñado del campo, interrumpiendo el final de un verano que fue más tórrido que otros.
Una suave, pero persistente brisa del Sur cruza las sierras próximas y carretea hacia la llanura.
Los últimos rayos que se dibujan en el Oeste constituyen la única razón para permanecer a la intemperie.
Pronto se irán y las sombras de la noche, ya entrada entre la frondosa arboleda, habrá cubierto el resto.
En el hogar del inmenso hall de La Lucía, arden ya algunos leños de eucaliptus.
Habían quedado apilados desde el invierno anterior, para el próximo, pero este frío sorprendió y entonces...
Se acercan los sillones al fuego, que despide algunas chispas, y se forma la rueda.
--¿Mate...?
En el momento justo, propicio, la invitación de Carmen.
--Por supuesto...
Todos están de acuerdo, claro está.
Gabriela, su hija, es la dueña del relato, que acumula la historia de la familia Champredonde, llegada de Francia, junto a un grupo de inmigrantes.
Corrían los tramos finales del siglo XIX y trataron de escapar a las malas épocas europeas, buscando un lugar en "otro mundo" donde podrían intentar revertir la suerte.
Prácticamente todos se dedicaron a la agricultura, que, allá, era su fuerte.
Agustín Alejandro llegó junto a sus padres desde Aveyrón (en el sur francés) y aquí aprendió el oficio de relojero, al que habría de dedicarse toda su vida.
La ronda de mate se renueva. Las historias, sintetizadas, continúan y, de pronto, los presentes coinciden en sentirse transportados en el tiempo.
--Fueron años muy duros..., admite Carmen, reproduciendo una frase muy repetida por sus padres.
Si lo sabrán los inmigrantes...
Ese mismo grupo, de la mano de Clemente Cabanettes, no flaqueó y dejó su sello en la región, fundando la hoy pujante y pintoresca ciudad de Pigüé.
Con el paso del tiempo y, al margen de la relojería, Agustín Alejandro Champredonde habría de cristalizar su sueño.
Fue cuando compró una extensión de tierra que denominaría La Lucía.
No buscó distanciarse mucho de ese pueblo en crecimiento.
Apenas a unos siete kilómetros, como para no desatender el sonido de los relojes.
Comenzó con algo de agricultura y las ovejas --que hoy escasean en el sur de la provincia de Buenos Aires-- pronto comenzaron a pastar.
"Eran, fundamentalmente, Lincoln y Karakul", comenta Gabriela. Llamativa, esta última raza, por el contrastante color negro de la lana.
Hoy, es difícil encontrarlas.
Claro que resultaba difícil trabajar a la intemperie en ese campo, al pie de las sierras, sin un lugar donde cobijarse.
Entonces, en otro proyecto audaz, pronto comenzó a levantar una casona que hoy, a pesar del tiempo, sigue siendo todo un símbolo del neoclásico.
Fueron dos años de grandes esfuerzos, a partir de 1925, donde se entremezclaron varios estilos de influencia francesa y también inglesa.
El paso del tiempo marcó algunas huellas, pero allí está.
--Con su estilo señorial, ¡qué imagen habrá tenido esta casa, cuando se construyó, al pie de las sierras!, interrumpe uno de los presentes.
Sin duda. Dominando todo el suave declive del campo.
Hoy se la descubre, con ladrillos plenos a la vista, después de atravesar un denso parque en el que se encuentran numerosas especies a las que se agregan frutales, de donde los propios dueños elaboran dulces, licores y hasta conserva para los huéspedes.
Al trasponer la puerta principal, un gran hall de una altura imponente, con mezcla de art-nouveau y art-déco.
Allí estamos, junto al hogar, al silencio del piano y bajo una lámpara bien luminosa que ensombrece el cielorraso.
Gabriela fue la impulsora de dedicar esta estructura al turismo rural, pese al poco convencimiento de su padre, quien allí vivió gran parte de su vida. Su idea triunfó, con la compañía de su madre.
Las historias de Gabriela se suceden. Carmen hace acotaciones y el testimonio vivo se encuntra cuando, después de trasponer una puerta, se observa el escritorio de Agustín Alejandro, tal como lo dejara cuando vivía.
Todo está en orden, desde sus escritos de puño y letra con pluma, hasta los testimonios de la actividad en el campo (con fotografías de exitosos lanares), sin dejar de lado una biblioteca tan abundante como diversa.
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Se acerca la hora de la cena.
Las luces del comedor se encienden tenuemente para dejar pasar a los comensales que, por ser sábado, habrán de disfrutar de una sabrosa foundue de queso, preparada por Carmen a cargo, siempre, de la cocina.
El ambiente es cálido. La conversación también.
Un buen vino tinto acompaña.
La charla es amena, mientras la mirada de los visitantes recorre cada rincón. Es cuando se pueden admirar los innumerables testimonios de un tiempo pasado pero que se torna presente a través, entre otras cosas, de los muebles de estilo traídos, en su mayoría, de Francia.
Ha llegado el momento del descanso y en la habitación principal, algunos huéspedes habrán de dormir en la propia cama en la que pasase muchos años Champredonde y su mujer.
El silencio es total.
El sueño se torna profundo.
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El despertar, como en cualquier lugar de nuestros campos, suele darlo un pájaro, no siempre fácil de identificar para quienes viven en una ciudad.
Un buen desayuno, con dulces propios, es el paso previo para un primer paseo por las afueras.
La mañana está fresca, pero se soporta una cabalgata. El sulky queda para otra ocasión,
El cielo está claro y se puede ver hasta donde la mirada lo permite en la inmensidad de una llanura sólo interrumpida por alguna arboleda.
El paseo por el parque alerta a los gansos que, atemorizados, van de un lado hacia otro.
Reina el silencio que sólo alteran algún pájaros.
El asado está en marcha.
Al aperitivo lo acompaña una partida de billar, entre aprendices. Hacer una carambola será difícil, claro está. Al menos, algunos se conformarán con que el taco le pegue a la bola.
Con la carne sobre la mesa, en el comedor diario, reiteran las historias. El asado está sabroso. El vino tinto vuelve a acompañar.
El café se sirve afuera. La temperatura ha cambiado.
Viene bien para una recorrida más por el exterior de esta casona, y llama la atención una torreta que guarda una escalera caracol desde cuyo extremo, alguna vez y cuando los árboles no la escondían, se habrá dominado toda la amplia y descendente llanura.
También, ese parque, que presenta una larga galería de árboles añosos.
En bicicleta, camino a las sierras, se descubre una profunda cavidad.
La formó el hombre cuando, en años recientes, estraía piedra de las entrañas de una cantera.
Hoy es ideal para el rappel, una alternativa más en La Lucía.
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Cae la tarde.
Se renuevan los mates, acompañados de bocaditos.
Camino a Pigüé, una mirada, la última, repite la imagen de un monte, en cuyo interior queda en pie y protegido el casco de La Lucía.
Un lugar sano, tranquilo, confortable y ameno como para distenderse, olvidarse del resto del mundo.
Y disfrutar, claro está.
Dónde está
La estancia La Lucía se encuentra a siete kilómetros de la ciudad de Pigüé y 130 kilómetros de Bahía Blanca.
Cómo llegar
En automóvil, desde Bahía Blanca, se puede llegar transitando por la ruta nacional 33. Al llegar a Pigüé, tomar en dirección contraria al acceso a la ciudad y, por un camino vecinal que en principio es paralelo al sector militar, se llegará hasta la estancia. Son unos siete kilómetros en su mayoría de tierra, aunque en buen estado.
Otros medios
También existen minubus Bahía blanca-Pigüé o en ómnibus, mediante las compañías Central Argentino, El Rápido, La Estrella, Ñandú del Sur y Chevallier, algunas de ellas operando desde Buenos Aires. El tren, desde Buenos Aires, tiene parada en la estación de Pigüé.
Cuánto cuesta
El costo de alojamiento por día y por persona es de 90 pesos. Comprende pensión completa y distintas actividades.
Además...
El área de camping cuenta con electricidad, fogón y sanitarios. La Lucía también es ideal para reuniones de negocios, cursos y fiestas familiares.
Qué comer
Dentro de la gastronomía del establecimiento se pueden degustar platos típicos franceses como la foundue, crepes, aligot, lomo al champingnon o también los típicos asados criollos y cremas heladas caseras.
Capacidad
"La Lucía" tiene capacidad para once personas, en cuatro habitaciones con dos años, agua caliente y calefacción.
A pocos kilómetros
Algunas excursiones que se pueden realizar desde La Lucía son: al establecimiento de campo "La Montaña", donde está el museo arqueológico Coyug-Curá. Otras posibilidades son la estancia "Las Grutas", a 30 kilómetros de Pigüé, en medio de las sierras de Curamalal; a la Ermita de Saavedra; al Abra del Hinojo y a la laguna de Puan y Monasterio de las Hermanas Clarisas, además de una recorrida por la ciudad de Pigüé.
Dónde informarse
Más información sobre La Lucía se puede conseguir llamando a Gabriela Champredonde, al teléfono 475-165, de Pigüé, o bien a través del e-mail: [email protected] o en la web: pigueturismo.com.ar
130
kilómetros, aproximadamente, separan a Bahía Blanca, de la estancia La Lucía.