"Tuve que elegir entre vivir o morirme"
"Recién me habían entregado un Renault 19. Paré a cargar nafta y seguí. Por esas cosas de la vida no me volví a poner el cinturón. Iba para Mendoza, solo, a 160. Y a la altura de Tunuyán, se me reventó la rueda delantera derecha, el auto se cruzó y fui a la banquina contraria, con tanta mala suerte que se clavó de punta en una especie de zanja y empezó a dar tumbos a lo largo de unos 100 metros. En la última vuelta me despidió por la ventanilla del acompañante y se me cayó encima. Me salvaron dos camioneros que venían atrás. Uno levantó el auto y el otro me sacó. De lo contrario hubiera muerto aplastado".
El propio Daniel Jaule revivió el momento que el 8 de marzo de 1995, a las 20.30, marcó el final de su primera etapa de vida. A partir de ahí tenía mucho por recorrer. O no. Dependía de él.
"Siempre estuve consciente, algo que es bueno y malo a la vez. Incluso pensé que no me había pasado nada, porque me tocaba y no tenía ni un raspón. Además, es como que nadie me quería decir la lesión. Tomé conciencia de la gravedad cuando llegué al hospital de Tunuyán y ví que corrían los médicos", contó.
A raíz del terrible accidente se le quebró la columna, lo cual le produjo un orificio de dos centímetros en la médula, motivo que no le permite caminar.
"En 30 segundos te cambia la vida", aseguró.
Semejante golpe --según sus propias palabras-- lo mandó al "subsuelo".
"En ese momento me pregunté, ¿por qué a mí? y, con el tiempo, también me pregunté, ¿por qué no a mí..? Te cambia tanto la historia...".
Entonces, con 30 años, además de disfrutar a pleno de amigos y familia, había ascendido a la Liga A con Pico. Parecía tener todo. Pero...
"No sólo sufrí el impacto de no poder volver a caminar, sino en el aspecto psicológico para afrontar algo para lo que no estaba listo; tuve que elegir entre vivir o morirme. Llegué a pedir estar una hora bien en el día, porque me sentía muy mal", confesó.
Con toda la carga emotiva, a Jaule le tocó enfrentar la realidad argentina. Su primer destino fue el Instituto Nacional de Rehabilitación, donde trabajan para, entre otras cosas, poder recuperar la identidad. La primera imagen no fue la mejor. Entró, le dieron un número y lo pusieron a compartir un pabellón con otros 19 hombres.
"La única vez que hablé con un psicólogo fue ahí y le dije, `usted de qué identidad me viene a hablar si me pusieron un número'. Me dijo `vaya, vaya'. La misma lesión en dos personas son historias diferentes. A mí me hizo muy bien estar listo en cuanto a manejar las presiones", comparó.
Después estuvo tres meses en Cuba y la experiencia fue completamente diferente.
15.000 kilómetros
En la primera fase del Torneo Nacional de Ascenso, Quimsa recorrió 7.000 kilómetros en colectivo y en la segunda completará 15.000.
"No necesito nada extra. La película se la hacen los demás", aclaró Jaule.
"En mi caso, siempre el problema es de otra persona. Nunca me sentí del otro lado. Sé que hay inconvenientes y también sé que perdí trabajos porque los dirigentes se preguntan, ¿cómo viaja..? ¿y qué hace..? ¿cómo le habla a los dirigentes? Viajo en un asiento y lo único diferente es que dos jugadores me suben y me bajan. ¿Y en las prácticas? Igual. Pero los dirigentes es como que le tienen miedo a esta situación", advirtió.
Sus limitaciones físicas no le ponen freno.
"A lo mejor, para tener la posibilidad de dirigir, tengo que demostrar el doble que otro, aunque como entrenador no siento diferencias. Y el jugador te respeta por lo que sos y trabajás. Por lo tanto, cuando le das los roles no hay más problemas", reconoció.
Es más, su situación le permite tener una carta a favor.
"A veces a los jugadores les digo, `muchachos, miren dónde estoy, me levanto a las 8, hago gimnasia y a las 10 estoy entrenando, y ustedes ¿no se van a tirar de cabeza?'. Es un plus. Mi equipo no puede dejar de tener actitud", contó.
Una de las características de Jaule es el espíritu de progreso.
"No me gustan los conformistas y, quizás ese hambre es lo que me tiene así. También entiendo que mi situación no es normal, porque he hablado con muchísima gente que le ocurrió lo mismo y está encerrada en una habitación. La personalidad no se compra. Y conmigo venía incorporada", recordó.
El secreto de su ánimo, según la propia opinión del juninense, pasa por haber aceptado su realidad.
"Tengo la suerte de seguir haciendo lo que me gusta. Para mí los sueños y las convicciones no se negocian. Y todo no pasa por el básquet, por lo tanto sé que cada día puedo ser un poco mejor".
Jaule, un ejemplo de vida.
Con sonrisa
"Lo primero que uno tiene que hacer en estas situaciones es saberse reir de uno mismo. Por ejemplo, en esto (indica la silla) no sé andar. Y me ofendo si no me empujás. Alguno va a un lugar que no está preparado para discapacitados y se amarga, mientras que en una situación similar me río. Pero es mi filosofía de vida".
Buena voluntad
"Pasó que me enojé con algún jugador y era el que me agarraba de los hombros para bajarme. En el momento habrá pensado, a este h... de p... lo quiero tirar para abajo".
Disfrutar todo
"Estuve tres meses adentro de una habitación y cuando me sacaron, por medio de una parra que había en la clínica ví que entraba un rayito de sol y dije `¡sol!'. Antes, jamás le había dado importancia. Son cosas que te marcan y son buenas si uno lo toma para su vida cotidiana".
Con tranquilidad
"En determinados momentos uno vive demasiado acelerado, con preocupaciones idiotas. En ese momento uno le empieza a dar el verdadero valor a las cosas. Hoy por hoy, si bien siempre me gusta ganar, entiendo que las cosas empiezan por disfrutar y no preocuparse, lo que te lleva a estar muy tranquilo en cada acción que tomes".
¿De técnico, a oficinista o comentarista de radio?
"Me parece que las pasiones no se explican", entiende Jaule.
"Y uno, en lo que hace, debe tener pasión. El básquetbol, más allá de ser un trabajo y lo que me da de comer, es más una obsesión que una pasión. Tal vez una taradez, porque uno posterga muchísimas cosas para dedicarse al básquet, aunque no me arrepiento, porque el deporte en sí me dio la formación. Pero también entiendo que uno a veces se pasa de la raya", admite.
Fiel a sus pensamientos, después del accidente Jaule mantuvo sus convicciones.
"Cuando te pasa algo siempre te buscan trabajo. Por ejemplo, me decían que podía ser oficinista, comentarista de radio y muchas otras cosas cuando, en realidad, quería seguir siendo entrenador. Lo que pasa que todos, con el afán de ayudarme, me buscaban un puesto", rememoró.
Una muestra de su pasión fue lo que invirtió desde los 19 años --y hasta el accidente-- viajando a Estados Unidos con la intención de perfeccionarse.
"Era una cita obligada. A veces iba a un campamento, otras a alguna liga de verano, me traía material y conocía jugadores. Pero lo que me marcó fueron los tres meses en Georgea. Me encaminó hacia una línea de trabajo. Me hizo click en la cabeza", aseguró.
Obviamente, también resignó cosas por el básquetbol, como el viaje de fin de curso --pagado y todo-- para no perderse un Provincial o el crecimiento de su hija Guillermina, de 17 años, que tuvo en el primer matrimonio.
"No me arrepiento, porque dentro del panorama de lo que me sucedió, el básquetbol me salvó la vida, entre comillas. Primero por el apoyo que me brindaron los amigos del ambiente y segundo porque estaba listo psicológicamente para, por ejemplo, proponerme la recuperación", aclaró.
La propia actividad a Daniel le impuso desafíos personales.
"En ese momento tuve que elegir entre vivir o morirme. Y cuando me puse más o menos bien me propuse recuperar mi lugar. Lo logré y hoy, a pesar de la silla de ruedas, me siento el mismo entrenador de siempre. Es más, los años y las cosas que te suceden te mejoran como técnico", aseguró.
El fogonero de Sarmiento
Cuando Sarmiento (Junín) jugó el torneo superior de la AFA, en el equipo de Tercera Daniel Jaule se desempeñaba a veces de "5" y otras de "8".
"Era fogonero. Hoy cuento que jugué en la cancha de River, Boca o Vélez y me dicen que estoy en p...", dijo entre risas.
En la entidad verde fue donde se crió.
"Estoy siempre informado de lo que pasa con Sarmiento en el Metropolitano", aseguró.
Como basquetbolista se dio el gusto de ser campeón Provincial, en Lincoln.
Con sólo 14 años, siendo estudiante de secundaria, hacía falta un monitor y después del segundo puesto en un Provincial jugado en Tres Arroyos lo ratificaron en el puesto y le dieron la selección de Premini, campeones en La Plata, y, a su vez, dirigió la Selección de Provincia. Así comenzó su carrera.
"El fútbol lo dejé porque ni bien empecé a dirigir chicos me di cuenta que era lo mío", dijo.
Con 18 años dirigió la Primera local y a los 20 emigró de su ciudad. Fue a Jorge Newbery de Rufino, clasificando a la Liga C. Ahí empezó la carrera profesional. Estuvo cuatro años en Plaza Huincul, después fue a Pico y en La Pampa completó 11 años, habiendo dirigido los tres equipos, porque estuvo en Independiente (la única vez en su carrera que fue asistente), Pico y Estudiantes (Santa Rosa).
Meléndez tuvo un "Flor" de gesto
A poco menos de un año de semejante accidente, a Daniel le habló la dirigencia de Independiente (General Pico) para ser asistente del puertorriqueño Flor Meléndez.
"Mis amigos me decían que iba a volver a dirigir. Y yo decía ni en p... A lo mejor como atajándome. Mi mujer cuenta que el día que me fueron a buscar de Independiente se me iluminaron los ojos. No lo esperaba. Desde el momento que bajé a la cancha y enfrenté a los jugadores, me sentí igual que siempre. Eso hizo un click en mi cabeza y me propuse recuperar el lugar. Fue un año espectacular. También que me acepte Flor, porque tenía a un técnico en sillas de rueda", destacó.
39
Años tiene este juninense nacido el 12 de noviembre de 1964. En tanto, 39 partido en la Liga Nacional, durante la temporada '94-95 al frente de Pico Football. El récord es de nueve victorias y 30 derrotas.
Fernando Rodríguez/"La Nueva Provincia"