Leif
Sus amigos aseguran que, en días claros, mar adentro han visto la silueta del soñador de barba remando incansable hasta alcanzar el horizonte.
Periodista, conductor y realizador televisivo, columnista en medios de difusión nacional. Nativo de Coronel Dorrego, alterna residencia entre Sauce Grande y Capital Federal. Conduce el ciclo ESAS PEQUEÑAS COSAS en BVC Bahía Blanca.
La noticia corrió rápido en el balneario: Leif se internó en el mar con su bote remendado, los perros quedaron esperándolo en la orilla y no ha vuelto a aparecer.
No llevaba carnada, ni líneas, ni anzuelos. Algunos vecinos lo vieron acercarse al borde del agua, en una noche sin luna ni linterna. Quería constatar el oleaje inicial, estar seguro que no le impediría el viaje al horizonte, que como solía decir, recién comienza con las remadas acompasadas después de la rompiente.
Calculan que Leif logró dificultosamente campear la rompiente y con el oleaje más calmo, pudo sentarse a sacar agua con el tarrito de achique y comenzar a remar sin apuro mar adentro, teniendo al faro de guía y las luces del pueblo que se le desdibujaron rápidamente por la niebla.
Es probable que Leif haya intentado ir hasta el punto del horizonte donde en los amaneceres veía aparecer el sol, pescando en su bote rodeado de agua. O quizá hacia el otro lado, el de los anocheceres maravillosos, del sol cerrando el día para que alumbre la noche.
Antes de salir de la casa, afirman que Leif se sentó en el piano viejo y desafinado que heredó de los padres dinamarqueses y tocó fragmentos de valses que escuchaba de pibe en el campo de Aparicio. Luego fue al patio de atrás, acomodó plantines que acondicionaba y regalaba a los amigos y limpió con un trapo las dos barras que le soportaron la gran pasión de su vida por la vertical, con las dos manos apoyadas en la tierra y los pies apuntando el cielo.
No hay constancia de cartas póstumas que pudo haber escrito a amores imposibles que le hicieron crecer la barba y la bohemia, que lo desprolijaron por fuera pero le conservaron el corazón de oro y el cerebro limpio. Quedó sí un vaso de vino a por la mitad sobre la mesa de luz y viejos libros escritos en danés desparramados por el suelo, que habitualmente leía y con los que mitigaba la cuota diaria de nostalgias familiares.
Lo cierto es que Leif partió en su viejo bote rumbo al horizonte que siempre le intrigó y eso le obligará a estar definitivamente mar adentro.
Desde entonces a ambos lados del Faro Recalada los amigos de Leif observan con detenimiento amaneceres y anocheceres frente al mar. Aseguran que en días claros y sin bruma, mar adentro han visto silueta del soñador de barba remando incansable hasta alcanzar el horizonte, su lugar en el mundo que eligió para habitar eternamente.
(Seis de agosto, veintidós años sin Leif)