“Ruth”, una manera distinta de entender (y vivir) la vejez
La novela gira en torno a la vida de su protagonista, una mujer de 82 años, con los achaques de su edad, con su viudez y la conciencia de ser parte de un sector de la sociedad al que se mira (o no se mira) como si ya no tuviesen nada por dar.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
Adriana Riva acaba de publicar Ruth (Editorial Planeta), una novela que gira en torno a la vida de Ruth, su protagonista, una mujer de 82 años, con los achaques propios de su edad, con su viudez y la conciencia de ser parte de un sector de la sociedad al que se mira (o no se mira) como si ya no tuviesen nada por dar.
Define a la novela como “de poco argumento, una novela de personaje”, la cual gira alrededor de esa persona, más allá del después.
“Cuando decidí trabajar sobre este tema, leí y busqué mucho material, todo lo habido y por haber, tuve charlas con gente mayor cercana a mí, algo que me encanta, personas que están en todos lados pero a los que pocos ven”, admite.
Ruth es médica, apasionada por la pintura y la ópera, se entretiene resolviendo crucigramas y saca provecho de internet, toma clases por zoom, va al psiquiatra y sale con amigas.
La autora retrata la vejez de Ruth y de sus amigas desde un lugar que, menciona, está poco considerado en los libros.
“Cuando se habla de los viejos aparece la palabra Alzheimer, la pérdida de memoria, personas sin mucho que hacer. Ruth permite tener otra mirada sobre esa etapa de la vida”, señala.
La vida de Ruth tiene connotaciones a partir de su condición de viuda, de ser judía y apasionada por el arte. “Esas características generan un personaje muy especial”.
Riva menciona que siempre le han interesado las personas mayores, “me encantan”, subraya, sobre todo en esta época en que la expectativa de vida ha aumentado, que más personas viven sus últimos años sin achaques o problemas severos de salud.
“Cuando me puse a escribir Ruth leí muchos libros sobre el tema y la mayoría ponía el foco en las enfermedades o en los últimos días en la vida de una persona. Eran buenos libros, pero más bien tristes y oscuros, alejados del espíritu que yo le quería darle a esta historia”.
Lo que Riva buscaba con Ruth es adentrarse en el mundo de estas personas que, señala, “de alguna manera están fuera del sistema y muchas veces invisibilizadas”.
“Me pareció interesante narrar esa vejez, no necesariamente vinculada a la imagen de un abuelo dulce y bueno, que también existe, sino a mujeres y hombres que llegan a esa edad sin ser abuelos y si lo son no necesariamente le dedican todo su tiempo a ese rol porque el resto piense que es lo único de interés en sus vidas”.
Razón de vivir
“Además, está la mirada ajena, el punto de vista del otro al que terminamos por rendirnos. Habitamos cuerpos que ya no ofrecen protección”. Ruth.
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Si bien en algunos pasajes Ruth insinúa que en la vejez ya no quedan proyectos ni razón de vida, su día a día da cuenta de otra postura.
“Es un poco engañosa esa afirmación que hace al decir que no hay una razón por la cual vivir. Es cierto que tal vez en la vejez no hay tantos proyectos, uno está en la recta final entonces quedan el potencial ‘habría querido’. Los ideales de cuando se es joven se van reduciendo, limitando y en ese sentido las posibilidades se achican, pero no sé si se pierden. Ellos aprovechan el tiempo de otra manera”.
Otro tema que da vueltas por la vida de Ruth es la relación con sus dos hijos varones y con sus nietos, un ida y vuelta donde ella mantiene su individualidad.
“Las relaciones entre hijos y padres mayores es particular de cada caso. No creo que Ruth sea un estorbo para ellos. Conozco casos de hijos muy cercanos a sus mayores, con un vínculo ida y vuelta y otros donde hay cierto distanciamiento, aunque no creo que eso sea un destrato o un desconocimiento de cómo relacionarse, es simplemente otro tipo de vinculo. Tampoco sé definir cuál es la responsabilidad que tienen los hijos para con los padres y viceversa. ¿Tiene Ruth que cuidar a sus nietos? ¿Es su obligación porque tiene tiempo libre? ¿Puede decir: hoy no puedo? ¿Tienen los hijos que ir visitarla constantemente? Ruth establece un tipo de vínculo, pero hay tantas relaciones padres-hijos-nietos como familias existen”.
Las ausencias
“Me gustaría encontrar un hombre para salir y charlar, pero están todos enterrados”. Ruth
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Ruth es viuda. “Es sola”. El recuerdo del marido está siempre rondando, de una u otra manera. A veces en detalles, en frases, en costumbres. La vejez tiene esa característica: muchos contemporáneos ya no están.
“A Ruth no le hace mucha mella el marido en particular, pero creo que para la gente mayor son trascendentes todos los seres que ya no están. Quien logra llegar a cierta edad acumula detrás de sí un montón de pérdidas de personas queridas, que desaparecen y a las cuales las nuevas generaciones no conocen pero que para ellos siguen estando y conviven con esa ausencia-presencia. Seguramente es algo que les pesa. Cuando uno es chico o joven no tiene muertos, en cambio los viejos están llenos de ellos”.
--Ruth es apasionada por la pintura y concurre a ver ópera. ¿Esta inclinación es clave en esa etapa de la vida?
--Sin dudas, para ella es la opera y la pintura, en otras mujeres son las cartas, las salidas o la cocina. Se trata sobre todo de mantener la curiosidad, de seguir interesándose por algo, de ir descubriendo cosas. Ahí reside la vitalidad de Ruth: es una persona curiosa, la curiosidad la pinta hasta como si tuviese diez años.
--Ruth tiene su lugar sagrado en su casa. ¿Es importante encontrar un espacio como ese?
--Sí. No comparto esa cosa de “mamá salí de la cocina o de tu cuarto, estás todo el día encerrada”. Hay gente que tiene un lugar donde se siente cómoda y eso que hay que respetarlo. Para Ruth ese espacio es la cocina, que además es un lugar maravilloso, un gran espacio.
--¿Usted advierte que hay cierto destrato con los mayores?
--Creo que está un poco instalada la idea de que los viejos ya no sirven, que no pueden trabajar, a los que se jubila. En un momento Ruth siente que la mirada sobre ellos es como distraída, como que pesa atenderlos. Hay cierto destrato y denigración, sobre todo en Occidente, con los mayores. Para escribir este libro leí “La vejez”, de Simone de Beauvoir, donde plantea esto de la sociedad y el lugar que se les da a los viejos, a los niños o a las mujeres. Hoy ese lugar está al margen, corrido, fuera de la cancha.
--¿La vejez trae sabiduría?
--No necesariamente, como tampoco ser viejo significa haber perdido toda capacidad. Depende de cada caso, pero en general se tiene un poco de desinterés o una mirada un poco peyorativa hacia las personas mayores. Un viejo sabio no es más que un joven sabio, pero tiene en su interior todo lo vivido y acumulado. No significa que todos los mayores sean geniales, pero me parece que no es menor haber pasado por la vida, haber visto y vivido tanto.
--Hay además otra realidad: todos llegan a esa etapa.
--Ruth no hace una advertencia sobre eso ni pone un cartel de alerta. Pero es algo sobre lo que reflexiona, lo mismo que la muerte, esa cosa tan disociada con la vida, a la que negamos desde el día uno. Ruth dice que la vejez es lo mejor que tiene porque si llegó a ella es porque no murió. Entonces se trata un poco de aceptarlo, de algo que va a llegar, pero no como un estado de alerta.
--A Ruth la invitan a hacer un viaje y eso se transforma en un incentivo enorme. ¿por ahí va el asunto?
--Sí, totalmente. A mí me gusta mucho esa gente que hace. Recuerdo la historia de un hombre muy mayor que quería plantar unos árboles y alguien le dijo que tardaría mucho en crecer y podría no verlo. “Apurémonos entonces”, le contestó. La idea es que no sabemos si vamos a llegar a mañana, con lo cual es bueno hacer las cosas hoy. Me encanta pensar que la vida no se agota después de cierta edad. En parte es lo que salva a Ruth, el estar haciendo cosas, viviendo el mundo presente, curioseando, observando. Es una buena manera de plantarse, a esa y a cualquier edad.
Personal: cero talento, mucha dedicación
“La vida es una puerta giratoria, entrás con minifalda y toca, salís con implantes y biaba”. Ruth
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Adriana Riva publicó su primer libro en 2017, el año que cumplió 37 años de vida.
“Soy bastante nueva en la escritura. Trabajé diez años en el diario La Nación pero cuando falleció mi papá renuncié y ahí empecé con esta historia”, explica.
Hoy dicta talleres de escritura y tiene otros emprendimientos, “todos relacionados con la literatura”.
“Mi primer libro (Angst, cuentos) se dio porque iba a un taller donde gustó mucho un cuento, después salió en la agenda, bastante por azar. Puedo decir que tuve suerte porque ahora, como tallerista, leo a muchos alumnos que escriben cosas hermosas y no todas ven la luz. Es mucho lo que se escribe y el azar juega un papel muy importante en esto de publicar, va marcando los caminos”.
Reconoce no tener una rutina especial al escribir y que Ruth le llevó apenas siete meses. “Trabajé el libro en el taller de Federico Falco y veía que había un buen feedback con mis compañeros. Ahí se fue armando”.
Se define como una gran lectora, sobre todo de poesía. “No salgo de mi casa sin un libro y si llego a un lugar donde hay que esperar, es un momento ideal para mí porque puedo leer”.
No vive de la escritura. “¿Quién puede hacerlo?”, pregunta, y reconoce que le costó mucho trabajo escribir esta primera novela. “Es un género de largo aliento y aunque Ruth salió de un tirón me resultó difícil de armar. Escribir en general es bastante cuesta arriba, es cuestión de sentarse muchas horas: es cero talento y mucha dedicación y trabajo.