Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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¿Qué pasa cuando la soga aprieta el cuello de los que menos tienen?

Lejos de influir en la cotización del dólar, o de acceder a los supermercados que ofrecen una amplia gama de productos con precios cuidados, la gente de los barrios más humildes siente la crisis en primera persona.

Fotos: Emmanuel Briane - La Nueva.

Federico Moreno / fmoreno@lanueva.com

   El ajuste afecta de diversas maneras y a las distintas clases sociales. Así como están los que en vez de poder veranear en el exterior lo deberán hacer en el país, o en lugar de salir a comer a un restaurante todos los fines de semana ahora lo hacen una sola vez por mes, en el escalón más bajo de la pirámide social se encuentran los que desde hace un par de meses empezaron a comprar menos carne, cortes más baratos, menos de una tira de pan o a los que directamente ya no les fían en el almacén de la cuadra.

   Mientras que la publicación del Indec con las cifras de pobreza del primer semestre del 2018 se espera para los próximos días –el segundo semestre del 2017 arrojó un 25,7% a nivel nacional--, “La Nueva.” recorrió algunos de los barrios señalados por distintas entidades sociales locales como los más desprotegidos y dialogó con los vecinos para conocer cómo la suba del dólar, la inflación y los tarifazos repercuten en su vida.

   Como denominador común se puede reconocer en la docena de testimonios recogidos en Villa Talleres Sur, Villa Caracol, Martín Fierro y Tierras Argentinas la merma en las changas que permitían llevar el pan a la mesa, la imposibilidad absoluta de renovar la vestimenta y la reducción inevitable en la cantidad de alimentos, acompañada del paso a marcas o productos alternativos en almacenes que, si siguen en pie, debieron cancelar la venta a cuenta.

Clarisa y sus hijos, en Villa Talleres Sur.

“En el barrio se implementaron bolsones de emergencia”

   “Cada vez cuesta más, a mí que tengo un almacén se me complica directamente ir a reponer, porque antes juntaba 4.000 pesos en una semana e iba al mayorista, ahora no llego a esa cifra de ninguna manera. Los vecinos están comprando menos, viven al día, el que llevaba un kilo de pan ahora lleva medio, y otros me compran 10 pesos, que te juro que no llega a ser una tira entera”, manifestó Andrea, de 33 años y vecina de Villa Talleres Sur.

   “La gente hace unos dos meses busca lo barato, no pide más marca. A raíz de eso yo traigo lo que ellos consumen, y también dejé de fiar, tenía unas cuentitas pero las tuve que cortar. Lo poco que anoto no pongo más el precio, pongo el artículo, porque si es una yerba que hoy la anoto a 40, la semana que viene está a 45”.

   Afortunadamente, en situaciones así siempre aparece quien extienda la mano para ayudar a los que más lo necesitan. “En el barrio no tenemos un centro comunitario, pero sí un grupo de whatsapp que nos hicieron armar chicos de la UNS que vienen a dar apoyo escolar”. 

   “Los chicos de su bolsillo compraron bolsones de comida, ropa y otros elementos, y cuando a través del grupo nos enteramos que una familia está en una situación de emergencia, las madres del barrio que tenemos los bolsones se los alcanzamos, según lo que necesiten. Hace poco había una familia que no comía hacía tres días, y a mí, que me tocaba custodiar el bolsón de ropa, los días de lluvia vinieron un montón a pedirme zapatillas”, agregó.

   Sobre los recortes que tuvo que decidir en su familia, más allá de lo que observó de los vecinos como dueña de un almacén, explicó que su marido es albañil y que con lo que sacan entre los dos apenas alcanza para comer. 

   “Mis chicos van a la escuela en el centro e iban en combi, la tuve que cortar porque subió de 3.000 a 4.000 hace tres meses y ahora ni quiero saber en cuánto está. Saqué el cable, internet nunca tuvimos y dejamos de ir al parque, al Big Six y de hacer un montón de cosas porque ya no llegamos”, lamentó la comerciante.

   Clarisa, vecina del mismo barrio –-Tierra del Fuego al 3000--, sostuvo que con lo que gana “no me alcanza, no llego al mes”. 

   “Tengo trabajo en blanco, estoy sola con dos nenes y no recibo ningún susbidio. Hubo que recortar en varias cosas, directamente compro menos cantidad. La carne, por ejemplo, antes la compraba y la metía al congelador para ir tirando, ahora no puedo, compro para el momento y lo que me alcance”.

   “La cosa empeoró hace dos meses con el aumento grande, a mí la plata me alcanzaba para ayudar a mi nuera, que se quedó sola con los dos nenes, ahora ya no puedo, está sola con la pensión. Lo primero que se cortó fue la ropa, y la luz por suerte vinieron después de que reclamé y estoy pagando $1.000, contra los $3.000 que me vinieron hace unos meses. Me estaban cobrando como zona residencial, mirá lo que es este barrio, de residencial no tiene nada”, graficó Clarisa.

   Susana tiene 48 años, vive en Emilio Rosas al 3200 y junto a su marido, albañil actualmente desempleado, tienen a cargo a 2 hijas y 5 nietos. 

   “Vivimos los nueve acá, yo no trabajo y mi marido perdió el trabajo hace dos meses. Se subsiste como podemos, nos salvaban las asignaciones un poco, aunque sea para la comida, pero ahora ya no, está subiendo todo, incluso de un rato para el otro. Trato siempre de ir a comprar donde haya ofertas, cuando todos se quejaban de que el morrón estaba caro yo todavía tenía frizado de una vez que había estado en oferta”.

   “Ropa no se puede comprar, por suerte todos los sábados nos da ropa la gente del barrio, nos ayudan mucho. Mis nietos usan el calzado que les dan ahí. En cuanto a la comida también recibimos bolsones de la Municipalidad, y si vas hasta el CIC y le explicás tu caso a la asistencia social, te ayudan”.

Daiana, Lucas y familia, en un terreno tomado.

Martín Fierro y Tierras Argentinas

   En el barrio Martín Fierro, en proximidades de Vista Alegre, no es extraño ver cuadras con dos y hasta tres almacenes. Graciela, dueña de uno en Pasaje Los Ciruelos al 2600, contó que los clientes están comprando menos cantidad de mercadería.

   “Por ejemplo, el que antes te compraba 85 pesos de carne picada ahora está comprando 30. Bajó mucho la venta de golosinas, las masitas y el alcohol, aunque no tanto. La gente está llevando más fiado, te pagan y ya te sacan fiado de vuelta, antes no era así”, analizó.

   “Algunos me pagan cada 15 días, otros cada un mes, pero ya no todos pueden cumplir. Algunos me dicen ‘vecina mire, no me alcanzó para luz’, y si me debía $2.000 me da $1.500, siempre les va quedando un resto por pagar. Yo sufrí los aumentos en el mayorista y obviamente tuve que trasladarlo a los precios, el bajón empezó a fines del año pasado pero ahora está cada vez peor. También estoy trayendo marcas de menor calidad, ¿para qué vas a traer una buena si no la vendés?”, lamentó la almacenera.

   Giuliana vive en la misma cuadra que Graciela junto con sus dos hijos, una amiga y su hija. “Está más difícil la cosa, se vive el día a dia. Tenemos trabajo en blanco las dos, ella va dos días y yo otros dos días a una casa de familia. Hubo que recortar en vestimenta, la cantidad de alimentos y también en materiales para la construcción, porque estamos tratando de terminar la casa”.

   “La complicación importante la notamos hace un mes más o menos, con la fuerte subida del dólar, quisimos ir a hacer un pedido al mayorista y compramos mucho menos de lo que comprábamos antes. Yo me manejo en moto, tengo que llevar a mi nene discapacitado al CEC en Villa Nocito, estoy gastando 600 pesos por semana en nafta. Ayer tenía que cargar y no tenía plata, tuve que pedir prestado y cuando cobre la devolveré”.

   “Mi nena tiene comedor en la escuela pero no le corresponde porque no hay cupo, a mí me gustaría que entrara. La directora nos dice que no hay cupo para todos, que la prioridad es para los más carenciados”, dijo Giuliana.

   Andrea vive en la calle Segunda Interna al 2800 del barrio Tierras Argentinas, una cuadra en la que, encima que no sobra nada, el robo está a la orden del día. “Ayer le robaron a mi vecino y la semana pasada a mí, encima zapatillas, que andá a comprar ahora, y las herramientas de mi marido. Ni me gasto en hacer la denuncia, ¿para qué? Eso sí, que no lo agarre acá adentro porque lo mato a palos”, advirtió.

   “Somos mi marido, mi hijo de 4 años y yo, en este momento estamos viviendo con los 3.000 pesos que gano en el Hogar del Adolescente, y subsistimos con las changas que hace mi marido de durlock, gas, agua, lo que venga, aunque en este momento no tiene nada y las últimas que tuvo fueron cortitas y espaciadas”, contó Andrea.

   “Con los $1.200 que cobro de asignación del nene compro comida, pero se van rápido. Ahora es todo racionado, compro medo kilo de carne picada cuando antes compraba un kilo. Compro dos papas... Ahora es todo racionado, todo poquito. Nos movemos en moto pero con lo que aumentó la nafta la uso lo justo y necesario, solo para llevar al nene al jardín a la mañana y para ir a buscarlo. A todo lo demás voy caminando”, explicó.

   Verónica y Víctor, de 32 y 38 años respectivamente, viven en la misma cuadra de Segunda Interna junto con sus cinco hijos. “Tenía almacén, pero tuve que cerrar hace tres meses y dejé solo la venta de bebidas. Los precios se fueron por las nubes y la gente dejó de comprar, todavía tengo el cuaderno de los fiados. Y solo les fiábamos a los que tienen hijos, les fiábamos en pan y pañales”, comentó Verónica.

   “Cobramos asignaciones por 4 de los 5, nos falta la del más chico, pasa que todavía no le hicimos el DNI. Las asignaciones son cien por ciento para ellos, por ejemplo para zapatillas o libros. Eso sí, antes alcanzaba más tiempo, ahora cobramos hace dos días y ya se nos acabó. Pensá que tenemos hijos de 6, 4, 2 y 1 año más uno de dos meses, tenemos que comprar pañales, pan, leche,  y nadie nos ayuda”.

   “Me cansé de ir a buscar bolsones pero me echaron, tanto de una iglesia como de un lugar de por acá atrás. Me decían que no me veían cara conocida o que no era del barrio, claro que no me van a ver cara conocida si intenté ir ahora que necesitaba, ¿¡para qué iba a ir antes!?”, lamentó Verónica.

   Víctor, por su parte, contó que en invierno subsistieron vendiendo leña, pero ahora que aparecieron los calores ese negocio no va más y que actualmente la pareja está tomando pedidos de rosquitas y empanadas y después las venden. 

   Carlos, de 29 años y vecino del barrio Costa Blanca, vive con su señora, sus dos hijos y uno de ella. Él trabaja en el frigorífico Incob, mientras que ella no tiene empleo. “Se está complicando para llegar a fin de mes. Bah, a fin de semana, porque cobro por semana. El miércoles o jueves ya no alcanza la plata, por suerte puedo sacar carne del frigorífico y comemos eso”.

   “Dejás toda la plata en el almacén del barrio, en todos lados aumenta pero acá aumenta el doble, el triple. ¿Y cómo juntás plata para ir a hacer una compra más grande al supermercado si a gatas llegás al miércoles? La cosa empezó a empeorar a fin de año y ahora con los últimos aumentos está cada vez peor. Al laburo voy en moto que no gasta nada y por suerte me queda cerca”, opinó Carlos.

Nuevo asentamiento, mismas necesidades

   En Juan Molina al 2300, pasando Pablo Richieri, donde solía haber un cancha de fútbol, desde hace un par de meses hay un nuevo asentamiento. A metros de la ex Villa Caracol, ahora conocida como Vista al Mar, ya se observan decenas de terrenos delimitados con sogas y alambres. 

   En algunos de ellos se levantaron ranchitos de chapa, necesarios --al igual que carteles hechos con maderas, cartones y fibrones-- para que pasen el rato quienes hacen acto de presencia para evitar usurpaciones, y en otros se ven las primeras paredes de ladrillo.

   En la mayoría de los casos, la toma de estos terrenos que rondan los 10 metros de ancho y los 15 de largo, se debe a la necesidad de contar con una vivienda propia que le dé espacio e intimidad a la joven familia.

   Daiana (21) y Lucas (23) son de White y Villa Rosario, respectivamente, y tomaron su terreno hace unos dos meses, en el cual ya pusieron los primeros ladrillos de la que será la casa para ellos y sus tres pequeños hijos. 

   “Mi papá se enteró de que los terrenos de la cancha se iban a agarrar, así que aprovechamos y vinimos. Estamos viviendo en su casa, pero ellos son 5 y nosotros también, así que andamos medio apretados, quiero tener lo mío y no molestar”, comentó Lucas.

   Pero construir con tres hijos a cargo y sin un trabajo estable es misión complicada para cualquiera. “Tengo changas, mi papá me da una mano y todo lo que agarro lo meto acá. Aunque no se puede hacer casi nada, con lo que gano laburando alcanza para comer y una semana comprar un pallet de ladrillos, otra algunas bolsas de cemento, y así. Este año estuvimos pasando hambre, tenemos las asignaciones de los chicos pero entre leche y pañales no dura ni dos días la plata, imaginate que para comer por día te gastás 400 o 500 pesos”, agregó el albañil.

   La pareja contó que, para poder meterse a vivir, la idea original era hacer una habitación, un baño y una cocina. “Mucho no se puede, mientras vivamos ahí iremos agrandando. Una sola vez tuve trabajo en blanco, fueron dos meses en las casas de telgopor de Colón y Arias, ahora donde me entero que están tomando gente me presento y trabajo uno o dos meses”, explicó el joven.

   Nicolás tiene 21 años y “agarró” su terreno hace un mes, según contó. “Armamos un ranchito y nos vamos turnando de a uno para dormir. Este –-en el que se realizó la nota-- es el de mi prima, el mío está por allá. Algunos somos del Noroeste, otros de distintos lados. Vino uno, tomó el primer terreno y cuando los demás nos fuimos enterando nos empezamos a sumar”.

   “Ahora no tengo trabajo, estoy buscando. Tengo experiencia en carnicería y pollería, trabajé hasta hace un mes en una carnicería pero me despidieron porque habían bajado las ventas. Por ahora estoy soltero y no tengo hijos, pero cuando pueda voy a empezar a construir pensando en el día de mañana”.

   Por último, Nicolás contó que actualmente vive con su abuela y que le faltaron dos años para terminar la escuela.

   Juan tiene 29 años y afirma haber sido el primero, hace 6 meses, en tomar un terreno en la excancha de Juan Molina y Richieri. “Soy del Noroeste, trabajo cuando me llaman los de la empresa, hago changas de albañil. Por ahora estoy haciendo una casa de chapa, más adelante meteré material”, comentó.

   “Vivo con mi señora y mi hija de 8 años, mi mujer está trabajando en una empresa de limpieza. La idea es tener algo propio para no tener que pagar más alquiler, ahora por ejemplo no estamos pudiendo pagarlo y nos hace la gamba el propietario. En los últimos meses hubo que suspender la compra de ropa, se recortó en muchas cosas, comemos menos, hay menos comida en la mesa. En el año por momentos hubo changas, por momentos no”, agregó.

   En la esquina de su casa hay un mural que dice “Villa Caracol”, aunque luego de ese el barrio tuvo otros nombres, como Vista al Mar y Puertas al Sur. En Holdich al 2300 vive María con su pareja y 6 chicos que reúnen entre los dos, de entre 3 y 16 años. “Hubo que ajustar, aumentó mucho todo, pero yo estoy muy agradecida a Dios, porque sé de vecinos que la están pasando peor, que no pueden ni comprar shampoo o jabón para la cara. Yo trabajo en los planes del municipio, mi marido también, y él encima hace recolección de cartón, chatarra y fierros, así que subsistimos”, reconoció la mujer.

   “Gracias a Dios la llevamos, vamos tirando, comemos. Hace como tres meses y un poco más también empezó a empeorarla cosa, mi marido junta $2,50 por el kilo de cartón, $2,50 por el de fierro y $2 por el de chapa, pero cada vez que le pasa algo a la camioneta el arreglo sale mínimo $2.000, se complica”.

   María contó que sus hijos van a la escuela 66, que no tiene comedor pero sí les dan la leche a la mañana, y que recibe AUH por 5 de sus 6 hijos. “Compramos menos comida que antes, pero comemos, conozco gente que no tiene una leche o un plato de comida y sufro por ellos”, lamentó la mujer de 33 años.

La escuela 313, de O'Higgins al 1700.

“Hay chicos que se retiran a la casa descompuestos por el hambre”

   Se sabe que en muchas escuelas de la ciudad la comida no alcanza para todos los chicos. No todos se animan a reconocerlo y, para colmo de males, sotienen que la situación --que viene de larga data-- se agravó en los últimos meses.

   Desde la ESB 313, ubicada en O’Higgins al 1700, algunos trabajadores optaron por hacer pública la situación que viven los alumnos para tratar de revertir la insatisfacción de una necesidad tan básica como alimentarse.

   “En el comedor hay cupo para 25 alumnos, pero son casi 150. Los que comen van rotando, pero es muy dramático porque muchas veces vemos que no están comiendo chicos que sabemos que en la casa no tienen para comer”, lamentó Paula Cerana, profesora del turno mañana y preceptora del turno tarde en la institución.

   Según comentó la docente, a la ESB 313 asiste una comunidad educativa con muchas dificultades económicas, compuesta “por chicos que tal vez no comen durante varios días”.

   “El cupo siempre fue muy bajo, desde la creación de la escuela, pero nunca se actualizó. Antes eran pocos alumnos y ahora son casi 150, y sumado a eso, la crisis actual por la que muchos padres no tienen la changa que solían tener y no pueden llevar comida a la casa. Se han hecho reclamos desde la dirección para aumentar el cupo pero nunca hubo respuestas”, agregó Cerana.

   Por su parte, Lucía, delegada de ATE en la mencionada escuela, explicó que a veces la cocinera como amabilidad hace un bizcochuelo para los chicos, pero que cuando no hay, los alumnos les dicen a los auxiliares “conseguime un cacho de pan”.

   “Es muy común que algún profesor les traiga galletitas, los chicos se ponen chochos porque tienen hambre. Ni hablar que así no se puede estudiar. Hace poco había un chico descompuesto, le preguntaron qué le pasaba y resultó que había comido una fruta en todo el día”, lamentó Lucía.

   “Yo como delegada fui a principio de año a consultar al Consejo Escolar por qué mandan meriendas reforzadas a las mejores escuelas del centro, que no las necesitan, en vez de reforzar las de la periferia. Me hablaron muy bien, pero me dijeron que la decisión no depende de ellos, que viene de más arriba”.

   Cerana manifestó que los “comentarios relacionados con el hambre se dan casi todos los días”. 

   “Como preceptora me pasó que vino una mamá a retirar a una alumna que la llamó porque estaba descompuesta y, en secreto porque le daba vergüenza, me confesó que su hija no comía hacía dos días. Esas cosas pasan todo el tiempo, cada vez más”.

   La docente admitió que es normal que los profesores compren para los alumnos un paquete de masitas, una caja de té, azúcar o harina “para que la cocinera haga malabares”, pero también que “la necesidad es más grande de lo que uno puede solventar”.

   El presupuesto diario para cada uno de los 25 chicos que de lunes a viernes logran acceder al comedor es de $13, a lo cual se suman donaciones de alimentos que en un gran porcentaje provienen de la Cooperativa Obrera.

   El menú, que va rotando, suele consistir en guisos y rara vez contiene carne, dado el elevado valor de la misma.