Bahía Blanca | Lunes, 21 de julio

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El mito atrás del Maracanazo: el arquero “mufa” que fue leyenda y murió como “villano”

Moacyr Barbosa Nascimento fue condenado socialmente por Brasil después de lo que sucedió en aquella fatídica final de hace 75 años atrás. La historia de una venganza injusta, un relato tremendamente revelador.

“No hay peor condena que la social”, admitió alguna vez Moacyr Barbosa Nascimento.

No mató a nadie. No violó ni torturó. Tampoco fue procesado ni juzgado por fraude al Estado en sus tiempos como funcionario del departamento de deportes de Río de Janeiro. Su pecado no figura entre los siete capitales que menciona La Biblia. Su delito no aparece en el Código Penal de la Justicia de Brasil. Pero Moacyr Barbosa recibió una condena eterna por no haber podido evitar que Uruguay silenciara el estadio Maracaná 75 años atrás.

El arquero de Vasco da Gama era una súper estrella del fútbol brasileño. Codiciado por las mujeres, su cara decoraba las tapas de las revistas. Había sido figura de los Campeonatos Cariocas 1945, 1947 y 1949 y el Sudamericano de Campeones 1948, una especie de predecesor de la Copa Libertadores, en el que también participaron River, Nacional de Uruguay y Deportivo Municipal de Perú.

En la Verdeamarela no le faltaban laureles. Se había consagrado campeón de la Copa América 1949, entonces llamada Sudamericano, de la que la Argentina no formó parte.

Así llegó Barbosa al Mundial 1950, como un ídolo nacional al que solo le restaba besar el máximo trofeo a nivel selección.

La Copa se hizo en Brasil. El anfitrión fue arrollador. Goleó 4-0 a México, venció 2-0 a Yugoslavia y empató 2-2 contra Suiza en el Grupo A. Clasificó puntero. En la segunda fase, vapuleó 7-1 a Suecia y 6-1 a España. El arquero arribó al último partido ante Uruguay --que técnicamente no era una final, pero sí definía el torneo-- el 16 de julio con solo cuatro goles en contra.

En tiempos de menos regulaciones, más de 175.000 personas concurrieron al impoluto Maracaná para ver a la Canarinha campeona de la primera Copa del Mundo después del largo receso por la Segunda Guerra Mundial. Las tapas de los diarios adelantaban la futura conquista. La banda musical, cuenta la leyenda de la época, tenía preparada la partitura del himno brasileño para tocarla una vez que terminara el partido. La del uruguayo directamente no estaba.

La verdeamarela, a la que le bastaba un empate para dar la vuelta olímpica, pegó primero a los dos minutos del segundo tiempo gracias al tanto de Friaça. Obdulio Varela, capitán charrúa de huelgas y épicas, tomó la pelota y estuvo un largo rato protestándole al árbitro inglés George Reader. Charla de sordos: ninguno sabía el idioma del otro. Sin embargo, sirvió para que la efervescencia local bajara. El visitante estaba decidido a buscar el empate. Del lado contrario, Barbosa paladeaba el triunfo.

Poca responsabilidad tuvo el golero en el 1-1 de Juan Alberto Schiaffino, mediante un zapatazo a su ángulo superior izquierdo. Distinta fue la historia cuando, a los 34' del complemento, Alcides Ghiggia eligió pegarle rasante a su primer palo, el izquierdo. Y el arquero calculó mal. "Llegué a tocarla. Creí que la había desviado al córner. Pero escuché el silencio del estadio y me tuve que armar de valor para mirar atrás. Cuando me di cuenta de que la pelota estaba dentro, un frío paralizante recorrió mi cuerpo y sentí de inmediato todas las miradas sobre mí", confesó luego.

La mole de cemento se calló, hito que -según Ghiggia- solo lograron el Papa, Frank Sinatra y él. La proeza de la Celeste campeona del mundo quedó bautizada como "Maracanazo". La prensa, que antes gastaba ríos de tinta en loas para la Canarinha, llegó a decir que hubo gente que se suicidió por tamaña tristeza.

Eduardo Galeano, uruguayísimo escritor, recordó alguna vez que un periódico de Río tituló "Nuestro Hiroshima", en referencia a las bombas atómicas que Estados Unidos había lanzado sobre la ciudad japonesa en 1945.

Los brasileños se despojaron de dos cuestiones ese día. Una fue la utilización de la camiseta blanca, vista como símbolo de mala suerte hasta 2019. La otra fue Barbosa. El arquero, otrora idolatrado, se transformó en el chivo expiatorio de la gente. "Este es el hombre que hizo llorar a todo Brasil", escuchó que le dijo una madre a su hijo en un supermercado, a principios de los '70. En la calle lo insultaban. El pueblo lo condenó al ostracismo.

Barbosa jugó hasta 1962. Alternó entre Vasco, Santa Cruz, Bonsucesso y Campo Grande. Luego de retirarse, trabajó como empleado en el Maracaná. Su jefe, Abelardo Franco, le regaló los postes de los arcos del estadio cuando iban a cambiarlos por unos de hierro. En su casa, el exgolero los rompió con un hacha y los prendió fuego.

No se dedicó directamente al fútbol como entrenador o dirigente, pero ejerció como funcionario en el departamento de deportes de la ciudad del Cristo Redentor. Curiosamente, redención es lo que jamás tuvo. Por ejemplo, en 1993 se acercó a la concentración de Brasil, que se preparaba para afrontar el Mundial de Estados Unidos 1994, con la intención de saludar al plantel y desearle lo mejor a Cláudio Taffarel, excelso arquero titular. Pero no lo dejaron entrar por considerarlo mufa, como se dice en la jerga argentina. La Canarinha sería campeón de esa copa al derrotar en los penales a Italia en la final.

"En Brasil, la pena mayor por un crimen es de 30 años de cárcel. Hace 43 que yo pago por un crimen que no cometí", reflexionó el mismo año que lo echaron como un perro sarnoso en su visita a la selección. "La culpa no fue mía. Éramos once", agregó.

Murió poco tiempo después, el 7 de abril de 2000, a los 79 calendarios, a causa de un derrame cerebral, sin tener millones de dólares en su cuenta bancaria ni recuerdos de glorias pasadas al Maracanazo.

El 27 de marzo del 2021, en el centenario de su natalicio, la Confederación Brasileña de Fútbol realizó una reparación histórica. A través de un posteo de Instagram, destacaron su importancia en la obtención de la Copa Roca 1945, las Copas Rio Branco 1947 y 1950, la Copa América 1949 y la Copa Oswaldo Cruz 1950. "Homenaje al campeón que ayudó a construir nuestra historia", concluyeron.

Según los datos de la CBF, Barbosa atajó 22 partidos con la selección. Consiguió 16 victorias y dos empates. Solo perdió cuatro veces. Una de ellas lo metió en la prisión colectiva de los futboleros de Brasil. Y no salió hasta morir.