Y el taller literario siguió escribiendo: poner en palabras lo impensado
Quienes integran el espacio de letras Palabriendo Palabruptas, que coordina Elsa Calzetta desde hace 34 años en nuestra ciudad, compartieron sus impresiones y vivencias, a modo de inventario, sobre la trágica inundación del 7 de marzo.
Licenciada en Comunicación Social egresada de la Universidad de La Plata. Docente en nivel superior. Redactora de La Nueva desde 2010. En LU2 Radio Bahía Blanca tiene la columna "Buenas buenas" y se desempeña como redactora creativa. Es especialista en cubrir historias humanas de superación. Además, es profesora de yoga.
¿Para qué sirve escribir en un momento en que la ciudad llora al verse en un espejo roto?
Una reflexión de Borges llega al rescate: "Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor del café? ¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo? ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?".
A Julio Cortázar le preguntaron en una entrevista si recurría a la escritura a modo de "exorcismo", para quitarse los demonios que llevaba dentro y si esto lo había salvado de caer en vicios como el alcohol y otras drogas.
Y la respuesta fue que sí, que lo salvó: "Ninguno de los posibles exorcismos al alcance de la mano me ha parecido comparable al de la escritura; no me jacto de ello, porque cada uno tiene sus demonios particulares y el derecho de enfrentarlos con el vade retro que más le (y les, dicho sea de paso) convenga".
"De niño hubiera querido franquear innumerables puertas que daban a jardines del deseo; la más fascinante era la música, pero también estaba el mundo de los colores y las formas, las maravillosas propuestas del microscopio, del cine, de las pasiones trágicas. Fijarme en la escritura fue de alguna manera incorporar todo eso al único terreno en el que desde un principio me sentí aceptado, y cuando entré en la edad del «largo desarreglo de los sentidos», la literatura me había dado suficientes drogas y alcoholes como para no salir a buscar sus versiones materiales", añadió el autor de Rayuela.
Mencionó María Teresa Andruetto (la primera escritora argentina y en lengua española en ganar el premio Hans Christian Andersen): "Entre los africanos, cuando un narrador llega al final de un cuento, pone la palma de su mano en el suelo y dice: aquí dejo mi historia para que otro la lleve. Cada final es un comienzo, una historia que nace otra vez. Así se abrazan quien habla y quien escucha, en un juego que siempre recomienza y que tiene como principio conductor el deseo de encontrarnos alguna vez completos en las palabras que leemos o escribimos".
O como afirma Henry Miller en su libro “Sexus”: “Un hombre escribe para expulsar todo el veneno que ha acumulado a causa de su forma de vivir falsa”.
Por todos esos motivos, y porque la literatura salva, une y dignifica y además es la búsqueda de la completud (de una fantasía que aloja esa esperanza, aunque más no sea lo que dura un texto) es que desde el taller de escritura Palabriendo Palabruptas, la consigna de Elsa Calzetta, quien lo coordina desde hace 34 años ante la ocurrencia de la inundación fue: escriban.
“Estamos convocados por el arte en todas sus formas y dispuestos a recorrer sus fibras más auténticas”, contó Elsa sobre su propuesta.
Y añadió: “No importa si se trata de un instante o nos acompaña toda la vida. Al encuentro del que hablo, lo atesoramos por siempre. Se trata de un lenguaje que destraba los miedos y llama a las voces de los ángeles. Es sutil y puede guardarse en un bolsillo. Cuando el corazón se inunda, contamos. Cuando la felicidad nos visita, contamos. Y porque conservamos algo de niños y escapamos de la locura, es que siempre tenemos algo para compartir, llevar a la mesa y convidarte”.
Así lo hicieron. Y, luego, decidieron compartirlo: a manera de inventario.
Aquí los textos reunidos, como un abrazo colectivo de palabras.
INUNDACIÓN por José "Manu" Suárez
Caminé las calles, no había apuro, como cuando ese tren se va por la estación y no tiene sentido correr para alcanzarlo.
Vi una jaula vacía que ya no cantará, junto a un peluche rojo secándose al sol y una escoba peleando contra el barro. Muchos hablando en silencio y otros moviendo los labios a oídos sordos.
El sueño que se abandona es para los perdedores, suele decir el ganador ¿y los sueños que se pierden para quiénes son?
Vi a quien nunca pidió, diciendo por favor, hay olor a humedad y abandono.
El agua se llevó al de monedas abundantes y al que las pide, como la muerte que iguala.
Vi un colectivo lleno de silencio sin celulares en las manos, mirando al frente. Ni siquiera las ventanillas llenas de caos los distraían.
Escuché mil veces la palabra gracias. No atiné un de nada, tenía los ojos llenos.
7 DE MARZO DE 2025 por Yiyi Volpe
Sentada en un sillón
veía entrar como a un huésped no deseado, cataratas de agua por la puerta de calle.
Hacía rato que el rugido indomable del agua retumbaba
en la cueva de hormigón del canal Maldonado.
Yo seguía sentada en el sillón.
Sin luz, sin celular.
Pensaba va a parar
mientras seguía entrando agua.
Estuve plácidamente en una nube extraña
más de cinco horas
El agua alcanzó el medio metro
cuando paró, se apaciguó el rugido del león embravecido.
No fue un día más,
Ni lo será jamás.
El miedo, la angustia, la inseguridad, el silencio…
aparecieron después.
¡Estoy viva!
¡A seguir luchando!
BAHÍA DE BARRO de Rodrigo Holzmann
Te arrasa: el agua, el barro, la catástrofe.
La corriente incontenible se lleva vidas, proyectos, sueños.
Flotan en ríos inventados: autos, heladeras, anhelos.
Formas deformes nadan en el flujo marrón.
Barro en los pisos, las cocinas, las habitaciones y el alma.
Olor a humedad de cartones mojados, muebles ahora inútiles, fotos queridas y ojos llorosos.
Agua con el amargo sabor de la incertidumbre, el miedo, la miseria.
Tierra mojada expulsada a la calle con palas, secadores y rabia.
En el día después: casas en las veredas de gente sin hogar.
Desde el mismísimo barro los primeros brotes verdes de la solidaridad, la empatía y la preocupación por el otro.
Brazos y abrazos que llegan puntuales de los cuatro puntos cardinales del país.
En el mismo lodo crecen también las malezas del robo, la especulación, los virus inoculados desde las redes sociales y el caranchismo mediático.
La certeza de la absoluta necesidad de un estado presente, antes, durante y sobre todo después del temporal.
Los héroes siempre anónimos: trabajadores de la salud (cómo en la pandemia), agentes de tránsito, recolectores de residuos, de defensa civil, fuerzas de seguridad.
El "7M" no será un día más en la historia bahiense. Nadie será el mismo desde ese viernes.
Un largo camino de recuperación se abre ante nosotros.
Habrá que sanar heridas: las físicas y las otras, que llevan más tiempo.
Atravesar, lo más juntos posible, este gran duelo colectivo provocado por tanta pérdida.
Desafío extra para los que por milagro o fortuna no sufrimos nada, estar alertas y disponibles para dar una mano allí donde haga falta.
BAHÍA BLANCA, SIETE DE MARZO de Silvina Scheverín
Tomé el primer mate del día muy temprano mientras observaba la intensa cortina de agua que caía. Se me heló la sangre, por lo que significaba, cuando no aminoraba su caudal.
En muy poco tiempo, ese viernes 7 de marzo, las calles se convirtieron en ríos rabiosos e indomables. La corriente se llevaba autos y lo que encontrara en el camino como si fueran botes y, tristemente, sometió la tranquilidad de la gente como una simple brisa a un papel celofán. Los días pasaron con pesadumbre, impotencia y angustia difíciles de mantener en secreto.
Por vivir en una esquina céntrica presencié parte del caos resultándome complejo creer que el desastre que veía era en mi ciudad, en la que tantas veces había rogado que lloviera y donde nunca en mi vida había visto semejante estropicio.
POR ALGO de Diego Herlein
Por algo las antiguas gentes de la tierra
nunca hicieron su hogar en este pago blanco.
Las machis, antes de nombrarla,
hacían signos secretos con sus manos
para conjurarla.
Huecuwu Mapu, la tierra de los espíritus malos.
Hasta que llegaron los blancos
y al reclamarla, también la llamaron Blanca.
Dicen que otra machi la maldijo.
Y no le costó: en esta tierra
los espíritus acuden al primer llamado.
Por algo las antiguas gentes de la tierra
no la habitaban…
Tal vez Walichu rugió en su furia,
o el Padre Creador se hartó de nosotros
y desató el agua, para olvidarnos.
¿Es posible el consuelo
para aquel que agotó sus lágrimas?
¿Es posible confortar el alma
del que perdió hasta su casa?
Amargo trago el infortunio
¿pero acaso no hay quien lo comparta?
Con un poema no se compran ladrillos
ni se paga una garrafa.
Un poema no devuelve lo que se llevó el agua.
-Es cierto- digo resignado.
pero un poema tal vez ponga palabras
En la boca del que se quedó mudo
y le dé forma a ese nudo
que le quedó atravesado en la garganta.
LA INUNDACIÓN DE BAHÍA BLANCA A LA DISTANCIA de Raquel Vila
El 5 de marzo estaba saliendo de Ezeiza con destino a Panamá. Ahí me esperaban mi hija nietos y yerno.
Hermoso viaje de 7 horas. Placer y emoción del encuentro, los cuatro fueron a esperar mi arribo. Abrazos y besos que llenaron mi alma.
Compartí con ellos la gran naturaleza del lugar, palmeras y plantas diversas con flores rosadas, blancas, amarillas y un colibrí que siempre nos visitó a la hora del riego.
Estuve pendiente de las noticias y el día 7 me enteré de la situación catastrófica de Bahía Blanca por la tremenda lluvia que arrasó con la ciudad de una manera no ocurrida después de 1954, con la construcción del canal de desagote hacia Maldonado.
El casos imperante nos impidió la comunicarnos. Luego supimos que nuestra familia no tuvo daños materiales, sólo el agua arrasó con nuestro auto, que la corriente lo desplazo marcha atrás completamente cubierto de agua. Pero lo angustiante y desgarrador fue enterarnos de lo acontecido en General Cerri con la desaparición de Delfina y Pilar. Además de tanta gente evacuada con tantas pérdidas materiales. Familias destruidas por lo material y por sus fallecidos. La falta de dinero para el sustento, comercios cerrados, cajeros bancarios sin operar, falta de abastecimiento y mucha angustia es lo que evidencié a la distancia.
Sinceramente, a mi regreso voy a encontrar una ciudad cambiada, destruida pero con una atención solidaria desde diferentes puntos del país y de los mismos bahienses que se solidarizaron con quienes más necesitaban.
Bahía Blanca tiene una sociedad que la caracteriza, emprendedora, eficiente en todos los aspectos. Un acervo cultural que pocas ciudades del país poseen. Profesionales de renombre forman en diferentes campos del saber algo que la identifica.
Bahía Blanca pasó por una tremenda catástrofe pero no se rinde, apunta al futuro y volverá a levantarse entre todos, con, por y para todos.
INUNDACIÓN de Ruty Kravetz
Escribo agua
Respiro agua
Huelo agua
Lloro agua
Sueño agua
Camino agua
Tiemblo agua
Sangro agua
Y no son las aguas
divididas por Moisés
sino las aguas
multiplicadas por
no sé quién
YA NO SEREMOS LOS MISMOS de Edith Rasskin
La tormenta comenzó a la noche repiqueteando sobre las baldosas de la terraza sin cesar. El amanecer trajo consigo un cielo gris y una lluvia incesante. El agua, inclemente, avanzaba sin pausa, convirtiendo la calle en un río impetuoso. Con furia desbordada arrastraba recuerdos, cubría aceras y subía escaleras. Pronto nos hallamos sumidos en una soledad que pesaba más que la tormenta misma.
Las horas transcurrían lentamente, hasta que por fin la lluvia cesó. Nos miramos con el alma encogida, mientras el agua comenzaba a descender. Con cautela la gente salió de sus refugios, buscando al vecino, a la familia.
Todo estaba envuelto en una tristeza infinita, la ciudad transformada en un estanque silencioso nos enfrentaba a la incertidumbre de lo perdido. No sabíamos la magnitud del desastre, solo queríamos abrazarnos encontrando consuelo en la presencia del otro.
Los días pasaron y el agua retrocedió dejando su huella en cada casa, en cada calle. Con manos temblorosas y corazones heridos comenzamos a juntar los retazos que quedaban, invocando al sol para que el calor les devolviera la vida y alejara el gris, abrazando la esperanza de reconstruir la historia.
Ya no seríamos los mismos.
ANTES Y DESPUÉS DEL DILUVIO por Eduardo Álvarez
Un bote, de precario aspecto, surca el canal, carente de rumbo.
El navegante va inventariando sus achaques,
que le importan más.
El navegante sí atesora un rumbo, lo ha hecho
a lo largo de su acuática existencia.
Pero el secreto, va adherido a sus remos, que lo conocen
sobradamente.
Y sobradamente, lo sobran…
En el próximo recodo del manso río,
que en tierra firme llamaríamos esquina
saben que los levantará
sin apuro,
bordeará la orilla y cebará su mate
bajo el manto de celofán de un diáfano cielo.
Cuando pareció que al cielo
se le terminaron las lágrimas,
balas acuáticas acumuladas en la tierra,
parto en mi bote, de precario aspecto
surcando lentamente el desquiciado canal,
a inventariar desastres
que pongan a prueba mi temple.
Observo de tal suerte, vehículos varios,
asumiendo verticalidades forzadas,
tal vez intentando arrancarle algún secreto
al fondo barroso del canal,
que nada revelará a estas alturas,
ni en estas profundidades.
En esta ocasión, no hubo árboles tronchados
pero sí mudos y verticales testigos,
venciendo a los vientos
por una vez en la estadística
meteorológica, si acaso alguien
cargara con esa tarea
de mensajero mal recibido por el mundo ingrato.
Antes de arribar a una esquina inexistente
(en modo acuático, bautizado recodo),
cebo el mate, mientras imagino
cómo ponerle una gigante sábana
de celofán, al impiadoso cielo.
SIETE DE MARZO por Elsa Calzetta
Estoy hecha
de capas de cartón
Anestesiadas de la corteza
hasta la capa más profunda
Catón tras cartón
sostenidos por un hilerita de hilos
nadie sabe desde hace cuánto
desde hace cuándo
desde hace cómo
Fui apilada
por
estériles manos de cartón
y yo sin poder llover.
AGUA por Mónica Tacchetti
Bendita agua, ojos hacia el cielo, manos suplicantes…
Para los que trabajan la tierra en esta puerta de entrada a la Patagonia indomable de mesetas semiáridas, la lluvia es una bendición. Hace crecer los pastos tiernos para los animales, nos regala la cosecha de granos pesados, la lluvia es todo.
Sin embargo ese siete de Marzo, la cortina casi hermética de agua, incesante, inclemente, nos presentó el horror.
En la noche ya el agua había azotado a varias familias. Nosotros, dormimos acunados por el sonido de las gotas sobre los techos. Privilegiados con techos resistentes, en altura, sin riesgo alguno.
Cuando amanecimos y escuchamos las primeras noticias comenzamos a preocuparnos. Pobre gente, nos dijimos
La rutina aún no se había interrumpido, salí con los perros, paragua en mano. Los animales, siempre sabios, no quisieron ni dar la vuelta a la manzana y terminamos en la cochera.
Debo reconocer que seguí con mis actividades; homebanking café en mano, comentando con mi esposo vencimientos y demás responsabilidades.
Pasada una hora el ruido de la lluvia nos estremeció. Nos asomamos al balcón y lo que vimos nos dejó en shock. Nuestra calle, en pleno centro era un río. Ruidosas aguas amarronadas corrían salvajes. Comenzaron a asomarse otros vecinos y desde sus balcones se agarraban la cabeza, se abrazaban. Estábamos unidos por el horror. Sin riesgo de vida pero sin poder creer lo que veíamos.
No tardó mucho tiempo para que nuestra calle se transformara en un desfile de cosas impensables. Sillas, maniquíes, postes, maletines, cuadros, flotaban ante nosotros golpeándose con los obstáculos que se le presentaban.
Un tronco golpeó las vidrieras de un supermercado y de una mueblería, sillones completos, mesas ratonas, almohadones puntillosos se mezclaban con los paquetes de fideos, yerba, jabón en polvo y mayonesas. Freezers completos flotaban mostrando su contenido. Vidrieras estallaban en mil pedazos golpeadas por la fuerza del agua o por los objetos que eran llevados por esa corriente.
Bajé a oscuras para ver el estado de nuestra entrada. Más de medio metro cubría las alfombras y la puerta de madera con vidrio repartido aguantaba los embates del agua.
Nos quedamos sin señal en el teléfono. Al horror que nos ocasionaba lo que veíamos se sumó la desesperación por no saber de los nuestros. ¿Estarían todos bien?
Con las horas el agua bajó y varios curiosos se aventuraron en sus autos para ver lo ocurrido. Yo salí con mis perros y pude descubrir que lo que habíamos visto desde el balcón sólo había sido una parte del desastre. Autos clavados en los árboles, encimados unos con otros, dados vuelta, barro en todas partes, negocios con todo perdido.
La mañana siguiente fue de comenzar a sacar barro y agua. Nuestras pérdidas no eran nada comparadas a lo que empezábamos a escuchar. El sentimiento general era de desolación absoluta.
Ese día todo fue tragedia.
Sin embargo, pequeños milagros comenzaron a presentarse. Jóvenes con escurridores en mano, ayudando a vecinos, camionetas acercándose a los que aún estaban incomunicados, cientos de mascotas rescatadas, donaciones que se multiplicaban como panes y un país que respondió con solidaridad.
Ese siete de marzo no será olvidado, fue una tragedia para la mayoría de los bahienses.
Ese siete de marzo también nos dio la esperanza de que no estamos perdidos, de que son más los buenos, sobre todo nos enseñó el poder de la naturaleza y lo chiquitos que somos.
PROMESAS de Fernando Bonino
El agua oscura que intenta saquear también es la que mueve la rueda del molino que muele:
Madera
Rabia
Huesos
Recuerdos
Vidas
La harina con la que haremos panes
amasados con abrazos
que del horno tibio del alma saldrán crujientes
de promesas a compartir...
¿Para que sirve escribir sobre las catástrofes?
Cómo cierre de esta propuesta de ejercicio literario cabe señalar que, desde el contexto terapéutico, no son poco los profesionales que ven en la escritura una herramienta muy valiosa para aprender a canalizar todas las emociones, sensaciones y pensamientos que tenemos dentro de nosotros, que todavía nos hacen daño, y no sabemos o podemos verbalizar.
Escribir nos ayuda a identificar (y poder dar estructura a) todo aquello que nos perturba para poder expresarlo, aceptarlo y digerirlo con mayor fluidez.
Usar el lenguaje creativo, en estos tiempos tan aciagos, en que nuestra ciudad parece en sí misma una metáfora sobre el poder de la naturaleza y los desaciertos en la intervención del hombre en ella, nos abre la puerta a expresar cómo nos sentimos de manera más clara sin sentirnos juzgados y registrar lo vivido nos ayuda a canalizar y no sobrealimentar las emociones asociadas a los pensamientos negativos.
Una manera de re construirnos, no solo desde lo material, sino también desde nuestras necesarias (e impostergables) subjetividades.