Brevísima crónica de la peor semana de nuestras vidas
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La peor semana de nuestras vidas comenzó gracias a Dios con un acierto, cuando el jueves pasado --con el cielo todavía limpio--, se suspendieron las clases. Nunca se sabrá con certeza cuánta más tragedia se evitó al suspenderlas, del mismo modo que tampoco se sabrá cuántas vidas más se habrían perdido si el tornado del 16/12/23 se hubiera desatado una hora después.
A esa decisión de suspender las clases la siguió la noche y, alrededor de las cuatro de la madrugada, un trueno que sonó como el quiebre de un árbol monstruoso (como si todos los árboles caídos el 16/12/23 se hubieran partido al mismo tiempo). Y después, el agua ametrallando. Y un rato después, la luz del día y, con ella, el horror y la lucha contra el agua. Solitaria y desigual al principio, luego con ayuda de los que estaban cerca y, más tarde, la fuerza de la solidaridad colectiva. Y con el día también se vio la peor cara: fallecidos, desaparecidos y desasosiego, noticias falsas, complots imaginarios, especuladores. Y lo que vendrá, que aún no se sabe, pero que produce, aún, más miedo que ánimo.
Así es. Esta “brevísima crónica de la peor semana de nuestras vidas” empieza con una buena noticia. Le nace escribirse así. Por algún motivo, en esa decisión de suspender las clases —como en la suerte de que el tornado del 16 se desatara justo antes de la hora pico de aquel sábado— hay algo que remite a un tono de esperanza.