"Papá decime la verdad, ¿Papá Noel existe?"
Hay un momento de la infancia donde los hijos plantean la duda. Ese día se rompe uno de los cascarones de la inocencia.
Jefe de Noticias de La Nueva. Analista político y conductor del programa de actualidad "Allica y Prieta a las 12" que se emite por La Nueva Play. Ha hecho coberturas políticas en el país y en el extranjero.
A Gregorio se le aflojó la mandíbula cuando se enteró, a los 9 años, que Papá Noel somos los padres. Él y sus amigos lo venían sospechando, pero recibir la certeza lo desacomodó durante un par de minutos, el tiempo exacto que tardó en agregar otra pregunta: "¿Y los Reyes Magos?".
Grego ahora tiene 10 y este año me acompañó por primera vez a elegir sus propios regalos, con el compromiso de poner cara de sorpresa al verlos en el arbolito para no avivar a sus hermanos y primos más chicos.
Eva tiene 7 y los debates con amigas sobre la existencia real del señor de barba blanca, traje rojo y renos voladores ya deben haber comenzado. La semana pasada me encaró:
--Papá, ¿por qué nunca vas a dar la vuelta con los niños a las 12 para ver si encontramos a Papá Noel?
Me lo dijo con cara inquisitoria, como diciendo "¿no será que en realidad vos...?". Dudé en contestarle con toda crudeza pero me contuve.
--¿Por qué me decís eso? ¿Vos qué pensás?
--No sé, te pregunto nada más -- dijo y dio media vuelta. No volvió a sacar el tema, se ve que la abrazó uno de los sentimientos más característicos del ser humano: escabullirle a la verdad hasta tanto sea posible.
Lucio, de 4 años, todavía está lejos de estos dilemas. Simplemente se dedica a llenar de cartas el árbol que lo duplica en altura. Como no sabe escribir, pide ayuda: el conjunto del Dibu Martínez, guantes de arquero, la camiseta 10 del Barcelona, un muñeco de Ironman y algunas cosas más pero ya me perdí. Eso sí, su firma la aprendió en el jardín y se la estampa a cada mensajito, para que el señor gordo de la Navidad no se confunda.
Yo me acuerdo el momento que lo supe. Estaba en 2º grado y se armó en plena clase una discusión entre los que decían que Papá Noel sí existía y los que no. Recuerdo que fue muy acalorada y que yo no tenía una posición tomada, aunque cierto escepticismo innato me inclinó por el bando de los incrédulos. O quizás tuvo que ver que los más avivados del grado estaban por el No y yo quería ser parte de ese grupo, prefería aliarme a los "líderes" y mirar con desdén a los "débiles", sentimiento no menos característico de los humanos.
Pero lo que más grabado me quedó fue la actitud de la maestra. No le importó que la matemática pasara a segundo plano. Se alejó del pizarrón, se sentó en su escritorio y dejó que el debate se desarrolle sin intervención ninguna. Debe haber sido un avistaje interesante para ella, ver cómo un grupito de nenes rompía uno de los cascarones de la inocencia.
Estos días pensé mucho en todo esto, en mis hijos descubriendo los pequeños secretos del mundo. Sin rudeza, sin raspones, con la suerte de los chicos cuyas familias les van a tratar de garantizar un aterrizaje suave.
Y pensé mucho en Gregorio, el niño que sabe algo muy importante que los demás no y, sin embargo, tiene la templanza suficiente como para no caer en la tentación de romper la ilusión de Eva, Lucio y varios primos que ya están en edad de ir conociendo la verdad.
Por eso, a su bolsa de regalos le agregué algo más, que él no espera. Porque me quiero desarmar aunque sea una vez más con su carita de sorpresa, con su alegría de niño. Porque el que ahora tiene una sospecha incómoda soy yo: antes que me dé cuenta se va a convertir en un adolescente y el cascarón roto va a ser el de mi inocencia como padre.