Reimaginar el sector agropecuario, uno de los grandes desafíos
En los últimos años nuestro país ha ido perdiendo participación en los mercados internacionales, lo que genera preocupación. El desafío es mantener la competitividad.
Argentina es el tercer exportador mundial de alimentos, y el sector agrícola representa el 16% del producto bruto interno (PBI) y algo más del 10,6% de los ingresos tributarios.
Sin embargo, en los últimos años el país ha ido perdiendo participación en los mercados internacionales, lo que genera preocupación por la competitividad del sector.
En la actual coyuntura internacional, revulsiva desde el punto de vista del reacomodamiento de los grandes imperios del poder, con guerras localizadas, severos problemas de emigraciones y un cuestionamiento al actual formato de las democracias, Argentina tiene una posición global consolidada como productora de alimentos.
Mantener la competitividad de este sector es una inversión en la sostenibilidad económica del país. Es el sector más expandido en el territorio y puede generar beneficios compartidos para las provincias, los consumidores, los exportadores, los productores y el medio ambiente.
En el entorno que mencionamos, se está notando un amesetamiento del sector por factores externos (baja de precios relativos, concentración de la demanda, etc) y por factores internos. En el primer caso poco es lo que podemos hacer, pero en el segundo es toda responsabilidad nuestra.
Hay varios factores en los que estado y privado se tienen que poner de acuerdo y establecer reglas de largo plazo para el resurgimiento y crecimiento del sector.
1) Reglas claras. Argentina se caracteriza por la renovación periódica de las reglas de juego, de acuerdo con el color político que gobierna. No importa si lo que hay sirve. El que viene cambia, y no siempre para bien. Esto debiera ser prioritariamente analizado para terminar con estos movimientos pendulares que retrasan y condicionan el crecimiento del sector.
En un segmento de la producción donde los actores han demostrado siempre una actitud proactiva, innovadora en tecnología y ciencia que lo hace líder mundial en varios aspectos, especialmente en la conservación del suelo, no debiera ser complicado sentar a los actores de toda la cadena de valor y establecer reglas de juego claras, simples, precisas y de largo plazo que permitan la estabilidad y crecimiento del sector.
2) Acelerar la innovación tecnológica y mejorar la resiliencia. Aquí es donde la falta de incentivos y reglas claras se ha notado más el amesetamiento. Argentina debe el aumento de su producción agrícola en un 20% al aumento de la superficie cultivada y el 80% a la aplicación de ciencia y tecnología. El país tiene ciencia en demasía ya que prácticamente todas las universidades nacionales tienen carreras relacionadas al agro o a la tecnología de alimentos y tiene entes como el INTA u otros organismos provinciales que pueden llevar a la práctica esa ciencia producida en las universidades.
El magro desempeño del país en la producción y exportación agroalimentaria en relación con su potencial puede atribuirse a las políticas que han gravado y limitado fuertemente al sector. No hay dudas de que si el punto anterior avanza, el despegue de éste será una consecuencia directa. Hoy Argentina es exportadora de tecnología para el agro a todo el mundo.
3) Apoyar a los pequeños productores. De 334.000 productores agropecuarios que hay en Argentina, 251.000 son explotaciones familiares, que aportan la mitad de los alimentos de consumo interno y con los excedentes contribuyen a las exportaciones.
En su gran mayoría, estos productores familiares no disponen de suficiente recurso tierra y capital para crecer y deben recurrir a otras fuentes de ingreso, creando un problema adicional como es la emigración de los jóvenes rurales hacia las grandes urbes. Especialmente por las necesidades básicas insatisfechas como son educación, salud y comunicaciones.
En parte por esos motivos, la cantidad de explotaciones familiares se redujeron alrededor de un 40% entre 1988 y 2018.
Este sector requiere una atención especial en el aspecto antes mencionado y en el financiamiento para la incorporación de tecnología, porque son explotaciones menos resilientes a los riesgos del cambio climático y del contexto macroeconómico.
Para resumir: Realinear los incentivos agrícolas, permitiendo a los productores tener mayor previsibilidad para el desarrollo de su negocio, para ayudar a reducir la vulnerabilidad económica a largo plazo.
La reducción de los impuestos es fundamental para el desarrollo sostenible, aunque para lograr un crecimiento continuado de toda la economía es urgente recuperar la sostenibilidad fiscal en términos generales.
La eliminación gradual de los impuestos a las exportaciones y una sustitución del impuesto a los ingresos brutos de las actividades primarias por impuestos menos distorsivos a nivel provincial, entre otras medidas para incentivar a los productores a invertir en tecnologías más avanzadas y ambientalmente sostenibles.
Es un primer paso, ambicioso pero realizable. No debiéramos omitir en este contexto, que Argentina podrá aprovechar las opciones para llegar a los mercados mundiales de financiamiento del carbono para solventar bienes públicos mundiales como la reducción de los gases de efecto invernadero.