Bahía Blanca | Lunes, 06 de mayo

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Ulloa: “Cuando perseguís una leyenda cruzás un umbral fantástico”

El autor de Vidas paralelas hace un recorrido por el libro que acaba de presentar la Editorial Sudamericana.

Roberto Ulloa ha escrito un “libro inolvidable”.

Roberto Ulloa está en Miramar, en una playa entre dos acantilados que recortan la costa entre Chapadmalal y Mar del Sur. Es temprano y apenas un puñado de surfers corren olas en Maui (así se llama el parador) donde se da la conversación con este cronista, mate de por medio. El tema, su libro, Vidas paralelas, presentado por Editorial Sudamericana (Penguin Random House) en febrero de este año, cuya primera edición se agotó en dos semanas. 

-Este es el escenario donde transcurre “La promesa” (una de las historias, donde el mar está presente, pero también el infierno, José Hernández y Sarmiento)- dice el autor señalando al acantilado.

-¿Qué tienen en común las once historias que componen Vidas paralelas? Además del mar digo. 

-Y sí, el mar es el escenario de todos los relatos; en ocasiones está implícito, pero en la mayoría de estas historias el mar enmarca a la trama y la encierra. También los libros están presentes, condicionando las decisiones de los protagonistas sin que estos se den cuenta, como nos suele suceder a todos. Pero quizás lo común sea (y esto no fue parte de un plan) que los personajes tratan de darle sentido a sus vidas relegando un poco su destino personal por algo que creen que es más grande que ellos. 

-¿Cierta épica decís? 

-Claro, pero no creo que los personajes se vean como héroes aunque tengan vidas peligrosas e inciertas, sobre todo para los parámetros de este siglo. Más bien sienten curiosidad por ver que hay más allá del horizonte, no se contentan solo con cumplir el mandato que se esperaba de ellos. ¿Cómo terminó el ruso finlandés Iwan Iwanowsky en la Isla de los Estados o qué llevó al corsario Bouchard a morir en el desierto de Nasca? Hay un llamado a partir que es muy fuerte y al cual los protagonistas responden. 

-¿A Iwanowsky lo seguiste hasta la Isla de los Estados y a Bouchard al desierto de Nasca no?

-Fueron dos aventuras increíbles con mis hijos. La Isla de los Estados es un lugar mágico y salvaje y seguir las huellas del presidiario Iwanowsky demandó tres semanas a bordo del velero Galileo con una gran tripulación. Y fijate vos que siendo la isla un escenario tan distinto al desierto peruano (donde está la cripta de Bouchard), los dos se parecen en que son espacios más propios de la ficción que de la realidad y donde el hombre enfrenta al destino en soledad. Cuando perseguís una leyenda cruzas un umbral fantástico.

-El lector encontrará bastantes huellas del autor en Vidas paralelas...

-Demasiadas (risas), pero supongo que siempre es así. Uno cuenta historias porque lo movilizan y porque cree en ellas. El mar me atrajo desde muy chico, cuando acompañé a mi padre a la Antártida. Tenía trece años y en ese viaje descubrí la cultura marinera, donde no faltan la aventura y las islas, pero que trata sobre todo de una vida de servicio y de camaradería. Que tiene cierta aspereza y está eso de zarpar una y otra vez, de no aferrarse a las rutinas ni a lo seguro. Por otra parte, mi vida está llena de libros, no importa donde vaya, nunca faltan en mi mochila. Y todo eso se refleja en el libro. 

-Ya que lo mencionaste, hay una historia sobre tu padre en Vidas paralelas.

-Sí, la que abre el libro; se llama Los jinetes y es una historia muy corta y simple. El viejo me la contó ya de grande. El tema esencial quizás sea como a veces nuestro destino se define en un cruce de caminos. Y en ese instante operan el azar y la actitud. Era una historia que le gustaba mucho; en sus últimos años siempre volvíamos sobre tres o cuatro historias que lo habían marcado y esta era una. Como que uno elige que recuerdos llevarse. 

-¿El influyó en que fueras marino?

-Siempre dije que no y la verdad es que nunca me insistió para que siguiera sus aguas, pero a veces pienso que cuando me propuso acompañarlo a la Antártida sabía que me hacia una oferta que no podía rechazar (risas). 

-Las Islas Malvinas también están presentes en tu libro. ¿Tiene algo que ver con ser veterano de guerra?

-Malvinas fue una experiencia de vida donde nos tocó probarnos y eso siempre es fuerte; en mi caso me sirvió para identificar en forma definitiva cuales debían ser mis prioridades como marino. En el libro nuestras islas son el escenario de la vida de un hombre (El rastro de Santiago) que debió haberse perdido para siempre porque la historia no lo incluyó, pero quedaron algunos brevísimos registros en los márgenes. Y esos fragmentos me permitieron reconstruirla. Igual, creo que no solo la de Santiago, sino que casi todas las vidas son anónimas, pero no nos damos cuenta. 

-¿Tu personaje favorito de Vidas paralelas?

-Que buena pregunta; la verdad es que todos los personajes me atrajeron. No quiero ser injusto con Galileo ni con Victoria Ocampo, pero supongo que me gustaría comer un asado con el ballenero George Morgan (La Fuga de Iwan Iwanowsky) quien pudo haber sido tripulante del Pequod de Moby Dick. También con el padre francés Joseph Marie Amiot (El otro jesuita) que tradujo a Sun Tzu y con Frank Meadows Sutcliffe (La agonía de la Dmitry) un fotógrafo inglés que, sin saberlo, participó de una de las historias de terror gótico más conocidas de la literatura. También seguimos las huellas de Frank hasta Whitby, un pueblo de pescadores increíble en Inglaterra; algún día te cuento esa historia.  

-Al fin y al cabo uno escribe por amor decís en el prólogo de tu libro. ¿Vas a seguir escribiendo?

-Es la mejor causa o quizás la única(risas), así que mientras tenga buenas historias para contar no hay alternativas.

Once historias con personajes asombrosos 

La obra tiene prólogo de Jorge Fernández Díaz. El reconocido escritor y periodista dice que su autor, Roberto Ulloa, “ha escrito un libro inolvidable” y le da su calurosa bienvenida a la literatura, ya que “Vidas Paralelas, historia de viajeros que se transformaron en leyenda”, es increíblemente un primer libro. 

Bastaría con la opinión de Fernández Díaz para sentirse atraído hacia este conjunto de relatos donde hay viajes, misterios, padres, corsarios, barcos, reflexiones, lugares remotos, miradas, colores. Son relatos de marcado tono borgeano, es cierto, pero a la vez únicos en su vitalidad.. 

Uno de los secretos del libro es que Ulloa tuvo (tiene) una vida de aventuras. Es marino retirado, fue buzo táctico, estuvo en guerras, hizo viajes de riesgo, conoció

personajes de todo el mundo, persiguió rutas míticas. 

Cada cuento reverbera la vida de un entusiasta por definición. Sus relatos no están sometidos a la costumbre de la nostalgia ni a la petulancia de los conceptos. Sino que brillan iluminados por la vocación de mirar qué hay detrás de las colinas, ese sentido de propósito que moviliza a sus personajes más allá de lo imaginable.

Es esa luz de ir en viaje permanente -viaje de descubrimiento, incluso cuando se escribe- lo que los vuelve inolvidables. Todos somos viajeros, algunos se animan y van, otros leemos y también descubrimos. Ulloa hizo el viaje completo. Fue, miró, leyó y escribió. El resultado son once relatos maravillosos.

Una anécdota para ilustrar de qué estamos hablando. En los agradecimientos del libro, aparece uno hacia mí, con nombre y apellido. Por supuesto, infundado, solo por la amistad que me une a Ulloa. Como fuera, hace dos semanas, más o menos, una persona muy conocida mía (y muy vinculada familiarmente al arte) me habló por Whatsaap. El diálogo textual es el que sigue:

El: Hola Fernando. ¿El “Fer Monacelli” que está en los agredecimientos del libro de Roberto Ulloa sos vos?

Yo: Sí, sí. ¿Lo estas leyendo?

El: Tremendo libro!!! Me encantó. Muy borgeano. De los mejores que he leído últimamente.

Yo: Buenísimo.

El: Lo leí hace unos días.

Yo: ¿Lo conocés a Roberto?

El: No lo conozco. Pero alentalo a seguir escribiendo. Espero ansioso el próximo libro.

Es a mi juicio, una de las formas de autoridad más potentes para pensar en un libro. Un lector, la obra, y la necesidad de decir la experiencia de la lectura.

Si el prólogo de Jorge Fernández Díaz es una palabra de autoridad desde la producción literaria, el chat con mi viejo conocido es la palabra de autoridad desde la lectura que completa el círculo donde habitan los libros que es necesario leer.