Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Calle Zelarrayán: entre aljibes, leones y mujeres

La arquitectura es la historia escrita en piedra. Cada cerco, cada esquina, cada patio, cada moldura tienen algo por decir. Unas pocas cuadras de calle Zelarrayán son suficientes para descubrir decenas de historias y sentimientos. Una caminata que vale la pena ensayar.

 “Las ciudades son libros que se leen con los pies”. Quintín Cabrera, cantautor.

Zelarrayán no es una calle cualquiera. Ninguna lo es en realidad, pero esta rodea a la plaza Rivadavia, recostada sobre el que fuera el lugar de guardado del ganado y las carretas en la época fundacional. Su nombre evoca a Juan Zelarrayán, quien fuera durante un tiempo máxima autoridad de la Fortaleza Protectora, un hombre local.

Caminar una cuadra es como mirar con un calidoscopio. Es descubrir una explosión de formas y colores, de magia sorpresa, arte y ciencia. Es una crónica física de quiénes fuimos, de quiénes somos y también de nuestras aspiraciones.

Puertas en clave de sol, lo heterogéno, el alma inquieta

“La rutina y los lugares comunes han hecho que el hombre olvide la belleza natural de «moverse en el espacio», de su movimiento consciente, de esos pequeños gestos”. Lina Bo Bardi, arquitecta.

Una primera sorpresa y una inquietud por saber qué llevó a los habitantes de esta vivienda a definir su rejería con un pentagrama y una clave de sol, dando tan particular presencia a la música “esa misteriosa forma del tiempo”, según la definió Jorge Luis Borges.

Luego la cuadra comienza a alternar y fundir estilos, los que evocan otros tiempos, los que marcan el presente.

Un muro bajo sobre la línea municipal encierra un patio detrás de la enredadera, marca la presencia de una casa chorizo, la casa de los gringos. A unos pasos, una casa mediterránea, blanca, ondulada, con pinceladas celestes, que mira a la calle y quizá añora el mar que abraza a las islas del mar Egeo.

Santorini, una de las islas Cícladas del mar Egeo.

Más adelante, ocultando cielo y horizonte, un edificio en altura, el que saca rédito al valor de la tierra. En ese caso con un tratamiento distinto de su pared medianera, tomando un poco más de gracia con un tubo en tono marrón que la recorre, cortando su plano y enfatizando la altura.

Casa rosada, leones en lo alto y un viejo buzón de hierro

“Todo -la medianía de las casas,/las modestas balaustradas y llamadores,/tal vez una esperanza de niña en los bacones-/entró en mi vano corazón/con limpidez de lágrima”. Calle desconocida, Jorge Luis Borges

La vivienda se retira de la línea municipal y marca su ingreso con dos muros bajos y unos pocos escalones. Es la actual sede del Jardín de Infantes Pacífico, una vivienda cargada de detalles, que exige una mirada cuidada y atenta para descubrir todos sus componentes.

No alcanza con mirar hacia arriba, donde un león clava sus dientes sobre un escudo, hace falta también profundidad y detenimiento. Su color rosa es contundente y se contrapone de buena manera con el blanco elegido para sus molduras y ornamentos.

Pero no es la única vivienda con tantos detalles.Hay otra, muy cerca, también con su muro bajo al frente y la casona con un aire entre renacentista y mucho de colonial.

Una obra de arte es la caja destinada a recibir la correspondencia, con sus volutas jónicas, un par de faroles y a un costado, en el jardín, el aljibe, con su brocal y balde. “Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe”, escribió Borges.

La plaza de Colombo, Alfonsina y la tierra

“Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos, aunque el hilo de su discurso sea secreto, sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas, y toda cosa esconda otra”. Las ciudades invisibles, Italo Calvino

En 1992 la municipalidad logró que la provincia le cediera parte del terreno que ocupaba el Instituto Alfonsina Storni para generar allí una plaza con el nombre de Cristóbal Colón, en adhesión a los 500 años del descubrimiento de América. Sobre la calle aparece una semi esfera representando la mitad del mundo y un camino que marca el recorrido de las carabelas.

La plaza ha sido renovada, ha cobrado vida, con sus juegos, una cancha de básquet, sus palmeras y sus bancos.

En el fondo, el edificio que fuera parte de la quinta de Antonio Muñíz y luego sede de un instituto de mujeres. En el frente se destacan dos macetones, adornados con flores y el rostro  de una mujer, condenada a mirar hacia el piso, con sus largos cabellos que se curvan y se extienden con aires art nouveau.

Casa de gringos, mercados, ángeles y las farolas de Daub

“La casa tenía una reja, pintada con quejas y cantos de amor. La noche llenaba de ojeras La reja, la hiedra y el viejo balcón”. Pedacito de Cielo, Héctor Stamponi

Infaltables en toda la ciudad, las casas chorizo resisten el paso del tiempo. También llamadas casas de gringos o casas de patio, fue la tipología adoptada a principios del siglo XX para ubicar una vivienda en un terreno de 8,66 de frente.

Las habitaciones recostadas sobre la medianera, como una ristra de chorizos, que se comunicaban a partir de una galería al frente y con puertas interiores. Al fondo, la cocina y en el patio de atrás el baño y el gallinero. En el frente un paredón, la puerta de acceso a la galería –chapa y vidrios coloridos-- y el retiro con un jardín que se dejaba listo para construir a futuro la sala principal y el zaguán.

Pero esta casona tiene una historia adicional fantástica. Alli vivió Baltazar Daub, de profesión herrero, padre del ingeniero Walter Daub, recordado profesional, precusrso de la cohetería en el país y destacado docente de la UNS. En el fondo del terreno existe todavía el galpón donde Baltazar construyó, entre muchas obras, las farolas del portal de acceso al parque de Mayo, la carpintería del edificio de Correos de calle Moreno y las primeras luminarias que tuvo el barrio parque Palihue.

Un par de locales, al 600 y 700 de la calle, cuentan otras historias. El primero es hoy un salón de eventos pero fue originalmente el “Mercado Modelo Norte”, una propuesta que en los 60 fue furor en la ciudad, agrupados los negocios a los costados de un pasillo. Café al paso, carnicerías, verdulerías, panaderías, regalerías, kioscos y pollerías eran parte de esa oferta.

El segundo local mantiene ese uso, en manos de los denominados “chinos” y llamado “Beiging”. Originalmente fue pensado como mercado para atender de manera especial a los habitantes de las tres torres que la firma Deyco construyó enfrente.

Ángeles, San Jorge y el dragón, puertas art decó 

Al 700 de Zelarrayán se encuentra la Parroquia Inmaculado Corazón de María, templo de la Congregación Claretiana, vecino al Colegio Claret. El templo construido por el catalán Pedro Cabré Salvat y bendecido en 1929.

Su fachada es propia del Románico, estilo adoptado por la iglesia en la edad media, caracterizado por el uso del arco de medio punto, los capiteles decorados con extrañas figuras y con una torre campanario. De todo un poco para mirar, incluido los ángeles que decoran las puertas de acceso.

Un detalle adicional, la obra original tenía un singular campanario sobre el edificio anexo, un coronamiento usual en las misiones de la época de la colonia. Allí se ubicaban cinco campanas. En algún momento el movimiento y el peso de las mismas lo hizo colapsar. Ya no están.

Son muchas las viviendas de la ciudad que tienen en sus frentes cuadros alegóricos a la Virgen, a los santos, a Jesús. En este caso aparece una recreación sobre cerámica de San Jorge y el Dragón, la mítica leyenda donde el santo clavó su lanza a esa criatura que se alimentaba con bellas doncellas. Convertido al catolicismo, religión prohibida en el imperio romano, San Jorge fue torturado y decapitado en el año 303.

El art decó es otro estilo infaltable. Geométrico, de guardas triangulares y círculos, tuvo su desarrollo en la década del 30 y fue sinónimo de glamour al ser adoptado por Hollywood, Miami y Nueva York. Puertas de ese estilo conviven con otras donde se impone el aporte de la arquitectura clásica, con un par de triglifos sobre las columnas que flanquean la puerta, detalle decorativo propio del estilo dórico.

Triglifos decorando el Partenón, Grecia, 500 A.a.C.

Los últimos pasos: más leones, el fulget y poesía con c

“Y la cabeza del león que muerde/Una argolla y los vidrios de colores/Que revelan al niño los primores/De un mundo rojo y de otro mundo verde”. Adrogué, Jorge Luis Borges

Muchísima más hay para mirar y descubrir en tan pocas cuadras. Pasillos sin fin ycon su luz al final del túnel, más leones en lo alto, el grafiti “Poecía” en 3 D

En lo alto, una frente mantiene el centenario cartel enlozado con el nombre de la calle, que permite descubrir, al paso, una mano de hierro sosteniendo el barral de una vieja ventana.

Por último un mural, distinto, realizado con Fulget, mezcla preparada con pequeñas piedras de colores que hizo furor en los 60.

La ciudad se lee con los pies. Caminado con tranquilidad, para descubrir aquello que se mira sin ver. Y no se trata sólo de hacerlo para arriba, sino también de hacerlo para adentro, en detalle, con atención. De entender que cada barrio, con sus calles y sus muros tienen mucho que contar. Suelen guardar en sus calles, tal cual lo describió el Zorzal, el alma inquieta de un gorrión sentimental.