Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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San Lorenzo, el primer combate de los Granaderos a Caballo

La apasionante historia de los Granaderos a Caballo merece que la recojamos en toda su amplitud e importancia y en dos notas de febrero la asumiremos. 

El 9 de marzo de 1812 un grupo de viajeros del George Canning desembarca en Buenos Aires. El contingente integrado por varios exoficiales del rey de España, para sorpresa de muchos, es recibido ese mismo día por el gobierno en pleno. Uno de ellos, esbelto, se destaca del conjunto: es el teniente coronel retirado José de San Martín, quien acaba de cumplir 34 años. Fundó su baja en el ejército español –a mediados de 1811– argumentando que debía “pasar a Lima” a fin de “arreglar sus intereses”. 

Otro de los desembarcados, de gesto vivaz, pertenece por vía materna a una familia muy poderosa de Buenos Aires, los Balbastro. Se lo conocerá como Carlos María de Alvear, aunque su verdadero nombre es Carlos Antonio. 

Es muy joven –tiene 22 años– y llega con el grado de alférez de un cuerpo d’elite, los carabineros reales, correspondiente a un capitán de ejército. Ambos nacieron en las Misiones y hay quienes dicen que son primos. También está entre ellos el alférez de navío José Matías Zapiola, un porteño emparentado con ricas familias de comerciantes como los Lezica, embarcado con papeles falsos y fingiendo ser sirviente de Alvear.

Traen con ellos nuevas ideas. San Martín es antibonapartista y ha tratado en España con oficiales ingleses de prédica liberal, más cercana a las monarquías constitucionales que al republicanismo. Junto a Zapiola y Alvear, cuyas familias están vinculadas a ricos comerciantes de Cádiz y militares de otras regiones, como el chileno José Miguel Carrera, conforman la Sociedad de Caballeros Racionales y juran combatir por la independencia americana.

Entretanto, desde Londres, Francisco Miranda difunde sus intenciones independentistas, para lo cual ha promovido la “Gran Reunión Americana”, una logia con supuesta sede en Gibraltar. El joven y destacado oficial correntino se interesa en estos planteos. Simón Bolívar y otros diputados venezolanos, que han convocado a una “gran confederación américo-española” el 27 de abril de 1810, en julio de ese año explican sus objetivos en Londres: “Los diversos virreinatos y provincias de norte y sud América se dividirán en diferentes Estados, de acuerdo con sus límites físicos y políticos; pero ellos proyectarán un sistema federal que dejando a los respectivos Estados una independencia de gobierno, pueda formar una autoridad central combinada, como la de los anfictiones de Grecia”.

Una visión americana, una misión continental

La idea es la misma que poco después enarbolará la junta formada en Santiago de Chile y que cursa a la Primera Junta de Buenos Aires: confederarse. No es casual que uno de los caudillos de la revolución chilena, Bernardo de O’Higgins, también tenga vínculos con la Gran Reunión Americana. “Independencia y Unidad” son las dos palabras que, a juicio de Pérez Amuchástegui, definen y sintetizan el compromiso de los hombres que participan de aquella reunión. 

Desde septiembre de 1811 y por cuatro meses, San Martín ha permanecido en Londres y participado de las reuniones de la cofradía que se hacen en lo del venezolano Andrés Bello. Inglaterra tiene dos buenas razones para simpatizar con los procesos revolucionarios americanos: la necesidad de nuevos mercados para sus productos, y su parentesco ideológico con muchos jefes independentistas liberales. Gran Bretaña mantendrá, en consecuencia, una política ambigua de respaldo a su alianza con el rey Fernando “dejando correr”, a la vez, a los líderes revolucionarios. Lord Strangford, desde Río de Janeiro, será “la gran muñeca” de esta estrategia dual.

En Buenos Aires, el ardiente Bernardo de Monteagudo retoma las banderas del morenismo y convoca desde La Gazeta del 10 de enero de 1812 a formar la Sociedad Patriótica: “Yo, a nombre de la sociedad, intereso a todos los patriotas de esta capital para que concurran y autoricen con su asistencia la primera ceremonia cívica que va a asegurarnos los progresos de la Ilustración y a cimentar el augusto templo de la libertad. [...] Ya verá el mundo entero los progresos de que es capaz un pueblo entusiasmado por su independencia, y resuelto a sostener su majestad o borrar su nombre hasta del mapa que describe su posición geográfica”.

Es este el primer texto que, en un medio oficial, hace referencia a la “independencia”. El arribo de San Martín y los “caballeros racionales” no puede ser más oportuno. 

La Logia Lautaro y los Granaderos a Caballo

El casamiento con María de los Remedios Escalada y de la Quintana, que era casi una niña, le permite a San Martín ubicarse en una sociedad porteña que aún recela de un oficial español de tez demasiado oscura para el gusto de los salones “decentes”.

Le espera ahora la tarea de conformar un cuerpo de caballería. Allí conoce –y forma militarmente y como diestros jinetes– a toda una generación de jóvenes, muchos de ellos hijos de familias patricias, como Félix de Olazábal, Mariano Necochea, Juan Lavalle, Lucio Mansilla y su joven cuñado, Mariano de Escalada. El cuerpo tendrá su exitoso bautismo de fuego en la batalla de San Lorenzo, en febrero de 1813, que abordaremos en una próxima entrega.  

Unos meses antes, en octubre del año anterior, esas mismas tropas han hecho una demostración de fuerza ganando las calles de Buenos Aires para deponer al Primer Triunvirato y erigir un Segundo gobierno más afín con el nuevo impulso que toma la revolución. Estos cambios, que se ubican en el rumbo pretendido, reciben el aliento de los dos grandes triunfos del Ejército del Norte al mando de Manuel Belgrano en Tucumán, primero y en Salta, el 20 de febrero. 

Mientras tanto, desde fines de enero de 1813 y bajo la presidencia de Alvear, sesiona en Buenos Aires la Asamblea General Constituyente, que realiza una obra legislativa de inspiración liberal y propia de un país independiente: se eliminan las referencias a Fernando VII, se acuña moneda, se suprimen la Inquisición y las torturas judiciales y los mayorazgos y títulos de nobleza, se establece la libertad de vientres para las esclavas. La juventud del proceso revolucionario impide, sin embargo, que se concrete el anhelo central, declarar la independencia y votar una Constitución.  

En 1814, San Martín reemplaza a Belgrano en el Ejército del Norte, donde conoce a Güemes, a quien nombra comandante general de las avanzadas.

Poco después, Gervasio Posadas, deteriorada su salud, lo designa gobernador intendente de Cuyo. El Plan Continental esbozado por los “Caballeros Racionales” empieza a ponerse en marcha.

La organización que dinamiza todas estas acciones es la Logia Lautaro, fundada en la misma Buenos Aires y entendida como una continuidad de la asociación pactada en Cádiz. Se reúnen en ella una mayoría de opositores al Primer Triunvirato y casi todos los miembros de la Sociedad Patriótica son iniciados en la Logia, entre ellos, el ardiente Bernardo de Monteagudo, Tomás Guido, que será un hombre de máxima confianza de San Martín, Julián Álvarez, Nicolás Rodríguez Peña, Alejandro Murguiondo, José Agrelo, Manuel Luzuriaga y Agustín Donado. Los puestos directivos quedan cubiertos sin ambigüedades: San Martín es el presidente, Alvear, su lugarteniente, Guido y Agrelo, los secretarios, y como “Gran Orador”, Hipólito Vieytes. (Valga la aclaración de que San Martín, miembro de varios grupos masones, si bien no era un católico místico tampoco fue agnóstico. La confusión proviene cuando se da por sentado un supuesto –y sistemático– enfrentamiento de las logias y la masonería con la jerarquía eclesiástica.)

San Martín se aboca a la formación del regimiento y Alvear es el hombre más entusiasta en fortalecer los lazos políticos. Los integrantes del Segundo Triunvirato, Rodríguez Peña, Juan José Paso y Antonio Álvarez Jonte, son todos hombres afines a la Logia. Los “hermanos” elegidos para el gobierno tienen una condición: no podrán “deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la O-O, el modo de identificar a la logia entre los iniciados.

La dura disciplina del Gran Capitán

Un oficial le hizo presente que el sueldo no le alcanzaba para sostenerse, y pedía un surplus de ración a cuenta de él; el general decretó al pie: “Extráñase el desahogo con que aspira el suplicante a gravar al Estado en medio de las más graves y apuradas urgencias públicas, cuando todos los jefes y oficiales del ejército sufren iguales privaciones”. Un soldado reclutado en San Juan y juramentado en Chile por los españoles, representó, que en conciencia se hallaba impedido para servir, y que, aunque adicto a la causa americana, se hallaba con las manos atadas.

El decreto es terrible: ‘El gobernador contrae la responsabilidad que alega el suplicante: quedan sus manos libres para atacar al enemigo: mas si una ridícula preocupación aún se las liga, se le desatarán con el último suplicio’. Un español europeo manifestó vivo deseo de ser contado entre los hijos de la patria, para ayudarle contra el despotismo.

“Haga –fue la contestación– una justificación por seis patriotas muy conocidos por su patriotismo y se resolverá”. La mujer de un sargento pidió gracia por una falta del servicio cometida por su marido. Al margen escribió de su puño y letra: “No me entiendo con mujeres sino con soldados sujetos a la disciplina militar”. Un prisionero, en celebridad de la Virgen del Carmen, patrona del ejército, pidió por gracia de tan divina Señora, la libertad perdida. Decreto autógrafo: “No ha sido poca gracia que librase la vida”. En el sumario de una chacarera encausada, “por haber hablado contra la patria”, mandó sobreseer con la sentencia de que la acusada, entregase al proveedor diez docenas de zapallos que el ejército necesitaba para su rancho.” 

Bartolomé Mitre. Historia de San Martín y la emancipación americana, El Ateneo 2012